VIDA Y LIBERTAD

 

   Un ensayo sobre la felicidad

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PRÓLOGO: NOTA DEL AUTOR

 

Un escritor tiene tantas vidas como libros escribe…

Es una frase mía. Creo que no es cita, aunque nunca se puede estar seguro. A veces lees una frase y se te queda tan dentro que con el paso de los años te reaparece y olvidas de dónde salió. Si alguien en algún momento me reclama como suya esa frase, yo no tendré ningún problema en reconocerlo, en publicitar con él, en dónde y en qué momento fue escrita y en restituir todos los daños que haya podido ocasionar por no haber citado la fuente. Mientras tanto la asumiré como mía y reflexionaré sobre cómo y por qué apareció en mi mente al inicio de este prólogo. La verdad es que un escritor, al menos a mí me pasa, se mete tanto en sus personajes, a veces mimándolos, otras peleándose, y pasa tantos ratos junto a ellos que termina por dudar si está más cerca de su vida real o de la vida de esas criaturas ficticias que le obsesionan y le conquistan su cerebro durante una buena parte de su existencia.

Equivocadamente la frase nos podría llevar a pensar que entonces quien no escribe ningún libro no tiene ninguna vida. Falso. Totalmente falso, es una coletilla que he utilizado simplemente para comenzar una historia. Pero con algo de sentido. Significa que en cada libro que escribo me convierto en una persona nueva. Me invento una vida aunque esa vida sea la misma o una muy parecida a la que me inventé en la historia anterior, pero eso mismo le sucederá al pintor, al músico, al escultor, al hortelano o al maestro. Todo el mundo, pienso, tiene tantas vidas como quiera imaginarse en función del trabajo que desempeñe y del gusto que quiera dar a su imaginación durante la realización de su trabajo.

Quienes han leído mis libros me preguntan si son autobiográficos. Yo les respondo que en todos los libros hay una parte de ficción y una parte de autobiografía. La intriga reside en adivinar qué porcentaje corresponde a la ficción y qué a lo autobiográfico. Apostillo además que nunca la línea que separa ambas identidades está clara e incluso que tampoco está claro si lo fingido es toda ficción o está condicionado por lo vivido.  y si lo autobiográfico es pura autobiografía o está adornado por los deseos de nuestra imaginación.

Este libro será menos metafórico y más filosófico. Más claro. Alguien dirá, y yo mismo lo digo, que las metáforas no se deben explicar. Que lo que he querido decir en mis novelas anteriores no debo explicarlo, porque sería una desconsideración con el lector. Cierto, pero al dar a estos escritos la categoría de ensayo, creo que me permitirá, o al menos busco ese permiso, trasgredir algunas normas con el único afán de clarificar y en última instancia discutir: compartir con el lector su percepción de las metáforas y contrastarlas con las mías. No estaría, pues, en la idea de aclarar sino en la de discutir y en la de intercambiar reflexiones.  Aunque también puede ocurrir que intentando aclarar algunas cosas surjan interrogantes sobre otras.

Así pues, no va a ser una biografía, o no del todo, a la antigua usanza. Con esta mezcla de biografía y ensayo pretendo intentar que de mis reflexiones y mis conocimientos se aprovechen otros, por lo que aconsejo al lector que desista de su lectura en el mismo instante en el que considere que de ella no va a sacar provecho alguno.

Ya lo decía Unamuno:

Es detestable esa avaricia espiritual que tienen los que sabiendo algo no procuran la transmisión de esos conocimientos.

Y yo nunca he querido ser avaricioso.

Escribir unas memorias es un acto lúdico y generoso. Creo que sería vano si se redujera a narrar los hechos sin vida y sin sentimientos, pero es lúdico, si somos capaces de desnudarnos por dentro, y es generoso si lo hacemos con el único fin de que quien nos lea pueda sacar algún beneficio afectivo de ello.

         Escribir unas memorias es desnudarse. Hacerlo en cuerpo y alma. Y desnudarse es difícil. Es jugar con nosotros mismos, no en el sentido frívolo y narcisista, sino en el de compartir el juego e intentar que quien juegue con nosotros se divierta y sea feliz. Y ahí está la generosidad.

 

Mi obra es esta. Me gusta a mí, pero no tiene por qué gustar a todos. Si has leído mis libros, y te han gustado, tienes muchas posibilidades de que también te guste este, si no, quizá sea mejor que no te embarques en esta aventura.

 

Un escritor tiene tantas vidas como libros escribe. La de este será la que más se acerque a la realidad mía, pero eso no significa que no haya un resquicio para la duda.

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

La felicidad

           

Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. RAE.

 

¿Qué es la felicidad?

¿Dónde se esconde?

 

En Google

         Todo se esconde en Google. En nuestros días todo está en la red, pero, ¿dónde? Buscar en internet no es una tarea fácil, y menos si se quiere hablar de la felicidad. Aunque todo esté en la red algo hay que tener en nuestra mente para poder empezar a caminar.

Yo quise buscar en ese portal las opiniones de algunas de las personas más influyentes de la filosofía sobre esa idea y teclee la palabra felicidad al lado de la persona elegida. Empecé por los griegos, en nuestra cultura creemos que todo empieza con ellos…

 

Sócrates (470 a. C. - 399 a. C.)

Para  Sócrates la felicidad es el objetivo principal de la existencia.

Sócrates era feliz sabiendo que hacía lo correcto. Por esa razón, cuando en el año 399 a.C. fue condenado a muerte, acusado de cuestionar las bases de la moralidad ateniense, aceptó templado y satisfecho la cicuta que acabaría con su vida. Una de las ideas que defendía Sócrates es que hacer el bien nos hace felices. Sócrates no creía que el bien fuera relativo u opinable, sino totalmente absoluto y universal.

         Sostenía que la virtud era la más valiosa de las posesiones, y que en realidad, nadie desea hacer el mal. Quien hace el mal actúa en contra de su conciencia y, por lo tanto, experimenta malestar.

 

Platón (427 a.C.-347 a.C.)

La moral de Platón se encuentra en su teoría de las Ideas, consideradas como el Bien Supremo, así como por la creencia de la inmortalidad del alma, orientando la conducta del hombre, no sólo a la práctica de la virtud, sino también al cultivo de la Filosofía o de la Dialéctica. En esto consiste la felicidad del hombre en esta vida.

 

Aristóteles (384 a.C. – 322 a. C.)

Aristóteles afirma que la felicidad es una actividad de acuerdo a la virtud. El hombre feliz vive bien y obra bien. El obrar sigue al ser para la consecución de su finalidad.  Aun cuando la manera de vivir la vida sea elegible, en tanto que somos seres naturales tenemos una finalidad. Dicha finalidad es la felicidad a través de la trascendencia.

El bien supremo o fin final que perseguimos es aquel que no se busca para alcanzar otra cosa, sino que es apetecible siempre por sí mismo y jamás por otra cosa. Parece que éste es la felicidad; ya que la escogemos siempre por encima de todo; es decir, por sí misma y jamás por otra cosa (a diferencia del honor, la riqueza y el placer, que se escogen deseando encontrar en ellas la felicidad).

Dicho en palabras de este filósofo: El bien humano resulta ser una actividad del alma según su perfección; y si hay varias perfecciones, según la mejor y más perfecta, y todo esto es una vida completa.

 

Siguiendo con los clásicos me detuve en:

 

Seneca (4 a. C.-65 d.C)

Seneca defendía que una vida feliz es la que sigue a su propia naturaleza y que únicamente se puede alcanzar con el alma sana y el cuerpo saludable: Considérate feliz cuando todo nazca para ti de tu interior, cuando al contemplar las cosas que los hombres arrebatan, codician y guardan con ahínco, no encuentres nada que desees conseguir.

 

Después busqué en otras culturas e hice un repaso por la historia:

 

Buda Gautama (ss. VI-V a. C.)

Para el fundador del budismo no hay un camino a la felicidad: la felicidad es el camino.

Para esta doctrina la felicidad no consiste en alcanzar una meta sino en las experiencias enriquecedoras que se viven para lograrla.

 

Lao-Tse

Para esta personalidad china cuya existencia histórica se debate, aunque se le atribuye al siglo VI antes de Cristo, y que es considerado como uno de los filósofos más relevantes de la civilización China, la razón de la felicidad está en vivir el presente. Si estás deprimido, estás viviendo en el pasado. Si estás ansioso, estás viviendo en el futuro. Si estás en paz, estás viviendo el presente”.

 

Tomas de Aquino (1224-1274)

Tomás de Aquino sostiene que la vía para conseguir la felicidad es el amor. Serán buenas acciones aquellas que basándose en el amor y en el conocimiento natural, nos acerquen a la presencia divina, y malas las que nos alejen del camino de Dios.

Este fin teológico es el que perfecciona a los hombres como seres racionales, pero solo lo puede conseguir con la ayuda de la gracia de Dios.

 

Immanuel Kant (1724-1804)

La felicidad; más que un deseo, alegría o elección, es un deber.

La felicidad en el mundo kantiano no depende del destino ni de los demás, sino de uno mismo, de la persona, es decir, de su propio comportamiento y carácter.

 

John Stuart Mill (1806 -1873)

He aprendido a buscar mi felicidad limitando mis deseos en vez de satisfacerlos.

John Stuart Mill, consideraba la felicidad como la búsqueda del placer y la huida del dolor, aunque no todos los placeres tienen el mismo valor, ya que los hay superiores e inferiores, y nuestras acciones deben dar preferencia a los primeros.

 

Henry David Thoreau (1817 - 1862)

La felicidad es como una mariposa, cuanto más la persigues, más te eludirá. Pero si vuelves tu atención a otras cosas, vendrá y suavemente se posará en tu hombro.

En 1845 Thoreau abandona su casa familiar para instalarse en la cabaña que ha construido junto al lago Walden. Se marcha a los bosques para vivir una vida más intensa. Es a raíz de esta experiencia cuando escribe uno de los clásicos fundamentales del ensayo moderno: Walden, un libro escrito contra toda servidumbre y a favor de la felicidad como única riqueza del ser humano, una felicidad que proviene de vivir intensamente el momento.

 

Karl Marx (1818- 1883)

Para Marx el hecho de actuar es clave en la felicidad. Plantea que el hombre está hecho para actuar y transformar el mundo más que filosofar de su existencia.

Para Marx, las sociedades industrializadas y capitalistas han generado un sistema de relaciones de producción en las que el trabajador es incapaz de reconocerse a sí mismo. El individuo no se realiza a sí mismo, sino que realiza algo ajeno.

El hombre tiene cada vez menos tiempo para sí mismo y vive para trabajar. El materialismo aleja al hombre de la felicidad al poner algo material como fin para lograrla.

 

Friedrich Nietzsche (1844 – 1900)

Es el sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia ha sido superada.

Según el filósofo nihilista la felicidad es una especie de control que uno tiene sobre su entorno. Cree que existe la llamada voluntad de poder, una fuerza que nos da la vida y que nos ata a ella y que al mismo tiempo la convierte en atractiva, ya que es la que nos hace enfrentarnos a todas las adversidades.

 

Bertrand Russell (1872 - 1970)

De todas las formas de precaución, la cautela en el amor es tal vez la más mortal de la verdadera felicidad.

El autor de La conquista de la felicidad, concibe el amor como un instrumento para conseguirla. Para el filósofo británico el amor ayuda a romper el ego y a superar la barrera de la vanidad que impiden ser felices.

 

José Ortega y Gasset (1883 -1955)

Felicidad es la vida dedicada a ocupaciones para las cuales cada hombre tiene singular vocación.

Ortega y Gasset mantenía que la felicidad que sentimos es directamente proporcional a la cantidad de tiempo que pasamos ocupados en actividades que absorben completamente nuestra atención y nos agradan. En palabras del propio Ortega: Si nos preguntamos en qué consiste ese estado ideal de espíritu denominado felicidad, hallamos fácilmente una primera respuesta: la felicidad consiste en encontrar algo que nos satisfaga completamente. Para este filósofo y ensayista madrileño la felicidad se produce cuando coincide lo que él llama nuestra vida proyectada, que es aquello que queremos ser, con nuestra vida efectiva, que es lo que somos en realidad.

 

Y quise terminar con las filósofas.

En Google también hay menos mujeres que hombres. Pero sí las hay, y también hay reconocimientos a su olvido en la historia. Tecleé mujeres filósofas y aunque aparecieron en menor número que el de los hombres, sí fueron lo suficientes como para detenerme en unas cuantas y buscar alguna reflexión sobre la felicidad.

De la primera mujer filósofa que aparece: Aspasia de Mileto (470 a. C. 400 a. C.), no encuentro documentación escrita para que pueda hacerme una idea de su concepto de la felicidad. De Hiparquia de Maronea (350 a. C. - 310 a. C.) solo encuentro que fue una mujer contestataria, que sintonizaba con un movimiento filosófico de la escuela de los llamados cínicos y que llevaba una vida alejada de los lujos. Ella creía que para llegar a la felicidad nos teníamos que deshacer de todo lo superfluo: la felicidad no consiste en vivir de acuerdo a la opinión de la multitud.

Encuentro el siguiente epigrama de Antípatro dedicado a esta mujer.

Yo, Hiparquía, no seguí las costumbres del sexo

femenino, sino que con corazón varonil seguí

a los fuertes perros. No me gustó el manto sujeto

con la fíbula, ni el pie calzado y mi cinta

se olvidó del perfume. Voy descalza, con un bastón,

un vestido me cubre los miembros y tengo

la dura tierra en vez de un lecho. Soy dueña

de mi vida para saber tanto y más que las ménades para cazar.

 

Después en Google hay un gran vacío y no encuentro apenas mujeres  hasta el mundo contemporáneo. Me detengo en las siguientes:

 

María Zambrano (1904-1991)

Para esta filósofa española del siglo XX, cuya obra es muy extensa, su pensamiento se encuentra repartido entre el compromiso cívico y el pensamiento poético. Y es en la actitud poética donde se encuentra la respuesta que da sentido a la vida y donde se construye el método adecuado para la consecución del fin propuesto: la creación de la persona.

 

Simone Weil (1909 – 1943)

Vive de tal modo, que nada de lo que hagas deba merecer el reproche o la condena de quienes te rodean.

La igualdad es una necesidad vital del alma humana. La misma cantidad de respeto y de atención se debe a todo ser humano, porque el respeto no tiene grados.

Esta filósofa y activista política francesa basa su obra en la busca de la verdad, la justicia y la paz.

 

Simone de Beawoir (1908 – 1986)

La idea de la felicidad para esta escritora y filósofa la debemos de encontrar en sus propias citas:

 Conocerse a sí mismo no es garantía de felicidad, pero está del lado de la felicidad y puede darnos el coraje para luchar por ella.

Mantener una relación, sea cual sea el tipo de vínculo del que hablemos, supone un esfuerzo constante para que esta perviva.

Hay un secreto para ser feliz con una persona: no pretender modificarla.

Es necesario amar a alguien por como es y no por cómo nos gustaría que fuera.

La esencia de la generosidad es dar sin pedir nada a cambio y sin que el hecho de dar suponga alguna molestia.

 

Amelia Valcarcel

La felicidad no se puede medir, lo que sí se puede medir es el confort.

Amelia Valcarcel es una filósofa española contemporánea, nacida en 1950, que ha escrito numerosas obras sobre filosofía y feminismo y que ha desempeñado diversos cargos públicos como Consejera de Estado y Consejera de Educación, Cultura y Deportes del Gobierno del Principado de Asturias.

         Sí, Amelia Valcárcel está en Googel, pero a ella hay que buscarla en los libros, a los que dedico el siguiente capítulo, porque uno suyo, Ahora, Feminismo. Cuestiones candentes y frentes abiertos, explica con claridad las razones que han influido en la ausencia de las mujeres en el campo de la filosofía, de la ciencia y de la cultura en general, y señala a los responsables de esa ausencia. Además, es un libro imprescindible para avanzar hacia mi idea de la felicidad: nunca se podrá conseguir sin las mujeres. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En los libros

 Dime qué lees y te diré quién eres. Federico García Lorca.

 

 

Un buen cocido

 

Internet está muy bien, pero es como darte una excelente comida, un cocido, por ejemplo, totalmente digerida. Todo resumido y perfectamente elaborado. Te resume todas sus bondades, te detalla los ingredientes y te especifica las diferentes formas de cocinarlo en función de los lugares y los tiempos. Y es más, te detalla el proceso de digestión, la actuación de los ácidos estomacales y digestivos, y las consecuencias en tu proceso alimenticio: las proteínas, las calorías, las grasas…; pero, no disfrutas del sorbido de la sopa, del revuelto del garbanzo con la berza, del relleno de huevo con trocitos de jamón, que tanto guasta a mis nietos, o del pringado del tocino.

Internet es interesante, pero lo es más degustar un buen cocido. El azar fue caprichoso y en este caso me jugó una buena pasada. Un día viendo en TV un buen programa, (a veces los hay,) en una de sus pruebas había que descubrir el autor y su obra tras una certera pista. Y gracias a  Saber y ganar fui a la biblioteca más cercana y conseguí El banquete de Platón. Así maté dos pájaros de un tiro, pues a la lectura reposada de Platón sumé la prioridad que yo pretendía dar a ese todo abstracto, a ese bien global, que se venía perfilando sobre la felicidad: el del toque sublime del amor. Y nada mejor en este caso que el amor platónico.

Seleccionar las fuentes de información es el alimento fundamental para la escritura de cualquier libro y El Banquete supuso una relación especial con mis pensamientos y mi idea de la felicidad.

Degustar un buen cocido tiene sus ventajas, en este caso el simple olor de la sopa ya me aportó mi primera satisfacción y mi primera conclusión: 385 años antes de Jesucristo ya había una estructura narrativa compleja: la profusión de narraciones dentro de la narración. Mi idea de la narración en dos niveles, Tetas: la fuente de la vida, resulta que Platón ya la había desarrollado, y no en dos planos narrativos, sino llegando hasta cuatro: el mito del nacimiento de Eros, en el que Aristodemo cuenta a Apolodoro que Sócrates cuenta que Diotima cuenta el mito del nacimiento de Eros.

Todavía degustando el primer plato, en los Datos para la lectura del Banquete: el amor platónico, compruebo que el amor que excluye la relación sexual no se corresponde con la obra de Platón: el deseo sexual en su más amplia aceptación ligado al ansia de inmortalidad. Ese amor sin sexo es un invento de los platónicos renacentistas. Esto me congratula mucho pensando en lo que tengo en mi mente para el desarrollo de este ensayo. Mi idea se asemeja más al verdadero Platón: al de la sexualidad y la inmortalidad que a la de sus imitadores, y me da alas para seguir trabajando.

Siguiendo con el primer plato y todavía en la explicación sobre los Temas del Banquete y en el específico sobre La condición humana degusto el siguiente exquisito alimento: Eros es deseo de engendrar en presencia de lo bello. Ahora bien, ¿por qué deseamos? En la respuesta a esta pregunta, la luminosa escritura de Platón nos revela que lo que hacemos al desear es buscar la inmortalidad. Pero ese deseo de inmortalidad no tiene en el Banquete su realización en un supuesto “Más allá”, sino que es precisamente la explicación del devenir en este mundo. Desde la sexualidad que nos lleva a trascendernos en hijos, y por ello constituye la marca de la inmortalidad en lo puramente biológico, hasta la trascendencia en la creación poética, la de discursos, de leyes perdurables y de saberes, todo es producto del ansia de inmortalidad.

Y ese impulso creativo que es el ansia de inmortalidad se desencadena ante la belleza: belleza de un cuerpo, de los cuerpos, de las almas, de las leyes, de los saberes, hasta llegar a la fugaz intuición de la belleza pura, “la Belleza en sí”, cuya contemplación será la que hará engendrar al hombre sus más bellas obras. Aparece así la relación entre adultos y jóvenes como una relación pedagógica y procreadora de belleza y conocimiento.

 

Ya en el segundo plato degusto con verdadero placer como Fedro en su discurso comienza diciendo: Que Eros es de todos los dioses quien hace más bien a los hombres; porque no conozco mayor ventaja para un joven que tener un amante virtuoso; ni para un amante que el amar un objeto virtuoso. Y sigue diciendo que: Solo los amantes saben morir el uno por el otro. Y concluye afirmando que: Eros es el más antiguo, el más digno de honra y el más poderoso de los dioses para conseguir hacer al hombre feliz y virtuoso durante su vida y posterior a su muerte.

Sigo degustando este exquisito segundo plato y paladeo con deleite el discurso de Pausanias, que discrepa de Fedro diciendo: Yo no apruebo, ¡oh Fedro!, la proposición de alabar a Eros tal como se ha hecho. Esto sería bueno si no hubiese más Eros que uno, pero como no es así, hubiese sido mejor decir antes cual es el que debe alabarse. Después da las razones para asegurar que no hay un solo Eros, sino dos, diciendo: Es indudable que no se concibe a Afrodita sin Eros, y si no hubiese más que una Afrodita, no habría más que un Eros; pero como hay dos Afroditas, necesariamente hay dos Eros. Y enumera las dos Afroditas con sus Eros correspondientes: Una es hija de Urano que no tiene madre, a la que llamaremos la Urania; la otra más joven, hija de Zeus y de Dione, a la que llamaremos la Afrodita popular o Pandemia. Se sigue de aquí que de los dos Eros, que son los ministros de estas dos Afroditas, es preciso llamar al uno celeste y al otro popular. Y concluye diciendo que: El amor de la Afrodita popular es también popular, y solo inspira acciones bajas; es el amor que reina entre el común de las gentes, que aman sin elección, dando preferencia al cuerpo sobre el alma. Este es el amor que tienen los hombres viles que se enamoran de mujeres y de muchachos. Pero el de Urania, al no haber nacido de hembra, sino tan solo de varón, el amor que la acompaña solo busca a los jóvenes. Estos, ligados a una diosa de más edad, y que, por consiguiente, no tiene la sensualidad fogosa de la juventud, solo gustan del sexo masculino.

 

Tras los garbanzos con berza llegó el plato fuerte de las carnes y los rellenos, de la morcilla, del chorizo y del tocino. La glotonería se apodera de mí, los jugos gástricos comienzan un trabajo intenso, la somnolencia aparece por primera vez y yo hago verdaderos esfuerzos para seguir degustando este sabroso cocido. Pero aparece una eclosión de gases en mi organismo que suben y bajan por el interior de mi cuerpo y que me obligar a eructar.

Lo mismo que le pasó a Aristófanes, que según cuenta Aristodemo tenía que intervenir a continuación de Pausanias, pero que un inoportuno ataque de hipo le obligó a ceder su turno a Eriximaco. Este en su discurso dice:

Me parece que es necesario, ya que Pausanias había empezado bien su discurso, pero no lo ha terminado convenientemente, es preciso, digo, que yo intente ponerle fin. En efecto, me parece bien la distinción de que el eros es doble. Pero que no solo existe en las almas de los hombres para con los jóvenes bellos, sino también para con muchas otras cosas y en otros seres, tanto en los cuerpos de todos los animales como en lo producido por la tierra y, para decirlo en una palabra en todos los seres; creo que lo tengo observado gracias a la medicina, nuestro arte, y que ese dios es grande y admirable y extiende su influencia hacia todo, tanto en lo humano como en lo divino. 

 

Una vez recuperado del hipo, gracias a los sabios consejos de Eriximaco, hombre experto en medicina, y tras haber generalizado este la presencia de eros en los campos de la medicina, la gimnasia, la agricultura, la astronomía o la música, hasta conseguir el Eros total;  Aristófanes plantea en su discurso que el hombre en un principio era circular: Además, toda la forma de cada hombre era redonda, con la espalda y los costados en círculo, tenía cuatro manos e igual número de piernas, y dos rostros, sobre un cuello circular, completamente iguales; y una sola cabeza sobre estos dos rostros colocados en direcciones opuestas, cuatro orejas, dos órganos sexuales y todo lo demás como se puede conjeturar a partir de lo dicho… Y que los géneros eran tres: el macho era, al principio, descendiente del Sol, la hembra lo era de la Tierra, y de la Luna el que participaba de ambos géneros, porque también la Luna participaba de ambos astros. Y, sin duda ellos mismos y su andar eran circulares por ser semejantes a sus padres…  Y siendo así, estos primitivos hombres eran tan fuertes y terribles que atentaron contra los dioses. Así que Zeus y los demás dioses deliberaron y fue entonces cuando  Zeus propuso cortar en dos a cada uno de ellos para hacerlos al mismo tiempo más débiles y más útiles al hacerse más numerosos. Y así surgió el mito de la causa del eros en la humanidad que Aristófanes lo sigue concretando: Y, cuando alguna de las dos mitades moría y la otra quedaba viva, la que quedaba buscaba a la otra y se enlazaba con ella, tanto si encontraba una mitad que entera era mujer-precisamente lo que ahora llamamos mujer- , como si eran varón. Y así perecían. Zeus se compadeció y encontró otro recurso: pasó sus vergüenzas a la parte de delante -pues hasta ese momento las tenían fuera y engendraban y parían no en su interior, sino en la tierra, como las cigarras-. Así que, de esta forma, las pasó adelante y a través de ellas estableció la generación en sí mismos, a través del macho en la hembra…

Desde ese tiempo tan lejano, pues, el eros de los unos para con los otros es innato para los hombres, y el que reúne la antigua naturaleza, el que se propone hacer de los dos uno solo y curar la naturaleza humana.

 

A estas alturas de la comida el estómago empieza a mostrar pereza. La mejor forma para distraerlo, relajarlo y hacer que vuelva a disfrutar de los manjares que aún quedan por venir es con un buen vino. Agatón es partidario del vino joven: Yo afirmo que de todos los dioses, Eros, si el decirlo me es lícito y no me atrae la envidia de los demás dioses, es el más feliz porque es el más hermoso y el mejor. Y es el más hermoso, Fedro, en primer lugar, porque es el más joven de los dioses. El mismo proporciona una gran prueba a mi afirmación al huir de la vejez, que es, evidentemente, veloz. Eros la odia por naturaleza y no se le acerca ni de lejos.

Yo prefiero uno con más añadas, pero eso se verá más adelante, ahora continuemos con el discurso de Agatón que siguió al de Aristófanes y dirigiéndose a Fedro continuó con el siguiente canto de alabanza a Eros:

Así, me parece Fedro, que, siendo el propio Eros el primero, el más hermoso y el mejor, es por ello causante para los demás de todos los bienes semejantes. Y se me ocurre también decir en verso que es él quien crea “paz en los hombres, en la mar bonanza sin viento, reposo en los vientos y sueño en la tristeza”.

Él nos vacía de hostilidad, nos llena de familiaridad, haciendo que tengamos encuentros mutuos con éste, convirtiéndonos en nuestros guías en fiestas, danzas y sacrificios; procurándonos mansedumbre y despojándonos de crueldad; amable dispensador de benevolencia y nunca de mala voluntad; propicio en su bondad; digno de ser contemplado por los sabios y admirado por los dioses; padre del lujo, el esplendor, la delicadeza, las gracias, la pasión, la añoranza; se preocupa de los buenos y se despreocupa  de los malos; al que debe seguir todo hombre entonando bellos himnos y compartiendo su canto, que hechiza la mente de todos los dioses y hombres. En nuestras penas, en nuestros temores, en nuestros disgustos, en nuestras palabras es nuestro consejero, nuestro sostén y nuestro salvador. En fin, es la gloria de los dioses y de los hombres, el mejor y más precioso maestro, y todo mortal debe seguirle y repetir en su honor los himnos de que él mismo se sirve, para derramar la dulzura entre los dioses y entre los hombres.

 

Un delicioso postre es la mejor manera de terminar una buena comida. Es difícil elegir entre una buena macedonia de frutas o una tarta suave de limón. El postre es una duda, se desea pero no se sabe ni que se desea ni por qué se desea, cuando tienes hambre deseas saciar tu hambre. Deseas lo que no tienes. No tienes el elemento necesario para satisfacer tu cuerpo, hambre, y por eso lo deseas, pero cuando estás saciado no puedes desear lo que no tienes, porque ya lo has conseguido. El postre es una duda. No sabía cuál elegir. Dudaba entre la macedonia o la tarta.

En El Banquete, Sócrates se nos presenta como una persona con dudas. O mejor dicho, comienza su discurso haciendo dudar a los demás, y entabla un diálogo con Agatón:

¾Y ahora voy a intentar también hablar del Eros. ¿Eros es el amor de alguna cosa o de nada?

¾Desde luego, lo es de alguna cosa.

¾Esto, guárdatelo en tu memoria. Dime solo esto: ¿Eros desea la cosa que él ama?

¾Desde luego¾respondió.

¾¿Y lo desea cuando lo tiene? ¿o lo desea cuando no lo tiene?

¾Naturalmente, cuando no lo tiene.

¾Luego es necesario que el que desea le falte la cosa que desea. O bien que no la desee si no le falta.

Y sigue el diálogo con Agatón hasta llevarle a la siguiente contradicción:

¾Acuérdate ahora -replicó Sócrates-, de que cosa, según tú, el amor es amor. Si quieres yo te lo recordaré. Has dicho, me parece, que se restableció la concordia entre los dioses mediante el amor a lo bello. Porque no hay amor a lo feo. ¿No es esto lo que has dicho?

¾Lo he dicho, en efecto.

¾Y con razón, mi querido amigo. Y si es así, ¿el amor es el amor a la belleza, y no a la fealdad?

¾Así es.

¾¿No hemos convenido que se aman las cosas cuando se carece de ellas?

¾Sí.

¾Luego Eros carece de belleza y no la posee.

¾Necesariamente.

¾¡Pero qué! ¿Llamas bello a lo que carece de belleza, a lo que no poseen manera alguna la belleza?

¾No, ciertamente.

¾Si es así -repuso Sócrates- ¿sostienes aún que el amor es bello?

¾Temo mucho -respondió Agatón-, no haber comprendido bien lo que yo mismo decía.

¾Hablas con prudencia, Agatón; pero continúa por un momento respondiéndome. ¿Te parece que las cosas buenas son bellas?

¾Me lo parece.

¾Entonces Eros carece de belleza, y si lo bello es inseparable de lo bueno, carece también de bondad.

¾Es preciso, Sócrates, conformarse con lo que dices, porque no hay medio de resistirte.

Y llegados a este punto Sócrates aclara a Agatón que la conversación mantenida con él es similar a la que él sostuvo con una mujer de Mantinea, llamada Diotima, muy entendida en el amor y en otros asuntos; y que fue ella quien le enseñó lo que es Eros y sus efectos.

Había dicho yo a Diotima casi las mismas cosas que acaba de decirnos Agatón; que Eros era un gran dios, y amor de lo bello; y ella se servía de las mismas razones que acabo de emplear yo. Y entonces yo le pregunté:

¾¿Qué piensas tú, Diotima, entonces? ¡Qué! ¿Será posible que Eros sea feo y malo?

¾Habla mejor -me respondió-. ¿Crees que todo lo que no es bello es necesariamente feo?

¾Lo creo.

¾¿Crees que no se puede carecer de la ciencia sin ser absolutamente ignorante? ¿No has observado que hay un término medio entre la ciencia y la ignorancia?

Y entonces yo le pregunté, ¿qué era Eros? y ella me respondió que una cosa intermedia entre lo mortal y lo inmortal, un gran demonio, porque todo demonio ocupa un lugar intermedio entre los dioses y los hombres. Y me aclaró que la función de un demonio es la de ser interprete y medianero entre los dioses y los hombres; llevar al cielo las súplicas y los sacrificios de estos últimos, y comunicar a los hombres las órdenes de los dioses.  Me contó el nacimiento de Eros:

Cuando el nacimiento de Afrodita hubo entre los dioses un gran festín, en el que se encontraba, entre otros, Poros. Después de la comida, Penía se puso a la puerta, para mendigar algunos desperdicios. En ese momento, Poros, embriagado, salió de la sala y entró en el jardín de Zeus, donde el sueño no tardó en cerrar sus cargados ojos. Entonces Penia, estrechada por su estado de penuria, se propuso tener un hijo de Poros. Fue a acostarse con él y se hizo madre de Eros. Por esta razón, Eros se hizo compañero y servidor de Afrodita, porque fue concebido el mismo día que ella nació; además de que el amor ama naturalmente la belleza y Afrodita es bella. Y ahora, como hijo de Poros y de Penia, he aquí cual fue su herencia. Por una parte es siempre pobre, y lejos de ser bello y delicado, como se cree generalmente, es flaco, desaseado, sin calzado, sin domicilio, sin más lecho que la tierra, sin tener con qué cubrirse, durmiendo a la luna,, junto a las puertas o en las calles; en fin, lo mismo que su madre. Pero, por otra parte, según el natural de su padre, siempre está a la pista de lo que es bello y bueno, es varonil, atrevido, perseverante, cazador hábil; ansioso de saber, aprendiendo con facilidad, encantador y mágico. Por naturaleza no es ni mortal ni inmortal, pero en un mismo día aparece floreciente y lleno de vida, y después se extingue para volver a revivir. Nunca es rico ni pobre. Ocupa un término medio entre la sabiduría y la ignorancia.

Y concluyó diciéndome que el amor consiste en querer poseer siempre lo bueno, y que lo bueno es la producción de la belleza, ya mediante el cuerpo, ya mediante el alma, porque todos los hombres son capaces de engendrar mediante el cuerpo y mediante el alma. Luego el objeto del amor es la generación y la producción de la belleza. La generación es lo que perpetúa la familia de los seres animados, y les da la inmortalidad que consiente la naturaleza mortal, porque es necesario unir al deseo de lo bueno el deseo de la inmortalidad, puesto que el amor consiste en aspirar a que lo bueno nos pertenezca siempre:

 Así que esta es la manera correcta de encaminarse a los asuntos amorosos o de ser guiado por otro: partiendo de todas estas cosas bellas en busca de aquella belleza, elevarse siempre, como si usáramos escalones, de un solo cuerpo bello a dos, de dos a todos, de los cuerpos bellos a los comportamientos bellos, de los comportamientos a los conocimientos bellos, y de estos conocimientos terminar en aquel conocimiento, que no lo es de otra cosa que de aquella misma belleza y, al acabar conozca lo que es la belleza en sí misma.

 

Y para terminar una buena comida siempre se ofrece un chupito, porque, según las malas lenguas, el orujo o los licores favorecen el proceso digestivo al mismo tiempo que desatan la lengua, para que es3sta, libre de todo tipo de prejuicios, diga la verdad. Es lo que sucedió con la llegada de Alcibíades. Este llegó ebrio, coronada su cabeza con hiedra y violetas, y acompañado de un nutrido grupo de personas que compartían con él las consecuencias del vino. Además iba con ellos una tocadora de flauta amenizando la escena. Una vez llegados a las puertas de la casa de Agatón Alcibíades pidió permiso para entrar y se lo concedieron. Le resumieron el contenido de la reunión y le dijeron que puesto que todos habían hecho un canto de alabanza a Eros, él debería hacer lo mismo.  

Alcibíades dijo que él no se atrevía a hablar de Eros después de haberlo hecho unas personas tan ilustres, pero que si se le permitía él si estaba dispuesto a hacer un canto de alabanza a Sócrates. Y el canto de alabanza que le hizo Alcibíades fue una declaración de amor:

Cuando le oigo, el corazón me late con más violencia que a los coribantes; sus palabras me hacen derramar lágrimas; y veo también a muchos de los oyentes experimentar las mismas emociones. Oyendo a Pericles y a nuestros grandes oradores, he visto que son elocuentes, pero no me han hecho experimentar nada semejante. Mi alma no se turbaba ni se indignaba contra si misma a causa de su esclavitud. Pero cuando escucho a este Marsias, la vida que paso me ha parecido muchas veces insoportable.

 

Ahora no se hacen cantos de alabanza a Eros y los dioses están muy revueltos: guerras encadenadas e interminables (Palestina, Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen.…) egoísmos individuales y colectivos (Brexit, Cataluña, EEUU, Brasil…) y un virus revoltoso que se ha sumado a última hora. Todo está muy revuelto, pero Eros sigue siendo el dios conciliador, el único que puede poner orden entre el resto de los dioses, pero lo tenemos abandonado.

Vida y Libertad tiene ahora mayor sentido y aunque discrepe totalmente con Pausanias en alguna de sus argumentaciones, totalmente machistas, el hecho de que 2380 años después se puedan contrastar unas ideas con otras me satisface plenamente y me reafirma en mi tesis de que la degustación de un buen plato es preferible a lo que te ofrecen otros digerido por Internet.

 

 

A escribir se aprende escribiendo

 

A escribir se aprende escribiendo…, y leyendo. Todos los libros son un exquisito alimento para la escritura. Cuando terminé El Banquete creí que había quedado suficientemente alimentado, pero la digestión es un fenómeno constante, nuestro organismo no se para nunca, y aunque hayas hecho una comida copiosa y la digestión haya sido pesada, el tiempo lo supera todo. Pasa una simple noche y ya estás necesitado otra vez de nuevos alimentos.

Apenas me rehíce de la somnolencia del buen cocido cuando cayó en mis manos un libro extraordinario de Rosa Montero, La ridícula idea de no volver a verte, historias de mujeres. Qué coincidencia, yo también escribo historias de mujeres. Ella también lo dice: “¡Guau! No sabía nada de Leavitt ni de Jocelyn Bell, pero lo que me ha dejado atónita es la espectacular sintonía en el tiempo y en el tema. Y lo más inquietante: estas #Coincidencias que parecen mágicas abundan en el territorio literario.” Y hace referencia a que casualmente una amiga le manda un correo sobre el trabajo de dos mujeres investigadoras del que después se apropiarían sin ningún tipo de escrúpulos dos hombres para conseguir un Nobel, justo en el mismo tiempo en que ella hacía ese tipo de investigaciones sobre la usurpación por los hombres del trabajo de muchas mujeres.

Me empezó a gustar su libro porque al hilo de la historia de Marie Curie iba metiendo sus propias vivencias, algo que me ha ocurrido a mí en muchos de mis escritos. Coincidencias. Pero la coincidencia que más me llamó la atención es la relación del título de este libro: Vida y Libertad: un ensayo sobre la felicidad con un texto que copio literalmente: El arte es una herida hecha luz, decía Georges Braque. Necesitamos esa luz, no solo los que escribimos o pintamos o componemos música, sino también los que leemos y vemos cuadros y escuchamos un concierto. Todos necesitamos la belleza para que la vida nos sea soportable. Lo expresó muy bien Fernando Pessoa: “La literatura, como el arte en general, es la demostración de que la vida no basta.”  No basta, no. Por eso estoy redactando este libro. Por eso lo estás leyendo.

No, la vida no basta para escribir un ensayo sobre la felicidad.

Y sobre la felicidad ella también opina: ese bien esquivo e indefinible…

Saber ser #Feliz es un conocimiento complicado. Hay quien nunca llega a poseerlo. ¿Supo ser feliz Marie Curie? Probablemente sí. O, por lo menos, estuvo muy cerca. En sus escritos biográficos habla de la época en que Pierre y ella trabajaban febrilmente en el galpón que les servía de laboratorio, y dice:

 

En aquel miserable hangar pasamos los años más felices de nuestra vida(…). Recuerdo la felicidad de los ratos dedicados a discutir sobre el trabajo mientras recorríamos el hangar de un extremo a otro.  (…). Me sentía en calma y llena de una ternura dulce hacia el excelente compañero que estaba allí conmigo, sentía que mi vida le pertenecía, que mi corazón rebosaba cariño hacia ti, mi Pierre, y me hacía feliz sentir que allí, a tu lado, bajo aquel sol hermoso y frente a aquellas vistas divinas del valle, no me faltaba nada.

 

 Qué inmensa, redonda, envidiable frase: <sentí que no me faltaba nada>. ¿Habría alcanzado de verdad Marie esa sabiduría, o sería un adorno de su memoria? La insatisfacción de los humanos, ese querer siempre algo más, algo mejor, algo distinto, es el origen de innumerables desdichas. Además, la #Felicidad es minimalista. Es sencilla y desnuda. Es una casi nada que lo es todo. Como ese día campestre de los Curie, bajo el sol, frente al valle.

  Rosa Montero se mete en sus personajes para descubrir el amor y a través de él la felicidad. Otra coincidencia conmigo: Para mí no hay nada morboso o impúdico en esto de intentar representármelos en el acto amoroso. Antes al contrario: hay un deseo de sentirles cerca, de meterme en su pellejo, de comprenderlos. Siempre he pensado que el sexo es una vía maravillosa para poder ponerte en el lugar del otro. Cuando visito ruinas arqueológicas y lugares históricos y añejos, procuro imaginarme a aquellos remotos habitantes haciendo el amor, porque, por mucho que hayan cambiado las costumbres, eso no puede ser muy diferente.

 

Yo también procuro meterme en su pellejo justo en el momento del acto sexual sin que lo considere impúdico ni morboso:

 

Con sus cuerpos totalmente limpios y sus mentes totalmente sanas, extendieron una manta sobre el suelo y se tumbaron. Se miraron a los ojos. Se arroparon con otra manta y se entregaron. Se entregaron el uno al otro. No gastaron energías porque las habían gastado todas esa noche. Se entregaron relajadamente. En cuerpo y alma. No acaloradamente, sino tranquilamente. Sin ninguna prisa, sin ninguna duda, sin ningún miedo. Con la seguridad de quererse.

Se penetraron mutuamente. Él introdujo su pene hasta lo más profundo de sus entrañas. Ella introdujo su lengua buscando el interior de sus pensamientos. Los dedos de él buscaban orificios por donde esconderse. Los dedos de ella querían atraparlo todo.

Hacer el amor repetidas veces fue un descanso. Darse, era esparcirse por el universo. Recibirse, era recoger todos los frutos que habían sembrado en la vida.

Él encontró la felicidad deshaciéndose. Ella notó como una nube la recorría por dentro y una lluvia fina le mojaba todo el interior de su cuerpo.

Así se acomodaron al tiempo de espera. Porque ya solo tenían que esperar a que alguien llamase a su puerta, contestar, “ya va”, hacerse de rogar y demostrar que todos los papeles los tenían en regla.

 

Era una mañana soleada de finales de abril. Solo tenían una cosa que hacer: amarse.

Amarse hasta que los municipales llamasen a su puerta.

Y así lo hicieron.

Tetas: la fuente de la vida

 

 

El diálogo con uno mismo

 

A pesar de las nuevas tecnologías, la lectura, como la comida, sigue siendo una necesidad. Y la necesidad me llevó a la lectura de Niebla de Miguel de Unamuno. La necesidad tenía su fundamento en el maravilloso prólogo que mi querida Margarita me escribió en Tetas: la fuente de la vida.

Y coincidencia: Unamuno bebe en las fuentes de Platón. En la dialéctica y en los diálogos, El diálogo como modelo ontológico, como camino para llegar al conocimiento. En 1905 Unamuno escribe en Soledad las ideas básicas del diálogo como modelo de reflexión y especifica que el primer diálogo es el que hacemos con nosotros mismos:

 

No hay más diálogo verdadero que el diálogo que entablas contigo mismo, y este diálogo sólo puedes entablarlo estando a solas. En la soledad, y solo en la soledad, puedes conocerte a ti mismo como prójimo; y mientras no te conozcas a ti mismo como prójimo, no podrás llegar a ver en tus prójimos otros yos. Si quieres aprender a amar a los otros, recójete (Unamuno lo escribe así) en ti mismo.

  

Vida y Libertad es sobre todo un diálogo conmigo mismo. Lo fue en su día con la novela que no llegó a ver la luz y creo que lo es en este ensayo que estáis leyendo.

La dualidad entre lo real y lo imaginado lo expone Unamuno en el inicio de Niebla:

¡Mi Eugenia, si, la mía –iba diciéndose¾, ésta que me estoy forjando a solas, y no la otra, no la de carne y hueso,  no la que vi cruzar por la puerta de mi casa, aparición fortuita, no la de la portera!

 

Y esa dualidad ha jugado un papel importante en mi escritura y lo seguirá jugando en lo que os presento en este libro.

 De todas formas a lo mejor no merece mucho la pena tratar de definir la felicidad porque como decía Unamuno:

La felicidad es una cosa que se vive y se siente, no es una cosa que se razona y se define.

¿De qué te sirve meterte a definir la felicidad si no logra uno con ello ser feliz.

         Y lo que realmente merece la pena es buscarla y encontrarla.

 

 

 

 

 

 

 

 

En mi cabeza: mi idea

 

Aunque el lector no podrá tener una idea exacta de lo que pienso sobre la felicidad hasta haber leído la totalidad de este libro, si puedo adelantar algunas opiniones por tenerlas ya escritas en libros o artículos anteriores, o por haberlas hecho públicas en algún acto de presentación de alguno de mis libros. He aquí algunas:

 

 

La importancia del Eros

 

El Eros: amor, deseo, sexo, ternura...; el Eros global, o como lo queramos llamar, tiene una importancia primordial y fundamental en todo mi discurso. Primordial en el sentido de primero, aunque no único, y fundamental porque sirve de fundamento para el resto de principios sobre los que baso mi idea.

Antes de seguir quiero dejar clara una cuestión previa: mis escasos conocimientos de la filosofía. La educación franquista debió de tener bastante culpa. En mis cuatro años de bachiller y mis tres en la escuela de magisterio solo recuerdo haber tenido una asignatura de filosofía y otra de ética. Después intenté hacer psicología y fue allí donde tuve algún contacto con la filosofía gracias a un profesor muy tolerante y comprensivo, que me aprobó su asignatura simplemente con la presentación de un trabajo que realicé sacando conclusiones de una novela que nunca se llegó a publicar. Las dificultades de compatibilizar el trabajo con los estudios -tardaba más de una hora en llegar desde el colegio a la facultad de psicología-y el pleno apogeo de mi vida sentimental con sus dilemas, como se verá más adelante, unidos a mi incipiente interés por la escritura, hicieron que solo llegase hasta el tercer curso. Después mi relación con la filosofía ha sido la propia de un autodidacta que tampoco le ha dedicado una atención especial hasta estos momentos.

 Quiero dejar esto claro para que nadie piense que algunas de mis afirmaciones, tanto de las que voy escribiendo en este libro como de las que ya tengo escritas en otros, fuesen causa de mis reflexiones sobre el pensamiento filosófico de algunos de los autores que voy nombrando. Más bien se deben a casualidades, a coincidencias del azar o estados del pensamiento innatos en el subconsciente. Pero esto ya sería otro ensayo. Así pues, primero he escrito, después he leído y por último establezco algunas relaciones entre lo ya escrito por mí y lo que después he leído para documentarme para la escritura de este libro.

Dejado esto claro, el eros, digo, es fundamental para la consecución de la felicidad. Por ello es necesario dominarlo todo. Empezando por su nacimiento y siguiendo por sus clases y su conocimiento, para terminar por sus cualidades. Y hacerlo desde el convencimiento de que cada uno es su dueño. Está bien leer y conocer las ideas de los demás, pero al final cada uno es dueño de sí mismo y está capacitado para decidir sobre el nacimiento, el conocimiento y las propias cualidades de eros. Este dominio de eros hace que cada uno lo pueda configurar a su imagen y semejanza, que es la mejor forma de estar satisfecho con él y con uno mismo.

El eros es adaptable a las necesidades de cada persona. Para ello es imprescindible dotarlo de las cualidades que son beneficiosas para conseguir dichas necesidades. Es preferible dotarlo de la cualidad de la entrega frente a la de la posesión, la del respeto a la de la agresión, la del reparto a la del dominio o la de la generosidad a la del egoísmo. La entrega, el respeto, el reparto y la generosidad son las mejores cualidades de eros. Dar como punto de partida, pues siempre hay otro punto, el de llegada: recibir. Es imprescindible saber empezar el camino por el lugar adecuado para poder llegar a buen fin. Recibir es consecuencia de dar, y hay que saber recibir, sí, pero al final. Si lo hacemos a la inversa, pensamos primero en recibir para dar en función de lo que recibamos, nos habremos equivocado. Y entonces estamos eligiendo el camino que nos puede llevar a quebrantar la voluntad del otro: a quitar en vez de a dar.

El eros dual del que nos habla Platón en el discurso de Pausanias tiene su relación con el propio título de este ensayo -Vida y Libertad-  y aunque mi concepción es distinta de la de él -se asemeja más al concepto de Unamuno-  sí que me llama la atención y me invita a hacer una breve reflexión. La dualidad del eros nos da tranquilidad, y la tranquilidad, el sosiego, la calma, son aditivos exquisitos para conseguir el caldo definitivo de la felicidad. Saber armonizar la realidad -lo que se tiene- con la fantasía -lo que se desea- es evitar entrar en una lucha que produce desazón y tristeza.

 También encuentro relación con la obra de Platón en mi idea de: Ser dos en uno y al mismo tiempo ser tres -Tetas: la fuente de la vida. Ella en su corazón-. Está relacionado con el discurso de Aristófanes y el mito de la causa del eros en la humanidad.

Lo bueno de una lectura es que sea crítica. Que el lector dialogue con el autor y que le muestre sus puntos de encuentro y sus desacuerdos. La visión del tiempo es propia del lector, él es quien hace los cálculos y quien deduce si lo escrito es de hace cien, mil o dos mil años. En función del tiempo, el lector se debe hacer más tolerante y comprensivo. Tiene que hacer verdaderos esfuerzos para situarse en el punto de vista de las personas que vivieron en aquel momento y configurar en su mente aquel modelo de sociedad. El autor no, el autor escribe para sus lectores presentes, y aunque piense que sus escritos puedan perdurar en el tiempo nunca sabrá con exactitud cómo será la sociedad del futuro ni cómo serán las mentes de las personas que lo conformen. Así pues, siendo comprensivo y tolerante con la lectura del Banquete, puedo seguir manifestando que aunque discrepo de muchas afirmaciones, su idea de la eternidad, sí estaría en algo de lo que yo ya tengo escrito.

Además de en la frase mencionada anteriormente, estaría en mi intento de recuperar a La Musa, después de ser asesinada, a la vida a través del recuerdo -Tetas la fuente de la vida- . Para conseguirlo se entabla un diálogo en la mente del Escritor, entre él y La Musa, que concluye con las siguientes reflexiones de ella:

¾  Primero fue una relación virtual.

¾  Después vivimos una realidad maravillosa, pero tú te escapaste y  cuando te tuve más cerca es cuando estuviste más lejos.

¾Y ahora es el momento del recuerdo. Estaremos unidos en el recuerdo.

Unidos en el recuerdo. Y con esta recuperación el Escritor escribe su tercera historia. La Musa vuelve a la vida a través de la mente del Escritor y se convierte en inmortal. La idea de la eternidad, independientemente de su relatividad y de la contradicción que ello implica -si es relativo no es eterno- fortalece al Eros y le da vida. Los recuerdos forman parte del Eros global y lo convierten en inmortal.

Si yo fuese dado a los mitos, a poner uno a las frases hechas: Ser dos en uno y al mismo tiempo ser tres, sería el mito de la eternidad relativa y completaría el mito de la causa del eros en la humanidad. 

Y añado lo de relativa, porque aunque lo convierta en un oxímoron, me da pie para hacer las siguientes reflexiones sobre el libro de Platón, sobre el Eros y la felicidad, y sobre la eternidad.

El eros de la eternidad relativa estaría ligado a la incertidumbre de nuestra época: el planeta no durará siempre. O no durará siempre en la forma en que está ahora. Y entonces la relatividad no estará solo sujeta al tiempo, sino también a la forma.

Esto, que parece una verdad absoluta, me da pie para opinar sobre lo de la eternidad relativa, puesto que si no tiene cabida la infinita, en el tiempo, la relativa estaría condicionada al uso que demos los humanos de nuestro planeta. Un uso sabio y bondadoso nos llevaría esa relatividad al máximo tiempo posible, es decir al tiempo que tardase el planeta en desaparecer según las leyes del universo. Por el contrario, un uso desacertado, necio y malvado, aceleraría el proceso de finalización en el mismo grado que la propia necedad o maldad de los humanos tuviese. Cuanto más necios y malvados sean los hombres más corto será el periodo de relatividad de la eternidad del planeta.

En el otro aspecto, en el de permanecer en la eternidad mientras permanecen los recuerdos, creo que también merece la pena hacer una pequeña reflexión. Una reflexión que yo ligo a los adelantos tecnológicos y a la manía de sustituir a nuestra mente por un disco duro, las personas cada vez somos más cómodos y preferimos que recuerden los aparatos a recordar nosotros. Hasta somos capaces de subirlos a una nube para estar más tranquilos. Creo que de esta forma estaremos trasladando la eternidad de los humanos a la eternidad de las máquinas. Por poner un ejemplo: ahora millones de personas tienen en su mente la idea del Quijote -luego, Cervantes permanece vivo en el recuerdo- cuando pase a estar solo en Google habrá desaparecido de la inmortalidad de los humanos y habrá pasado a la inmortalidad de las máquinas. Y si el humano alguna vez tropieza con la palabra Cervantes irá a Google y allí lo encontrará, pero igual que lo encuentra lo olvidará y así la eternidad será más fugaz. Su relatividad será más corta y se limitará al tiempo de la curiosidad y no al de la sapiencia. Solo si se usa internet como sucedáneo, y lo controlamos y dominamos, al mismo tiempo que mantenemos la primacía de nuestros recuerdos podremos alargar un poco más la relativa eternidad.

 

El Eros es, pues, duradero si participamos de su nacimiento, si tenemos pleno conocimiento de sus formas o clases, y sobre todo, si lo dotamos de las cualidades que lo hacen perdurar y si se ponen los medios para allanar su camino y eliminar los obstáculos. Es una norma genérica: una carretera se estropea si no se arreglan los baches. Allanar el camino es una tarea diaria.

 

 

La vida es una suma, lo importante es saber lo que se suma.

 

Si la idea del eros es fundamental, la idea de la suma no lo es menos en mi acercamiento hacia la felicidad. Es una frase que tengo como lema al inicio de mi página web y que me ha servido para iniciar alguna de mis intervenciones acerca de lo que significa para mí la escritura. Sumar afectos no cabe duda de que nos hace más felices. En el caso de eros, que es el que nos ocupa, la suma es imprescindible para conseguir ese Eros total del que nos habla Eriximaco y para hacer más larga esa eternidad relativa que anteriormente mencionaba. En una larga vida amorosa hay muchas cosas que sumar, y de ahí la importancia de saber lo que se suma, si sumamos lo agradable: las caricias, los mimos, los orgasmos, la procreación y los momentos gratos que conlleva; no cabe ninguna duda de que seremos más felices que si sumamos los enfados, los agravios, las frustraciones o los momentos dolorosos. Por poner un ejemplo muy de eros, si sumamos los orgasmos disfrutados por una pareja estable y lo valoramos serenamente: ¿cuántos pueden haber sido? Sin entrar a detallar, porque podría suponer un desgarro excesivo de la intimidad de cualquiera, llamemos A, a los de la mujer; y B, a los del hombre.   Si sumamos A y B la felicidad aumentará. En una pareja compartir los orgasmos del otro es importante para la idea de la felicidad que quiero exponer. Porque cuando A y B llegan a su punto cumbre, algunos pueden pensar que lo más lógico es abandonarse cada uno a su suerte y disfrutar. Y puede ser importante, pero es perderse la otra mitad. Quizá el hecho de escribir me permita tener una visión distinta, o a lo mejor es una visión mayoritariamente compartida, pero lo cierto es que para escribir, y para hacer que tus personajes sean creíbles, la única solución es meterte en su pellejo: escribir desde su punto de vista. Rosa Montero lo plantea también en su libro: Siempre he pensado que el sexo es una vía maravillosa para poder ponerte en el lugar del otro. La conclusión es que si eres capaz de meterte en la piel del otro y disfrutar de su gozo, entonces habrás conseguido la increíble oferta del dos por uno.

 

 

La empatía.

Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos.

 

La suma, y saber lo que se suma, es pues, muy importante para mí. La empatía también. La empatía me lleva a matizar sobre el amante y el amado del que habla Platón en El Banquete. Antes de seguir, es conveniente matizar que nos debemos situar en una sociedad de hace 2500 años y en la que la homosexualidad, sobre todo entre los hombres, estaba tolerada y bien vista. Precisamente por eso, porque en estos años han pasado muchas cosas es por lo que podemos manifestar que el Eros actual debe de ser el de los amantes en igualdad o el del amante y el amado en situación de intercambio continuo.

Mientras que en el Eros del amante y el amado siempre hay un dominador y un dominado: un dueño y un esclavo. En los amantes en igualdad ambos son dueños y esclavos a su antojo. Y esta sería mi idea del  Eros de la igualdad. Frente al Eros del amante y el amado y el discurso para fijar los límites del consentimiento, mi idea del Eros de la igualdad: el Eros de los amantes con idénticos límites de consentimiento.

Y esto solo se consigue con la empatía. En mi escritura he procurado usar la empatía para conseguir ese amor en igualdad. Empatizar una persona con otra significa ponernos en su lugar, lo que nos permite conocer sus emociones y nos facilitará la comunicación.

La empatía es imprescindible para la creación artística. En la escritura es necesaria para dar vida a los personajes. Yo procuro repetir capítulos, sobre todo, los relacionados con situaciones amorosas, lo hago primero desde un punto de vista, de él o de ella, y después desde el contrario.

En Nosotros, Los abuelos, narro la primera relación amorosa entre ellos, primero, desde el punto de vista de ella; y después, desde el punto de vista de él. La misma situación desde dos puntos de vista, pero no basta con el punto de vista del escritor: es el personaje quien tiene que meterse en la piel del otro, y entenderlo, para sacar una conclusión.

 

Cuando notó que el roce de sus labios no tenía el fuego de otras veces, cuando se dio cuenta de que en las caricias y besos, que ahora continuaban, había más ternura y menos pasión, perdió todos sus miedos, se abandonó a la contemplación y al deleite, a acariciarle el cuello, a colmarle de besos, a disfrutar de sus caricias, porque las manos de él, apagadas del fuego, seguían introduciéndose entre sus ropas buscado las partes más escondidas y más secretas, sus partes más íntimas, y ahora gozaba de su tacto, un tacto suave, lento, delicado… y se encendió como él se había encendido antes, y se sofocó con los mismos sofocos que había contemplado en él, y reventó de satisfacción y se fundieron en un abrazo estrujándose sus cuerpos.

 

Cuando ella se puso en el lugar de él, lo entendió y sacó una conclusión: perdió todos sus miedos.

 

Cuando él explotó, notó cómo ella se quedó parada. La notó asustada, aturdida, avergonzada. Y fue entonces cuando lo entendió todo. Y comenzó a acariciarla para volverla a la vida, la acarició como no lo había hecho nunca, la llenó de besos, le ensalivó el cuerpo, le lamió los pechos, se entregó a la dulzura de sus besos y a inhalar el olor de su cuerpo hasta que la notó resucitada, entregada, satisfecha…

 

Cuando él se puso en el lugar de ella, lo entendió todo, y sacó una conclusión: la acarició como no lo había hecho nunca.

 

 

Encontrar tu sitio

 

Encontrar tu sitio es muy importante, ese fue mi deseo en mi felicitación del año 2019:

 

Tu sitio

Encontrar tu sitio es imprescindible para llegar a la felicidad. Tu sitio es fundamental primero para echar raíces y después para florecer y dar frutos. Con las raíces, las flores y los frutos encuentras tu lugar en el mundo.

Si tú ya lo has encontrado, que lo disfrutes, y si no, te deseo que lo encuentres en el 2019 y seas feliz.

 

 

La solidaridad

 

Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros. RAE.

 

La solidaridad es el fruto de la empatía. Es un sentimiento y una actitud de unidad basada en metas comunes. Es ayudar sin pedir nada a cambio. Aunque volveré a ella en un apartado específico, quiero dar ahora una simple pincelada: La solidaridad se mete hasta los huesos, como el color penetra en los poros del papel, así penetra el afecto en los corazones de las personas cuando se empatiza con ellas y se consigue su fruto. La solidaridad cierra el círculo de la felicidad.

 

 

La metáfora

 

Tal vez la mejor forma de acercarse a la felicidad sea la metafórica. La poesía es metáfora y las religiones también.

Alguna vez he escrito que lo que nos dicen que es incomprensible, en realidad, no lo es. Que solo nos lo dicen para que no nos paremos a pensar. Ponía el ejemplo del misterio de la Santísima Trinidad y una metáfora mía sobre la felicidad.

Es imposible comprender, nos han repetido durante toda la vida, el misterio de la Santísima Trinidad. No tienen cabida en la mente humana. Y a mí me parece fácil si lo hacemos desde el punto de vista de que son términos metafóricos para explicar con sencillez lo que es la felicidad. Yo decía que la felicidad consistía en comer, en hacer el amor y en ir al cine y hacía la siguiente comparativa:

Comer es el HIJO que multiplica los panes y los peces para alimentar a sus seguidores, que convierte el agua en vino, que come en casa de los pobres y que celebra su última cena rodeado de sus amigos. Hacer el amor es el PADRE que crea el mundo en siete días e ir al cine es el ESPIRITU SANTO, que es la belleza, el canto, lo etéreo, la creatividad.

Sí, la felicidad es una metáfora. Es la metáfora de nuestra vida, nos dicen que no la podemos alcanzar y la tenemos a la vuelta de la esquina.

 

 

La felicidad según mi padre

 

Observar la felicidad en los demás es una ayuda importante para conseguirla nosotros. La familia es el primer lugar donde hay que buscarla. Para ello hay que desechar los momentos negativos de nuestra vida en familia y quedarnos siempre con los positivos.

Cuando escribí Nosotros mi padre no hablaba, solo miraba, estaba en silla de ruedas y cuando lo paseábamos, cuando le hablábamos o cuando le besábamos no decía nada, porque no podía ya emitir palabras, pero de vez en cuando se emocionaba y una lágrima resbalaba por su mejilla.

El final de la vida es el momento más doloroso. Siempre esconde los momentos felices que ya forman parte del pasado y que se han convertido en recuerdos. Por eso es necesario refugiarnos en el pasado. Rescatar los recuerdos y vivir con ellos. Yo lo hice, trate de salvar la angustia de mi padre imaginándome para él una muerte más dulce, si es que se puede llamar así a una muerte que esquive el dolor y la angustia. Sabía que para él era imposible, porque en esos momentos ya no se podía entablar más comunicación con él que la de los gestos. Por eso escribía sobre todo para mí, para que su angustia no me contagiase y para que pudiese hacer frente a su mirada con un rostro que no fuese el reflejo del suyo. Pensaba que algo conseguiría, pues si ya solo quedaban las miradas y las caricias, que ellas fuesen el camino para transmitir las únicas gotas de calma y de serenidad que yo podía hacer.

Los recuerdos los intenté plasmar en el libro, recuerdos suyos y recuerdos míos, recuerdos que buscaban los momentos felices, pero también los momentos de incomprensión.  Siempre queda alguna frase no dicha, conversaciones que no llegaron a producirse, ayudas que no nos atrevimos a pedir o consejos que no nos llegaron a dar. Todo lo intenté recuperar en ese libro.

Y su muerte se produjo antes de que el libro viese la luz, pero el capítulo de Muerte sí lo escribí con anterioridad a que la real llegase. Imaginármelo fue muy doloroso, pero me sirvió para hacer frente a su pérdida con mayor serenidad, era como vivir lo que ya había vivido, como hacer frente al duelo cuando ya casi lo tenía superado. Y en esos momentos del dolor amortiguado por haberlo escrito, me di cuenta de que en los recuerdos de mi padre se encontraba su felicidad. La felicidad que nos había querido transmitir a los demás la resumí en un párrafo:

 

Fue una persona que se conformaba con lo que tenía. Qué difícil resulta en nuestros días ser así. No ambicionar más de lo necesario, valorar lo justo y disfrutar de lo que se tiene, encontrar la satisfacción en tener lo que se necesita y no buscarla en lo superfluo.

 Nosotros: Muerte.

 

 

La felicidad según mi madre

 

Cuando escribo estas líneas mi madre tiene 91 años, está en una residencia y está contenta. Disfruta en las comidas familiares cuando nos reunimos todos. Una se celebra por las fechas navideñas. Nos juntamos más de 30 y ella tiene cara de felicidad, o al menos a nosotros nos lo parece. Cuando vamos a verla  a la residencia lo más normal es encontrarla jugando a la brisca. Las cartas son su entretenimiento: es disfrutar de lo que se tiene.

Cuando hablamos con ella por teléfono siempre nos despide así: Besos para todos y así no me olvido de nadie.  Y se nota en su voz la alegría de vivir. Mi madre será, pues, en esta historia, un personaje vivo que gozará de la inmortalidad de los personajes. Así, ella aportará a la felicidad ese añadido continuo que nos siembra de dudas el concepto. Por un lado, no sabemos nunca si hemos llegado al final, y por otro, estamos seguros de haber alcanzado la cima. Y, aunque algún día fallecerá, como persona biografiada, como personaje, estará condenada a vivir eternamente.

Y así mis padres se habrán convertido en dos personajes. En los dos personajes de esta historia. Él, que como Vida, pereció dejándonos la felicidad en el recuerdo; y ella, que como Libertad, durará eternamente en nuestros sueños.

 

Quizá la felicidad sea conformarse con un poco menos de lo que se desea, pero, como decía al principio, entenderéis que mi idea final sobre la felicidad se concretará con la lectura de este libro. Y aunque yo manifieste mis opiniones, será el lector quien tenga la última palabra.

 

 

 

VIDA Y LIBERTAD

 

 

         Adolescencia

La adolescencia es un periodo de desarrollo biológico, psicológico, sexual y social inmediatamente posterior a la niñez y que comienza con la pubertad. Es un periodo vital entre la pubertad y la edad adulta, su rango de duración varía según las diferentes fuentes y opiniones médicas, científicas y psicológicas, generalmente se enmarca su inicio entre los 11 y 13 años, y su finalización a los 19 o 21 años.

 

Mi adolescencia fue muy complicada, como todas las adolescencias, me imagino, pero fue el origen de mucho de lo que he escrito y por eso a la hora de comenzar este capítulo no puedo por menos que reconocer que Vida y Libertad tienen su origen en mi adolescencia. En ella puse los cimientos y por eso a la hora de recordar tengo que empezar por ella.

No sé bien cuándo empezó, ni siquiera si ha terminado aún, pero descubrí el dilema que marcaría mi existencia. La fantasía del cine se apoderó de mí y me hizo confundir lo real con lo soñado. Soñaba dormido y soñaba despierto. Lo que hice en el primer momento fue construir mi mito erótico. La mujer perfecta, la que veía todos los días en la pantalla del cine.

Todas las protagonistas me encantaban, pero hubo dos que me impregnaron de su esencia de una manera especial: Natalie Wood (West Side Story, Rebelde sin causa, Esplendor en la hierba) y Andrey Hepburn (Vacaciones en Roma, My Fair Lady, Sola en la oscuridad). Mujeres inalcanzables, intocables, no se las puedes palpar, ni oler, ni lamer…, no se puede llegar a ellas despierto. Pero sí dormido, escondido entre unas sabanas suaves, también adolescentes, puedes hacer realidad sus besos,  puedes acariciar y ser acariciado, y al tiempo que tus párpados se cierran,  sin darte cuenta apenas, pasas del mundo real al imaginado, y puedes hacer todo lo que antes te resultaba imposible. Porque en ese instante del paso de lo real a lo onírico, las descubres con toda la fuerza que propicia una pantalla gigante y llegas hasta ellas a través de la fantasía. Entonces tú vuelas a la misma pantalla gigante, engrandeces tu alma, compartes sus emociones, multiplicas tus sensaciones y explotas virginalmente en el lecho.

 Ellas, con sus ojos, con sus caras, con cuerpos, con sus movimientos… Ellas, en sus dos versiones: una más dulce y la otra más sensual, me sirvieron para descubrir la sexualidad…

Y a Libertad.

Aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello
Que en mi juventud me deslumbraba

Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porqué la belleza subsiste siempre en el recuerdo.

                        William Wordsworth: Esplendor en la hierba

 

La familia que me acogió en Segovia cuando fui a estudiar con tan solo once años era muy religiosa, como todas las familias de entonces, o casi todas, supongo. Eran primos de mi padre y el trato fue siempre muy cariñoso. Tenían una hija que era un año mayor que yo y nos trataban a ambos como si fuésemos hermanos. En realidad, en el aspecto hogareño, la vida en Segovia se diferenciaba muy poco de la vida en el pueblo, en ambos casos reinaba un ambiente familiar lleno de afecto y nunca tuve la sensación de estar en casa extraña. Las relaciones entre las dos familias eran muy intensas y yo era el punto de unión en las visitas que mis padres hacían a Segovia en los inviernos o las que mis primos, yo les llamaba siempre tíos en señal de acercamiento, hacían al pueblo en los veranos. Las normas de la casa: horarios de comidas y de llegadas nos afectaban por igual a mi prima y a mí. Una de esas normas era ir a misa todos los domingos y confesarnos al menos una vez al mes.

Fui muy dócil hasta los 14 años. Íbamos juntos a misa, a la iglesia de la parroquia, y paseábamos los cuatro saludando a las muchas personas que mis primos conocían y que se cruzaban en nuestro camino en los días festivos. Las confesiones fueron mías desde que conseguí tener una cierta autonomía y supe que había otras iglesias más lejanas de la parroquial y otros curas más desconocidos que los que mis primos me aconsejaban. Entonces cuando me hablaban de que era tiempo de confesiones yo les respondía que iría un sábado por la tarde a una iglesia que estaba un poco más alejada del barrio y más próxima al centro de la ciudad. Allí recorrí todos los confesionarios en cuya cabecera siempre figuraba el nombre del confesor, yo lo memorizaba para no repetir con ninguno, y así, no contar las mismas tonterías a la misma persona. Porque pronto me parecieron tonterías esos pecados que ni siquiera tenían nombre y que me obligaban a refugiarme en el sexto o noveno mandamiento, porque nunca sabía bien a cual correspondía a pesar de que el hombre de negro trataba de ayudarme hablándome de tocamientos, de actos de impureza y de palabras acusatorias que cuando salían de su boca iban acompañadas de diminutos salivazos y de un hilo blanquecino que se quedaba pegado entre el labio superior y el inferior. 

Tendría 14 años cuando me harté de visitar confesonarios, aparatos de madera carcomida y reiteradamente pintada con dos lados perfectamente diferenciados: uno lateral para las mujeres, que se refugiaban tras un ventanuco y una rejilla; y otro frontal con dos portones, uno que siempre estaba cerrado y por el que accedía el confesor, y otro siempre abierto que estaba dispuesto para recibir a los pecadores. Me aparté del confesonario y sustituí la fe por la razón. Me harté de inclinarme ante esa puerta cerrada tras la que se escondía un hombre de negro. Me harté de ser cogido del antebrazo por un hombre con olor a viejo, con aliento podrido y sudor en las manos. Un hombre que cada vez era distinto porque buscaba en el cambio de cara esconder mi miedo a descubrir mis intimidades.

Cambié el futuro escondido entre las tinieblas por el futuro que encontraba en los libros, en la gente y, sobre todo, en mi fantasía, y dejé de creer. Dejé de creer en ese concepto que llaman fe, que nunca supe dónde estaba, para creer en mí mismo y en las personas que estaban a mi alrededor. Busqué en los libros y busqué en la gente, pero, sobre todo, busqué en el cine. Primero fueron programas dobles en sesiones de tarde, todos los fines de semana en los cines Juan Bravo o Cervantes, y después películas de mayores porque crecí pronto y a los 16 años ya pasaba tranquilamente a ver las películas reservadas para los mayores de 18, ya que a mí nunca me pedían el carné. Entonces fue cuando descubrí a Natalie Wood y a Andrey Hepburn y con ellas Libertad adquirió su dimensión mítica. Y empecé a creer en Libertad.

Primero estaba escondida tras la pantalla aunque algunas veces por la noche venía a mi cama y en la oscuridad, atrapada por las sábanas y el calor de mi cuerpo, me besaba. Entonces una suavidad gelatinosa se pegaba a mis labios y unas manos lisas y suaves me acariciaban por todo el cuerpo y me hacían saltar de gozo.

Después todo se mezcló y se confundió. Los sueños del cine se reflejaron en personas reales, mujeres más mayores que yo a las que veía las mismas virtudes y la misma morbosidad que a las estrellas del cine.

 

Mi tío compraba todos los domingos el ABC. Los primeros años, cuando les acompañaba a la misa de 12, lo compraba a la vuelta y yo me pasaba todo el día esperando que lo aparcara en la mesa camilla de la sala que hacía las veces de comedor y de mi dormitorio, para poder ojearlo. Entonces buscaba la cartelera en la que anunciaban las películas que echaban en los cines de Madrid y contaba los días que tenían que pasar hasta que llegasen a los cines de Segovia.

Escaleras interminables y brazos abiertos se repetían todas las semanas en la misma página del dominical del ABC desde el año 1.963. Y pasaron años hasta que ese cartel llegó a Segovia. Entonces eran otros tiempos, las películas se mantenían en cartelera por tiempos interminables y yo incrementaba su valor, y, por consiguiente, las ganas de verlas, a medida que el número de semanas aumentaba: 40, 50 99, más de cien semanas ininterrumpidas llevaba West Side Story en Madrid, ninguna había permanecido tanto tiempo en cartelera. Por eso tenía que ser la mejor, y yo pasé más de tres años esperándola.

Descubrir a Libertad en la pantalla grande del cine Cervantes tiene sus ventajas. Cuando West Side Story llegó a Segovia yo tenía quince años, tiré la casa por la ventana, y saqué una entrada de delantera de anfiteatro. El anfiteatro era una zona superior a la sala de butacas y la primera fila, con una barandilla donde apoyaba mis brazos: era mi sueño. Era un poco más cara, pero la pantalla se veía entera desde cualquier parte de la fila, aunque yo en esta ocasión fui madrugador y saqué la entrada con antelación para conseguir una butaca central y ver la pantalla en su plenitud. Habitualmente estaba apuntado al gallinero. Era la parte más alta del cine: el sobrado. Estaba a ambos lados de la sala de máquinas y solo se veía la pantalla completa desde una parte de la primera fila. Las filas no estaban numeradas por lo que los primeros en llegar eran quienes cogían los sitios de visibilidad completa. Yo siempre llegaba un cuarto de hora antes de que abriesen las puertas del cine para estar de los primeros y subir corriendo las escaleras para conquistar los mejores puestos. Y casi siempre lo lograba gracias a mi estatura y a mi agilidad para subir los peldaños. La primera fila estaba separada del pasillo y de la fila que se llamaba delantera del paraíso por una barandilla de madera donde podías apoyar los codos y ver con mayor comodidad la película. La delantera era una fila numerada, también estaba situada a ambos lados de la sala de máquinas, pero en este caso los números de la parte central si tenían visibilidad completa, no así los laterales que, aparte de tener una posición incómoda, desde ellos se veía la pantalla con más dificultad que en los mejores sitios del gallinero.

         Descubrir de esta forma a Libertad tuvo sus ventajas: mi timidez. Esconderme en lo majestuoso de la pantalla me hacía tímido y reservado, me aterraba hacer frente a las personas reales y por eso hablaba mejor con las figuras de la pantalla que con las personas que se cruzaban en mi camino. El hablar más con uno mismo que con los demás también tuvo sus ventajas: a lo largo de mi vida me he comunicado mejor por escrito que en conversaciones en las que cada tertuliano tiene que pelearse por su palabra.

         Pero también tuvo sus inconvenientes. Mientras mis compañeros ligaban en los bailes o acudían fácilmente a los guateques y paseaban por las calles con una chica agarrada de su mano, yo lo tenía que hacer agarrándome a mí mismo. Pero la timidez se vence y cuando lo haces consigues también sacar su punto bueno. El no ser descarado a la hora de enfrentarte a la mujer te infunde respeto. El pensar mucho las cosas antes de tomar decisiones te obliga a ponerte en el lugar del otro, en este caso de la otra, entenderla mejor y respetarla. Creo que todos en la adolescencia deberían ser un poco más tímidos, a veces se quiere combatir la timidez con agresividad y eso es totalmente nefasto.  Aceptarla, saber convivir con ella y superar sus aspectos negativos creo que es importante para conocer tu intimidad y a través de ella descubrir que el resto de personas también la tienen y que se la debemos respetar.

 

Mi etapa de adolescencia concluyó, si es que se pueden considerar los 22 años como edad apropiada -tardía quizá- para darle carpetazo, en la primavera del 73. Creo que, más que por la edad, el final llega cuando surge algo inesperado que te obliga a reordenar tu mente.

 

 

 

 

Libertad

 

Capacidad de los seres racionales para determinarse a obrar según leyes de otra índole que las naturales, esto es, según leyes que son dadas por su propia razón; libertad equivale a autonomía de la voluntad.

Kant

 

 

La primera vez que Libertad tuvo rostro de mujer aún no habían entrado en mi mente Natalie Wood ni Andrey Hepburn. Solo la habitaban las heroínas de Robin Hood, del Zorro o de las películas de espadachines  o vaqueros del oeste.

Mi prima me acompañó al instituto masculino cuando empecé tercero de bachiller. Ella iba a quinto curso de bachillerato. El bachillerato constaba de tres cursos: 5º,6º y PREU y era mixto, ocupaba, en el edificio, un ala distinta a la de bachiller y estaba separada por un largo pasillo.

El impacto del primer día fue espectacular. Ella, con quince años y un ajustado vestido rojo muy por encima de las rodillas, iba guapísima. Yo, aunque era un año menor, tenía casi su misma estatura; ambos hicimos una entrada triunfal: ella causó la admiración de los chicos mayores y yo fui la envidia de mis compañeros de curso.

Tenía catorce años y por primera vez me sentí el protagonista de una película diseñada a mi antojo. Los ojos libidinosos de mis compañeros del curso pasado (llevaba todo un verano sin verlos y algunos habían dado un estirón tan  considerable que parecían distintos) me elevaron a los cielos. Yo, al lado de una chica impresionante, me sentía el dios del universo. Era el protagonista de todas las películas que había visto el curso anterior. De repente todas las mujeres que me habían hecho soñar desde una pantalla caminaban conmigo. Lentamente recorrimos los escasos metros de acera y de patio antes de encontrar yo mi puerta de acceso y de buscar ella la suya.

Con la irrupción de mi prima en el mundo real, Libertad se aproximó a mi desde otra perspectiva: era tan inalcanzable como la que veía en la pantalla, pero hacía volar mi imaginación hasta unos niveles insospechados tan solo unos meses antes.

Mi prima fue la primera vez que Libertad salió de la pantalla gigante para caminar a mi lado. Me acompañó durante un curso entero, la mayor parte de los días, en el recorrido de ida hasta el instituto. Y me acompañó en el hogar: comíamos juntos, estudiábamos juntos en la misma mesa, compartíamos risas, compartíamos miradas, alguna vez un par de besos en la mejilla..., y compartíamos secretos. Pero nunca nos agarramos de la mano.

Compartíamos secretos porque cuando no estaban sus padres y se reunía con sus amigas me hacían cómplice de sus escarceos amorosos. A ellas les gustaba hablar de los chicos en mi presencia. Opinar sobre cuál estaba bueno y cual era un esmirriado y pedir mi opinión les debía de parecer morboso, porque lo hacían con frecuencia a sabiendas de que eso a mí me ruborizaba. Utilizaban términos prohibidos en presencia de las personas mayores diciendo cuál estaba para comérselo o para echarle un polvo. Y cuanto más nervioso me veían más profundizaban por los caminos eróticos:

¾Y tú, ¿sabes ya lo que es un calcetín de viaje?

 Yo salía del aprieto lo mejor que podía, eludiendo la respuesta o dando una que sirviese para disimular lo que realmente sabía, pero siempre tartamudeando y lleno de vergüenza, aunque en el fondo estaba satisfecho por el ligero cosquilleo que sentía por el interior de mi cuerpo. Y ellas aprovechaban mi azoramiento para partirse de risa.

Ella fue el detonante perfecto para que las heroínas que aparecían en la pantalla tuviesen continuación en la vida real con caras distintas y aventuras nuevas que a mí me parecían tan reales como la que vivía con mi prima.

La segunda vez que Libertad salió de la pantalla fue en verano y en mi pueblo. Era también una adolescente de quince años, debía de tener fijación por las quinceañeras, aunque para esas fechas yo ya había dejado los catorce y me había aproximado a los dieciocho. También tenía un vestido ajustado al cuerpo y muy por encima de las rodillas, pero esta vez no era rojo, era de un color verdoso con alguna flor amarillenta estampada. Ella veraneaba y yo trabajaba. Yo siempre trabajaba en mi pueblo en verano. En esos meses tenía que compensar todo el esfuerzo que mis padres hacían durante el curso para que pudiera estudiar. Las tareas del campo me las conocían todas a la perfección, después quedarían reflejadas para siempre en mi primer trabajo literario:

 

Aquí las cosas siguen como siempre, no hemos terminado aún de meter la hierba. ¡Tú bien sabes lo pesado que es eso, lo mal que se pasa y las ganas que tenemos siempre  de terminar! Es la peor tarea del verano, aunque ahora en paquetes se recoge mejor, ayer nos empacaron el prado de la Nava Arriba y mañana nos empacarán la tierra de Víctor.

 

La cebada ya la hemos segado entre padre, madre y yo. Nos ha tocado madrugar  bastante, un día a las cinco y media y otro a las cuatro y cuarto. Este día, cuando llegamos a la tierra, aún no había amanecido, la primera ducha la echamos casi sin ver, menos mal que no había cardos como en aquella otra ocasión cuando tú y yo llegamos a arrancar yeros a la tierra de Don Juan y yo me piqué con los cardos porque todavía no se veía, o cuando llegamos a la tierra de la Puente la Vega antes de salir el sol, y hacía un frío que pelaba y yo sólo hacía que dar vueltas y soplarme las manos mientras tú me decías que estaba de palo de la luz. Esta vez hemos tardado dos mañanas, el último día nos quedó un poco, pero al día siguiente, antes de las ocho, estaba terminado.

 Cartas del Sáhara nº 7

 

Mi nueva Libertad se paseaba por el pueblo con su vestido ajustado al cuerpo y cimbreando la cintura mientras yo acarreaba la mies, daba la vuelta a la parva o volvía del campo cansado del trabajo.

El 15 y 16 de agosto se celebran en el pueblo las fiestas de Nuestra Señora y de San Roque, esos días son especiales: no se trabaja, y los chicos del pueblo convivíamos con los veraneantes. Un año, con mis dieciocho años a cuestas y la carrera de maestro recién terminada, hicimos una excursión al rio Cega. Nos juntamos una pandilla de más de una docena entre chicos y chicas. Compramos unos kilos de chuletas en la carnicería del pueblo y nos dispusimos a disfrutar de un día de baño con comida campera. Libertad resaltaba entre todas las demás, pero yo tenía asumido que acercarme a ella era tan imposible como acercarme a Natalie Wood o Andrey Hepburn, por eso me limité a encender la lumbre y a preparar un dispositivo que evitase que las chuletas recogiesen más cenizas que las indispensables y a banalizar mis frases con comentarios más o menos acordes con el contenido insulso, a veces jocoso e irónico, de las conversaciones.

Las conversaciones en grupo, y sobre todo de jóvenes, carecen siempre de sustancia y se limitan a vaguedades y chistes con la única finalidad de llamar la atención y de ser protagonista durante unos segundos ganándote la atención del grupo. Yo compaginaba mis alusiones banales a la conversación con mis pensamientos íntimos sobre las relaciones con las mujeres, mis expectativas y mis posibilidades de conseguir algo más que una simple llamada de atención. La bigamia entre lo que se dice y lo que se piensa es una realidad que me ha acompañado durante muchas etapas de mi vida. Quizá sea una realidad que acompañe a todo el mundo, es imposible expresar con total fidelidad lo que se piensa. El pensamiento suele ir más deprisa que las palabras y a nuestra imaginación a veces no la podemos controlar. Ella no sabe de normas ni sabe de protocolos ni de prejuicios: es totalmente libre.

El sol en pleno mes de agosto y a las horas del medio día es abrasador. Nos obligó a despojarnos de la ropa y quedarnos todos en bañador. Y Libertad con su biquini estaba más tentadora, pero era aún más inaccesible. Así mi mente discernía entre las conversaciones intrascendentes o el contar algún chiste de vez en cuando y la evasión al erotismo. Hablaba… y soñaba, porque al mismo tiempo que las frases más insulsas salían de mis labios, mi imaginación encontraba paraísos perdidos en los que la multitud desaparecía y daba paso a un paraje por el que únicamente paseaban dos personas cogidas de la mano. Así, sin necesidad de decir palabra,  podía disfrutar de lo que mi fantasía diseñaba. Y la chica despampanante se convertía también en simpática, lista y cariñosa. Y juntos construíamos un mundo que nos servía de deleite. Pero la realidad volvía a imponerse: la nueva Libertad tampoco me dio la mano.

          

Descubrir a través de Libertad la sexualidad, controlarla y dominarla fue para mí fundamental. Descubrir que eres dueño de tu cuerpo, pero solo del tuyo, no del de ningún otro, es fundamental para fijar los límites con respecto a las demás personas y para saber respetarlas.

La masturbación, su oscurantismo, el desacertado tratamiento tanto en el ámbito familiar como en el educativo y su condena por las religiones, en nuestro caso la católica, nos metió en los años de mi adolescencia en un laberinto del que cada uno salió como pudo. Sin ayuda de nadie, o, a lo sumo, de quienes eran tan inexpertos como tú, tienes que descubrir un mundo que marcará tu existencia. Es una primera reflexión de la que dejo aquí constancia y en la que profundizaré más adelante al hablar de la igualdad entre hombres y mujeres y de la violencia machista.

La represión sexual en la adolescencia hace mucho daño a los hombres, pero creo que hace más a las mujeres, porque el tema sexual lo aparcan tanto que, incluso algunas veces, lo excluyen de las condiciones de igualdad. Y el sexo es fundamental para la consecución de la igualdad entre hombres y mujeres. Y con esto no quiero decir que el resto de los aspectos no lo sean, sino que el dominio machista comienza con la posesión del cuerpo para después continuar con todas las formas de posesión posibles.

Querer convertir en realidad lo imposible es una de las causas de la violencia machista.

Descubrir primero a Libertad fue aceptar que hay mujeres imposibles, que no solamente se encuentran escondidas detrás de la pantalla, sino que también se encuentran detrás de un vestido muy ceñido al cuerpo, de una deslumbrante sonrisa, de una larguísima melena o de un rostro con una belleza inusitada. Personas inalcanzables que merecen ser respetadas y a las que únicamente se puede llegar por el mundo de la fantasía: descubrir a Libertad fue descubrir la creatividad.

Y descubrí primero a Libertad porque me descubrí primero a mí mismo. Apartarme del confesionario fue la mejor decisión que he tomado en mi vida. Y hacerlo a una edad tan temprana me proporcionó dos cosas: la primera sentirme libre y hablar conmigo mismo contándomelo todo. La segunda esconderme de los demás y ser receloso a la hora de contar mis problemas. Ante mí, me sentía seguro, mientras que ante los demás, me sentía con una enorme timidez. Entonces empecé a inventarme historias, multitud de historias que me guardaba en lo más profundo de mí, y que tardarían años y años en ser conocidas por los demás.

Lo guardaba todo para mí y me costaba comunicarme con los demás, pero sobre todo con las mujeres. Mientras otros compañeros caminaban por las calles con chicas, cogidos de la mano, yo me escondía en las sombras de un local de cine primero, y después, por la noche, tapándome la cabeza con las sabanas. Pero la timidez tiene sus ventajas. Mi vergüenza para dirigirme a las mujeres me libraba de piropearlas, pero también me libraba de soltar exabruptos. No les decía piropos ni exabruptos. No me relacioné con muchas personas en esta etapa de mi vida, pero con las que conseguí entablar un mínimo de amistad perduraron en el tiempo, porque la ventaja de ser una persona tímida es que tienes un mundo interior que atrae a las personas que te conocen. Les parece un mundo rico y evitan por todos los medios perderlo.  Descubren que eres interesante y que escondes, tras los silencios, un humor muy fino.

Ahora recuerdo que a lo largo de mi vida no he tenido abandonos. Mis amistades siempre me han sido fieles, tanto las masculinas como las femeninas. No recuerdo haber tenido abandonos ni haber tenido conflictos, mis relaciones solo han sufrido los deterioros propios del paso del tiempo y de las distancias. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vida

 

Fuerza o actividad esencial mediante la que obra el ser que la posee. RAE

 

 

Vida no apareció en mi vida hasta el verano del sesenta y nueve: yo tenía entonces dieciocho años.

Fue una noche de fiesta en un pueblo cercano al mío. Ella solo tenía catorce años y cuando nos pusimos a bailar fijó con sus brazos una distancia considerable. Marcó su territorio. A pesar de la distancia, que a lo largo de la noche se fue reduciendo considerablemente, yo disfruté por primera vez de las delicias que nos proporcionan los sentidos. Mis ojos me llevaron a ella y los sonidos de mis palabras la convencieron para acceder a bailar conmigo. Una vez entre mis brazos y al son de pasos dobles, baladas y ritmos modernos, disfruté del olor de su cuerpo, del roce de sus manos en mis hombros, del calor de sus palabras y del dulzor de su mirada.

Fue solo una noche, pero cuando nos despedimos nos dimos las manos. Primero una, después la otra, y cuando tuvimos las dos manos unidas nos miramos a los ojos, dudamos sobre qué hacer con nuestros labios, ella decidió que rozaran nuestras mejillas.

               

Alicia tenía catorce años cuando la conocí, fue una noche fresca de verano al son de música festiva. Bailamos. Dudamos sobre la frase adecuada en el comienzo de la conversación. Temimos el abandono del otro en el primer baile. Reímos entre frases cortadas, entre preguntas calculadas típicas de un primer encuentro, entre respuestas sugerentes, entre sondeos inacabados... Palpamos nuestros cuerpos nerviosos. Sentimos nuestro calor, las pulsaciones de nuestras manos y el sofoco de nuestros pechos. Rozamos por primera vez nuestras caras. Olimos nuestro primer aliento, notamos nuestro aroma embriagador y juvenil. Nos miramos alguna vez a los ojos sin aguantarnos apenas la mirada. Soñamos.

Se nos acabó el tiempo pronto, para  ella el verano terminaba al día siguiente, sus vacaciones finalizaban. Solo tuvimos tiempo de hacer las presentaciones de rigor, de conocernos ligeramente un poco, de desear comenzar algo, sin saber el qué. No podíamos quedar para el día siguiente, la distancia se convirtió en un muro infranqueable. Las direcciones y las cartas eran lo único que podían mantener lazos de unión entre nosotros. Y concretamos seguir conectados a través de la distancia por el hilo de la escritura de las frases y las letras, lo hicimos apresuradamente, en el último instante, cuando ella me dijo:

                        ¾ Me tengo que ir.

Y yo le pregunté:

                        ¾ ¿Volverás mañana?

                        ¾ Mañana estaré en Cullera, mis vacaciones se acaban esta noche.

                                               Cartas del Sáhara: mis amigas

 

Después Vida comenzó a tener forma epistolar. Y en las cartas se iba diluyendo su imagen verbenera. Unas veces se convertía en Libertad porque su imagen real se difuminaba al tiempo que aparecía otra imagen soñada. Y otras veces se convertía en amiga. Porque aparecieron las dudas. Las dudas aparecieron al mismo tiempo que las amigas, pero de ellas hablaré más adelante.

Las cartas dejaron de tener olor y tacto, y las fotografías que sustituyeron al cuerpo físico, nunca llegaron a impactar en mi retina como las imágenes que la fantasía dibujaba en mi mente. Pero las cartas tuvieron un perfume que me atrajo para siempre, tenían una armonía interior que me provocó una adicción que con el tiempo me llevaría a escribir mi primer libro.

Vida, en su etapa epistolar, tuvo una duración larga. Hasta el verano del 73 permanecimos unidos por el hilo de la escritura. A veces nuestra correspondencia se diluía en el tiempo y pasábamos meses sin escribirnos, pero al retomar la correspondencia siempre aparecían las frases del agradecimiento y de la ternura.

En la primera quincena de julio del 73 decidí pasar unos días en Cullera y reencontrarme con Vida. El reencuentro no fue como lo había imaginado. Cuatro años, de los catorce a los dieciocho, son muchos años, el cuerpo se desarrolla y no lo hace siempre de la forma que nosotros nos lo imaginamos. Y la mente también, Vida no era la de las cartas, yo tampoco debía de ser el de las cartas. Lo que nos escribimos no fuimos capaces de vivirlo en aquellos días de julio. Vida y Libertad se confundieron en las cartas. Del tacto pasamos a la fantasía y terminamos sin saber dónde terminaba la mano y donde empezaba la ilusión. Ambos lo reconocimos más tarde:

                       

Quiero agradecerte tu visita y tus cartas.

             Cuando recuerdo los días que pasamos juntos este verano tengo una sensación rara, creo que nos sentimos un poco extraños, me parece como si no te hubiese tratado como deseaba y como imaginaba, como si no hubiésemos hablado ni hecho todo lo que debiéramos, como si no te hubiese recibido como te mereces. Será problema de la amistad por carta. Nos lo hemos dicho todo por carta, nos hemos contado nuestras cosas, nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras ilusiones, siempre por carta. Hemos ido creciendo entre líneas demasiado tiempo y sin vernos. No hemos visto como nuestro cuerpo cambiaba, como aparecía la barba o crecían los pechos, no hemos visto la luz reflejada en nuestros ojos ni el rubor por el contacto de nuestras manos, no hemos sentido las voces acariciando nuestros oídos ni la sensación de calor de un abrazo o un beso. Sólo nos vimos una noche de fiesta, después muchos años de letras, de frases bonitas, de espera, de imaginación y de ensueño; a veces pienso que se ha producido un desequilibrio entre lo que nos hemos dicho y lo que hemos vivido.

                                                           …       

            Por eso me ha dejado una huella rara tu visita, me queda un sentimiento de insatisfacción y de culpa.

            Siento no haberte contado lo que me hubiera gustado decirte, lo que te digo en las cartas. Espero que me comprendas y, si no he sabido complacerte, que me perdones; pero, sobre todo, espero que me respondas con la misma sinceridad que siempre lo has hecho y con la misma sinceridad con que lo estoy haciendo yo.

                                                           Disfruta del beso que no te supe dar.                                                                                               Alicia.

                                                           Cartas del Sáhara. Carta 15

 

Gracias por tu carta. Tu sinceridad me contagia, me obliga a corresponderte en los mismos términos, a decirte que tu carta bien pudiera ser mía, que los silencios en nuestro breve encuentro fueron compartidos; no del uno o del otro, sino de los dos; que la falta de valor para hacer frente a una sociedad rígida fue mutuo, que la sensación rara de nuestro encuentro yo también la noté, que a mí también me hubiese gustado saborear contigo paseos y bailes.

            Aciertas cuando dices que estamos acostumbrados a comunicarnos por carta y que quizá por eso no supimos hacerlo de palabra, cara a cara, en persona. Nos conocemos el alma, pero extrañamos el cuerpo. Nuestra imagen no se correspondió con la soñada, nuestros cuerpos no eran los mismos que habíamos imaginado por las fotografías. Por eso quizá no brotó el amor en nosotros. Nuestra falta de valor para arrastrar una pasión por el pueblo, por la playa o el monte; indiferentes al qué dirán de las gentes, puede ser simplemente debido a que no apareció la chispa que transforma el amor en pasión.

            No brotó la pasión en nosotros, posiblemente no brotará nunca. Es cierto que no pusimos los escenarios adecuados, o no buscamos los lugares idóneos, pero cuando el amor llega no tiene que estar condicionado a lugares, a situaciones, o a aciertos en nuestras formas de comportamiento.

            Te seguiré escribiendo con la esperanza de que las frases y las letras nos ayuden a madurar los sentimientos.

Cartas del Sáhara, nº 18

        

Vida me volvió a tender la mano cobijados en un paraguas. La lluvia apareció en una excursión a Toledo y la persona que me ofreció el paraguas y me tendió su mano, para sujetarlo conjuntamente, llenó por unos meses mis ansias de vivir al margen de las cartas.

La primavera estaba en pleno apogeo. Los campos que divisábamos a través de las ventanas del autobús estaban llenos de vida. El verde exagerado de los trigales contrastaba con el rojo de las amapolas, el blanco y el amarillo de las margaritas o la policromía de las clavelinas. Era el uno de mayo y un grupo de tres amigos tuvimos la feliz idea de ir a pasar un   día cultural a Toledo.

Con la lluvia las calles se estrechan. El casco histórico de Toledo tiene unas calles muy estrechas, más aún que las de Segovia. Las tres parejas que formamos en Toledo, cada una bajo el manto protector de un paraguas, nos fuimos perdiendo a lo largo de una mañana artística y monumental. Casualidad: tres amigos que buscan refugio y tres mujeres previsoras cada una con su paraguas. Las calles se estrechan, los cuerpos se juntan y el día se reduce a un instante.

Porque el día pasó sin ser visto. No vimos el cuadro famoso en el interior de esa iglesia también famosa o si lo vimos fue a través de los ojos del otro, porque los comentarios que hacía la persona que me cogió la mano me servían a mí como explicación definitiva de la belleza de la pintura del Greco y los comentarios que yo hacía a sus explicaciones le debían de servir a ella para trasladar a su cara la belleza del cuadro y reflejarlo en una dulce sonrisa. La comida también fue compartida, porque una vez compartido el paraguas y compartidas las visitas a los lugares más turísticos, decidimos que la comida también debía ser conjunta. Las tres parejas elegimos un mesón típico y degustamos los productos propios del lugar.

El día pasó sin ser visto y la noche fue una borrachera de chistes y de risas que duró un instante. El viaje de regreso fue totalmente diferente al de ida. Los tres amigos que iniciamos el viaje pensando en la cultura y el turismo fuimos sorprendidos por la lluvia y por unas manos que nos dieron cobijo. La cultura y el turismo fueron relegados a un segundo plano y la amistad y las relaciones humanas se convirtieron en las protagonistas del día. Emparejados en los asientos del autobús, el regreso fue un continuo fluido de frases graciosas. Yo tuve la vena chistosa, a cada comentario de ella una luz me iluminaba la mente y acudía a mi memoria una frase pícara, un chiste gracioso o una metáfora provocadora de risa. La ironía compartida se adueñó de la realidad del momento, la risa se disputaba el tiempo con las frases precipitadas, y los movimientos de nuestras manos y de nuestros cuerpos se transformaban en acercamientos y tocamientos inocentes.

Ellas se bajaron primero, su lugar de destino apareció sin darnos cuenta, en la primera parada que hizo el autobús Ana exclamó: “¡Sí esta es la nuestra!”.  Se cortó bruscamente nuestra conversación y apareció una prisa nerviosa para coger el abrigo y el bolso, yo reaccioné con acierto y exclame: “¡El teléfono! Me tienes que dar el teléfono que aún me quedan cosas que contarte”.

Me olvidé, ese primero de mayo, de la angustia que me tenía atenazado. Solo faltaban dos meses y medio para mi ingreso en el ejército y por mi mente solo pasaba la idea de aprovechar al máximo el tiempo que me quedaba de libertad. Pero ese primero de mayo me olvidé de la fecha que tenía marcada en el calendario y disfruté del contacto de unas manos temblorosas que se rozaron con las mías, primero de forma casual en la sujeción del paraguas, y después intencionadamente en los asientos del autobús. Unas manos que deseaba volver a tocar, pero con las que no podía adquirir ningún compromiso de futuro. Unas manos a las que no quería ilusionar porque sabía que las mías iban a estar prisioneras en un lugar muy lejano durante quince meses al menos.   

         Unas manos que volvería a coger una tarde paseando por el zoo y por la Casa de Campo. Pero la risa y la esperanza de aquel primero de mayo fueron sustituidas por el desasosiego. La angustia me atrapó. El ver a los animales en sus jaulas o en sus espacios reducidos y totalmente controlados, separados por enormes fosos y dando vueltas alrededor de sí mismos,  sin poder escapar; presos, me sobrecogió. Una tarde de la que no pude disfrutar del bello atardecer ni de los labios de Ana que rozaron los míos por primera vez. Era el final de junio y todo se acababa. Se acababa el curso, despedí a mis alumnos con alegría, con ellos no podía ser sincero, a ellos les tuve que decir que estaría un año de vacaciones disfrutando en las arenas del Sáhara. Se acababan mis días de discoteca en busca de hilos para seguir conectado al mundo. Y se acababan mis días con Ana. Se acababa una relación que casi no tuvo tiempo de empezar, una relación que no quise dejar abierta porque no quería que ella tuviera ninguna atadura conmigo. Yo quería que ella fuese libre, que disfrutase del amor y de la vida, que gozase de lo que a mí me quitaban.

 

La primera quincena del mes de julio del 73 tuvo el sabor amargo de las despedidas. Me despedía de Vida y, aunque luchaba desesperadamente, no podía agarrarme a Libertad. Todo se volvió negro. Terminé mis días con Ana y traté de resolver mis dudas con mi primera Vida, con la que se fue escondiendo en las cartas para llenarme de dudas. Quise hacer frente a los recuerdos, ir hasta el lugar donde habitaban, preguntarles algo, saber si se pueden recuperar: mirar a Alicia a los ojos cuatro años después buscando una respuesta que sabía que no iba a encontrar.

Porque se cerraba el presente y no veía el futuro. También fui a Cullera buscando un refugio. Un lugar donde perderme y pasar unos días disfrutando de sus aguas tranquilas antes de emprender el viaje al desierto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El muro

 

El muro era una barrera altísima que debíamos saltar todos los jóvenes durante la dictadura franquista. Solo quienes tenían alguna deficiencia física podían evitar ese duro salto. Era una barrera que te dividía la vida en dos mitades. La que estaba delante del muro era alegre y divertida, pero no tenía luz. La que estaba detrás era incierta: no se podía ver. Con el muro delante de tus narices no podías tener ningún proyecto. Sin perspectivas de futuro Libertad se adaptaba mejor a la situación. Ella podía volar e incluso imaginar que lo saltaba, pero la sombra era tan alargada que ni siquiera con las fantasías escondidas detrás de la pantalla se vislumbraba con nitidez el futuro. Para Vida lo que había delante del muro fue un continuo aplazamiento, las personas que acariciaron mis manos no consiguieron de mí ningún compromiso. Yo sabía que no había luz hasta que el muro no desapareciese y no quería que se llamasen a engaño. Los últimos años de mi adolescencia, si es que se puede considerar como tales los que se encuentran en torno a la veintena, los pasé frente al muro.

El servicio militar obligatorio de la dictadura franquista rompía la vida en dos mitades a todos los jóvenes de entonces. Si te negabas a hacerla eras automáticamente encarcelado, y si aceptabas sumiso, entrabas en tu propia cárcel. Una cárcel interior que cada uno modelaba a su manera, pero que te condicionaba tu forma de vida y tu forma de pensar. La forma de modelar mi propia cárcel en los tres años que precedieron al servicio militar fue cortando un poco las alas a Libertad y sujetando mis ansias de Vida.

Porque el muro lo paró todo. Fue un frontón donde se estrelló mi adolescencia, donde se estrelló Libertad y donde se estrelló Vida. Un frontón alto que lo paraba todo y lo devolvía todo: lo juntaba, lo mezclaba y lo confundía. Un frontón que me llenaba de angustia, de rabia y de miedo…

Mi adolescencia llegaba al final, o al menos empezaba a desaparecer en la misma medida en que las responsabilidades iban apareciendo. El trabajo es la mejor medicina para su cura, o al menos para esconderla en lo más íntimo de tu conciencia y así saber convivir con ella, que es la mejor forma para envejecer más despacio. Además, si ese trabajo está relacionado con la enseñanza, las posibilidades de llegar a la madurez aumentan considerablemente. El maestro tiene que ser una persona adulta, capaz de transmitir seguridad a los niños. Y yo, aunque conseguí sacar el título en el umbral del final de la adolescencia: los dieciocho años, no tuve más remedio que renunciar a esa etapa de la vida y sustituirla por la de la responsabilidad. Responsabilidad ante unos niños de siete años que con sus ojos totalmente abiertos a la vida me estaban gritando: ¡enséñame! Y responsabilidad ante la necesidad de encontrar un alojamiento donde dormir, una casa donde comer y una distribución equitativa del salario para compensar las necesidades vitales y para el ahorro: esa cualidad que me inculcaron mis padres. Tenía que ahorrar para el futuro y para las ayudas familiares en caso de necesidad. Necesidades que se hacían presentes a través de operaciones -de útero, histerectomía, a mi madre o de varices a mi padre- y de los estudios de mis hermanas que tenían que pagar su hospedaje en Segovia. Yo ahorraba por si mis padres necesitaban ayuda, pero nunca aceptaron nada porque cuando se lo ofrecía siempre me daban la misma respuesta: Ahorra para ti que algún día lo necesitarás y a nosotros nos basta con que no nos pidas nada.

La operación de mi padre fue en Valladolid en el otoño del 72, coincidió con las gestiones que tuve que hacer para retrasar el muro -me correspondía incorporarme al ejército en enero y lo aplacé a julio para poder terminar el curso- y fue una etapa muy complicada para toda la familia. Las tareas de ordeño no se pueden dejar de un día para otro, las ubres de las vacas no saben de operaciones en Valladolid; mi madre no podía estar en dos sitios a la vez,  mis hermanas estudiando en Segovia y con 17 y 14 años tampoco podían hacerse cargo de los trabajos de la casa y yo, con mis tres días de permiso por operación de un familiar de primer grado, no podía con todo.

Encontramos la solución, pero la explicaré más adelante para que no pierda protagonismo ese muro que todos los hombres teníamos delante durante la dictadura franquista y donde se estrellaron Vida y Libertad.

Libertad, en su etapa sensual y esplendorosa, desapareció: Natalie Wood y Andrey Hepburn chocaron contra el muro. Cambié la pantalla por las discotecas y aunque no me olvidé del todo del cine, las caras fueron difuminándose poco a poco en la misma medida que iban apareciendo otras de siluetas esbeltas que movían exageradamente sus caderas en las pistas de baile.

Y Vida, la incipiente, la que cogió mi mano una noche de fiesta de verano, la que me ofreció su paraguas para pasear juntos por las calles estrechas de Toledo, se  quedó también aplastada contra el muro, porque todo se convirtió en incertidumbre y en espera.

 

 

Amigas

 

En el muro se estrellaron Vida y Libertad en julio del año 1973, pero aparecieron las amigas. Las amigas eran una cosa rara. A veces te daban la mano y a veces te la soltaban. No se sabía bien qué eran. Yo en aquel entonces pensé que eran una cosa transitoria, pendiente de definición. Algo que necesariamente tenía que evolucionar hacia Vida o hacia Libertad, creo que lo escribí en alguna de mis reflexiones de adolescencia. En aquel escrito llegué a afirmar que la amistad entre el hombre y la mujer era imposible porque la atracción sexual necesariamente te tenía que llevar a optar entre Vida o Libertad. Después mi pensamiento evolucionaría satisfactoriamente y las mujeres comenzaron a ser ante todo personas. Y entre personas siempre es posible la amistad.

Las amigas eran entonces una cosa rara, pero me sirvieron de mucho ante el muro que veía en el horizonte. El muro me alejaba de Vida y me alejaba de Libertad, pero me acercaba a las amigas; a esa cosa rara y ocasional.

Y me agarré a las amigas. Tuve un tiempo en el que por todas partes me salían amigas. Yo creo que me salían porque las buscaba. Cuando entraba en conversación con una chica, bien en las verbenas de los pueblos, o bien en los bailes de Madrid, la conversación siempre derivaba hacia el mismo tema: Este verano lo pasaré en el Sáhara haciendo la mili. Entonces ellas se interesaban por el Sáhara y por la mili, y pasábamos toda la noche hablando. A eso se llamaba ligar, y terminabamos intercambiándonos la dirección y los teléfonos. Así fue como tuve muchas direcciones y muchos teléfonos. Tuve tantas que me hice una agenda específica para que cuando estuviese en el ejército pudiese escribir a todas, porque a medida que veía más cerca el muro mayor era mi interés por contactar con esa cosa rara a la que después podría escribir.

Las últimas semanas de libertad llegué al extremo de pasar todos los días en las discotecas quedando con una o con otra. Tuve que señalar las citas en un calendario y asignar a cada amiga un color diferente para poder saber qué día salía con una y qué día con otra. 

Las amigas fueron fundamentales en los meses previos a mi incorporación al ejército y creo que han tenido mucho que ver después en la localización y en la descripción de los personajes que aparecen en mis historias. Porque cada una tenía un trabajo diferente y en los días que me correspondía salir con cada una de ellas hablábamos sobre todo de los trabajos y de las aficiones. Todo lo iba almacenando en mi mente y lo ordenaba en forma de historias. Con ninguna se establecía más  vínculo que el amistoso, pues desde el principio les dejaba claro que mi pretensión era mantener correspondencia con ellas durante mi etapa de mili. Así, las caricias y los afectos quedaban reducidos a su libre voluntad. Yo recibía gustoso lo que me ofrecían en los bailes, en las butacas de los cines o en los paseos por los parques sin adquirir ningún compromiso.   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MIEDO

 

Miedo

Perturbación angustiosa del ánimo provocada por la presencia de un riesgo o daño real o imaginario.

Recelo o aprensión que uno tiene de que le suceda una cosa o un hecho contrario a lo que se desea. RAE

 

Odio

Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea. RAE

 

 

Comencé a tener miedo al mismo tiempo que comencé a odiar. El odio y el miedo caminaban juntos, agarrados de la mano, como dos monstruos dispuestos a devorar mi vida. El odio es la respuesta a la impotencia. Es la rabia y el dolor juntos por no poder solucionar las cosas. El día que vi llorar a mi padre comencé a odiar. Comencé a odiar porque no podía hacer nada. No podía hacer nada para evitar su llanto. Por eso comencé a odiar a quienes se lo provocaban. Siempre he odiado y odiaré a quienes provocan el dolor y el llanto: a quienes provocan la muerte y a quienes organizan las guerras.

Y el miedo comenzó al día siguiente: cuando vi dar las primeras bofetadas. El 18 de julio de 1973 llegué al Sáhara, a hacer el servicio militar obligatorio, y a eso del medio día observé con horror como unas personas pegaban con saña a otras. Esa imagen de los lobos devorando a los corderos, en el sentido más metafórico, me marcó para siempre. Los mandos del ejército español cagándose en Dios, en la Virgen y en todos los Santos, dando golpes en las espaldas de los reclutas, dándoles patadas en el culo, y los cintos de los cabos dando vueltas sobre sus cabezas, y posándose de vez en cuando en las espaldas de algún recluta, me sobrecogió:

 

Apenas llegamos al campamento fuimos sorprendidos por una terrible escena. No se nos había pasado aún el susto por la forma de ser recibidos, cuando vimos aparecer doblando una esquina a un grupo de personas vestidos con uniforme militar y acompañados por un estrepitoso ruido.

                                    …

            - ¡Levantad las rodillas, cabronazos!

            - ¡Levantad bien las rodillas o os piso la barriga!

            - ¡Ese cabrón que no se salga de la fila o le mato!

            - ¡Dale a ese largo, Arnau!

            - ¡Dale fuerte, dale!

            - ¡Esas rodillas, me cago en San Pedro!

            - ¡El último que se sale de la formación! ¿Es que no le veis?

            - ¡Gilipollas! ¿Es que no ves tu fila?

                                    …

Tras unos  breves minutos de correr sobre su propio terreno, levantando exageradamente las rodillas para no avanzar nada, uno que tenía unas rayas amarillas, como el que había salido a recibirnos, dijo:

            - ¡Tienen tres minutos para cambiarse de ropa! ¡Rompannn filas!

            - ¡¡¡FRAN- CO!!!      

                                                                                   Cartas del Sáhara: La llegada

 

Todo cambió cuando traspasé el muro, menos el miedo. El miedo y el odio me seguían acompañando.

A finales del año 1974, terminado el servicio militar obligatorio, el campo de batalla ficticio se convirtió en un campo de batalla real. El curso escolar comenzó el quince de septiembre, una semana después de mi aterrizaje en Madrid y enseguida me di cuenta de que mi personalidad había cambiado. Algo en mi interior se removía y comencé a preocuparme por hechos y situaciones que antes me eran indiferentes. Las personas adquirían otra dimensión y los problemas sociales comenzaron a llamar a mi puerta.

En la primavera del 75 me compré un coche de segunda mano. En aquellos tiempos un coche te daba mucha autonomía: podías estar casi a la vez en varios sitios. El coche me llevaba al pueblo los fines de semana para echar una mano a mis padres.

El coche me llevó a Alicante. Ese verano, junto a Martín y Poli -compañeros del Sáhara- y el hermano de este, Pablo, hicimos un recorrido anárquico por las costas levantinas: 

 

En un coche caminamos

camino de Alicante.

A la mitad del camino

el sueño no hay quien lo aguante.

Como cama no tenemos

porque no tenemos baca

sacamos los dos asientos

y metimos dos alpacas.

 

Mientras los cuatro nos divertíamos componiendo estrofas para ser cantadas al son de vientos del pueblo…, la organización política clandestina FRAP, asesinaba a cuatro policías. Entre agosto y septiembre se celebraron diferentes consejos de guerra sumarísimos y se condenó a varios miembros del FRAP y de la ETA político militar a la pena de muerte. A algunos se les permutaría la pena por la reclusión, pero cinco de ellos fueron ejecutados el 27 de septiembre de 1975. Fueron las últimas ejecuciones del franquismo. El régimen, extremadamente debilitado, no quiso atender el clamor de muchas partes del mundo, incluido el Papa, pidiendo el indulto y fueron fusilados:  

 

Al Alba

 

Si te dijera, amor mío,
Que temo a la madrugada,
No sé qué estrellas son estas
Que hieren como amenazas,
Ni sé qué sangra la luna
Al filo de su guadaña.
Presiento que tras la noche
Vendrá la noche más larga,
Quiero que no me abandones
Amor mío, al alba.
Los hijos que no tuvimos
Se esconden en las cloacas,
Comen las últimas flores,
Parece que adivinaran
Que el día que se avecina
Viene con hambre atrasada.
Presiento que tras la noche

  ….

Miles de buitres callados
Van extendiendo sus alas,
No te destroza, amor mío,
Esta silenciosa danza,
Maldito baile de muertos,
Pólvora de la mañana.
Presiento que tras la noche

   …

           Luis Eduardo Aute

 

Y el coche me llevó a la universidad. En el otoño de ese año me matriculé en la Facultad de Psicología de la universidad Complutense. La facultad estaba en Somosaguas y aunque tardaba una hora en llegar, gracias al coche, podía compatibilizar el trabajo y el estudio. Salía del colegio a las cinco y media y me encontraba en la puerta, casi todos los días, a un salesiano cincuentón que me abordaba para pedirme por favor que le llevase a la facultad. No sé cómo se enteró de que iba a Somosaguas, pero un buen día me dijo que él también estudiaba allí y que si lo podía llevar, le haría un gran favor. Yo no me negué, y después lo tuve casi todos los días a la puerta esperándome. Más tarde supe que se pasó toda la vida estudiando, me lo contó otro compañero que compaginó también el estudio con el trabajo y que había sufrido durante los cuatro años anteriores su compañía en el trayecto entre García Noblejas y Somosaguas. El compañero estaba a punto de terminar y se deshizo de él argumentando que había dejado de asistir a las clases con regularidad, y le debió de apuntar que había otro joven, o sea yo, que le cogía el relevo en los estudios. Los seglares terminábamos los estudios o los abandonabamos, como fue mi caso, pero el salesiano permanecía fiel al estudio y a la búsqueda de compañía.

Se apuntaba a una asignatura cada año, me dijo cuando adquirió una cierta confianza, y que lo hacía para salir del colegio y no aguantar tanto tiempo a sus compañeros. Debía llevarse mal con ellos. Tan mal que un buen día me enteré de que tuvo una disputa con uno de ellos sobre qué canal de los dos que había entonces en la televisión debía verse en el salón comunitario. La disputa la saldó a golpe de cuchillo. Bajó al comedor, cogió el cuchillo más largo, y con él en la mano, retó al compañero, con quien   se había enfrentado, a que se atreviese a cambiar el canal de la tele. Nadie se atrevió y lo dieron por loco, pero a las cinco y media todos los días, con su locura o su cordura a cuestas, se subía en mi coche y me hacía compañía hasta Somosaguas.

El uno de octubre de ese año cambié mi residencia: de la calle Caunedo a la calle de Gómez de Avellaneda. En el número 18 de la calle Caunedo estuve tres años, dos antes de cruzar el muro y uno después. Una familia amiga, que procedía de mi mismo pueblo, me alquiló una habitación. Además me servía el desayuno y me lavaba la ropa. En el año 74 alquiló otra a mi hermana mayor. La familia amiga vivía en el primer piso y durante mi estancia en el Sáhara hizo una obra en la planta baja que les permitía alquilar tres habitaciones con derecho a cocina. Así en esa casa de dos pisos convivíamos, en situación de alquiler, cuatro personas que compartíamos comidas y cenas. En octubre del año siguiente mi hermana y yo alquilamos un piso en la calle de Gómez de Avellaneda.

El primer día, esperando a un familiar que me iba a ayudar a hacer la mudanza, fui sorprendido por dos personas con gabardina que me rodearon, me pusieron una placa delante de las narices y me pidieron la documentación. Mientras sacaba el carné de mi cartera las dos personas me asfixiaban a preguntas: “¿Qué haces aquí parado tanto tiempo?” “¿En qué trabajas?” “¿Dónde vives?” Las preguntas eran tan precipitadas que apenas me daba tiempo a responder a una cuando la otra ya estaba hecha. Cuando les dije que era profesor de EGB exclamaron sorprendidos al unísono: “EGB, ¿qué es eso de EGB?” Yo quedé más sorprendido aún al pensar que se pudiese confundir la EGB con la KGB, que fue lo primero que pensé por la expresión de las dos personas con gabardina. Después de mi aclaración, diciendo que era lo que siempre se había llamado maestro, y manteniendo uno de ellos su placa a la altura de mi cara al tiempo que examinaba minuciosamente mi DNI, el otro me cacheó. Me palpó todas las partes del cuerpo poniendo especial énfasis en las axilas, los pechos y las ingles.

Estaban muy nerviosos, eran dos personas que estaban muy nerviosas y que a mí me dieron mucho miedo. Yo solo estaba parado ante una boca de metro y esperaba a un familiar para que me ayudase en la mudanza, pero debió de ser suficiente para ser sospechoso. Todos los que permanecieron un tiempo parados en algún lugar de Madrid ese uno de octubre fueron sospechosos. Los GRAPO habían matado a cuatro policías esa mañana, pero yo me enteré después, al medio día, cuando puse la radio y escuché las noticias.

 

         El 20 de noviembre murió Franco y tras los tres días de luto oficial el profesor de Lógica apareció en el pedestal de la clase luciendo una impresionante corbata negra. Una corbata negra que fue el presagio de más acontecimientos trágicos que sucederían después.

         En la facultad hice amistad con bastantes personas, al finalizar las clases siempre había algunas deseosas de encontrar un coche que las acercase hasta el centro de Madrid. Así el viaje de vuelta se hizo más agradable que el de ida, pues el cincuentón era sustituido por chicos y chicas con quienes, algunos días, frecuentábamos la zona de vinos. Yo hacía de taxista agradecido y aceptaba el tapeo por la zona de Argüelles. El grupo poco a poco se fue estabilizando y cuando teníamos que hacer algún trabajo en equipo, nosotros ya lo teníamos constituido.

Un trabajo de antropología nos llevó en la primavera del 76 a recorrer varios pueblos de Segovia y Guadalajara investigando el origen de la festividad de Santa Águeda. Y en el grupo apareció nuevamente Libertad. La Libertad antropológica de quien hablaré después.

Antes de empezar el nuevo curso un compañero fue vilmente asesinado. La corbata negra del profesor de lógica derivó hacia una banda de asesinos que el día 27 de septiembre, en la calle Barquillo, dieron un tiro mortal a Carlos González. Él volvía, junto con otros amigos, de una manifestación por la amnistía y la democracia, cuando un grupo de asesinos, Guerrilleros de Cristo Rey se autodenominaban, se liaron a tiros contra cualquier sospechoso de luchar por la libertad, y a él, una bala mortal le alcanzó el pecho.

Carlos tenía 21 años y se había sentado a mi lado varias veces el curso anterior, no había montado en mi coche porque tenía otra pandilla, pero lo elegimos para que representara a la Facultad de Psicología en la Coordinadora de estudiantes de la universidad Complutense de Madrid. La Coordinadora de estudiantes era el embrión de la lucha por las libertades en la Universidad.

Cuando volvimos para comenzar el nuevo curso había un rostro con sus pelos alborotados ocupando la fachada principal de la Facultad de Ciencias Económicas de la Complutense en Somosaguas. Era un enorme mural de Carlos pintado por sus amigos más íntimos.

Cuarenta años después, cuando escribí Nosotros y para relatar estos hechos, me acerqué nuevamente a Somosaguas y busqué la Facultad de Económicas. La facultad estaba allí, pero del mural no quedaba ni rastro. La fachada estaba totalmente blanca. Pregunté al conserje y no supo darme detalles. Pregunté a jóvenes estudiantes y nunca oyeron nada de un mural pintado en esa fachada ni de un joven asesinado. La memoria también es asesinada para que su recuerdo no pase a la historia. La historia la hacen los vencedores y siempre la hacen a su manera. Vayan estas líneas por la recuperación de la memoria histórica:

 

“Era delegado de la Facultad de Psicología, estaba también en la coordinadora, había pasado por las facultades de Somosaguas llamando como yo a la manifestación, había estado como yo entre las porras de los policías y los botes de humo, había burlado como yo las normas que impedían manifestarse  POR LA DEMOCRACIA. Habíamos corrido juntos por el paseo de la Castellana, habíamos cortado Colón varias veces, habíamos desaparecido y aparecido nuevamente, habíamos gritado ¡AMNISTÍA Y LIBERTAD!, y nos separamos cuando vimos que venían a por nosotros”

                                                  …

 “¿Has visto su cara? ¿La has visto?”.

“Sí, en Somosaguas, en la fachada de la Facultad de Económicas. Todo el mundo la ha visto”.

“Yo la pinté…con un grupo de amigos pintamos su rostro para eternizarlo, para hacer imborrable el crimen, hicimos un mural gigantesco: con sus pelos revueltos al viento, con su cara serena, con su juventud alegre…Pintamos a Carlos

NOSOTROS, Libertad

 

El nombre de Carlos es el único nombre propio que aparece en NOSOTROS.

Yo, en mis personajes, huyo de los nombres propios tradicionales y busco en ellos nombres que generalicen a un colectivo:

Así, Él y Ella representan a todos los jóvenes que se manifestaron en contra de la guerra de Irak.

Musa es el nombre propio de todas las mujeres asesinadas por la violencia machista.

Escritor es el nombre propio de todos los hombres que aman a las mujeres.

Y Vida y Libertad son los nombres propios de los personajes de la historia que estás leyendo.

 

El asesinato de Carlos me sobrecogió. El miedo me atenazó aún más en el otoño del 76. La violencia siguió próxima a mi persona. Los hechos se precipitaban. Tras el asesinato de Carlos las protestas se multiplicaron y el final del año fue tremendamente convulso.

 

Secuestros de Oriol y Villaescusa

 

En pleno proceso de la transición, el 11 de diciembre de 1976 fue secuestrado José María Oriol y Urquijo por un comando terrorista de los GRAPO, que amenazaron con matarle si el Gobierno de Adolfo Suárez no se plegaba a sus exigencias. Poco después, el 24 de enero, también fue secuestrado el teniente general Emilio Villaescusa, que fue confinado junto a Oriol en un piso. El 11 de febrero de 1977 ambos fueron liberados.

 

Si el final del año fue tenso, el comienzo del nuevo lo fue aún más. El mes de enero de 1977 fue el más sangriento de la transición y el que más influyó en mi estado anímico. La situación que vivía me removía por dentro. La rabia y la impotencia me carcomían. En mi cabeza las ideas daban muchas vueltas. No tuve el suficiente valor para implicarme en las organizaciones políticas de izquierdas que en esos años eran aún clandestinas, pero sí estuve lo suficientemente cerca de los acontecimientos como para que la idea de escribir lo que pasaba y veía, me rondase por la cabeza.

Los recuerdos se almacenan en tu mente y te estorban. Los recuerdos dolorosos te nublan y te martirizan aún más. Yo tenía la costumbre de anotar los hechos que iban sucediendo y acompañarlos de las emociones que me producían. Lo empecé a practicar durante mi estancia en el Sáhara y me dio buen resultado. Al trasladar al papel mi estado anímico de soldado forzoso me desbloqueaba y descansaba. Allí guardé las cartas que recibía y una copia de las que escribía yo. De la situación actual llevaba ya recogido y ordenado gran cantidad de material: recortes de prensa fundamentalmente. Tenía elaborado un dossier de prensa sobre  la muerte de Franco y las primeras intervenciones del rey. También tenía recortadas noticias de todos los asesinatos que estaban sucediendo en España y escritos con mis opiniones y mis comentarios. Escuchaba emisoras clandestinas, como La pirenaica, y acumulaba panfletos de convocatorias de huelgas y manifestaciones.  Todo ello, unido a mi tendencia a esconder lo real en lo ficticio: a inventar historias, me llevó a ir dando una estructura narrativa a lo que estaba sucediendo que tuviese la forma de novela.

 

El mes de enero siguió su curso trágico con los asesinatos de Arturo Ruiz y Mari Carmen Nájera.

Arturo fue asesinado en Madrid el 23 de Enero de 1977, a los 19 años de edad, mientras participaba en una manifestación por la amnistía de los presos políticos de la dictadura. El asesinato fue reivindicado por la organización terrorista de extrema derecha Triple A (Alianza Apostólica Anticomunista).

Mari Carmen Nájera fue asesinada en una de las manifestaciones en repulsa por la muerte de Arturo Ruiz García. Recibió el impacto de un bote de humo disparado por la policía. Sus compañeros la llevaron a la clínica de La Concepción, donde fue ingresada en coma. Falleció a causa de las heridas sufridas, tenía 20 años.

 

Y finalizó con el suceso más sangriento de la transición: los asesinatos de los abogados de Atocha.

La matanza de Atocha de 1977 fue un atentado terrorista cometido por la extrema derecha en el centro de Madrid la noche del 24 de enero de 1977. Cinco abogados laboralistas fueron asesinados: Enrique Valdelvira Ibáñez, Luis Javier Benavides Orgaz y Francisco Javier Sauquillo; el estudiante de derecho Serafín Holgado; y el administrativo Ángel Rodríguez Leal. Además fueron gravemente heridos Miguel Sarabia Gil, Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell, Luis Ramos Pardo y Lola González Ruiz.

El atentado fue el hecho más grave de la transición, y el proceso judicial llevado a cabo, uno de los más oscuros y que más dudas ha sembrado sobre la actuación del poder judicial. Fernando Lerdo de Tejada  fue detenido, pero se fugó tras un extraño permiso concedido por el propio juez que lo juzgaba -Gómez Chaparro- en abril de 1979. José Fernández Cerra, cumplió solo 15 años de prisión. Francisco Albadalejo Corredera falleció en prisión en 1985. Carlos García Juliá escapó a Brasil tras pasar 12 años en prisión al aprovecharse de una libertad condicional misteriosa y poco vigilada, después, y tras un proceso de extradición fue encarcelado nuevamente en febrero de 2020 y nuevamente puesto en libertad el 19 de noviembre del mismo año tras cumplir 287 días frente a los 4.387 que le quedaban, una liquidación de condena también misteriosa. Y sobre los responsables políticos de la matanza -Lerdo de Tejada tenía una estrecha relación con el ultraderechista Blas Piñar-, se ha corrido un tupido velo. Estos hechos, que a día de hoy no han sido suficientemente esclarecidos, hacen que persistan en la sociedad actual serias dudas sobre la democratización del poder judicial y su independencia de los tentáculos franquistas.

El miedo me apretó fuerte en enero de 1977:

 

Miedo a la violencia desencadenada; miedo a los rostros llenos de odio; miedo a la repetición del atentado; porque los que sobrevivimos éramos testigos muy importantes, para juzgar a los posibles culpables; miedo a la extrema derecha y a sus grupos, organizados o no, que nunca quisieron que la dinámica política se normalizase en España, que nunca quisieron que nos incorporásemos a Europa donde hoy en todos sus estados se vive en libertad y en democracia parlamentaria.

                                   LA MEMORIA INCÓMODA

                                   Los abogados de Atocha

ALEJANDRO RH CARBONEL

 

Miedo a los sucesos violentos que estaban ocurriendo en España y que me tocaba vivir personalmente y miedo a pensar, a hablar de los asesinatos que aún perduraban en el recuerdo de la gente universitaria:

Julián Grimau, dirigente comunista fusilado a las afueras de Madrid 20 de abril de 1963. Dos días antes, un consejo de guerra sumarísimo le había condenado por rebelión militar continuada. Fue el último ejecutado por el franquismo por delitos cometidos durante la Guerra Civil

Enrique Ruano que fue uno de los asesinatos más siniestros del franquismo. Se trato de ocultar el crimen presentándolo como un suicidio. Se incluyeron en el sumario notas íntimas de Enrique requisadas por la Policía durante el registro de la casa de sus padres. Y se  instruyó la causa penal por suicidio para, desde el primer momento, exculpar de la autoría del asesinato a los policías. Como si un joven de 21 años, estudiante universitario y enamorado, no tuviese mejor distracción que tirarse desde el séptimo piso del número 60 de la calle Príncipe de Vergara entonces General Mola.  No, Enrique Ruano fue torturado y asesinado.

Salvador Puig Antich que​ fue un anarquista y antifascista español, que formó parte del Movimiento Ibérico de Liberación, organización anticapitalista que apoyaba la agitación armada y fomentaba la lucha obrera.  Y que fue asesinado en Barcelona en 1974.

 

La vida universitaria era una ebullición de ideas que clamaban por la libertad. Yo, al acudir a las clases por la tarde, no lo vivía con toda su intensidad, pero mi doble condición de trabajador y de estudiante me identificaba plenamente con una de las consignas más coreadas en las manifestaciones de esas fechas: obreros y estudiantes unidos y adelante.  Además, la conciencia de clase que empezaba a anidar en mi mente, me traía los recuerdos de los sindicalistas que habían estado años en las cárceles por defender la libertad sindical como Marcelino Camacho: El hijo del obrero a la universidad,  era otro de los gritos que coreábamos en las manifestaciones por la amnistía y la libertad. Y en mi carpeta de estudio llevaba siempre la pegatina del Che Guevara.

 

Además yo tenía versos en mi cabeza. Terribles versos que me daban vueltas y me atormentaban. Quizá no tuvieran gran valor literario, aún no había asistido a los talleres de Urceloy, pero estaban rondando como lobos al acecho de su presa. Estaban ligados a una carta. Una carta terrible.

           

                                                Solo

                                                En la garita metido

                                                y con el arma cargada.

                                                Es la noche,

                                                la larga e infinita noche.

                                                El cielo azul es infinito.

                                                El mar es infinito.

                                                No hay lugar para la huida,

                                     Aparece un nudo en la garganta.

                                                Baja una sensación por el estómago

                                                que te ahoga.

                                                Y el arma cargada.

                                                Y el dedo en el gatillo puesto.

                                                           …

                                                Y si aprieto el gatillo.

                                                 ¿Qué pasa?

                                                No pasará nada.

                                                No cambiará el cielo.

                                                No acortará el camino.

                                                No hará menos profundo el fondo del mar.

                                                Aprieto.

                                                Disparo.

                                                No aguanto más.

                                                No puedo escapar.

                                                Estoy prisionero.

                                                El tiempo no pasa.

                                                El cielo no encoge.

                                                El mar aprisiona.

                                                Y tienes el arma cargada.

                                                Corro.

                                                Huyo.

                                                Me escapo.

                                                DISPARO.

 

 

                                    Aargud 9-5-74

 

Querido amigo: Espero que por ahí no estéis tan locos como por aquí. En una semana han caído tres. Se han dado un tiro en la garita mientras hacían la guardia. Esta mañana ha habido fiambre, nos dijo el sargento. Uno menos...

                                                                                                          Saludos. Jose

Cartas del Sáhara/ nº 74 El último suspiro

 

 

Los suicidios de soldados en el periodo del servicio militar obligatorio en el tiempo de la dictadura no figuran en Google. Lo pude comprobar más tarde cuando investigué sobre las muertes por todo tipo de violencia. Están totalmente detalladas las de ETA (873), las del GRAPO (26), las del FRAP (6), las del GAL (27), pero sobre los suicidios en el ejército no aparecen apenas referencias.

Solo encontré que eldiario.es solicitó estos datos al Ministerio de Defensa, siendo Ministra Margarita Robles, y que se los denegaron aludiendo a que era información reservada. Después he consultado a personas próximas a los movimientos de insumisión y he llegado a conocer informes que aseguran que desde el 1 de enero de 1983 hasta el 31 de diciembre de 2001 ̶día que se hizo efectiva la derogación de la mili- el número de suicidios ascendió a 303, pero en ningún caso aparecen datos sobre las fechas que investigaba y solo se hacen alusiones a hechos concretos y a informes de fechas posteriores cuando la insumisión fue evidente.

 

Los datos de suicidios ligados al terror de la dictadura franquista no están en Google, tampoco los he podido encontrar en ninguna parte, pero en aquel momento si estaban en mi cabeza. Estaban tres, pero yo sabía que había muchos más. Y yo los asociaba a padres y madres llorosos como el mío. Padres y madres que nunca se podrían convertir en asociaciones de víctimas. De víctimas que habría que sumar a las que están en las cunetas.

¿Qué le tenían que haber hecho a un joven de veinte o veintidós años para que se diese un tiro en la garita mientras hacía la guardia? ¿Por qué se torturaba a los jóvenes en el ejército? Eran las preguntas que yo me hacía constantemente.

No, no hay asociaciones de víctimas del terrorismo franquista, aquí también la historia la marcan los vencedores.

 

Desde mi presencia en el Sáhara la violencia me rodeaba. Es cierto que todas las víctimas, una vez alcanzada esa condición, merecen el mismo respeto y la misma consideración, pero no es menos cierto que cada uno vive la violencia desde el punto de vista de lo más próximo y de lo que más le afecta. Así, la violencia se relativiza y cada cual trata de condenar la que siente más próxima en detrimento de la que siente más alejada. Cada parte trata de justificar sus actuaciones culpando al adversario como el único responsable y al mismo tiempo el provocador de todos los males. Yo me solidarizaba con las víctimas que habían estado cercanas a mí, me metía en su piel y sentía el dolor y la rabia como si fuese de su propia familia.

La única manera de expulsar ese dolor y esa rabia era escribiendo. Anotando los sucesos, escribiendo sensaciones, buscando fantasías para evitar que los hechos trágicos se repitiesen. La idea de la novela tomaba fuerza, pero tenía cosas pendientes: en mi cabeza estaban todavía las cartas. En los más de tres años que ya habían transcurrido desde mi llegada había conseguido ordenarlas y seleccionar las que me parecían más interesantes. Seleccioné las que creía que podían tener un hilo conductor para poder construir un todo al tiempo que mantuviese cada una su propia identidad. Las tenía en manuscrito. Tenía las recibidas, las escritas por mí, y las nuevas. Porque a  mi regreso del Sáhara me surgió la idea de escribirme a mí mismo, así podría hilvanar mejor las cartas aportando mis propios pensamientos. Los pensamientos de las personas son cambiantes,  y por eso mi interés consistía en dejar escritos los que tuve en aquella etapa de mi vida.

Tenía, pues, dos proyectos en la cabeza y los dos se peleaban por robarme la atención y el tiempo. Siempre tengo más de una idea en la cabeza, entre ellas se pelean y al final una se apodera de la otra. En aquellas fechas aparqué las cartas y me centré en una historia ficticia de lo que estaba viviendo: la muerte del Dictador, la llegada del Rey y la situación de violencia que sacudía el país.  

Tenía dos historias en la cabeza y las dos me daban miedo. Mucho miedo. Si habían asesinado por nada, por pasar por las clases llamando a una manifestación, a mi compañero Carlos, qué me harían a mí por escribir una historia que denunciaba las atrocidades del ejército español y otra que denunciaba abiertamente el terrorismo de Estado.

 

Cartas del Sáhara se publicó en el año 2000, el año en que vencí al miedo, en una autoedición limitada. Y la otra no vio la luz. Ahora cuarenta años después, puede aparecer un destello.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Familia

 

En mi casa siempre había perras. La perra gorda, la perra chica y los dos reales, con su agujero en el centro, eran las monedas que llenaban una caja que mi madre tenía siempre en la ventana de su habitación. Pesetas había pocas y billetes ninguno. A mi madre le gustaba tener dinero suelto, como ella decía, así podía dar el cambio a las parroquianas que día tras día acudían a nuestra casa a comprar la leche.

En un pueblo pequeño la clientela tiene que ser necesariamente pequeña. El médico, el cura, el veterinario, el maestro, el farmacéutico y las tres familias pudientes del pueblo eran nuestros clientes fijos durante todo el año. En verano el número aumentaba porque llegaban los veraneantes. Los veraneantes compraban muchos litros de leche porque tenían muchos hijos y porque hacían postres. A todos les encantaba la nata que producía la leche de vaca que compraban en mi casa.

Mis padres fueron los primeros que vendieron leche en el pueblo, los primeros que tuvieron vacas suizas. De la agricultura no se obtenía el beneficio suficiente como para poder vivir sin pasar hambre. Por eso todos los hombres tenían que buscarse algún otro oficio para poder tener una vida, simplemente, de subsistencia. La mayoría se dedicaban a la construcción, otros eran jornaleros que estaban siempre a la espera de que desde el pinar comunal se ofreciesen algunos días de trabajo. En el peor de los casos, cuando no había esa posibilidad, la gente se dedicaba a bajar leña de pino, a lomos de un par de burros, para después venderla a un transportista que la llevaba a  Segovia. Mi padre no era partidario de los jornales, no le gustaba trabajar fuera de casa. Lo que sí hacía con frecuencia era bajar leña del pinar y venderla, pero pocas veces lo hizo con los burros, casi siempre lo hacía con el carro de las vacas. Siempre que había cortas de leña en el pinar, el ramaje que se ofrecía a los pueblos de la comunidad, era bien aprovechado por mi padre. Él preparaba el carro con las hachas, las sogas y la merienda y mucho antes de amanecer se dirigía al lugar donde habían cortado los pinos y habían dejado las ramas para ser él quien llegase  primero y poder elegir la mejor leña. Yo tenía ocho años cuando acompañé a mi padre al pinar por primera vez.

 

La primera vez que acompañé a mi padre al pinar era un niño, solo tenía ocho años, “Venga hijo, que ya están uncidas las vacas”, estaba a gusto en la cama pero sabía que no podía holgazanear más. Mi padre me había dado el primer aviso a las tres de la madrugada, “Vete despertando, que voy a preparar el carro”, y yo me acurruqué entre las sábanas disfrutando de mi propio calor y haciéndome el remolón. Intenté alargar los minutos sin querer dormirme para sacar más provecho al tiempo pero cuando me dijo que ya estaban uncidas las vacas supe que tenía que levantarme sin remedio. Porque si estaban uncidas las vacas era porque también mi padre  ya había preparado el carro, ya había colocado las dos filas de palancos para que sujetasen la leña, ya había preparado y echado al carro dos sacos de hierba para que comieran las vacas y los había colocado uno a cada orilla de la fila de palancos para dejar en medio un hueco que me sirviera de lecho. Ya había colocado las cadenas y las sogas, ya había atado las hachas y ya había colgado de la pértiga del carro las alforjas con la comida y la bebida.

                                               Nosotros. Libertad

 

Pero lo que dio estabilidad al sustento familiar fueron las vacas suizas. Yo siempre recuerdo que en la cuadra había dos vacas blancas y negras distintas de las otras. Yo creo que mis padres se casaron llevando por ajuar dos vacas suizas. Tenían siempre dos y una de ellas siempre estaba programada para que su parto fuese al final de la primavera, para que cuando llegasen los veraneantes hubiese en casa la leche suficiente para satisfacer sus demandas. En verano siempre había problemas para poder atender a toda la clientela y en el resto del año la leche sobraba. Mi padre removió Roma con Santiago hasta que consiguió que un camión recogedor de leche aceptase lo que nos sobraba en invierno. El primer invierno lo tuvimos que sacar hasta el cruce con la carretera principal, porque el conductor se negó a entrar en el pueblo. El cruce estaba a un kilometro, pero mi padre tuvo la cabeza muy dura y estuvo todo un invierno sacando dos cántaros de leche, cargados en dos serones, en los lomos de una burra. Al año siguiente mi padre compró un par de vacas más y entonces ya convenció al dueño del camión para que entrase al pueblo. Solo lo hizo hasta la plaza, pero allí la distancia era muy corta, unos cincuenta metros, y empezamos a sacar la leche en un carrito que compramos a tal efecto. Y entonces fue cuando varios vecinos más se animaron a entrar en el negocio de la leche.

En el pueblo había dos clases de vacas: las terrenas, que eran negras y tenían una gran cornamenta, y las suizas, que eran negras y blancas y que tenían los cuernos muy cortos. Las terrenas, también llamadas avileñas, servían para hacer las labores del campo y daban poca leche,  lo justo para criar un ternero que a los tres meses vendían a un tratante de ganado. A veces, cuando en el hogar había algún hijo pequeño, al ternero se le robaba un puchero de leche  para mezclarlo con trozos de pan y alimentar a la criatura. Todas las familias de labradores del pueblo tenían al menos una pareja de vacas terrenas, para arar las tierras y acarrear los víveres. Las vacas suizas fueron exclusividad de mis padres hasta que entró el camión de la central lechera a la plaza del pueblo.

 

El miedo te hace esclavo y la familia te libera. El miedo te encarcela la mente y los recuerdos te dan la fuerza suficiente para hacerlo frente y liberarte. Durante los catorce meses que estuve en el Sáhara mi cuerpo deambulaba sin rumbo, primero en la aridez del Aiún y después por las calles de Villa Cisneros,  mientras mi cerebro se refugiaba constantemente en mi familia, también se refugiaba en el recuerdo de amigas y compañeros, pero ahora lo que toca es la familia. Tenía, pues, una doble personalidad: la del odio y el miedo, y la de la familia y la esperanza.

Todas las semanas escribía, al menos, dos cartas difíciles de hilvanar porque se confundían en los tiempos, a veces, unas se retrasaban, alguna se perdía y la mayoría de ellas no se sintonizaba con lo último que había sido escrito, bien por mi familia o bien por mí. Pero con conexión o sin ella, las cartas acudían a su cita y yo me mantenía unido en la distancia a través de los recuerdos.

La mejor forma de hacer frente al miedo es apoyarse en la familia. Ella te sirve de ejemplo. Recordar su lucha por la supervivencia te da fuerza para pelear por la tuya. Y yo tenía que sobrevivir. Tenía que sobrevivir al final de la dictadura en las arenas del desierto, ante un ejército enrabietado por el desarrollo de los acontecimientos políticos y su pérdida de influencia, y ante una transición que veía sangrienta.

 

Mi padre lo arreglaba todo matando un cordero. No era de muchas palabras, tampoco era zalamero ni muy propenso a las caricias. Besos, los justos, pero siempre acompañados de hechos. Y los hechos demostraban un sacrificio desmesurado por el bienestar de sus hijos. Se sacrificó por nuestra salud y nuestra alimentación, pero sobre todo se sacrificó por nuestra educación. Dar estudio a los tres hijos fue un sacrificio inmenso que hicieron mis padres.

Cuando regresé del servicio militar mi padre organizó una gran fiesta familiar y mató un cordero. Sufrió mucho con mi marcha al Sáhara. Todos sufrieron mucho, pero él más, él había hecho la mili también en África -en Ceuta y en Larache- y él sabía el sufrimiento que me  esperaba:

 

Comencé a odiar a los militares el mismo día que salí de mi casa. Me había despedido de todos, había subido al Venancio, el seiscientos de mis tíos Victoriano y Gloria, que me traía a Madrid. Pero un olvido de última hora me hizo volver.

El panorama en mi casa era desolador. Cogí a la realidad por sorpresa. Les pille dando rienda suelta a sus sentimientos reales. Sorprendí al llanto en el momento más inoportuno. Mi padre lloraba, lloraba como un niño impotente y con rabia, mi madre y mis hermanas trataban de consolarle y al mismo tiempo contener sus lágrimas. Solo había visto llorar a mi padre en las desgracias familiares, cuando su madre, la abuela Felipa, murió, llanto desgarrado, de desesperación y de rabia,  que se repetía ahora.

Cuando entré se quedaron aterrados, les había descubierto, se mostraban ante mí con la cruda realidad, la despedida anterior fue fingimiento puro, sus sonrisas eran para darme animo, la importancia que quitaban a la mili era pura mentira, lo hacían para que fuese más tranquilo al matadero. Por eso no supieron reaccionar,  pille a la realidad por sorpresa, no dijeron palabra, solo una pregunta.

 

                        -¿Qué pasa?

                        - Nada, que me he dejado el reloj, pero cambiar el ánimo, no os quedéis así, que parece que quien se va sois vosotros.

 

Volví a iniciar mi marcha, pero ahora comprendí que algo muy duro hacían a mi padre, le robaban a su hijo y le llenaban de recuerdos. De recuerdos de hambre, de recuerdos de angustia, de recuerdos de muerte, de recuerdos de guerra. Historias contadas a medias, siempre en voz baja y con miedo. El abuelo Nicolás llevando municiones al frente del puerto, sabiendo que tenía  hijos y hermanos al otro lado y que una de las balas que subía podía ser para uno de ellos. Se lo comentó un día al compañero de al lado. "Subir munición teniendo la mitad de la familia al otro lado". Y un militar le escucha y le apunta y le dice: "Ha tenido suerte, no le voy a dar dos tiros, pero si en vez de escucharle yo es otro, le da dos tiros, le deja tirado en la cuneta, y no vuelve a decir lo que siempre se debe callar".  

                                               Cartas del Sáhara. A Villa Cisneros

           

Las fiestas en casa eran multitudinarias, al núcleo familiar de los padres y las hermanas, se unían los tíos y algunos amigos muy cercanos. En el largo portal, un salón de seis metros de largo por tres de ancho, había una mesa fija de dos metros por ochenta centímetros a la que se añadían otras dos más livianas, se buscaban las sillas necesarias, de diferentes formas y tamaños, para acompañar a la docena que siempre había en torno a la mesa fija  y poder reunir en torno a ellas a más de treinta personas.

Mi regreso produjo un gran alboroto. Las risas se confundieron con los gritos y los saltos. Los abrazos y los besos provocaron más de una lágrima. Era septiembre y aún quedaban ciruelas en los árboles y alguna pera de las rojas, que eran las más apreciadas por mis hermanas y por mí. Frutos con sabor a vida que hacía 14 meses que no comía. El tomavistas que traía en mi maleta se encargó de inmortalizarlos realizando mi primera película: un corto de un paseo familiar por el huerto que perdura escondido en una cinta de las de antes. Todo concluyó con una copiosa comida cuyo manjar principal fue el cordero asado. Mi padre lo mató y mi madre lo asó, cada uno en lo suyo era un experto.

Matar un cordero fue una costumbre que perduró en el tiempo.  A medida que aumentaba la familia aumentaba también el rebaño. Mi padre procuraba tener un cordero para el cumpleaños de cada miembro de la familia. Cuando nos estacionamos en quince, el número de ovejas, al que había que sumar el correspondiente carnero, llegó hasta la docena. Como algunas parían mellizos y como los partos se producían cada ocho o diez meses los corderos estaban garantizados para todos los cumpleaños y aún sobraban para las fiestas del pueblo o para las Pascuas de Navidad o Semana Santa.

Matar un cordero es mucho más que el acto del sacrificio y el convite. Es un rito que comienza con su nacimiento y con la visita al pueblo de alguna nieta -generalizo el femenino porque la relación era de seis a uno a favor de las mujeres- a la que mi padre invitaba a ponerle nombre. Una vez puesto el nombre, se le destinaba el cumpleaños correspondiente. Después seguían las visitas y llegaban los meses del juego y del encariñamiento de las niñas con los animales que solían terminar con alguna lágrima cuando se acercaba la fecha del asignado cumpleaños.  

Perduró hasta que tuvo fuerzas para ir delante del rebaño. Un grupo de ovejas que se encariñaban con él y que le seguían por el camino que él quería. Sabía muy bien como conquistar su voluntad. Llevaba los bolsillos siempre llenos de mendrugos de pan, no importaba que estuviese un poco duro, el se lo ofrecía y ellas lo comían de su mano. De esta forma las llevaba de un prado a otro, entreteniéndose por las orillas de los caminos a los que el pequeño rebaño limpiaba de las hierbas al mismo tiempo que los abonaban. Eran paseos que mi padre daba al menos dos veces al día y que proporcionaban un aire musical por las calles del pueblo, porque a los validos se unía el tintineo de los cencerros que llevaban puestos en sus cuellos el macho y la oveja mayorala. La oveja mayorala era siempre la más vieja y la que iniciaba siempre el camino por el que seguía el resto del rebaño. Mi padre se entendía bien con ella.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La novela que no vio la luz

 

Yo creo que soy lento en el proceso de creación literaria. Suelo estar al menos seis años trabajando en una historia. A veces se juntan dos en mi cabeza y eso dificulta las cosas. Al regreso del Sahara, en septiembre de1974, mi único deseo era vivir. Una vez cruzado el muro, cuando la bestia firmó la blanca, -la blanca es la cartilla militar y la bestia os la tenéis que imaginar-, mi prioridad era vivir. Recuperar el tiempo perdido y vivir lo mejor posible por encima de todo. Mi estado de descanso y recuperación duró poco más de un año. En ese tiempo quise olvidar el tiempo pasado en el Sáhara y continuar desde donde lo había dejado como si los días vividos en el ejército no hubiesen sucedido: quise volver al reencuentro con Vida y Libertad. Sin embargo los recuerdos y la implicación en la vida político social del momento me lo impidieron. El paso del muro me había cambiado y en mi intento de recuperar a Vida y Libertad me di cuenta de que también les había cambiado a ellas. Vida se convirtió en algo ligado a la estabilidad y a la tranquilidad, mientras que Libertad seguía siendo tan casquivana y escurridiza como antes, pero con una dosis importante de reflexión que aportaba madurez a mi existencia.

Cuando mi espacio propio se amplió, cuando tuve un salón a mi disposición y una máquina de escribir encima de una mesa camilla con la que podía practicar todos los días, los recuerdos y la implicación en el momento que se estaba viviendo en España comenzaron a tener forma literaria. Los recuerdos los ordené y me asustaron. Y a mi implicación en el proceso de cambio que se vivía en nuestro país le quise dar vida ficticia y también me asustó. Aparqué a los recuerdos una vez ordenados y seleccionados y me centré en la historia que bullía en mi cabeza de una manera vaga, difusa.

Fue en enero de 1976, ese año cambié mi residencia por segunda vez: de la calle de Gómez de Avellaneda a la de Colomer, 3. El piso que alquilamos mi hermana, mi futuro cuñado y yo era bastante amplio y sobre todo era económico. Además era céntrico, por lo que todos pensamos en una cierta estabilidad: nos acomodamos. El tener un espacio propio es fundamental para la escritura. La coincidencia también. En esas fechas ocurrieron una serie de acontecimientos, ya detallados, que determinaron una historia que empezó a dar vueltas en mi cabeza.

Una historia de la que conseguí escribir un borrador, pero que abandoné por miedo. Llegué a tener más de doscientos folios, primero escritos a mano y después mecanografiados. Estaban ordenados en dos partes y en total llegué a diseñar unos treinta capítulos.   

 

 

La idea

 

La idea fundamental era denunciar todo tipo de violencia: la del Estado y la de las organizaciones llamadas terroristas por la dictadura. Denunciar la violencia desde la ficción y luchar por la libertad y la democracia.

Denunciar todo tipo de violencia no era fácil puesto que solo estaba permitido denunciar aquella que el régimen quería que se denunciase. Tomemos como referencia los dos hechos violentos que rondaban por entonces mi cabeza: el asesinato de Julián Grimau y el de Carrero Blanco. Denunciar el magnicidio como un acto terrorista brutal, no solo era tolerado sino de obligado cumplimiento. Denunciar el asesinato de Grimau era motivo de encarcelación. Simplemente el hecho de relacionar el uno con el otro ya te convertía en sospechoso. No tenían nada que ver, decían incluso las personas más allegadas. No querer relacionar las cosas es el recurso fácil al que acuden las personas con déficit de conocimientos para poder hacer los juicios comparativos. Esa incapacidad de algunos para relacionar unos hechos históricos con otros era algo que no entraba en mi cabeza. Yo todo lo relacionaba. Y en esa relación yo procuraba tener en cuenta quien lanzaba la primera piedra. Quien comenzaba la violencia. Quien mataba primero.

Desde el punto de vista de las víctimas, y tratando de ser lo imparcial que un escritor debe, es decir, sin entrar a juzgar las responsabilidades políticas de cada uno, podemos asegurar que las dos personas, que traemos aquí a colación, fueron asesinadas por sus ideas y por sus responsabilidades políticas. Desde el punto de vista de las víctimas, en un marco de libertad, ninguno de los dos debía haber muerto. Dar el mismo trato en su denuncia como hechos violentos era lo que pretendía y me producía miedo.

Miedo que aumentaba cuando intentaba ponerme en el lugar de los verdugos y tratar de juzgar ambos casos con la misma imparcialidad. En los dos casos su muerte sería decidida por algún órgano, en un caso clandestino -la dirección de la banda terrorista-, y en otro ilegítimo -el consejo de ministros de una dictadura-. Después serían ejecutados, en un caso por un comando; y en otro, por un juez. La diferencia radica en que en el caso de Julián Grimau, tanto quienes decidieron su muerte como quienes lo ejecutaron, no fueron considerados asesinos, no fueron perseguidos y por supuesto no pagaron su crimen.

Mientras que en el caso de Carrero Blanco, sí fueron considerados asesinos, fueron perseguidos y aunque no fueron detenidos porque consiguieron huir a Francia, uno de ellos sí pagó por su crimen aunque se tuviese que recurrir a los servicios paramilitares. José Miguel Beñarán, Argala, murió en Francia en diciembre de 1978 víctima de un atentado reivindicado por el Batallón Vasco Español. 

 

Dos episodios violentos que yo en aquellos años pretendía denunciar en forma de ficción, pero tratados con la misma igualdad y la misma justicia. Mi idea era esa: denunciar todo tipo de violencia y argumentar sobre su forma de erradicarla.

Cierto que los hechos históricos condicionan la historia, pero para no repetir los mismos errores a veces es conveniente estar por encima de lo que el momento exige y tener visiones imparciales. De lo contrario el hecho se agrava, porque no solamente se comete una injusticia en su momento, sino que esa injustica perdura en el tiempo a través de un proceso de memoria histórica ajeno a la realidad de los hechos. El hecho de no tratar en su día por igual la violencia sufrida por las dos personas mencionadas significa que un asesinato estará justificado y los familiares y amigos de la víctima no se podrán asociar para hacer visible su ira, ni hacer actos de homenaje; mientras que los de la otra, tendrán reconocidos unos derechos como asociación y su recuerdo en la memoria colectiva perdurará en el tiempo de forma muy diferente. Así, aunque en el entorno de sus allegados ambos sean recordados, en el conjunto del colectivo social quedará siempre la idea de que no es lo mismo: el uno fue ejecutado y el otro fue asesinado. Así se pretende la construcción de un colectivo social que justifique la violencia franquista y condene la de las organizaciones llamadas por ellos terroristas.

Sí, denunciar todo tipo de violencia es muy complicado y lleva consigo riesgos: No han condenado los crímenes de ETA, y lo dicen ahora quienes nunca han condenado los crímenes de la dictadura. Condenemos toda la violencia y respetemos la dignidad de todas las víctimas.

Asesinar, desde las estructuras del poder, a las personas por sus ideas, te mandaba un mensaje: ¡Ojo! ¡Si tú compartes esas ideas también puedes ser asesinado! Pero las ideas no son domesticables. Uno no puede tener las ideas que su voluntad le mande, y menos, las que le manden las voluntades de otros. El pensar es incontrolable y está en función de cómo relaciones tus raciocinios. En función de los antecedentes y de los nexos de conexión sacarás los consecuentes. Además en mí eran rebeldes, si no consiguieron domesticarme en los catorce meses que pasé recluido en el Sáhara, menos lo iban a conseguir ahora que me encontraba rodeado de la gente amiga y ligada a la cultura.

 

La familia, las relaciones afectivo sexuales, la política y las luchas sociales, y la vida y la muerte; son otras ideas que estaban en mi historia. Son ideas que están siempre en mi universo literario. Quizá sean los temas universales que mueven la vida en el mundo y estén siempre en la mente de todos los creadores. O quizá sea simplemente opinión mía.

 

 

La localización

 

La historia se situaba en el País Vasco -en Euskadi-, allí dos hermanos luchaban de forma distinta por recuperar la democracia y la libertad. Uno respondía al terrorismo de estado con más terrorismo, el otro pretendía lograrlo por la vía pacífica, por la vía de la política, del diálogo y de la reconciliación. La sociedad vasca estaba dividida, la sociedad española también.

En el Sáhara había conocido a algunos vascos. Lo único positivo del servicio militar es que se conoce a personas de todas partes. Los vascos -de las Vascongadas decía el régimen- hablaban en sus conversaciones privadas de Euskadi y de las atrocidades que estaba haciendo con ellos el franquismo. Lo hacían en voz baja y en castellano. En euskera solo pronunciaban algunas palabras que debían de ser muy significativas y siempre lo hacían con un reconocimiento previo que les garantizase la ausencia de los mandos. Me hice amigo de los vascos que hablaban de Euskadi tomando pinchos y bebiendo vino por las tardes en el rato que se nos tenía asignado para el paseo

Los vascos tenían dinero, y los catalanes también, quienes no tenían apenas eran los extremeños y los andaluces. Yo podía permitirme el lujo de merendar todas las tardes y evitar la cena del cuartel. Yo era un privilegiado. Cobraba la paga de soldado, que era una miseria, aunque se incrementó cuando me ascendieron a cabo, que fue al mes de mi llegada a Villa Cisneros. Lo hicieron sin avisar, sin consultarme, pero lo hicieron. Una noche en retreta -el acto militar en el que se pasa lista y se da fin a la jornada-, leyeron mi nombre y me hicieron cabo. Pero lo que me situaba en una posición de privilegio fueron las tres pagas extraordinarias que me correspondían del colegio. En aquel momento las personas que teníamos trabajo y que nos incorporábamos al servicio militar obligatorio teníamos derecho a la conservación del puesto de trabajo y a recibir las pagas extraordinarias en su integridad. Así pues, yo me incorpore un 18 de julio de 1973 con una paga de 10.000 pesetas en el bolsillo. Estaba debidamente custodiada en una libreta de la Caja Postal de Correos de la que podía hacer uso en la ciudad de Villa Cisneros, más tarde en diciembre recibí la segunda paga y el 18 de julio del 74 la tercera.

Alternaba, pues, con los vascos y me daban ideas. Merendar todos los días con las mismas personas te da confianza. Con la confianza descubres tus pensamientos y cuanto te das cuenta que coinciden con los de tus contertulios, la confianza se fortalece y se convierte en complicidad. La complicidad facilita la empatía y esta sirve para dar vida a los personajes. Por eso, a la hora de fijar un lugar donde se debía llevar a cabo la trama de mi novela, elegí a Euskadi. Además allí era donde mejor se visibilizaban los dos tipos de violencia que quería denunciar.

Los vascos me hablaron por primera vez de los fueros, de las atrocidades que habían hecho en Euskadi las tropas franquistas, del bombardeo de Guernica y de las secuelas que aún quedaban. Los vascos, sentados en una mesa con una botella de vino y unos pinchos, me hablaron de la represión que sufrían y de su permanente lucha contra la dictadura. Y con los vascos hablábamos de ETA y de sus atentados.

El vino es buen aliado en algunos casos, en la dosis adecuada ilumina el pensamiento y hace que las frases pronunciadas se ajusten con más rigor a la idea que quieres manifestar, las hace más concretas. Era junio del 74 cuando la cuadrilla formada con los vascos y los catalanes se estabilizó y la merienda se convirtió en rutina. En esas fechas éramos ya veteranos -abuelos en el argot militar- y nos las sabíamos todas. Habíamos adquirido, además, la confianza suficiente como para hablar de política. La primera conversación trasgresora a la normas militares fue la de ridiculizar el tratamiento informativo que se nos había dado del atentado sufrido por Carrero Blanco. El hecho había sucedido seis meses antes y llegó hasta nuestros oídos por boca del capitán de la compañía. Formamos en el patio con uniforme de gala y con el  armamento reglamentario en un acto muy ceremonioso. Tras los saludos rutinarios en los que los mandos se pasaban por orden jerárquico, del grado menor al más alto, el dominio sobre la compañía; el capitán nos informó de que el presidente del Gobierno había fallecido como consecuencia de un escape de gas.

El tiempo fue poniendo las cosas en su sitio y la realidad se impuso. El magnicidio trajo un endurecimiento del régimen que en nuestra situación se tradujo en un mayor control de la población civil y en un fortalecimiento de las medidas de seguridad internas: guardias, retenes o imaginarias. Nos llegaban pocas noticias de la respuesta social, pero las caras risueñas de los vascos nos adelantaban que algo trascendente había sucedido en el país y que precisamente era allí, en el país vasco donde más conciencia había de la necesidad de acabar con la dictadura.

 

 

La trama y los personajes

 

La trama comienza con una gran fiesta en un caserío vasco. Es una fiesta familiar porque el hijo mayor ha salido de la cárcel después haber pasado dos años en prisión por un delito de asociación ilegal como consecuencia de las luchas sindicales que se habían producido en la siderurgia de Vizcaya.

Hay un recuerdo del padre que vivió la guerra en los dos bandos, de la madre que lo estuvo esperando y de los orígenes de la familia y su forma de vida hasta que los dos hermanos se emanciparon.

Los giros de la historia están en función de los acontecimientos políticos de esos años, pero hay un giro principal que divide la historia en dos partes: la muerte de Franco.

En la primera parte de la historia el protagonista vive los hechos como propios y los interioriza mezclando la realidad -Vida- con la fantasía -Libertad-, mientras que el hermano pequeño es realista y lo ve todo desde otro punto de vista. Así, el uno, vive en el mundo de la construcción del sindicalismo clandestino, con sus huelgas y movilizaciones, y entra y sale de una cárcel imaginaria a su antojo. Mientras que el otro, pragmático, se organiza en torno a la clandestinidad. Preparan minuciosamente acciones violentas, deciden quiénes y cómo las van a llevar a cabo y planifican detalladamente la huida.

En la segunda parte, mientras el hermano menor continúa por la senda de la clandestinidad y la sombra del terror, el protagonista interioriza el proceso de la transición y de la participación política en el proceso electoral. Sigue en el mundo de la fantasía y se ve como el candidato que elabora discursos propios y es capaz de ofrecer una ideología pacifista y salvadora. Da mítines, llama a la reconciliación y tiene la esperanza de construir un futuro en paz.

 

Los personajes aparecen tras un proceso de investigación de cómo es la vida en un caserío de un pueblo pequeño del interior de Guipúzcoa. Aparece el padre (Aita), una persona ruda y trabajadora, la madre (Ama), una mujer sacrificada por la familia, y sus dos hijos.

El hijo mayor, protagonista principal de la historia, ronda los veinticinco años, es dicharachero, amable sin caer en la pedantería y es un idealista empedernido. Procede de las luchas sindicales y milita en una organización política que forma parte de la coalición Euskadiko Ezkerra. Ha vivido huelgas y manifestaciones y ha permanecido dos años en la cárcel. Participa en las movilizaciones por la amnistía a través de la coordinadora de organizaciones sindicales. Acepta las negociaciones de extradición de presos políticos vascos como paso previo para la participación en el proceso electoral. Su historia se desarrolla entre la primavera del 75 y las elecciones de junio del 77.

El hermano menor, protagonista secundario, apenas supera la veintena, es más arisco e introvertido y está atado al terruño y a las tradiciones vascas. Pertenece al mundo radical de ETA. No acepta las negociaciones previas al proceso electoral, se radicaliza tras el asesinato de Josu Zabala, en Hondarrubia el 8 de septiembre de 1976 por dos disparos de un miembro de la Guardia Civil, y llama al boicot de las elecciones del 77. Es partidario de lo que se dio en llamar dinámica infernal: atentados, presos, más atentados. Su historia se desarrolla en el mismo periodo de tiempo, pero está ligada a atentados, detenciones, estancias en la cárcel, huidas y clandestinidad.

Ambos hermanos denuncian la violencia del Estado contra el pueblo vasco, pero cada uno intenta dar respuesta desde un punto de vista diferente. El mayor, desde la legalidad que se está construyendo en España, y el menor, desde la clandestinidad, respondiendo a todas las agresiones de forma violenta. Entre ellos hay diálogos acalorados que son el preludio de los dos mundos que se van a vivir años después en el país vasco.

Aparecen por primera vez, aunque con nombres distintos, los dos personajes femeninos protagonistas de esta historia: Vida y Libertad.

Vida aparece con el nombre de Eva -reminiscencia de la cultura judeocristiana, tal vez-, es la novia del protagonista y camina siempre de la mano. Es la que le acompaña en todos los momentos, la que le corrige sus escritos, la que le da ánimos, y la que estará a su lado en el desenlace final.

 Libertad aparece con una traducción mía muy particular de entonces al euskera, Askatuta. Es amiga o amante, no se sabe muy bien, del hermano pequeño, pero está también esporádicamente en la cabeza del mayor como enlace y puente entre ambos. Es una persona fantasiosa, bromista, inestable e inquieta, que parece estar por encima del bien y del mal,  pero que siempre consigue provocar  sonrisas y limar asperezas.

 

 

El título y el desenlace

 

El desenlace es trágico. La utopía se desvanece y el protagonista principal cae asesinado en el último mitin de la campaña electoral. Muere en los brazos de Eva, pero ve fugazmente a Askatuta que aparece y desaparece entre las sombras.

Las primeras elecciones tras la muerte del dictador se celebraron el 15 de junio de 1977 y abrieron un proceso constitucional. Algunos dieron la bienvenida a este proceso de transición  tildándolo de modélico, pero yo tuve miedo de escribir una novela que reflejase en la ficción la realidad del momento. Yo quería que en ella se reflejase todo tipo de violencia, toda la que había vivido en esos años, pero tenía miedo de contar lo que pensaba. Era libre para votar, pero todavía no era libre para escribir.

El miedo y el odio, que habían tomado forma dentro de mí, se fueron asentando como dos sentimientos contradictorios. Dos motores que tiraban de un mismo carro. El miedo alcanzó su apogeo el año 1977 que terminó con un balance trágico de victimas, a las señaladas al principio de esta parte de mi historia, hay que añadir las 75 víctimas de ETA, las 12 del GRAPO y otras 6 del FRAP. El título que puse entonces a mi historia resume mi estado de ánimo de aquellas fechas: Condenado a morir.

El miedo me llevó al título y el odio me llevó a seguir luchando. Mi imaginación no podía aceptar la derrota, y solo había una salida, tendría que escribir otro libro. O al menos tendría que pensarlo porque el trabajo de embarcarme en otra aventura de recortes y pegas, de escritos abandonados en carpetas y de huecos donde esconderlas,  sin garantías de llegar a buen puerto, me paralizaba. Pero los acontecimientos se iban desarrollando y mi imaginación seguía viva. Con la aprobación de la Constitución apareció un nuevo título en mi cabeza: Condenado a nacer. No lo llegué a trabajar, ni siquiera hice un borrador, ni un simple esquema, simplemente lo pensé como forma de no claudicar en la lucha. Después apareció el que completaría la trilogía: Condenado a vivir. Los tres formarían la trilogía de la transición española. Habría personajes nuevos, pero habría dos que se repetirían en todos: Vida y Libertad.

Una trilogía que a día de hoy, y visto el devenir de los acontecimientos, hubiese tenido sobrado contenido. El fallido golpe de estado del 23 F, sus análisis y sus secuelas; la llegada del socialismo con sus luces y sombras; la primera huelga general del 14 D, y el decaimiento del sindicalismo de clase; las movilizaciones del no a la guerra y del 15 M con sus frustraciones posteriores, y la situación actual, de difícil digestión, donde todo se mezcla y se junta, pero donde se hace inevitable la necesidad de vivir, daría para tres libros y mucho más. Pero todo quedó en un proyecto que fue aparcado en mi mente como consecuencia del miedo.

Tres novelas que no vieron la luz, pero tal vez, rebuscando entre mis escritos quede  algo escondido. La muerte, la vida  y la libertad están siempre presentes en mis libros. Porque pasa con las ideas lo mismo que con las personas: mueren y nacen para seguir viviendo.

 

 

 

 

 

 

La cárcel

 

        Esto era lo que pensaba yo entre los años 1974 y 1977. Lo he escrito en el 2020, han pasado unos cuarenta y cinco años, luego puedo decir que mis pensamientos estuvieron 45 años encarcelados.

En una dictadura solo hay carceleros y prisioneros, y los encarcelados a su vez pueden ser de dos clases: los reales y los virtuales. Los que están física y materialmente encerrados en espacios reducidos, con sus celdas y sus patios; y los que están encarcelados en su propia cárcel: en una cárcel virtual, interior, donde se mantienen presas sus ideas.

En este caso la cárcel se convierte en un estado de ánimo. El refugio al que acudíamos las personas que sabíamos que nuestras ideas no podían llegar a tener vida. Allí las guardábamos y nos acomodábamos a la esperanza de que algún día se pudiesen abrir las puertas.  

En la transición hubo una amnistía de la que se beneficiaron parcialmente los presos reales. Y digo parcialmente porque lo que les fue robado no se lo devolvieron. No les devolvieron los años de cárcel porque es imposible, pero tampoco les dieron una indemnización que equivaliese al patrimonio que hubieran podido acumular si en vez de estar encarcelados hubiesen estado ejerciendo un trabajo, una profesión o un negocio.

A  los prisioneros en nuestras propias cárceles no nos afectó la amnistía. Tuvimos que esperar muchos años y cada cual salió cuando y como pudo. Yo salí cuando me di cuenta de que el miedo era el carcelero. Cuando me di cuenta de que siempre, de una forma u otra, se utilizará el miedo para mantener sometidos a quienes no acomodan sus ideas a las de la mayoría: a la realidad. Palabra vana que siempre esconde la ideología de los vencedores. Yo salí de mi cárcel cuando me di cuenta de que al miedo le hay que hacer frente, luchar contra él y derrotarlo. 

Tampoco afectó la amnistía a quienes fueron víctimas de la dictadura. El daño hecho no se restituyó. ¿Cómo se valora lo que no pudieron escribir García Lorca o Miguel Hernández? ¿Cómo se mide lo que hubiesen podido enseñar y el número de discípulos que hubiesen podido tener? ¿Dónde está lo que hubiesen podido escribir estos? ¿Qué sería de la historia de nuestro país si no hubiesen estado encarceladas durante 40 años las ideas?

 

LA CÁRCEL era el capítulo 7 de la novela que no vio la luz. Del borrador de entonces rescato aquí algunos párrafos:

 

La cárcel estaba fría, sin embargo, a veces parecía que esa frialdad te acariciaba, a veces parecías creer incluso disfrutar de ella. Allí estabas solo, entre unas paredes metido, hablando solo contigo, y enloqueciendo contigo.

 ¿Por qué será tan difícil la huida?

Sin embargo, la idea de la huida venía y te acariciaba de vez en cuando, pero pronto te dabas cuenta de su imposibilidad, y te refugiabas nuevamente en los pensamientos, tus pensamientos, solo tan tuyos como tu propia vida. Los pensamientos eran el único refugio donde esconder esa soledad amarga y triste que reina en las cárceles.

                                               ….

 

¡Qué claras  se ven las cosas desde la cárcel! Parece que desde ese rincón tan pequeño, desde esa soledad tan grande se ve el gran teatro de la vida, la comprensión de las relaciones humanas, su historia y su futuro. Parece como si la cárcel fuese el punto de mira, el telescopio desde el que se ve a los hombres pasar, pero no solo se les ve cómo pasan, sino también cómo caminan y hacia dónde. Se ve la dirección que llevan y la meta final que les espera. ¡Y qué clara se ve la meta! ¡Qué claro se ve el fin! Parece como si solo desde aquí, desde tu soledad, pudieras ver lo que antes al avanzar con el tropel te resultaba imposible.

                                               ….

 

Parece que al privarte de esa libertad que significa seguir a todos, te diesen la capacidad para tomar conciencia y poder ver con claridad lo que les espera. Es como si al avanzar con la masa esta misma te estorbase, te impidiese ver con claridad hacia donde dirigías tus pasos, y solo al apartarte de ellos, al alejarte, es cómo si te colocases en un escalón superior, desde el que no solo se ve avanzar a la manada, sino que tras la nube de polvo que levantan al pasar, ves a lo lejos alzada majestuosamente la meta, el fin de tanto y tanto caminar.

¡Cómo avanza la manada! ¡Cómo unos van delante y cómo otros van detrás! Cómo los primeros levantan un polvo tal, que los de atrás nada ven, solo polvo les rodea, y por no conocer otra cosa, por no conocer la limpieza y la claridad, llegan incluso a negarla. ¡Solo polvo tenemos y entre polvo caminamos! ¡Cómo gozan los de delante engañando a los de atrás!

                                   …

 

Quizá sea buena la cárcel, te alejan de la manada, te suben a un pedestal, ves la nube y ves el polvo y al final, al final ves el lugar donde nadie debería ir a parar.

Sin embargo la idea está ahí, sal de la cárcel y diles: deteneos, no sigáis hasta el final. Y la idea de la huida viene otra vez y se va.

Y vuelve a venir la cárcel, y vuelve a venir el polvo, y vuelve a venir hasta esa inmensa soledad. Y vuelves a ver entre el polvo  a las gentes caminar.

¡Qué pena que no haya más claridad!

 

Desde el punto de vista literario la transición no fue generosa conmigo. Más bien podría decirse que fui víctima del franquismo y de la transición. Yo así me considero. La transición significó para mí, y creo que para muchos más, un gran vacío literario. Un gran vacío ocupado por el miedo. Por eso para quienes la consideran modélica yo les digo: ¡y una mierda!

 

         Hoy día, abril del 2020, confinados en nuestros hogares por culpa de un virus, que por otros motivos también nos priva de nuestra libertad, podemos ver series que antes no hubiesen sido permitidas. La Línea Invisible hace relación al nacimiento de ETA y procura denunciar las dos clases de violencia, el hecho de ser una serie criticada por ambos bandos es una garantía de que la libertad para juzgar el pasado comienza a ser posible.

         También ha surgido el fenómeno literario de Patria, una visión del dolor desde los dos puntos de vista de la sociedad vasca. Aunque mis historias iban por otros derroteros, la presencia de una nueva literatura que afronte cuestiones tan delicadas como estas con valentía, me reconforta en parte y me da valor para seguir escribiendo.

 

 

 

 

 

 

 

Hermanas

 

Mis hermanas han sido muy importantes en el desarrollo de esta historia y en la configuración de los personajes.

Para una persona tímida, como yo, tener dos hermanas tres y siete años más jóvenes, respectivamente, es un chollo. Si además son simpáticas y abiertas a una cosecha amplia de amistades, el chollo se agranda. Abordar a una mujer desconocida me ponía nervioso, me resultaba difícil dirigirme sin más a una persona con la que nunca había tenido relación. Las amigas de mis hermanas eran personas conocidas, las había visto en las fiestas y había compartido mesa y bailes: eran de confianza. Con ellas me sentía seguro, toda la timidez que me atenazaba ante las mujeres desconocidas se disipaba con ellas y aparecían las palabras. El silencio era sustituido por conversaciones amenas en las que aparecían las bromas y los chistes. Sí, mis hermanas han jugado un papel muy importante en el encuentro con Vida -la definitiva-  y Libertad, -la filosófica y la mística.

Tanto ellas como yo pensamos que es ideal que entre hermanos el varón sea el mayor. Las diferencias de edades se acortan cuando los hermanos están escalonados de esta forma. Es un hecho biológico: las mujeres alcanzan la madurez antes que los hombres. Una diferencia de siete años entre el hermano mayor y la hermana más pequeña es infinitamente inferior a la misma diferencia en sentido inverso. Mis hermanas con 17 y 20 años y yo con 24 éramos de la misma pandilla. Si hubiese sido al revés, ellas con 20 y 24, y  yo con 17 años, no hubiésemos coincidido para nada en el desarrollo de nuestro ciclo juvenil.

Las edades jugaron, pues, un elemento importante en la configuración de nuestras personalidades. Fueron determinantes a la hora de compartir confidencias y complicidades y, sobre todo, en la formación de nuestros afectos y nuestras emociones que de alguna forma eran compartidas.

Mi hermana mayor tuvo una intervención decisiva en mi reencuentro con Libertad. La Libertad erótica y sensual de mi adolescencia dio paso a otra totalmente diferente. La que ahora se presentaba tenía ideas en la cabeza. Apareció por carta, en aquellas que desde el Sáhara me intercambiaba con mi hermana, en ellas utilizaba el método de la ironía para dejar incógnitas y para sembrar un poso de duda y de incertidumbre. Pero fue en una fiesta, a la que acudió como invitada, donde se destapó como filosófica. Estuvimos toda una noche bailando en una peña en la que quedaban aún restos de útiles de labranza y de huellas de haber sido con anterioridad habitáculo de bestias. La peña, Los Caníbales, había sido adecentada por la juventud del pueblo, pero aunque se le dio un baño y una mano de pintura mantuvo el esplendor de lo viejo con los olores y los adornos típicos de lo añejo.

Las circunstancias ambientales unidas a la escasez de luz y a la música melódica que se empezó a escuchar a altas horas de la noche, eran más propicias para el acercamiento carnal que para las reflexiones filosóficas. Pero no, las circunstancias que se dieron nos acercaron más a lo último que a lo primero. Para empezar ella dejó claro que tenía novio. Y lo testificó colocando sus manos frente a mi pecho para mantener las distancias. Después apareció su verborrea, yo no había tenido ocasión de estar con nadie que hablase tanto y tan deprisa. Quería plantar cara a sus argumentaciones, pero apenas dejaba resquicio para mis intervenciones. Así el tiempo pasó más rápido y el cuerpo nunca estuvo en disposición del deleite porque la cabeza y su trabajo neuronal lo ocupaban todo.

La filosofía adquirió una dimensión que nunca antes había encontrado hueco en mi cabeza. Y lo que se escondía en la cabeza de esa mujer llegó a obsesionarme tanto como lo que en su día escondieron en sus cuerpos Natalie Wood y Andrey Hepburn. La cabeza de las mujeres comenzó a interesarme. Había muchas cosas interesantes y el contrastarlas con las mías me producían un efecto más excitante que el contacto físico de nuestros cuerpos. Disertar sobre si la sabiduría nos acerca a la felicidad o nos aleja de ella era un debate interesantísimo en una época en la que los tontos eran felices, o creíamos que lo eran, mientras que los inteligentes se estaban, nos estábamos, decíamos, jugando la vida en las manifestaciones y las protestas.

Había momentos en los que nuestras reflexiones iban por ese camino. Quienes no veían la realidad de España eran felices, mientras que quienes sí la veíamos sufríamos porque nos sentíamos impotentes en nuestros deseos de cambiarla. Los primeros gozaban de la vida, ajenos a lo que pasaba, mientras que a los segundos nos atenazaba el miedo. Otras veces dábamos un giro radical en nuestras disertaciones para asegurar todo lo contrario. Lo cierto es que aunque discrepábamos en algunas cuestiones en lo esencial estábamos de acuerdo y los dos caminábamos del pesimismo al optimismo a medida que la noche avanzaba.

Libertad no me dio la mano esa noche, tampoco lo hizo el día del accidente. La ocasión fue propicia, después de la noche de bailes y de debate filosófico se presentó la oportunidad de ir a tomar una copa junto a mi hermana y su acompañante al pueblo más cercano. Al regreso un accidente leve nos llevó a los cuatro a la enfermería. Yo fui el más perjudicado, dos puntos en la cara me dejaron el recuerdo para siempre. A ella le debió de entrar el pánico y en vez de darme una mano, aunque solo fuese de consuelo, llamó al novio y me dio un adiós prematuro.

La Libertad filosófica duró 24 horas. Más tarde, y tras un par de años de correspondencia confusa, apareció la mística. Recurrió a mí para buscar alojamiento. Venía a Madrid una persona muy interesante, muy mística, un tal Roger…, de Taizé. Era un encuentro de jóvenes en Madrid, y yo tuve con ella un desencuentro. Si era amiga de mi hermana, si sabía que el piso donde vivíamos estaba alquilado a nombre de mi cuñado, ¿por qué se dirigía a mí para pedirme alojamiento? Yo la remití a que hiciera la petición por el cauce que correspondía y se debió de enfadar porque no me respondió. Yo con la mística no me llevaba muy bien.

 

Si mi hermana mayor fue decisiva en mi descubrimiento de la nueva Libertad,  la pequeña no lo fue menos en mi encuentro con Vida. Ella y su amiga propiciaron nuestro encuentro el tercer domingo de octubre de 1975.

La hermana de la amiga de mi hermana se había fijado en mí un tiempo atrás. Mejor dicho, se había fijado en una foto mía. Cuando yo me fui al Sáhara, tiré la casa por la ventana, me hice una foto de estudio y regalé una copia a cada una de mis hermanas. Yo tenía 22 años y con el retoque del estudio parecía un galán de cine. Mi hermana pequeña, que entonces estaba alojada en una residencia de monjas para estudiantas, se la enseñaba a todas sus amigas y se vanagloriaba de tener un hermano guapo con el que se escribía cartas llenas de poesía. Las cartas también se las enseñaba, y en alguna, incluso, sus amigas me escribían párrafos picantones. Sí, Vida se fijó en la foto porque más tarde, después de conocerme, me confesó que había preguntado a mi hermana por el otro hermano: por el de la foto, porque quería conocer al guapo. En realidad no sé si me lo contó en serio o para reírse un poco de mí, pero lo cierto es que mi foto fue preludio de nuestro encuentro ese tercer fin de semana de octubre del 75. Una foto que quedó perpetuada en la contraportada de Cartas del Sáhara.

Yo me fijé en la hermana de la amiga de mi hermana en su propio domicilio. Fue en una fiesta de su pueblo donde se dieron una serie de circunstancias. La primera, y determinante, fue la compra del coche del culo amarillo. El 850 de segunda mano, que compré a mi amigo Paco Segovia, desempeñó un papel fundamental en aquellos años de mi vida. Para mis hermanas fue un lujo tener un coche, y un conductor que tenía que hacerle kilómetros, y que las llevaba y traía a donde ellas querían. Se aprovechaban de mi disposición, interesada, a llevarlas de fiesta a los pueblos que me pedían y presumían de coche y de libertad. De coche, porque se lo ofrecían también a sus amigas, y de libertad, porque al ir de fiesta con el hermano mayor no tenían hora fija de regreso: llegaban cuando llegaba el hermano. Yo lo hacía gustoso, pues conociendo su simpatía y la de las amigas con quienes se relacionaban eran una apuesta segura de ligue, sin riesgo de que me diesen calabazas, que era lo que más temía en aquellos tiempos.

En aquella fiesta se coció más en el salón donde cenamos que en el baile de la plaza. La zona de baile, como solía ocurrir en todos los pueblos, era el lugar del chismorreo, los forasteros estábamos vigilados por todos los ojos de la gente decente que hacía corro sentada alrededor de la plaza. En mi caso, yo me sentía aún más controlado, pues era el único varón desconocido en el pueblo que compartía corro con un número elevado de mozas. Pasé una tarde de nervios que superé dejándome llevar por quien tomaba la iniciativa. En el comedor fue distinto, aquello era un verdadero gineceo: solo había mujeres. Eran solo dos hermanas, pero cada una había llevado a cuatro o cinco amigas, en total serían una docena y un solo varón. Todas tenían los ojos puestos en mí y me acribillaban a preguntas. Solo las dos anfitrionas se mantenían al margen porque se tomaron muy en serio eso de poner la mesa y tener a los comensales satisfechos. Yo tuve que compaginar atender a quienes me torpedeaban con preguntas y comentarios chistosos y mirar por el rabillo del ojo a la única mujer que no me hacía ni caso. Era la que iba y venía de la cocina al salón, la que quitaba y ponía los platos, la que traía la fruta y la que ejercía todo el control de la fiesta.

Y con estos precedentes vino la jugada del tercer domingo de octubre. Yo regresaba a Madrid, pero tenía que dejar a mi hermana en Segovia. Ella me requirió para llegar temprano esa tarde porque había quedado con unas amigas y me las quería presentar. Cuando llegamos al lugar de la cita saltó la sorpresa: las amigas solo eran dos, ¡y eran hermanas! La sorpresa fue muy agradable y todo parecía normal, pero en un visto y no visto mi hermana y su amiga desaparecieron.

Podían haber dicho: adiós, hasta luego, o algo así, pero no, desaparecieron sin más. Cuando volví la vista, las que tenían el rango de hermanas, ya no estaban y tampoco se veía por donde se habían ido. A lo mejor es que estuvimos demasiado tiempo sosteniendo nuestras miradas, o que los dos besos de salutación que nos dimos se prolongaron demasiado en el tiempo, pero lo cierto es que desaparecieron dejándonos solos en una amplia avenida, y es que, como yo digo, las mujeres son un poco brujas, en el buen sentido. Años más tarde, después de haber asistido a unos talleres de poesía con el gran poeta Jesús Urceloy, les dedicaría este soneto:

 

BRUJAS (cariñosamente a las mujeres)

 

Hay algo en ti escondido en no sé dónde,

que unido a la célebre neurona

esa de la que tú dices burlona

que a los hombres nunca les responde,

 

llenan a mi alma incauta, de ternura.

Me obligas a jugar al invisible

amigo, siendo siempre tan visible

el juego, que me sacia de dulzura.

 

No es cierto: es disparate, y es locura;

aún me queda este poco de cordura

para hilar estos versos algo malos

 

que envuelvo en trozos de papel rasgado

formando este soneto despiadado

para hacerte despierto, mis regalos.

 

 

Cuando nos quedamos solos, y ambos descubrimos la jugada, una sonrisa cómplice se apoderó de nosotros e instintivamente comenzamos a pasear. No recuerdo exactamente cuantos pasos dimos por la Avenida de Fernández Ladreda -actualmente Avenida del Acueducto- sin tener ningún nexo de contacto entre su cuerpo y el mío, pero creo que no fueron más de diez, porque bajo los soportales paseaba tanta gente que caminar separados nos obligaba constantemente a esquivar a las personas que lo hacían en dirección contraria. Este zascandileo nos obligaba a separarnos y a torcer el rumbo de nuestro camino. Por eso nos vimos obligados a demostrar que paseábamos juntos y que teníamos un espacio común por el que luchar. Tampoco recuerdo exactamente si lo primero que hice fue posar mi mano en su hombro a agarrarle la suya. Creo que fue lo primero, pero de lo que sí estoy seguro es de que al posar mi mano sobre su hombro ella respondió con la suya posándola en mi cintura.

El agarre de la mano creo que fue después. A la salida de la cafetería en la que nos dimos a conocer nuestras primeras ideas. En octubre del 75 había muchas cosas de las que hablar. A  mi cacheo en la boca del metro, el 1 de octubre, día del cambio de domicilio, por los secretas; yo le saqué mucho provecho. Siempre me servía para romper el hielo y para dar a conocer por dónde iban mis pensamientos. La confusión de las siglas: EGB y KGB, por miembros de la policía secreta siempre despertaba risas en mis interlocutores por lo que era una de las primeras anécdotas que contaba. Ese día creo que también, porque aunque no puedo recordar con precisión los temas de los que hablamos, sí puedo asegurar que empezamos por cosas amenas y terminamos en profundidades sociales.

Y los temas profundos de los que hablamos ese tercer fin de semana de octubre, en aquella cafetería de la calle Fernández Ladreda, ahora Avenida del Acueducto, fueron de la enfermedad de Franco y de las ganas que teníamos de que dicha enfermedad llegase a buen puerto. Nuestra desafección por el régimen político fascista fue en lo primero que coincidimos. Después nos fuimos dando cuenta de que coincidíamos en muchas cosas más y esa primera tarde la pasamos en un suspiro.

Sí, fue a la salida de la cafetería cuando se juntaron por primera vez nuestras manos. Era una hora prudente, sobre las diez de la noche, ella tenía que estar en la residencia, la que compartía con mi hermana, antes de las diez y media, porque a pesar de que estaba ya en la escuela universitaria de magisterio, las monjas eran todavía muy estrictas y no permitían que ninguna mujer se apartase de la moral y de las buenas costumbres. Hicimos el trayecto que había desde la cafetería hasta donde había dejado aparcado el coche agarrados de la mano. Lo recuerdo ahora porque fue un instinto compartido, nuestras manos se juntaron porque ambas se buscaron. Nada más salir a la avenida observamos que el número de paseantes a esa hora de la noche era inmenso, entonces, sin comentar nada, de una manera innata, mi mano y la de ella de juntaron.

Agarrarse a una mano es fundamental. Significa adueñarse de un espacio para compartirlo, para hacer visible al resto de paseantes que no es a una persona a quien tienen que esquivar, sino a una pareja, a dos que han abandonado la individualidad para convertirse en dúo. Y significa, sobre todo, abrir una nueva forma de comunicación, porque aunque durante el trayecto que nos llevaba hasta el coche continuamos conversando, ahora sobre cosas más cercanas relacionadas con sus estudios, con mi trabajo o con mis primeros pasos en la Universidad, a través de las manos comenzamos un lenguaje subliminal, ajeno al convencionalismo de las palabras, pero que llega hasta lo más íntimo de nuestro ser y que ata con más fuerza los sentimientos. 

 

Mis hermanas tuvieron un papel importante en la configuración de Vida y Libertad. Y también en la del concepto de amiga.

El primer viaje, con mi primer coche, lo hice con mi hermana mayor al pueblo de Valtiendas. Era una Semana Santa, recuerdo, y el coche de segunda mano, comprado a un amigo de confianza y a un precio asequible, en manos de un inexperto conductor, necesitaba rodaje. Pensamos, mi hermana y yo, que las carreteras secundarias de Segovia, en fecha y hora ajena a la aglomeración de tráfico, serían ideales para coger experiencia en la conducción. Y decidimos que un día no festivo sería el adecuado para hacer una visita a su amiga. Valtiendas es un pueblo en el triángulo norte de Segovia y equidistante de las provincias de Burgos y Valladolid. Allí descubrimos la hospitalidad y generosidad de las familias segovianas y unas bodegas centenarias para disfrutar de unas chuletillas de cordero al aroma de los sarmientos y acompañadas con la esencia de un buen vino, hasta ese momento bastante desconocido. Después repetimos varias veces y la amiga de mi hermana se convirtió también en amiga mía.

Y esa cosa rara, que no sabía muy bien lo que era, comenzó a definirse y a tener vida propia. Era una cosa equidistante, no te daba la mano, pero te daba siempre un par de besos. Tampoco estaba en tus sueños ni en las pantallas del cine, pero muchas veces te relajaba y te aclaraba sobre el límite que separaba a Vida de Libertad. Sí, la amiga de mi hermana de Valtiendas fue el principio de una relación nueva con las mujeres. Una relación que me llevó a verlas como personas y que me proporcionaría grandes satisfacciones a lo largo de mi vida profesional, porque en el cómputo total de mis amistades, las mujeres se han llevado siempre, al menos, el porcentaje que por su número en este mundo les corresponde. Y aunque en algún momento haya tenido la duda de si se acercaban más a Vida o lo hacían más a Libertad, siempre he sabido que significaban el punto exacto donde se situaba el respeto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

De las manos al éxtasis

 

Enamoramiento. Acción y efecto de enamorar o enamorarse. RAE

El enamoramiento es un estado emocional producto de la alegría, en el cual una persona se siente poderosamente atraída por otra, que le da la satisfacción de alguien quien pueda comprender y compartir tantas cosas como trae consigo la vida. Desde el punto de vista bioquímico se trata de un proceso que se inicia en la corteza cerebral, pasa al sistema endocrino y se transforma en respuestas fisiológicas y cambios químicos ocasionados en el hipotálamo mediante la segregación de dopamina.

El enamoramiento se basa en los gestos y la comunicación emocional, motriz, sexual, intelectual e instintiva. Los gestos se basan físicamente también y se llevan a cabo al moverse, mirarse, acariciarse y hablarse.

El enamoramiento puede ser de dos tipos:

Externo: donde el enamoramiento se produce debido al aspecto físico.

Interno: donde el enamoramiento se produce debido a la forma de ser del individuo.

Wikipedia

 

El enamoramiento no está bien definido en el diccionario de la RAE, no se puede resumir en una sola frase. Tampoco lo está en Wikipedia aunque pretenda profundizar y le dediquen dos párrafos y una clasificación.

El enamoramiento está escrito en los libros. En todos y en cada uno de ellos. En todas y en cada una de sus historias. Por eso esta historia no tendría sentido si no hubiese un hueco para él. No se puede escribir sobre la felicidad sin reflexionar sobre el enamoramiento.

Yo creo que el enamoramiento está en uno mismo. Primero nos enamoramos de nosotros, y solo después, cuando al mirarnos en el espejo nos damos cuenta de que la persona que vemos allí reflejada es otra distinta a la que estábamos acostumbrados a ver, es cuando completamos el círculo y comprendemos que estamos enamorados. Estamos enamorados porque hemos cambiado. Creo que cuando uno se da cuenta de que ha cambiado, y de que ese cambio se ha debido al contacto con otra persona, es cuando puede decir que se ha enamorado. Quizá el enamoramiento sea eso: mirarte ante el espejo y darte cuenta de que eres dos: el amante y el amado. De que siempre vas a ser los dos, porque la imagen que allí se refleja no es la que habías visto hasta entonces, sino la de una segunda persona que te acompañará siempre.

Esta es mi idea, y quizá tenga algo que ver con el mito de la causa del eros en la humanidad que Aristófanes plantea en su intervención en El banquete, y del que dejé constancia en la introducción de esta historia. Según él, el hombre en un principio era circular: la forma de cada hombre era redonda, con la espalda y los costados en círculo, tenía cuatro manos e igual número de piernas, y dos rostros. Y era tan poderoso que Zeus y los demás dioses temieron que intentase ser como ellos por lo que  les propuso cortar en dos a cada uno de los hombres para hacerlos al mismo tiempo más débiles y más útiles al hacerse más numerosos. Y sigue contando Aristófanes que cuando alguna de las dos mitades moría y la otra quedaba viva, la que quedaba buscaba a la otra y se enlazaba con ella. Desde ese tiempo tan lejano, pues, el eros de los unos para con los otros es innato para los hombres, y el que reúne la antigua naturaleza, el que se propone hacer de los dos uno solo y curar la naturaleza humana.

Encontrar al amante y al amado es muy importante en mi teoría circular del enamoramiento. Encontrar la belleza también. Volviendo a la introducción es conveniente recordar que en la explicación que se hace  sobre los Temas del Banquete y en el específico sobre La condición humana se dice: Eros es deseo de engendrar en presencia de lo bello. Ahora bien, ¿por qué deseamos? En la respuesta a esta pregunta, la luminosa escritura de Platón nos revela que lo que hacemos al desear es buscar la inmortalidad. Pero ese deseo de inmortalidad no tiene en el Banquete su realización en un supuesto “Más allá”, sino que es precisamente la explicación del devenir en este mundo. Desde la sexualidad que nos lleva a trascendernos en hijos, y por ello constituye la marca de la inmortalidad en lo puramente biológico, hasta la trascendencia en la creación poética, la de discursos, de leyes perdurables y de saberes, todo es producto del ansia de inmortalidad.

Y ese impulso creativo que es el ansia de inmortalidad se desencadena ante la belleza: belleza de un cuerpo, de los cuerpos, de las almas, de las leyes, de los saberes, hasta llegar a la fugaz intuición de la belleza pura, “la Belleza en sí”, cuya contemplación será la que hará engendrar al hombre sus más bellas obras. Aparece así la relación entre adultos y jóvenes como una relación pedagógica y procreadora de belleza y conocimiento.

 

 Pero volvamos a ese primer encuentro en esa cafetería de la Avenida de Fernández Ladreda -actualmente Avenida del Acueducto- y a ese primer contacto. Al contacto con esa otra persona que ha conseguido que cambie la imagen reflejada en el espejo. Al contacto que comenzó con el agarre de una mano. Con una sensación que recorrió tu cuerpo y te cambió  la cara, porque ese calor, esa suavidad y esa rugosidad no se quedó en la mano, subió por el brazo, penetró en tu sangre, volteó el corazón y llegó hasta la parte más sensible de tu cerebro. Allí se juntó con todas las sensaciones que ya tenías acumuladas de anteriores manos e hizo su nido. Un nido estable que te llenó de amor. De amor hacia ti, hacia lo que tienes dentro, hacia lo que conoces y cuidas, hacia el comienzo de todo lo nuevo y compartido, porque una vez que encuentras el amor en tus entrañas es cuando estás en condiciones de mirarte en el espejo y ver reflejado en él lo que tú llevas dentro. Y cuando lo ves, es cuando te das cuenta de que eres esa otra persona que nunca antes habías visto, y es cuando cambias de estado y te sumes en el del enamoramiento. Porque estás obligado a buscar nuevamente la mano que originó tu cambio.

Sí, todos tenemos necesidad de una mano. Desde pequeños nos agarramos a una mano para sobrevivir, buscamos la mano para dar los primeros pasos, nos agarramos a ella para cruzar la calle por primera vez…, siempre se necesita una mano. Pero cuando nos damos cuenta que la mano que hemos necesitado toda la vida se transforma en la mano que ofreces, en la mano que das, en la que ayuda; cuando nos damos cuenta de que la necesidad de recibir convive con la necesidad de dar, abrimos un círculo en el que puede que se encierre la felicidad: un estado de necesidad saciada, que nos rebosa y nos trasciende, que circula por nosotros al tiempo que pasa por otras manos y por otros cuerpos.

El enamoramiento empieza en las manos. Si las personas no tuviésemos manos las tendríamos que inventar. Y si por accidente o enfermedad las perdemos lo primero que tenemos que hacer es imaginárnoslas. Las manos son imprescindibles para poder iniciar una historia de enamorados. Las manos son la parte visible del cerebro y el enamoramiento es allí donde se esconde. Con las manos trabajamos, con las manos comemos, con las manos amamos. Anatómicamente las manos son perfectas, están diseñadas para ejecutar las órdenes del cerebro: los cinco dedos, su tamaño y colocación, su flexibilidad y su movilidad y su articulación a través de los brazos hacen que sean ellas las trabajadoras de la mente.

Lo que nos llega por las manos, por las yemas de los dedos, es lo que más perdura en el recuerdo.

 

Los dedos…¡cuánto saben los dedos!, ¡si los dedos hablaran! Ellos fueron los primeros que pidieron ayuda, que tocaron la tecla de mayúscula para que las letras fuesen más potentes, para que la súplica llegase con más fuerza a su destinataria. Ellos pasaron noches y noches en vela tecleando letras, formando palabras, construyendo frases, redactando párrafos: suprimiendo, añadiendo, cambiando…, hasta lograr el texto deseado.

Ellos fueron los primeros que palparon la suavidad de la cara de la Musa. En aquel café-bar tan lleno de espejos, antes de que sus bocas se unieran, los dedos se ofrecieron, los de él y los de ella a la vez, se ofrecieron y se encontraron, sin pedir permiso, se unieron por instinto, se agarraron, los de una mano y los de la otra, porque mientras sus ojos se miraron, mientras se dijeron las palabras mágicas, las claves que antes habían sido acariciadas también en el teclado por los dedos; ahora, ellos, permanecieron unidos. Fueron los primeros en acariciar su cara, los suyos, la de ella; los de ella, la de él; y fueron los primeros en atrapar sus cuerpos, para abrazarse y presionar, cada uno en la espalda del otro, para darse el primer beso.

Los dedos unidos…, unidos palpándose…, unidos acariciándose y unidos esperando la salida a la calle; para apretarse y relajarse, para descubrir la plaza de Santa Ana y juguetear, porque mientras sus ojos descubrían la estatua de Lorca, leían la frase escrita en su peana y observaban el aleteo de las palomas, ellos suavemente se tocaban, se hacían cosquillas, avanzaban en el deseo…, y preparaban el camino para poseerse.

                                 Tetas: la fuente de la vida. Ella en su corazón

 

Hay quien no da este protagonismo a las manos. Se lo da a los ojos. Es porque en mi opinión hay dos clases de enamoramiento: el de los ojos y el de las manos.

El enamoramiento a primera vista: el flechazo, el de los ojos, no es el protagonista de esta historia. Yo no soy su defensor, pero debe de existir. La literatura es al que más acude. Las grandes obras literarias están llenas de amores de esa clase. Amores que surgen de una simple mirada y que pasan de la percepción visual del cuerpo al deseo total de poseerlo. Son amores instantáneos a los que a veces se une la dificultad y entonces adquieren un tono épico, más aun si se les añade lo trágico.

En el flechazo el amante y el amado no tienen dudas, pero encontrarán muchos problemas. El primero es que es difícil la coincidencia, que el flechazo sea reciproco. Lo más frecuente es que sea el amante, en la mayoría de los casos el hombre, quien lance su flecha sobre el amado, en la mayoría de los casos la mujer.  En la literatura se tiende a que el flechazo sea mutuo, pero solo es un adorno de la cultura patriarcal porque es el caballero quien lleva la espada y recorre las calles, mientras que es la mujer la que está detrás del muro, escondida y tapada. Lo más normal, y este es el segundo problema, es que en el flechazo haya un dominador ¾amante¾ y un dominado ¾amado. El amante, el hombre, es el que fija sus ojos en el amado, la mujer. El amante conquista al amado.  En el flechazo es muy difícil conseguir un enamoramiento en condiciones de igualdad. Otra dificultad surge al buscar la belleza y su concepto, la que descubren los ojos es la exterior, y esta, siempre envejece y se marchita con el paso del tiempo.

En el flechazo, cuando se descubre que la belleza exterior se marchita, pueden ocurrir dos cosas. La primera que el enamoramiento se marchite también y desaparezca: separación. La segunda que se convierta en amor de manos, pero un amor de manos tardío, sin sus cualidades principales, y más ligado a la resignación que al deleite.

El amor de las manos, al que yo llamo amor in crescendo, es el enamoramiento tranquilo, acumulativo a lo largo de toda la vida. En él los amantes se hacen. Se hacen a su medida, cada uno a la medida del otro. Poco a poco, porque las manos son lentas y en su lentitud encuentran la esencia: la de las yemas de los dedos, la de los brazos, la de la cara, la de los pechos, la de la verticalidad de la espalda, la de las inglés, la de los glúteos, la de los genitales y, sobre todo, la del corazón y la del cerebro. Las manos buscan, a través del cuerpo, las emociones y los sentimientos. Por eso son lentas, porque descubrir la belleza interior lleva más tiempo. Y eso es lo primero que hacen las manos: descubrir la belleza interna, la que no se ve, pero se palpa. La externa se ve en un momento, la interior se descubre poco a poco, hay que hablar y palpar al mismo  tiempo. Solo así, combinando las palabras y las sensaciones que se perciben por las yemas de los dedos, se puede encontrar la belleza que perdura en el tiempo: la de la personalidad.

Por eso los amantes se hacen a la vez e intercambian el papel del amante y del amado. El amor de las manos es el de la igualdad, las manos se encuentran al unísono, se palpan simultáneamente, llegan a la vez a los mismos rincones y descubren la belleza del otro en el mismo instante. Descubrir esa belleza es fundamental. Y esa es la que descubrimos en el espejo cuando nos damos cuenta de que la imagen que en él vemos no se corresponde con la que veíamos habitualmente.

Y las manos son las protagonistas de ese cambio de tu imagen en el espejo. Porque ellas son las que marcan el ritmo de las dos cualidades que yo considero fundamentales: la acumulativa y la del in crescendo. Nuestro cerebro debe tener un lugar reservado para recibir todas las sensaciones que proceden de las manos, un lugar en donde se acumulan, desde el primer contacto una tarde en una avenida que cambió de nombre, hasta el roce  de la última noche que compartieron lecho. En ese rincón se acumulan todas las sensaciones y logran que el enamoramiento perdure. Son ellas también las que buscan las pautas y acomodan los tiempos. Porque ellas, como directoras de orquesta, suben, bajan, cortan el viento, marcan el ritmo, penetran por los rincones, trabajan. Sí, trabajan, porque el amor es trabajo, trabajo maravilloso, pero trabajo. El amor, si no se trabaja, se muere. Si alguien piensa que viene caído del cielo, se equivoca. Sí, las manos trabajan como directoras de una orquesta maravillosa, sintonizada, perfecta, los dos cuerpos, el de él, el de ella, responden ordenadamente a lo que las manos dicen.

¾ta… ta…taachan…

        

Y Vida, a través de sus manos, se adueña del espacio y del tiempo. Adquiere su mayor belleza: la interior. La que se refleja en su cara, en sus ojos, en los poros de su piel, en sus movimientos, en sus latidos, en sus sonidos, en sus estremecimientos y que se traduce en su forma de pensar y en su forma de ser: la belleza de los hechos.

         Libertad, no desaparece nunca del todo, aún en los momentos más íntimos aparece por la ventana sumándose a la fiesta, da un toque exótico, con una sonrisa cómplice, sin manos, porque ella no tiene manos, se asoma un momento por la ventana y antes de iniciar de nuevo su vuelo te acompaña en el círculo:

 

El amor es un círculo, le dijo el Escritor en Madrid una de las noches en las que la puerta del hotel permaneció cerrada: la excitación, el clímax, la ternura…

Y cuando acaba la ternura, vuelve a empezar la excitación: el amor es un círculo.

     Tetas: la fuente de la vida (Él en sus manos)

 

Un círculo que crece, que se hace cada vez más grande. Que se retroalimenta. La excitación aparece cuando la ternura aumenta. El clímax alcanza su máximo esplendor en el momento sublime, cuando todo se suma y se junta, cuando Vida se llena de vida por dentro: Ser dos en uno y al mismo tiempo ser tres. El clímax florece y fructifica. Fructifica en un retoño, en un renacuajo…, y a medida que crece, la ternura se multiplica y el cariño se hace enorme. Y cuanto más cariño más excitación y cuanta más excitación más pronto vuelve el clímax y se repite la unión y se vuelve a: Ser dos en uno y al mismo tiempo ser tres, y ahora una renacuaja, una  pizpireta vuelve a aparecer y Vida vuelve a dar más vida.

Y el círculo del amor se agranda y Vida se convierte en la definitiva: en la única.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SOLIDARIDAD

 

Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros.   

RAE

 

 

La solidaridad es la única manera de hacer frente al miedo. Ambos conviven juntos y la batalla que se libra entre ellos es la definitiva. En mi caso, la solidaridad derrotó al miedo en las postrimerías del siglo XX cuando me atreví a publicar mi primera novela.

Hasta entonces el miedo y la solidaridad cabalgaron juntos. La solidaridad se concretó el día que treinta y tres personas firmamos, adjuntando el número de nuestro DNI, un documento en el que comunicábamos a la Dirección del colegio donde trabajábamos nuestra siguiente decisión:

 

“Los abajo firmantes cuyos números de DNI constan,

EXPONEN:

Que al amparo del artículo 9 del Real Decreto del 6/12/1977 sobre elecciones de los representantes de los trabajadores, solicitan la convocatoria de elecciones sindicales en el centro de trabajo (…) para el día 9/2/78 iniciándose por tanto el proceso electoral el día 20/1/78, y a tales efectos se dispongan las medidas oportunas para su celebración, de acuerdo con las fechas indicadas y dando en primer lugar publicación de la convocatoria y del calendario electoral, y procediéndose a continuación a la constitución de la mesa electoral pertinente en los términos fijados en el propio Real Decreto.”

 

 

La conciencia de clase: el sindicato.

 

La firma, el DNI y el compromiso colectivo son la esencia del sindicato. Es la constatación de la conciencia de clase. La conciencia de clase se tiene. Se encuentra. Del mismo modo que unos tienen creencias religiosas y otros no, unos tenemos conciencia de clase y otros no.

A partir de ese acto de compromiso colectivo todo se precipitó. La sumisión y el paternalismo fueron sustituidos por los derechos y el diálogo. El colegio religioso de los Salesianos, donde trabajaba, mostraba signos aperturistas. En los años de la transición hubo religiosos que se mostraron abiertamente partidarios del cambio. Mi colegio estaba situado en una zona obrera, y en algunas ocasiones los trabajadores de FEMSA celebraron en el salón de actos alguna reunión clandestina. Algunos representantes de la asociación de padres eran miembros del sindicato clandestino de CC.OO.

En junio de 1977, un real decreto extingue la necesidad de la sindicación obligatoria al sindicato vertical y legaliza a los sindicatos libres. Con su legalización y la convocatoria de elecciones sindicales en 1978, en mi colegio se produjo la primera asamblea de trabajadores. En ella tomamos dos decisiones:

Una, la de afiliarnos a un sindicato de clase. Habíamos estado cotizando al sindicato vertical obligatoriamente durante toda la vida laboral, y ahora, libremente, decidimos cotizar al que nos diese la gana. Para ello hicimos varias propuestas y una votación. La votación ganadora fue la de afiliarnos al sindicato más represaliado: al de Marcelino Camacho. Esa misma tarde al terminar nuestras clases fuimos en grupo a afiliarnos a una sede que tenía en la plaza Vilaflor.

La segunda decisión fue la de comunicar a la Dirección del centro la celebración de elecciones sindicales y la elaboración de una candidatura. Yo presenté mi candidatura junto con otros dos compañeros por el sindicato de CC.OO., y otros tres compañeros se presentaron en otra candidatura avalada por nueve firmas. Fui el único del sindicato que salió elegido, los otros dos (nos correspondían tres delegados) fueron de la lista de grupo de trabajadores ¾ la avalada por las firmas.

Los años 78 y 79 fueron convulsos en la enseñanza privada. La sustitución de la ordenanza laboral por un convenio colectivo resultó difícil, y una vez conseguido el convenio, la negociación de los sucesivos llevó consigo continuas movilizaciones y huelgas. Fue un periodo duro de enfrentamientos ideológicos -en la negociación de los convenios de  enseñanza privada siempre se mezclaban, la mayoría de las veces de forma interesada, la mejora de las condiciones laborales con la adhesión a un modelo de enseñanza- y yo desde mi pertenencia a un sindicato de clase siempre era acusado de no defender a la enseñanza privada. Defender la enseñanza privada suponía ser sumiso a las directrices de las organizaciones patronales del sector, a su modelo educativo, a su ideología y a los sindicatos que ellos consideraban afines. Una situación que me llevó a continuos debates con mis superiores jerárquicos.

La libertad de enseñanza era su principio ideológico, la participación real de toda la comunidad educativa y la gestión democrática de los centros era el mío. Yo, amparado en la inmunidad que me daba mi condición de delegado sindical, debatía en plano de igualdad con el director del centro y con los superiores de la orden que de vez en cuando venían a darnos conferencias para adoctrinarnos.

Poco a poco la dirección del centro se fue dando cuenta de que no era lo mismo predicar que dar trigo. Quedaba muy progre ceder el salón de actos a los trabajadores de FEMSA, pero resultaba impropio ceder el mismo salón de actos para la celebración de las asambleas de los trabajadores de la enseñanza privada. Lo pude comprobar en los prolegómenos de la huelga del 78: el director se puso firme y me negó el salón de actos para la celebración de una asamblea. La tuvimos que hacer en la iglesia parroquial. Desde entonces supe que con el adversario se puede ser condescendiente, pero nunca se puede ceder si se instala en tu casa.

En la hora crucial de la transición los enfrentamientos dialécticos adquirieron tonos filosóficos, la defensa de la igualdad y de las libertades adquirieron en mi centro de trabajo el mismo nivel que en el resto de las empresas del país. Los debates con la dirección del centro conseguían que mi autoestima creciese. Las deserciones de muchos de mis compañeros me deprimían. Entendía mejor a los patronos, en sus amenazas, que a los compañeros de trabajo que claudicaban. La huelga del 78 duró en mi colegio una tarde. El tiempo que tardó en hacer mella, en la voluntad de la mayoría de mis compañeros, un telegrama que la CECE (patronal de la enseñanza privada) envió a todos los centros. En él se nos invitaba a reincorporarnos al centro de trabajo al día siguiente, de lo contrario seríamos automáticamente despedidos. Dos, de los tres delegados, fuimos los últimos en claudicar, pero también lo hicimos. Tuvimos que soportar la vergüenza del abandono en la asamblea general de Madrid donde cada día se hacía un recuento de los colegios que seguían en huelga. 

La huelga del 78 se saldó con miles de despedidos en la enseñanza privada. Hubo muchos colegios que despidieron a toda su plantilla, pero lo que en la primavera fue un drama, en el verano se convirtió en una fiesta. La mayoría de los despedidos de la huelga de la enseñanza privada sacaron ese mismo año las oposiciones para la enseñanza pública: el llanto duró apenas unos meses. Los hechos nunca vienen aislados, la vida todo lo relaciona.

Y la vida también siguió en mi colegio. Tras unos meses de desencuentros y de acusaciones mutuas, el 21 de noviembre de 1979 se constituyó la sección sindical de CC.OO. en el centro, con Arturo Hernández como responsable de finanzas y yo como secretario de la sección. Se volvieron a celebrar elecciones sindicales y esta vez los delegados elegidos fuimos tres de CC.OO.: Felipe de Frutos, Pepe Sastre y yo. El debate en el centro estaba garantizado.

El enfrentamiento ideológico llegó a su momento más tenso en los debates sobre la LODE en los años ochenta y cuatro y ochenta y cinco. En un acto convocado por el superior de la orden para hablar sobre la libertad de enseñanza y una vez que el ponente terminó su intervención yo educadamente levanté el brazo para pedir la palabra. Me la denegó, aludiendo a que el conferenciante era él y que solo a él le correspondía el derecho a informar. Entonces yo respetuosamente me levanté y abandoné la reunión alegando que no podía permanecer por más tiempo en un lugar donde se me prohibía hablar. Ninguno de mis compañeros me siguió, pero muchos después me felicitaron, me dijeron que nadie nunca había hecho una cosa así, y me informaron del revuelo que provocó mi abandono. Aunque hay miradas que matan, nadie de la orden se atrevió a reprocharme mi actitud.

 

 

Mayo del 78

 

La mejor manera de vivir la solidaridad es agarrado a una mano. El amor de las manos es el amor solidario. Las manos son el ejemplo. Llegan a todas las partes del cuerpo, no hacen discriminación de ninguna, desde los dedos de los pies a las orejas, desde el ombligo hasta el glúteo, todas las partes son tocadas, todas son acariciadas y todas son queridas. Despacio, pero sin pausa, las manos van recorriendo minuciosamente todas las partes del cuerpo, palpando cada zona como si fuese el tesoro que es necesario descubrir para seguir viviendo. Las manos de ella o las mías, porque las manos son envidiosas, en el sentido igualitario, lo que hacen las unas lo quieren repetir las otras. Y así, con ese vaivén explorador, las manos llegan a tener el conocimiento perfecto de los cuerpos. El conocimiento del cuerpo es imprescindible para saber hasta dónde se puede llegar con las emociones y los sentimientos.

En mayo del 78, tras un tiempo de duda en el que las manos pensaron, Vida me las agarró definitivamente. Tras un periodo largo, en el que las manos hicieron perfectamente su trabajo de reconocimiento de nuestros cuerpos, ambos se fundieron. Estuvimos más de dos años palpándonos hasta que conocidas todas las oquedades y todas las aristas, ambos coincidimos en la entrega. No sé si concluyó una etapa o empezó otra, porque el amor de las manos es acumulativo, ellas lo almacenan todo en el recuerdo, pero lo cierto es que esa fecha primaveral marcó un antes y un después. El amor de las manos disipa muchas dudas, pero sobre todo disipa una: la de saber cuándo eliges un camino que no tiene retorno. Y el camino que vislumbramos juntos, el que habían diseñado minuciosamente nuestras manos durante más de dos años, nos llevó al gozo.

 

Libertad también es solidaria, a su manera, pero también lo es. Es tan volátil, tan inquieta, tan inestable, que pudiera parecer que no tiene sensibilidad, que tiene una personalidad vana e inconsciente. Pero no, aunque cambia continuamente, siempre tiene un poso de ayuda. Siempre vuelve con una mirada pícara y una sonrisa desconcertante. Cuando se va lo debe hacer con otro, con otros, a quienes también abandonará dejándolos insatisfechos, porque Libertad quiere estar en todas partes a la vez y quiere satisfacer a todos al mismo tiempo. Su solidaridad quizá sea esa: dejar en cada persona la esperanza…, LA UTOPÍA.

La Libertad que apareció en la universidad, que me cogía sitio en la primera fila, que se sentaba todas las noches al terminar las clases en el asiento del acompañante de mi coche, la  que se bajaba en la calle de Fernández de los Ríos esquina a Blasco de Garay, fue la antropológica. Se parecía a todas porque hablaba sin parar. Libertad no tiene manos, pero tiene boca. Habla siempre más que los demás, lleva siempre la voz cantante, es organizadora y dirigente: la apropiada para dirigir un grupo de trabajo. Y el trabajo que se nos había encomendado fue el de investigar los orígenes de la festividad de Santa Águeda y su zona de asentamiento.

Ella fue la que formó el grupo. Me eligió a mí porque aportaba el coche, no tuvo ningún reparo en manifestarlo: tú eres el imprescindible. Aportarás el coche y serás nuestro guía por los pueblos de Segovia y Guadalajara. Y eligió a otras dos compañeras, Fani y Mª José, porque eran muy currantas. Con el equipo diseñado hizo la programación de los viajes. Dibujó dos rutas: la de Segovia, que la haríamos primero, y la de Guadalajara, que sería totalmente de investigación. Para la de Segovia confió en mí, y en mis conocimientos sobre el festejo de las Águedas en el pueblo segoviano de Zamarramala.  La de Guadalajara la diseñó ella porque era la zona de procedencia de sus padres.

La nueva Libertad me invitó el fin de año de 1977 a una fiesta en una buhardilla próxima a su domicilio. Yo pensé que si me invitaba a su fiesta y me obligaba a venir a Madrid, suspendiendo las vacaciones en mi pueblo, sería porque me tendería la mano. Más aun si la invitación llegaba por carta y con un diseño grafico de elaboración propia, donde no faltaban las bromas y la alusión a la bebida, a la música y a la juerga. Pero no, en la fiesta apareció con su novio: Libertad no tiene manos, pero siempre tiene novio. No me dio la mano, pero sí, me dio dos besos, uno en cada mejilla, los dos muy sonoros, muy llamativos y con mucha parafernalia para que toda la asistencia se fijase en nosotros. Momento que aprovechó para presentarme al novio y a un montón de amigas.

No me dio la mano, pero una de las amigas que me presentó me la ofreció en el momento. Primero fue la mano, después fue la mejilla, cuando la música dejó de ser estridente y se convirtió en melódica, y por último fue la boca, cuando ya la noche avanzaba irremisiblemente hacia su final.

Libertad es solidaria también, a su manera, pero solidaria. Y aunque no da la mano, creo que una vez a la salida de la iglesia del Dulce Nombre, tras una de las múltiples asambleas de seguimiento de la huelga del 78, con los grises amenazándonos con realizar detenciones, me la rozó. Pero no supe distinguir cuál de ellas era.

 

 

Las rugosidades dispersas y las conversaciones de esposos ante el espejo

 

El amor de las manos tiene muchas ventajas, pero también tiene algún inconveniente. Las aristas, que todos los cuerpos tienen, habían aparecido alguna vez antes de que nos fundiéramos en aquella primavera, pero fue más tarde cuando las yemas de nuestros dedos descubrieron que hay rugosidades en nuestra piel que a veces confundimos. Creemos que son suaves y delicadas y resulta que son escamosas y un tanto ásperas. Y es que, aunque los dedos son extraordinariamente eficaces en el descubrimiento de los sentimientos, siempre hay rincones de difícil acceso. A ellos se debe llegar con una ayuda. Es la ayuda del diálogo. Un diálogo al que hay que acompañar con la vista. Pues aunque en este tipo de enamoramiento, el de las manos, he sido un tanto desconsiderado con algunos otros sentidos, es justo reconocer que todos ellos son imprescindibles para llevar al amor a buen puerto. La vista, el gusto, el oído y el olfato, constituyen, junto con el tacto, una maravillosa orquesta que hábilmente dirigida por las manos, nos llevará al deleite. Sí, las rugosidades dispersas requieren del dialogo, las manos no lo pueden hacer todo. El lenguaje interior de los cuerpos, que se palpa con las yemas de los dedos, a veces necesita la aclaración de las palabras. Y esa aclaración tiene que llegar con la conversación. Y si es ante un espejo y desnudos, mucho mejor.

 

Domingo, 10 de julio de 1983

 

Suena el despertador a la hora de todos los días: 9,30. Despierta a papá, despierta a mamá. Es original: incorpora el perfume al ruido -digno de patentar.

Inma tiene el día lento, se pasa las horas intentando descubrir por qué le salen granos en las piernas.

Dos horas de piscina por la mañana y dos horas de piscina por la tarde: quemados. Es igual, el cuerpo ya aguanta todo. Comemos y cenamos en el apartamento y estamos a la espera de cómo rematar la noche…

Y la noche termina tarde: diálogos de esposos ante el espejo.

 

En el diario solo pone: “Diálogos de esposos ante el espejo”, recuerdo que lo escribió mi padre porque ese día le tocaba a él escribir. Pero yo creo que en esos diálogos hubo mucha miga. No es por nada, pero yo lo notaba en el ambiente. Esa noche, cuando me hice el dormido, como de costumbre, se fueron al baño y estuvieron un rato muy grande. Tan grande que yo me quedé dormido antes de que regresaran al dormitorio. Yo creo que dialogaron mucho y que yo estaba involucrado, me puse en su lugar y me imaginé el cambio que tenía que suponer el pasar de ser dos a ser tres, y además, que ese tercero, o sea, yo, pasase a ser el protagonista de la historia. Su vida afectiva y sexual se tenía que ver afectada de todas formas.

A mí me satisface mucho eso de diálogos de esposos ante el espejo porque significa que los conflictos los resolvieron hablando. Al principio me preocupó su tardanza, pero luego cuando entraron en la habitación y se metieron en la cama me desperté porque oí unos ruidos similares a los de otras noches, pero en esta ocasión no me produjeron miedo, sino todo lo contrario, me tranquilizaron porque supe que no iban nunca a tirar por el camino del medio.

Eso de tirar por el camino del medio, lo supe muchos años después, cuando ya estaba en el colegio y algunos amigos unos días eran recogidos por el padre y otros días por la madre. Es lo que hacen algunas parejas dejándonos perplejos a los niños, que no sabemos cuál es el del medio y nos quedamos aparcados sin saber qué hacer porque unas veces el del medio tira hacia un lado y otras veces hacia el otro. Un lío al que afortunadamente yo no tendría que hacer frente. Sí, el diálogo entre esposos y ante el espejo es fundamental para los renacuajos.

Memorias de David para hacer reír a Elena

 

 

Representar

 

 Representar a los compañeros de trabajo de mi colegio, defender sus peticiones y tener impunidad a la hora de utilizar los argumentos necesarios, sin miedo a poder sufrir represalias, fortaleció mi solidaridad frente al miedo que me atenazaba en aquellos años. Representar y defender los intereses de todas las personas que trabajaban en la enseñanza privada fue el impulso decisivo para derrotarlo definitivamente.

En septiembre de 1986 nació mi hija Alba, mi vida sentimental se consolidaba. A finales del mismo mes noté el sudor frio en la mano del director de mi colegio. Yo solo lo saludé y le anuncié mi decisión de solicitar una excedencia forzosa para dedicarme al ejercicio de tareas sindicales. Cuando le comuniqué la fecha del 1 de octubre en que dejaba de dar clases en el colegio para empezar a realizar mi nueva actividad, su mano tembló y un sudor frio la recorrió.

¾ Es un acuerdo entre las organizaciones patronales, sindicales y gobierno por medio del cual yo acumulo en mi persona las horas sindicales de los delegados del sindicato para dedicarme a la representación y a la negociación colectiva del sector -le dije.

El titubeo de su voz y el temblor de su mano me hicieron sentirme por un momento superior.

¾Pero… ¿Así? ¿Sin avisar? ¿Sin tiempo?

¾El acuerdo con las patronales lo tiene todo previsto, incluye una cláusula por la que una persona de las situadas en los primeros lugares de la lista de centros en crisis ocupará mi puesto con un contrato de sustitución mientras dure mi situación de cargo sindical.

Él siguió balbuceando sin dar crédito a lo que estaba oyendo. No podía asimilar que un subordinado supiese más que él y marcase las pautas sobre los criterios de la contratación del centro. Siguió mostrando sus dudas y yo seguí aclarándoselas e invitándole a que se pusiese en contacto con la asesoría jurídica de la CECE, que era la patronal del sector y con quien habíamos firmado los acuerdos de acumulación de horas sindicales.

El acuerdo de Centros en crisis fue la culminación de un proceso de movilizaciones que duró más de cuatro años. Las huelgas de los años 78 y 79 por dignificar las condiciones de trabajo y la legislación en materia educativa que concluyó con la LODE -aprobada en julio del 85-, provocaron una crisis en el sector que llevó a un número muy considerable de trabajadores de la enseñanza a las listas del paro. Hasta entonces la legislación educativa, Ley General de Educación y LOECE, era muy laxa y permitía que en Madrid se diesen clases en pisos o sótanos inapropiados para la enseñanza, con más de cuarenta niños hacinados en aulas que no reunían las condiciones mínimas de salud, sin patios y sin gimnasios, y teniendo que salir los niños, con los profesores a la cabeza, a jugar en los recreos a las plazas que había en los barrios.  La Ley General de Educación de José María Villar Palasí, tenía sus orígenes en la dictadura franquista  y duró hasta 1980. Fue sustituida por la LOECE, Estatuto de Centros Docentes, de la transición, pero fue una ley que no llegó a entrar en vigor  porque una sentencia del Tribunal Constitucional, el golpe del 23F y el triunfo socialista lo impidieron.

La LODE, pues, con sus exigencias normativas para el acceso a los conciertos -el nuevo sistema de financiación que se impuso-, significó la pérdida de subvenciones para muchos colegios y el cierre. Ante esta situación los afectados, con el sindicato de CC.OO. a la cabeza, se organizaron y no cesaron en una lucha continuada, de encierros y manifestaciones, hasta que el 8-7-86 se consiguió un acuerdo a tres bandas -sindicatos, patronales y administración educativa-, y en uno de sus puntos, incluía la consecución para las organizaciones sindicales de los llamados permanentes sindicales. La administración educativa se encargaba de pagar sus sueldos, los mismos que percibían en su colegio de origen, según convenio. El número de permanentes sindicales de cada organización estaba relacionado con el número de representantes conseguidos en el último proceso electoral. Tenía su base legal en la acumulación, en una persona, de las horas sindicales de los otros representantes elegidos, según la ley electoral y el Estatuto de los Trabajadores, y mediante un baremo negociado. El acuerdo incluía también que el contrato de sustitución, durante el tiempo que el permanente sindical se dedicase a la actividad de representación, podía ser realizado por uno de los que ocupaban la lista de centros en crisis.

El llamado acuerdo de Centros en Crisis que se renovó el 24- 5- 89, significó un hito en los procesos de negociación. Los afectados fueron ordenados en una lista en función de unos baremos -antigüedad, situación familiar, etc.- previamente establecidos. Una vez ordenados se les ofrecieron vías de recolocación. A parte de la indemnización legalmente establecida, a la que cualquiera podía acogerse, se ofrecieron dos vías:

Una era la posibilidad de ingresar en el sector público como interinos, reconociendo como méritos los años trabajados en el sector privado y la otra era la recolocación en el propio sector privado mediante la creación del llamado profesor de apoyo.

La figura del profesor de apoyo, cuyo número era proporcional al de unidades concertadas -uno por cada doce unidades- estaba condicionado a la aceptación de las normas del acuerdo, una de las cuales era que el colegio no podía elegir: tenía que contratar necesariamente a quien estaba colocado en el primer lugar de la lista. Esta cláusula, que fue la más criticada por la patronal -porque atentaba, según ellos, contra su libertad de contratación-, llevó a que algunos colegios desistieran en principio de este profesor porque se negaban a introducir en sus centros a docentes afiliados al sindicato de CC.OO. Se dio entonces la situación de que unos colegios tenían más plantilla que otros, y recibían, por tanto, más subvención que otros; y que no se pudieron recolocar a todas las personas afectadas en los centros de Madrid. Se abrió entonces la posibilidad de ofertar también esta medida a centros privados, sostenidos con fondos públicos, de otras comunidades autónomas, especialmente de Castilla y León y de Castilla-La Mancha. Así fue como muchos trabajadores, en su mayoría jóvenes, que por su poca antigüedad en sus centros se encontraban colocados en los últimos lugares de la lista, tuvieron que emigrar a las provincias castellanas. (Se adjunta el acuerdo del 89 como anexo I)

El conocimiento y la información son las armas más poderosas para derrotar al miedo. Cuando estreché la mano del director de mi colegio para transmitirle mi decisión de aceptar ser permanente sindical, yo tenía toda esta información en mi cabeza, mientras que él, por su extrañeza, me pareció que no.

La tenía porque como delegado sindical desde 1978 había participado en todo el proceso negociador. Un proceso modélico en los aspectos básicos del sindicalismo: la elaboración democrática de las propuestas, la disposición negociadora y sobre todo el proceso de movilización constante y la toma democrática de todas las decisiones.

El camino de la solidaridad no se acaba nunca, pero a veces se tuerce. Se tuerce por la avaricia. La avaricia puede ser económica o puede ser de poder. La avaricia por el poder termina matando la solidaridad. Solo los que hacen historia son capaces de superarla mediante la socialización de sus conocimientos: Ni nos domaron, ni nos doblaron ni nos van a domesticar. (Marcelino Camacho).

A lo largo de mi vida sindical he conocido a innumerables marcelinos y marcelinas, pero también he conocido a algún traidor que ha sucumbido ante la llamada del poder: se dejó domesticar.

 

 

Primavera

 

Mi primera excedencia forzosa para desempeñar responsabilidades sindicales duró diez años, cuando volví a mi puesto de enseñanza el mundo del aula había dado un cambio radical.

Yo me fui de un aula de cuarenta y dos niños y volví a otra donde había 20 niños y ¡5 niñas!

El colegio se había hecho mixto. Las niñas eran pocas y encontraban dificultades para acceder, pero su presencia era decisiva. Los conciertos habían aparecido en la enseñanza privada. La LODE y los reales decretos sobre conciertos educativos obligaron a los colegios a erradicar la segregación y a quienes se opusieron les quitaron el concierto. En 1996 las niñas estaban en mi aula y revolucionaron todo el concepto que yo tenía de la enseñanza. Aportaron luz, relajación y sobre todo creatividad. Uno de mis primeros trabajos fue la realización por grupos de un periódico: El país de la diferencia, lo llamamos. La idea fundamental era que todas las personas éramos diferentes, pero que en lo esencial como seres humanos éramos iguales. Cada grupo dibujó, recortó y pegó, noticias de personas de diferentes razas y costumbres, de diferentes edades y estratos sociales, pero a todas les ponían sentimientos igualitarios de amor, de cariño y de ayuda.  Yo aporté el siguiente artículo:

        

Mi clase florece en primavera. En el aula donde trabajo penetran los rayos de sol e iluminan las caras. Las unas, atentas; despistadas, las otras; trabajando, unos; enredando, otros. Una lectura, un diálogo, un teatro, una voz más alta que otra reclamando silencio, el dibujo del rayo del sol y de la sonrisa humana. El uno se levanta, el otro pregunta y la otra enseña orgullosa su trabajo y su esfuerzo. Sí, las personas de mi aula florecen en primavera.

Se adelantan los almendros, llegan sus flores cuando aún no se ha ido el frío de nuestros corazones. Las primeras florecillas aparecen frescas, con el candor de haber comprendido enseguida la explicación, de haber entendido el sentido del amor y la vida. Ha sido todo sencillo, un simple comentario, una conversación tranquila, una demostración fácil y lo que he querido transmitir lo han aprendido sin esfuerzo y sin duda. Son unas cuantas, unos cuantos, los de la mirada tierna, las de la sonrisa dulce, los más adelantados, las que abren primero sus puertas al saber, a la formación, a la vida; a la tolerancia, al amor y al respeto.

Después florece la mayoría, aparecen sus flores a "mogollón" adornando nuestros campos, que en nuestro caso son los rincones, los trabajos, los cuentos, los murales, los cuadernos, las dramatizaciones, los dibujos, los cánticos... Ha sido necesaria mayor dedicación, más repetición y más esfuerzo, pero al final merece la pena, está el aula más bonita, es más alegre y divertida. Siempre queda alguna rezagada, alguna que florece a última hora cuando las otras están ya casi maduras, ha sido necesario más calor, más cuidados, más ternura, pero al final, aunque perezosa, aparece cuando ya parecía que la primavera se escondía y que el verano llegaba. El calor de todos los días, el esfuerzo y el trabajo continuado ha vencido.

 

Mi clase florece en primavera fue la metáfora extraída de un artículo que yo había publicado en la revista TRABAJADORES DE LA ENSEÑANZA, en una sección que titulaba Desde mi clase. La primera parte del artículo hacía referencia al aula y la segunda hacía referencia a la clase trabajadora que también florecía por primavera. Utilicé la primera parte para el editorial del periódico y las personas de mi clase que tenían ocho o nueve años, lo entendieron todo. Unas personas que me hicieron feliz.

Tengo un original del periódico, porque hicimos fotocopias para todos, guardado como uno de mis mejores tesoros relacionados con mi labor en el campo de la enseñanza,

 Diez años fue mucho tiempo y en la enseñanza se produjo un cambio radical, pasamos de una enseñanza franquista a otra en la que se atisbaban unos cambios democráticos ilusionantes. Unos cambios que se había fraguado en negociaciones, en movilizaciones y en grandes huelgas tanto en la enseñanza privada como en la enseñanza pública. Unos cambios a los que yo había contribuido con mi granito de arena.

Después volví a la dirección sindical y después volví a la enseñanza. Mi vida laboral ha sido un continuo ir y venir del aula a la dirección sindical, una vida repartida, pero siempre ligada a mi colegio y a sus problemas, tanto de las personas que hacían la labor de la docencia como de quienes hacían la administrativa o la de los servicios. Mi máxima era: Si las personas que te conocen no confían en ti, ¿cómo van a confiar las que no te conocen? Pues eso: representar.

 

Mi filosofía sindical quedó reflejada en la siguiente columna:

 

YO SOLO no puedo. Mi jefe me abruma. Le pido un aumento y me dice que no puede más, que está endeudado hasta las cejas, que voy a tener que echar más horas, que tiene una lista de peticiones de trabajo con personas dispuestas a trabajar más y a cobrar menos. Yo solo no puedo. No sé qué decirle ni cómo convencerle. Me esmero en el trabajo, hago todo lo que me dice, no falto ningún día, no me tomo el permiso que me corresponde, voy al médico en mi tiempo libre y no protesto nunca. Pero cuando le pido un aumento me dice que le sale más barato contratar a otro, que con lo que se ahorraría en antigüedad podría despedirme. Yo solo no puedo. No tengo argumentos.

No sé si es verdad o mentira eso de que está endeudado. No me atrevo a pedirle el balance de cuentas: despidió al último que se lo reclamó. Creo que voy a tener que juntarme con el resto de personas de mi empresa y hablar para que entre todos podamos hacer algo. Espero que se nos ocurra alguna idea. Pero, claro, el empresario tiene una lista muy larga, con más nombres que trabajadores somos en la empresa. A mí me la enseñó la última vez que fui a pedirle aumento. Quizá tengamos que hablar con los de la lista, quizá tengamos que ponernos de acuerdo, trabajar nosotros menos para que puedan trabajar ellos. Pero entonces vendrán los extranjeros. Tendremos que hablar también con ellos. En mi tiempo libre acudiré al médico.

Creo que estoy malo, que me ha atacado la enfermedad de la que tan mal hablan algunos periódicos, la enfermedad de la conciencia de clase, la de los sindicatos y liberados que te comen el cerebro.

Pero de verdad, lo juro: ¡yo solo no puedo!

Columnas T.E.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las mil (y una) cartas…

 

A David

 

En estas cartas encontrarás el mundo que cada cual lleva dentro, un mundo complejo y difícil que cambia continuamente y que siempre sigue siendo el mismo, un mundo lleno de ilusiones y sueños. Encontrarás el  mundo de las amistades, de la pasión, de la ternura y del amor.

Encontrarás fantasía y encontrarás realidad, pero sobre todo has de encontrar el amor y el cariño con que están escritas, escritas pensando en ti. Porque sin ti no habría tenido valor para escribirlas y la pereza me hubiese vencido.

 

                  

         Mi adolescencia fue una etapa de silencios. La de mi hijo David se presentaba también silenciosa. Por eso decidí que la palabra escrita sustituyera a la palabra hablada. Siempre se me ha dado mejor escribir que hablar, aunque últimamente lo estoy intentando equilibrar. Lo cierto es que me propuse terminar mi primer libro Cartas del Sáhara para poder regalárselo a David al cumplir los dieciocho años.

Tenía una gran cantidad de material acumulado de mi estancia en el Sáhara. Me traje de allí las cartas que había recibido y muchas de las que yo había escrito. Creo que siempre tuve la sensación de que en esos años en el Sáhara y en España se estaba viviendo un momento histórico y por eso las guardaba. Aproveché mi destino en la oficina -la plana mayor la llamábamos- para responder a todas las cartas con la máquina que me habían asignado. Así conseguí dos cosas: mejorar mi torpe mecanografía y, utilizando un papel de calco, quedarme con una copia de lo que escribía. Tenía además las cartas que me inventé en diálogos conmigo mismo durante los años 74 y 75 y que servían para hilvanar la historia. Tenía todo el material escrito a mano y más o menos ordenado, pero todo ese material lo tenía que guardar en el ordenador que me compré en el año 95.

Y fue una tarea ardua. No solo tenía que cumplir a rajatabla el compromiso que había adquirido conmigo para terminar el libro en esa fecha concreta, sino que lo tenía que hacer a altas horas de la noche para que mi hijo no sospechase nada de lo que me traía entre manos y así pudiera darle una sorpresa en su mayoría de edad.

Al hecho de tener que escribir una carta nocturna cada día, que fue mi compromiso, se añadía la dificultad de tener que resolver por mi propia cuenta los problemas que me causaba el ordenador. En los años noventa los ordenadores empezaron a aparecer como una herramienta torturadora, que los padres dominábamos con dificultad, pero observábamos atónitos como nuestros hijos lo hacían con suma facilidad. Sustituían a las maquinas de escribir e incorporaban la memoria, las correcciones automáticas, el archivo, las carpetas…, todo un mundo nuevo que te permitía tener varias versiones de una misma historia. Yo tenía que reprimir mis deseos de consultar a mi hijo muchas cosas por temor a que descubriese lo que estaba tramando.  Así no solo tuve que escribir el libro, sino también, elaborar la portada y la contraportada, seleccionar las fotos, buscar una encuadernadora  y reducir el tamaño de los folios a las exigencias de la misma.  En fin, todas las dificultades de la encuadernación artesanal de tres libros.  Porque solo hice tres: uno para David y otro para cada una de mis dos hermanas.

No puedo recordar el número exacto, pero seguro que fueron más de mil cartas escritas y otras tantas las recibidas. 14 meses son sesenta días a sumar a los 365 del año. Esos fueron los que pase en el Sáhara. Todos los días escribía más de tres cartas, algunos hasta completaba la media docena. Seguro que más de mil.

Había sido previsor. En los meses que precedieron a mi encierro forzoso en tierras de África, recopilé un número enorme de direcciones de personas con el único objetivo de mantener con ellas correspondencia. A las de los familiares hasta el grado tercero de consanguinidad añadí las de compañeros de trabajo y de estudios,  las de amigos y, sobre todo, las de amigas. Sabía que en la mili se intentaba lavar el cerebro a la gente: hacerse hombres se decía, y diseñé una estrategia para tener mi mente ocupada en otros menesteres. Desde el principio estuve mentalizado de que iba a ser una tarea ardua. De que me enfrentaba a un enemigo muy duro y con mucha experiencia en doblegar conciencias. Por eso me preparé a fondo. Sobre todo en el ámbito de mis amistades femeninas. Utilice todos los medios disponibles: amigas de mis hermanas, conocidas en fiestas veraniegas y sobre todos ligues de última hora. El último trimestre, cuando ya sabía que la fecha de incorporación seria en el remplazo de julio, me dediqué a ir la mayoría de las tardes a discotecas, quedaba con chicas que eran simpáticas y ambles y que no tenían ningún reparo en hacerme un poco más llevadera esta etapa previa a la incorporación al Sáhara.

A la vuelta del Sáhara traje en la maleta montones de cartas, pero tenía que ordenarlas. Ordenarlas significa elegir y configurar historias. Lo hice, pero no bastaba con ordenar las cartas y configurar historias, tenía que darles sentido. El resultado de ordenar las cartas fue un primer borrador de libro, pero con poca vida y pocos sentimientos. Tenía que hacer algo más, y fue entonces cuando aparecieron los primeros diálogos conmigo mismo. En paralelo a las cartas ordenadas inventé las que me escribía a mí.  Así la historia ganó en sensibilidad al tiempo que confundiría al lector, pues empezaría a dudar sobre qué era lo verdadero y qué era lo inventado, que es la esencia de cualquier relato y lo que llena de interés al lector, porque si todo estuviese claro entonces no merecería la pena leer nada, porque nadie podría imaginar su propia historia en lo leído.

Después de esa primera edición artesanal de tres ejemplares, hice dos nuevas copias, una para mi amiga y compañera Margarita y otra para mi hija Alba.

Margarita fue decisiva en el desarrollo del proceso. En principio mi idea terminaba con la edición artesanal de esos cinco ejemplares, pero su crítica, ella era profesora de Lengua y Literatura en mi colegio, fue muy halagadora. Además me hizo algunas correcciones ortográficas y de estilo, y me animó a que buscase la forma de hacer alguna pequeña edición.

Y me acordé de Ángel Ampudia. Habíamos sido compañeros hasta el año 1986 y su marcha del colegio coincidió con mi dedicación al sindicato. Él se fue a primeros de septiembre, después de que otro extraordinario compañero, Alfonso Cifuentes, aprobase las oposiciones a la enseñanza pública y comunicase al centro la noticia de su marcha. De una tacada tres profesores, dos de forma definitiva y uno temporal, dejamos las aulas. Por eso, es lógico entender que al director le temblara la mano cuando le comuniqué la noticia de mi decisión de ocupar un puesto de permanente sindical.

Ángel, en el año 2000, tenía una imprenta en Zamora. Hablé con él sobre la posibilidad de que me hiciera una tirada de 500 ejemplares y me hizo un presupuesto razonable, de amigo: cada ejemplar me saldría a 6 euros. El precio me resultaba asequible, pero me faltaba aún librar la última batalla: la del miedo. Por un lado, debía vencer mi timidez, una timidez que arrastraba desde mi adolescencia y que poco a poco había ido superando. Mi actividad sindical jugó un papel decisivo en su control. Y por otro lado me resistía a dar a conocer mis ideas sobre el ejército español de la dictadura. Al final tuve el valor suficiente para embarcarme en la aventura de escribir y, venciendo el pudor, encargue a Gráficas DUERO, S.C. su impresión. Creo que en junio del 2002 cuando tuve los 500 ejemplares de Cartas del Sáhara en mi poder fue cuando vencí definitivamente al miedo.

 

 

Los paralíticos

                        Que sufren parálisis y han perdido movimientos.(RAE)

 

Si hay alguna palabra a la que tengo manía, esa es paralitico. La escuché tantas veces haciendo la instrucción en el campamento de Hatarrambla  en el Aiún, que me resulta odiosa. Resume toda la maldad del ejército franquista. Siempre era pronunciada en tono despectivo con el único afán de humillar a quien iba dirigida. Y siempre era pronunciada por los que mandaban. El utilizar las desgracias personales como burla ante otras personas, me parece lo más despreciable del ser humano. Utilizarlo para tratar de arengar al resto de personas en la consecución de un objetivo causaba en mi mente el efecto contrario: solidarizarme con la persona humillada. Y ese era el objetivo de los mandos militares en la última fase de la instrucción militar. Ridiculizar y burlarse de quien se equivocaba en la instrucción, de quien cambiaba el paso o no sujetaba con suficiente firmeza el mosquetón, era la formula que utilizaban los mandos militares para provocar la motivación de los reclutas. Enardecer a unos a costa de la humillación de los otros es la esencia del fascismo.

Los paralíticos eran quienes cambiaban el paso en el desfile, quienes giraban a la izquierda cuando el sargento había mandado derecha, quienes no levantaban el brazo hasta por detrás de la cabeza, quienes no sujetaban el mosquetón con precisión y la punta no se alineaba con los del resto de la formación.

           

Transcurrida la primera semana comenzó a aparecer el pelotón de los paralíticos, eran los expulsados de sus pelotones. En los ensayos el cabo mandaba:

 ¾Izquierda, derecha, izquierda..., izquierda,  derecha, izquierda..., esas manos hasta la altura del hombro-. Y el sargento, unas veces; el teniente, otras; subidos en una tarima, observaban todos los movimientos de los nueve pelotones. De vez en cuando, gritaban:

¾El sexto, Arnau, el sexto de la fila del medio, que salga, es un paralítico, lleva el paso cambiado toda la tarde.

Y el sexto salía, y el cuarto de otro pelotón, y el noveno de otro, y el tercero, y el segundo, y se iba formando el grupo de los marginados, apartados del resto, apestados por cambiar de paso, condenados por el teniente al desprecio y al arresto.

Cartas del Sáhara nº 27 Los paralíticos.

 

Yo era alto y delgado. Hacía correctamente la gimnasia y las marchas militares, y nunca me equivocaba al hacer los giros. Ocupaba el segundo lugar en una fila encabezada por Sobrino y tenía detrás a un compañero bastante gordo, Cortizo, que sufría las iras de los sargentos en el paso ligero. El día que comenzamos a desfilar con el mosquetón yo marchaba tranquilo, seguía atentamente la voz de mando y mi única preocupación era la rabia que sentía por dentro cada vez que un cabo o un sargento sacaban a un compañero de la formación y dándole una patada en el culo, como ya habían hecho con Cortizo, lo mandaban al pelotón de los paralíticos

Cuando las manazas del sargento Torices se posaron en mis espaldas me sobresalté. Seguí la dirección que me indicaba la fuerza de sus brazos para sacarme de la fila y esquivé como pude a la bota militar que buscaba mi culo. Corrí hacia donde estaba el grupo de los marcados por el desprecio y la humillación y el asco me revolvió todo el cuerpo.

 

Así me encontré en el sitio maldito, a donde nadie quería ir, de  donde todos hacían esfuerzos supremos por salir; el lugar de los condenados, de la escoria, de los gusanos, de los despreciados por todos: los inútiles, los paralíticos.

Cuando el capitán dio la orden de que la compañía se dirigiera a paso ligero hacia el acuartelamiento, a nosotros nos miró con desprecio y dirigiéndose al cabo que nos mandaba le dijo lo de todos los días:

¾A estos tenles haciendo paso ligero hasta que sea de noche, a ver si revientan o si se hacen hombres.

Al rato, cuando apenas habíamos dado un par de vueltas al campo, un recluta se cuadra ante el cabo y le dice:

¾De parte del sargento, que venga el maestro, que estamos en la escuela todos esperando.

                                    Y el cabo ordena:

                                    ¾Que salga el maestro

                                    Y salgo y me dice:

                                    ¾Tú, ¿no tenías que estar en la escuela?

                                    ¾Sí. Pero no puedo estar en dos sitios a la vez, mi cabo.

                                    ¾Pues vete, has tenido suerte.

                                    ¾A sus órdenes, mi cabo.

Cartas del Sáhara nº 27 Los paralíticos.

 

Sí, mi condición de maestro me salvaba nuevamente. Yo era un privilegiado porque tenía cultura, pero renegaba de mis privilegios. Comencé a renegar de mis privilegios al mismo tiempo que comencé a vislumbrar la conciencia de clase: a identificarme con los míos. Porque cuando daban un cachete en la espalda de quienes se equivocaban en la instrucción, sentía que me lo daban a mí. Cuando les daban una patada en el culo era yo quien la recibía. Y cuando un sargento analfabeto, gordo y con cara de amargado, daba un  puñetazo en el estómago de un compañero era yo quien se retorcía y caía al suelo de dolor. Me hice rebelde. No aceptaba las injusticas. El trato inhumano que recibían mis compañeros me dolía a mí.  Creo que en la mili fue donde me di cuenta por primera vez de quienes eran los míos. Y los míos eran los débiles -los de abajo se dice ahora- los oprimidos, los paralíticos

Por eso me empecé a sentir a gusto con ellos. Eran anárquicos en sus movimientos, se equivocaban siempre en los giros, no distinguían la derecha de la izquierda, y la media vuelta la daban por el lado equivocado, pero eran buenas personas. A muchos de ellos los había tenido en la escuela, porque eran analfabetos, pero ahora ellos, al terminar la sesión de la tarde, seguían en el grupo haciendo paso ligero y limpiando letrinas, mientras yo, maestro privilegiado, me iba a dar la clase a los pocos que se habían salvado de la tiranía de los jefes y permanecían fieles a mis enseñanzas.

Mi presencia en el grupo de los paralíticos no les cuadraba a mis superiores. Yo me sentía a gusto con ellos y no me esforzaba, como hacían otros, por recuperar el prestigio y volver nuevamente a la compañía con los elegidos. Me miraban con lupa y observaban que no me equivocaba nunca ni en el paso ni en los giros, por eso un día, un cabo y un sargento, me separaron del grupo y me sometieron a un severo examen. Todo iba bien hasta que me dieron el mosquetón, cuando lo hicieron el sargento Torices, que fue quien me intentó dar la patada en el culo, se quedó fijo observándome, y al ver que la punta del mosquetón bailaba, me ordenó ponerme firme e hizo un amago de medirme con sus brazos, tras analizar mi cadera concluyó diciéndome que estaba mal hecho, que tenía una pierna más larga que la otra, pero que si le echaba huevos podía incorporarme a la compañía para desfilar el día de la jura. Los ignorantes todo lo arreglaban echándole huevos.

 

 

Mundos opuestos

 

Haber estado tres años enseñando a leer y a pensar a niños de siete años me sirvió para mucho. Me sirvió para comparar y darme cuenta que el mundo de la enseñanza y el mundo militar eran opuestos. Aunque terminé Magisterio con solo dieciocho años, entonces la formación era muy limitada, sí me inculcaron algunas ideas sobre la pedagogía moderna. La importancia de los centros de interés y la motivación de los alumnos estaban en todos los manuales de los textos. Pero la lección más importante que aprendí en mis años de estudio, y sobre todo en mis tres años de ejercicio de la docencia, fue la de tratar a mis alumnos como personas: merecedores de respeto y de cariño.

Todo lo contrario de lo que estaba sucediendo en mi adiestramiento militar: ni nos trataban como personas, ni nos respetaban, y por supuesto, ni nos querían. Vivía en una continua contradicción. Por un lado, tenía formados, o en fase avanzada de formación, unos principios y por el otro me querían inculcar los contrarios.  La solidaridad y la generosidad eran principios que yo inculcaba a mis alumnos. El individualismo, el orgullo,  el egoísmo y la jerarquización eran los principios que nos querían inculcar en el periodo de instrucción.

Yo vivía ese estado contradictorio todos los días en el campamento. Estaba a gusto con los analfabetos y con los paralíticos. A ellos les inculcaba mis principios al mismo tiempo que lo hacía con las enseñanzas. Y me encontraba a disgusto haciendo la instrucción o asistiendo a las clases teóricas sobre la guerra, donde los mandos procuraban inculcarnos ideas de violencia, de superioridad, de orgullo y de prepotencia. Me desquiciaba que por el hecho de llevar galones en sus espaldas se burlaran y humillaran a personas de más de veinte años. Su ignorancia la suplían con órdenes y bofetadas, y cuanto más ignorantes eran más firmes eran sus ordenes y más duros los castigos. Mundos opuestos: en el colegio la autoridad era consecuencia de la sabiduría, en el ejército, de la violencia.

Una contradicción que llegó a su final el día de la jura. El día de la jura de bandera fue el día de la decisión: todos tuvimos que elegir entre la sumisión o la rebeldía.

 

 

La jura de bandera es el acto más importante de vuestra vida. Vais a adquirir un compromiso con la patria. Estaréis dispuestos a defenderla con vuestra propia vida si fuese necesario. Será un día festivo y vuestras familias estarán orgullosas de vosotros. En el BIR vais a estar doscientos setenta representantes de La Policía Territorial. Vais a estar junto a más de dos mil pistolos, quinientos legias y otros tantos paracas. Vais a ser los menos, pero vais a tener más cojones que todos los demás juntos, seréis los mejores, como ha sido siempre. Cuando desfila La Policía se hace silencio, se oye el ruido de los brazos cortando el aire y las personas que os contemplan  exclaman: " ¡Ahora pasa la Policía Territorial!" y cuando acabáis os aplauden más que a nadie. Se repite campamento tras campamento, es el fruto del esfuerzo y del paso ligero, y vosotros os sentiréis orgullosos como se han sentido todos al escuchar los calurosos aplausos y  las exclamaciones: "¡Ya viene la Policía!". Se os pondrá la carne de gallina, sentiréis sensaciones que nunca habéis sentido. Os sentiréis hombres.

Cartas del Sáhara nº 29.

 

                       

          Qué fácil es enardecer a las masas, sobre todo cuando la cultura es escasa. A los incultos mandos militares se les daba bien crear un sentimiento de euforia colectiva. Se habían pasado dos meses machacándonos, haciéndonos putada tras putada, y ahora, en el momento decisivo de la jura, se presentaban como nuestros salvadores, los que nos habían convertido en hombres. Muchos se lo creyeron, se contagiaron de su euforia y vivieron el momento con orgullo. Olvidaron el sufrimiento y aceptaron la explicación; se sintieron orgullosos de jurar la bandera y de estar dispuestos a morir por la patria. Eligieron la sumisión. Yo no

Tras la arenga llegó el día señalado. La compañía de la Policía Territorial formó junto con el resto de cuerpos militares en el Batallón de Instrucción de Reclutas -BIR nº 1- del Aaiún. Tras los actos protocolarios -misa y discursos de rigor- el Gobernador General del Sáhara el general Fernando de Santiago y Díaz de Mendivil, pronunció la lacónica frase:

¿Juráis por Dios y por España..., defender esta bandera..., hasta derramar..., si es preciso..., la última gota de vuestra sangre...?

 

Y el grito ensordecedor de mis compañeros de: ¡JU-RA-MOS! apagó el mío de: ¡ME- CA-GOEN FRAN-CO!

Después comenzó a sonar música militar y todos los reclutas, convertidos en soldados por haber jurado, comenzamos a movernos. Se hizo una sola fila, y de uno en uno, pasamos delante de la bandera para besarla. Yo, me limpié la nariz.

 

         El trapo es la bandera

         y la raya la frontera.

 

         Por el trapo y la raya

         las personas se matan

         ayer, hoy, y mañana.

 Cartas del Sáhara nº 29

 

Ni banderas, ni fronteras. Por la utopía del amor y de la libertad. 

 

            Después de desfilar de uno en uno vino la exhibición militar. Se desfilaba primero de tres en tres y después lo hacía la compañía entera, era el gran momento, para el que tanto habíamos ensayado, el que no podía salir mal, el momento en el que teníamos que demostrar que la Policía siempre lo hacía mejor. Por eso mientras los pistolos, los paracas y los legías desfilaban delante de la tribuna, nosotros nos preparábamos para el desfile detrás de los camiones que nos habían llevado hasta el BIR y fue entonces cuando nuestro capitán, que encabezaba el grupo, dio la orden de depuración:

 

                  ¾¡Paralíticos, fuera!

 

No lo pensé ni un segundo, apartarme de los jefes me impulsaba a correr. Me fui con los míos y me aparté de los que llevaban la maldad reflejada en su cara. Y corrimos a escondernos detrás de los camiones como si fuésemos la vergüenza de una sociedad que se miraba en el espejo de una juventud que desfilaba armoniosa ante el poder. Mis compañeros me miraron sorprendidos. Al principio debieron de creer que no había hecho caso al sargento y que no le había echado huevos, después cuando me vieron a su lado contento y dándoles ánimo creo que entendieron que era allí donde los había que echar.

Sus caras de frustración fueron cambiando a medida que yo les fui dando las razones para mantenerme firme en mis principios, cuando les expliqué que la verdadera hombría es la que radica en la coherencia de lo que se hace con lo que se piensa. Que el valiente es el que sabe lo que quiere y lo defiende y que la verdadera patria, por la única que merece la pena dar la vida, es la que cada cual lleva dentro: la de sus ideas.

 

Entonces vi una chispa de alegría en sus ojos. Mi presencia les confortaba. El que una persona como yo, importante para ellos, el que les había enseñado en la escuela, el que había leído sus cartas, el que había conversado en los días de fiesta, estuviese allí junto a ellos siendo también un paralítico, les animaba. Habían sufrido tanto, habían sido tantas veces humillados, que la presencia de alguien, bien considerado por todos, alguien a quien ellos admiraban, les paliaba la situación a que les condenaban. El verme a mí tranquilo, feliz por no desfilar y por estar con ellos, sembraba en sus ánimos una incertidumbre y una duda mientras que a mí me dejaba la satisfacción  de hacer frente al poder del ejército. Noté que mi presencia entre ellos servía para algo. Me alegré. Perdido en el montón de los que desfilaban, nadie se hubiese fijado en mí y sólo hubiese servido para enaltecer a los jefes. Con los míos me sentía a gusto. Nos miramos y comenzaron a aparecer las sonrisas. Los fumadores empezaron a sacar los cigarros y la conversación surgió entre nosotros para recuperar la esperanza y la alegría.

                                                         Cartas del Sáhara nº 29

 

Yo no podía entender que desfilaran con orgullo aquellos que habían sido tan duramente tratados en el periodo de instrucción militar, ellos no podían entender que yo hubiese elegido salir con los paralíticos: Mundos opuestos.

 

           

 

 

 

 

 

 

 

Mi padre era un buen amo

 

Lo primero que hacía mi padre a principios de junio era comprar un pellejo de vino. Se lo compraba a Félix, el tabernero del pueblo, y lo llevaba a casa a lomos de la burra blanca: la Paloma. No es que fuésemos borrachos, es que el pellejo era una forma, ya perdida, de mantener en buen estado al vino. Además nos evitábamos la tarea diaria de ir a la taberna, y así teníamos más tiempo para el resto de los trabajos veraniegos. 

Cuando llegaba el día de la siega de la hierba mi padre buscaba a 5 o 6 jornaleros. No le costaba ningún trabajo: siempre eran los mismos. Y eran los mismos porque se quedaban comprometidos de un año para otro. Eran ellos quienes se comprometían a volver al año siguiente. Lo hacían porque lo segundo que hacía mi padre después de haber comprado el pellejo, para garantizar buenos tragos en la bota, era preparar una buena comida para los segadores de la hierba.

La siega de la hierba era el pistoletazo de salida de las tareas veraniegas. El tener más de seis vacas suizas condicionaba todos los trabajos. Y el primero era el de la recogida de la hierba. Era necesario almacenar mucho heno para los largos meses de invierno. Las hierberas debían estar todos los años a tope. Si hubiésemos tenido que hacer todo el trabajo de la hierba solamente los miembros de la familia, nos hubiese llevado tanto tiempo que habríamos tenido que desatender al resto de las tareas. El trabajo de la hierba nos hubiese llevado más de un mes. Por eso mi padre quería quitárselo en una semana a lo sumo. Para ello contrataba un día a seis segadores y con él como mayoral segaban prácticamente todos los prados en un solo día.

A mi padre se le daba muy bien segar hierba, tenía el dalle perfectamente afilado. Antes de iniciar la temporada, que para él empezaba por san Isidro, picaba el guadaño. Saber picar el guadaño era fundamental para que cortase bien. El dalle se desmontaba, y su hoja, apoyada firmemente en un yunque de hierro, era machacada por un martillo hasta quedar su corte perfectamente afilado.   Mi padre lo tenía  siempre a punto para el comienzo de su siega particular. Él empezaba a mediados de abril, cuando las verdes y tiernas cañas del centeno -el alcarcel-   era comestible por el ganado. Después él segaba avesas y todo tipo de plantas forrajeras que se llevaban diariamente a los pesebres de las vacas lecheras para que su producción fuese mayor.

Este tipo de siega -del forraje- era un trabajo diario, exclusivo de mi padre, el resto de la familia le ayudábamos recogiéndolo en haces y llevándolo en los hombros, o en una carretilla, hasta las pesebreras de las vacas. Cuando los calores de junio empezaban a apretar, la hierba perdía su verdor y la había que recoger para guardarla, una vez seca, en las hierberas para los meses de invierno. Era entonces cuando mi padre contrataba a la cuadrilla para  segar todos los prados en un solo día. Él conocía muy bien lo duro que era ese trabajo, por eso el día de la siega lo primero que hacía era preparar un buen vino y una buena comida. El jornal que les pagaba no era muy elevado, se ajustaba a lo estipulado por la zona, pero el hecho de tener un buen almuerzo, una buena comida y una buena merienda, todo ello acompañado de buenos tragos de vino de la bota, lograba que los segadores se sintieran satisfechos y que siempre mostrasen su disposición a volver al año siguiente.

La siega de los prados era el comienzo de los penosos trabajos veraniegos. Porque una vez que los jornaleros hicieron la parramera, seis hombres en un día siegan mucha hierba, y toda queda esparramada a la espera de que los calores del inicio del verano la sequen para poderla guardar; comenzaba el trabajo de recogida por parte de toda la familia. Lo primero que había que hacer era darle la vuelta para que se secase bien por ambos lados y entonces el peligro era la lluvia, una inoportuna tormenta estropeaba todos los trabajos realizados, porque la hierba perdía gran parte de sus proteínas e incluso, si persistía, podía llegar hasta la putrefacción. Después venía la peor tarea del verano: llevar el heno seco en carros hasta las hierberas, apretarlo para que cupiese más y tragar el polvo. El polvo en las hierberas era lo más nocivo para la salud. Y allí nos tocaba ir a mis hermanas y a mí, porque pisar la hierba era una tarea fácil que podían hacer los chicos -decían los mayores.

El año 1966 no fue bueno: operaron  a mi madre. Afortunadamente la operación fue exitosa y lo único que tuvimos que hacer fue reorganizar nuestros trabajos. Mi padre lo solucionó con Justo y la María. Eran esposos, ella, se encargó de ayudar a mi madre en las tareas domésticas; y a él, le contrató por todo el verano. Justo era una persona que no daba mucho de sí, era un trabajador constante, pero era muy lento. Todo lo hacía parsimoniosamente. Mi padre negoció con él un sueldo ajustado a sus características: en vez de contratarlo por jornales, lo hizo por toda la temporada veraniega. Así los dos salieron ganando. Justo, porque encontró un trabajo fijo durante tres meses, con comida diaria asegurada; y mi padre, porque sabía que de su constancia se obtenía beneficio con el paso del tiempo. Estuvo con nosotros desde que comenzamos la recogida de la hierba y los arreglos del melonar, a principios de junio, hasta que barrimos la era, a finales de agosto. Era lento para algunos trabajos, como, por ejemplo, la siega de los cereales, pero era muy habilidoso para otros. En la siega, mi padre iba en cabeza con dos surcos, yo con solo 15 años le seguía también con dos surcos y Justo y mi abuelo Nicolás, que ese verano estaba con nosotros, nos seguían con un surco cada uno. Su rendimiento se reducía a la mitad, pero el surco segado por Justo se distinguía perfectamente del resto, porque el corte de las cañas del cereal era ajustado al suelo, y porque no había ninguna espiga caída en el rastrojo. En otros trabajos como la recogida de la hierba, el cavado de las berzas, el acarreo a la era de los cereales o la trilla, su parsimonia no se notaba.

Mi padre se encariñaba con la gente y la gente lo sabía, por eso Justo no regateó la cuantía del jornal y por eso mi padre siguió pagándole en especies lo que le había racaneado en dinero. Cuando llegó el otoño todo mejoró, mi madre se recuperó y el campo nos obsequió con un excelente melonar. Yo bajaba montado en la Paloma a la tierra de los Álamos, que era donde lo teníamos sembrado, dos veces a la semana, y subía con los serones llenos de melones y sandias. A la entrada del pueblo estaba la casa de Justo, que ya había dejado de trabajar para nosotros, pero yo por indicación de mi padre paraba y dejaba una buena parte de la carga. Sus hijas se lo agradecieron a mis padres muchas veces: Qué sandías y qué melones más ricos nos hemos comido este año. Muchísimas gracias. Y mi padre o mi madre, siempre respondían con la misma frase: Vuestros padres nos ayudaron mucho en el verano, a  vosotras os toca ayudarnos ahora en la comida de las sandías y los melones.  

Sí, mi padre era un buen amo…, y una buena persona. Había ido poco a la escuela, con tan solo ocho años le pusieron a cuidar ovejas. Lo poco que sabía se lo enseñó su padre, pero tenía muchas ideas. Toda su vida la pasó desarrollando ideas. Si había que ir a por leña al pinar sabía que con un carro se bajaba más que con un burro. Se dio cuenta de que la labranza no tenía futuro y optó por la ganadería. También supo que una casa se construye poco a poco y se pasó la vida haciendo obras. Primero  en la cocina, quitando una viga en la que se daba el hombre alto que nos cobraba la luz. Tirando un horno cuando mi madre dejó de cocer y cambiando la chimenea de lugar para poder hacer una ventana que diese al huerto y entrase más luz a la casa, haciendo un servicio después, cuando el agua corriente llegó hasta el pueblo. Y por último, construyendo habitaciones para que primero los hijos, y después los nietos, tuviesen un lugar tranquilo donde descansar. No dudó en modificar el sobrado donde guardaba el grano para construir dormitorios, ni en subir el tejado para que la hierbera fuese más alta y cupiesen más paquetes de heno. Tampoco dudo en cambiar la orientación de las pesebreras para que el agua pudiese circular por ellas y no tuviésemos que sacar a las vacas a beberla al pilón comunitario en los fríos días de invierno. Se dio cuenta pronto de que una maquina ordeñadora y un tanque para refrigerar la leche eran imprescindibles para adaptarse a los nuevos tiempos.  Supo qué prados eran  los más aconsejables para aprovecharlos mediante el pago de una renta justa y cuáles era preciso comprar porque lindaban con uno nuestro o porque el dueño emigraba a Madrid y lo vendía a buen precio. Sí, toda la vida haciendo obras y desarrollando ideas hasta que al final, tras su jubilación, convirtió las cuadras y las hierberas en salones, en dormitorios y en un nuevo cuarto de baño. Y en todas él hacía de peón mientras daba trabajo a los albañiles del pueblo. Mi madre siempre estuvo a su lado en las ideas y en el trabajo, pero a ella le dedicaré otro capítulo. Y mis hermanas y yo arrimamos el hombro todo lo que pudimos.

Yo tomaba nota de sus ideas cuando era un niño, las compartía después, cuando fui adolescente, y por último, también se me empezaron a ocurrir a mí. Yo creo que he heredado de mi padre la fantasía.

 

 

Sacrificio y resistencia

 

Mis padres resistieron en el pueblo. Se sacrificaron mucho. Todo lo que unos padres se pueden sacrificar.

Yo estoy muy orgulloso de su sacrificio y de su resistencia. Contribuí todo lo que pude para que así fuera. La década de los sesenta y sobre todo la de los setenta, fue la época del abandono. Las familias huían del pueblo. Los hijos buscaban trabajo en Madrid, en cafeterías o bares los que no tenían estudios, y en fábricas o talleres quienes tenían algún tipo de cualificación. Los padres vendieron sus pertenencias, sobre todo, las vacas o los prados, la casa casi todos se resistían a venderla, pues la vuelta al pueblo, aunque solo fuera un mes en verano, estaba en la mente de todos; y emigraron a Madrid en busca de una portería, de algún trabajo en la construcción o como conserjes en algún edificio u organismo oficial, si tenían información por algún pariente que había emigrado con anterioridad.

A mi madre alguna vez sí le tentó la idea de buscar algún acomodo en Madrid, pero mi padre fue siempre reacio. Ellos aguantaron,  pero siempre supieron que serían los últimos, que sus hijos se irían, pero no a servir. Ni a servir a los señores, como se iban algunas mujeres, ni a servir vinos en la barra de un bar, como se iban otros hombres;  sus hijos estudiarían y tendrían un trabajo de los que ya entonces se llamaban decentes.

Los hijos contribuimos todo lo que pudimos tanto en el trabajo del campo como en el sacrificio de los estudios. Sacamos una carrera con beca e hicimos los estudios necesarios para tener una profesión digna.

Algunos tuvimos mucha suerte porque nuestra edad escolar coincidió con la presencia de un extraordinario maestro. Él nos buscaba el camino más adecuado a nuestros conocimientos y a nuestras posibilidades. A unos, nos encontraba la beca adecuada por la vía del bachiller elemental o del laboral; y a otros, les orientaba hacia la formación profesional a través de unas clases de iniciación profesional que daba gratuitamente por las noches.

La presencia de un buen maestro en un pueblo se constata dos décadas después a través de los puestos de trabajo que desempeñan sus alumnos. Entonces el maestro habrá dejado el pueblo porque habrá encontrado otro destino mejor en la ciudad, pero el cariño estará presente tanto en los hogares de los padres como en el corazón de los que un día fueron sus alumnos.

Él me llevó con once años, como a otros muchos, hasta Segovia para hacer el examen de ingreso para estudiar el bachiller elemental. Me llevó, junto a una de sus hijas que era de mi misma edad, me dio los últimos consejos y en un momento de descanso nos compró un bollo a su hija y otro a mí. Don Tomás Calleja Guijarro me enseñó mucho, pero sobre todo me dio la confianza necesaria para sacar un notable que era la nota exigida para conseguir la beca. Cuatro años de Bachiller Elemental y tres de Magisterio: a los dieciocho años era maestro. Una carrera corta para colocarse pronto. Al año siguiente, con 19 años recién cumplidos, ya estaba dando clases.

 

La peor década fue la de los sesenta. Vivimos el abandono de familias enteras y la tozudez de mi padre que se agarró a la modernización de la vaquería y compró una ordeñadora. Yo fui su más fiel seguidor, le animé en la compra de la ordeñadora y puse todas mis ideas a su disposición para que del trabajo se sacase el mayor rendimiento posible, me contagié de sus sueños y por algún momento pasó por mi cabeza la idea de construir una moderna vaquería, pero fue solo un sueño porque nada más terminar la carrera de maestro, encontré un trabajo en Madrid en un colegio privado de Salesianos. Mis hermanas eran más proclives a caer en la tentación de abandonar el pueblo y buscar una aventura en Madrid, ellas no querían ver las vacas ni en pintura, pero al final mis padres resistieron hasta la jubilación y nosotros fuimos encontrando trabajos decentes.

Mientras forjábamos nuestras vidas estudiando en Segovia mis hermanas y yo teníamos una segunda vida paralela de trabajo en el campo. Allí nos picábamos con los cardos arrancando yeros o algarrobas, o segando con la hoz la cebada, el centeno o el trigo. Y sudábamos trillando al son que marcaban una pareja de vacas y otra de burros que tiraban de trillos enchinados para cortar las mieses. Con seis y nueve años mis hermanas, y yo con trece, nos turnábamos en la tarea para soportar mejor el calor y dirigíamos a la yunta que tiraba del trillo con unas volvederas que llevábamos en una mano, dejando la otra libre por si teníamos que echar mano a la pala, que siempre estaba en la esquina derecha del trillo,  para coger la cagada de la vaca o los moñigos de la burra. Así dábamos vueltas a la parva durante toda una mañana hasta que la mies se hacía añicos y el grano se separaba de la paja. Mi padre y yo, cuando descansaba del trillo, dábamos tres o cuatro veces la vuelta a la parva para que se trillase todo por igual y lo más rápido posible. Después llegó la trilladora mecánica, pero seguimos sudando porque la alquilábamos por horas y teníamos que echar los haces con mucha rapidez para que nos resultase más económica.

Todo era trabajo, porque antes de ir a la trilla la familia entera se había organizado: uno a por las vacas al prado, otros a arrancar unos garbanzos y mis padres a ordeñar y a atender a la clientela que iba a por leche. Y por la tarde, después de terminar la trilla, se hacía el recorrido inverso: unos a ordeñar y otros a llevar las vacas al prado cuando ya la noche se estaba echando encima. A veces, para combatir el miedo y para arrearlas mejor, íbamos mi hermana mayor y yo. Montábamos en la Paloma, una burra blanca y grande, que trotaba muy bien detrás de las vacas y las arreaba hasta llegar al prado. Después cerrábamos bien la portera y volvíamos a montar los dos en la Paloma que en un santiamén nos llevaba hasta casa. En agradecimiento la dejábamos suelta para que comiese la hierba verde que había en el rio que pasaba cerca de nuestra hogar, ella también era agradecida: al día siguiente por la mañana siempre estaba en el sitio donde la habíamos dejado.

Una noche la Paloma dio un respingo, nunca lo había hecho, pero ese día debió de pisar algún pincho, se encabritó, comenzó a dar saltos y mi hermana y yo caímos al suelo.

 

Mucho trabajo, mucho sacrificio y mucha resistencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nicolás

 

 

Los comunistas que nunca mueren.

 

Los comunistas que nunca mueren tienen más hijos que los que figuran registrados en los libros de familia porque los encuentran dormidos en las cunetas mientras los forajidos escupen al cielo sus miserias

Los comunistas que nunca mueren siempre juntan, junto a su mesa, a personas que sufren las penas de los otros, que sonríen en los días trágicos de las batallas, y que resplandecen al son de las campanas de las iglesias de todos los pueblos.

Los comunistas que nunca mueren aprietan sus puños en las desgracias y abren sus corazones ante quien labra la tierra, ante quien perfora la mina, ante quien enseña a amar a sus semejantes: ante quien trabaja.

Los comunistas que nunca mueren adornan las calles con sus sonrisas, florecen en el interior de nuestros corazones y riegan, en los atardeceres del verano, las plantas y las flores de nuestros huertos y jardines.

Los comunistas que nunca mueren no son jefes ni luchan por los sillones, pero, como Nicolás Berzal, dejan muchos amigos en todos los rincones.

Los comunistas que nunca mueren escriben sus memorias que se convierten en poemas, mientras que los otros, los que luchan por los sillones, nunca escriben un libro  y se agarran a la doctrina porque son incapaces de parir más ideas.

Los comunistas que nunca mueren descansan en los corazones de millones de jóvenes que apagan los televisores para escuchar los sonidos que salen del interior de sus tripas.

Los comunistas que nunca mueren: Nicolás, Marcelino, Marcos Ana… anidan en los corazones de las personas que deambulan por cualquier rincón del mundo, para encontrar por fin la paz y la justicia que siempre buscaron, y descansan en el recuerdo de quienes les conocieron y les quieren.

 

 

         Mientras estudiaba en Segovia y trabajaba en el campo por mi cabeza no pasaban las ideas ni las revoluciones. Solo en algunas ocasiones escuchaba a Nicolás. Era la persona que nos proporcionaba el pienso para las vacas. Los Gránulos Diana, según él, era el pienso compuesto ideal para que las vacas diesen más leche. Tenían la proporción justa de cereales, vitaminas y pulpa. Al menos eso era lo que le decía a mi padre, aunque lo que yo creo que le convenció para que fuese él quien nos suministrase el pienso fue el conocimiento que mi padre tenía de su historia. Aunque vivía en un pueblo del que distaban unos seis kilómetros, Nicolás tenía parientes en mi pueblo, con los que mi padre tenía muy buena amistad, y además era una persona que se llevaba bien con todos. En aquellos años, en que nadie decía nada, todos sabían que a Nicolás le habían matado a su padre durante la guerra.

Nicolás era el rostro humano del comunismo, era un charlatán empedernido. Hablaba y hablaba y al final siempre hacía una crítica a la situación política y una alabanza a las personas que trabajaban, en este caso, en el campo. Hablaba mucho, pero nunca se lamentaba de las injusticias que había sufrido en la vida. No decía nada de su vida pasada, solo lo hacía del presente y siempre lo hacía con humanidad.

Mucha humanidad, esa condición de estar cerca de los necesitados, de estar pendiente de los problemas de los demás. De ofrecerse para cualquier cosa, era la gran virtud de Nicolás. Mis padres en la primavera del sesenta y ocho tuvieron muchos problemas. La vaquería era un desastre, las vacas abortaban una tras otra. Cuando una vaca suiza aborta se pierde la cría y más del cincuenta por ciento de la producción de leche. Si es solamente una, sus pérdidas son compensadas por la producción del resto, pero cuando abortan todas, la situación se vuelve catastrófica. Y ese año abortaron todas, fue consecuencia de una enfermedad, una terrible enfermedad que afecta al ganado vacuno: la brucelosis.

Por la cabeza de mi padre pasaban dos soluciones. Una matar a todas las vacas que habían enfermado, vender las terneras jóvenes para quitar las deudas que estábamos contrayendo y empezar nuevamente de cero. Y la otra era aguantar. Pasar un año endeudados y esperar que la situación mejorase en la primavera siguiente. Mi padre lo daba muchas vueltas, y nos lo comentaba a la familia, pero con quien más vueltas lo daba era con Nicolás. La tarde que él llegaba para llenar el arcón de pienso se la pasaban hablando. Los números le atormentaban a la hora de hacer la nota con la cantidad de los sacos que había dejado, con el total de la factura y con las deudas acumuladas a lo largo del verano. Ante la imposibilidad de rebajar la deuda mi padre, desmoralizado, le comentaba siempre la primera opción: vender las novillas que todavía no estaban preñadas y que eran las que más valor tenían. Nicolás era optimista, y con una sonrisa de oreja a oreja siempre le decía: ni se te ocurra, el torero que pierde la capa tiene que volver a buscarla. Si vendes las terneras estas vendiendo el futuro. Y por el dinero, no te preocupes, ya buscaremos la forma de salir adelante. Hablaba siempre en primera persona del plural que es la forma de hablar de quienes se sienten solidarios.

Y mi padre tomó la decisión que le aconsejó Nicolás. Le aconsejó que al dinero no le había que dar demasiada importancia. Que las fabricas facturaban los pedidos a sesenta días y que si en esa fecha no se disponía del dinero necesario, para eso estaban los bancos. A los bancos los había que saber utilizar, había que aplazar los pagos a corto plazo para que los interesen fuesen menores. También le dijo que no se preocupase por las deudas que pudiera contraer con él, y que si él tardaba más tiempo en pagar que ya habría otros que le pagarían con más prontitud. Le aconsejó que vendiese, aunque fuese a un precio medio regalado, las vacas viejas porque de ellas poco se podía esperar, pues aunque las vacunase y se recuperasen de la enfermedad, ya habían dado la mayor parte de su producción. Las que no debía vender de ninguna manera eran las jóvenes y las terneras, pues aunque le valiesen ahora más dinero a la larga siempre sería: pan para hoy y hambre para mañana. Y además le hizo la propuesta definitiva, la que le convenció del todo: Mira, vamos a hacer una cosa, yo te dejo aquí los sacos que se puedan vender en el pueblo, te doy un  duro de comisión por cada uno y me los pagas pasados sesenta días. Así tú los cobras en el acto y tienes dinero, pasamos el invierno y cuando llegue la primavera ya veremos.

Mi padre le hizo caso en todo. Adaptó como almacén una antigua cochiquera y comenzó a vender pienso a los vecinos del pueblo y a algunos otros de los pueblos limítrofes. Era muy escaso el beneficio pues cada vecino no solía comprar más de un saco para las gallinas y, en el mejor de los casos, otro para los cerdos, pero los dos o tres duros de beneficio diario y sobre todo el disponer de dinero en efectivo nos fue sacando del aprieto. A principios del otoño la deuda subió a unas cantidades superiores a las doscientas mil pesetas, pero entonces empezó a funcionar el aplazamiento de los pagos y la firma de alguna letra cuando la situación se hacía insostenible. Nicolás venía a nuestra casa cuando se daba esa circunstancia y le llevaba todos los papeles del banco que debía firmar mi padre. En las vacaciones de Navidad y Semana Santa venía con más frecuencia porque sabía que me encontraría a mí en casa. Entonces, y en presencia de mi padre,  me daba todas las explicaciones sobre los intereses y los tiempos con los que teníamos que jugar y disfrutaba porque se daba cuenta que con mi asentimiento, mi padre se tranquilizaba.

Pero no perdía el tiempo, Nicolás nunca perdía el tiempo. Cuando me había dejado claro cómo teníamos que tratar con los bancos, y que a pesar de su fuerza nosotros teníamos conocimientos de los que ellos no disponían y que los debíamos aprovechar nos decia:

¾ Ellos nunca sabrán cuando paren vuestras vacas y en qué época del año dan más leche. Tampoco sabrán del precio de los terneros o si la primavera va a ser buena o no.

Cuando ya había tranquilizado a mi padre porque la letra que había firmado a sesenta días coincidía con el parto de la Chelito, que era una vaca primeriza en la que mi padre había puesto toda su esperanza, porque era la asignada para sacarnos de apuros, entonces hablaba conmigo. Le gustaba hablar conmigo, él no había estudiado, pero le gustaba conversar con quienes sí lo hacíamos. Se arrimaba a los jóvenes estudiantes sin ningún complejo porque conocía el déficit ideológico de la enseñanza en España. Igual me hablaba del escándalo de la construcción en los barrios obreros de Madrid donde el empresario José Banús se aprovechaba de los beneficios del régimen para construir pisos de protección oficial de ínfima calidad, pero a precios elevados, como me hablaba de las revueltas estudiantiles en París. Y de su bolsillo sacaba un recorte de prensa -Nicolás siempre llevaba recortes de prensa en los bolsillos- donde venía una foto de los edificios tipo colmena de los barrios del Pilar o de la Concepción de Madrid, y a continuación otra de las barricadas en Paris con los  estudiantes corriendo delante de los policías.

Nicolás tenía fuentes de información prohibidas para los jóvenes españoles, por eso en las noches de Navidad del 68 no tenía prisa por dejar el calor humano de nuestras conversaciones que se confundía con el calor real que desprendían una docena de vacas en la cuadra.

¾Mira esto.

Y me enseñaba una foto de Le Monde, que yo intentaba leer con dificultad a pesar de haber estudiado francés en la carrera y que él me completaba con un aire socarrón, mezcla de su satisfacción por su cultura de autodidacta y la de aportar ideología a las mentes jóvenes. Sí, con Nicolás conocí que existían periódicos libres como Le Monde y emisoras como La Pirenaica. El primer transistor que regalamos a mi padre para que mientras ordeñaba las vacas escuchase a Rafael Farina y a Manolo Escobar, estaba siempre encima del arca en el que se guardaba el pienso, a mi padre le gustaba escuchar a sus ídolos mientras arreglaba al ganao. El transistor tenía también una onda corta que se oía muy mal, pero que el pulso tranquilo de Nicolás conseguía conectar cuando ya eran cerca de las diez de la noche. Entonces él, con voz de satisfacción y sin miedo a la clandestinidad me decía:

¾Escucha lo que ocurre en España.

 

Todo comenzó a mejorar en el 69, las deudas con Nicolás estaban controladas. Aun quedaban más de cien mil pesetas de déficit, pero los plazos se empezaron a alargar y Nicolás ajustaba sus peticiones a la temporada primaveral que era cuando la producción de leche era mayor y por consiguiente los ingresos quincenales de la DANONE eran de mayor cuantía. En junio de ese año yo terminé mis estudios de Magisterio y cuando llegué a casa la buena noticia de mi titulación coincidió con el estreno de una maquina ordeñadora. La vaquería se modernizaba y la satisfacción de mis padres se multiplicaba.

Nicolás seguía llegando puntual a sus citas. Nos llenaba el almacén de sacos de múltiples categorías: para gallinas, para conejos, para cerdos, para vacas,  y ajustaba las cuentas con mi padre. Las ventas en el pueblo habían mejorado y eran varios los que venían a comprar sacos de pienso casi diariamente. Cuando terminaban sus cuentas, mi padre comenzaba con sus trabajos de llenar las pesebreras de paja y harina como paso previo para el ordeño, y Nicolás ya no tenía prisa,  volvía a retomar sus conversaciones conmigo y a hablarme de lo que tocaba en ese verano. Yo había terminado Magisterio pero no tenía ni idea del escándalo Matesa. Él me sacaba de sus bolsillos los recortes que hablaban de Juan Vila Reyes y de todo lo que pasaba con la política en España. Yo le escuchaba con atención y asentía en lo que me comentaba. A eso algunos lo llamaban proselitismo, pero para mí era educación. La educación que no me habían dado ni en el instituto ni en la Escuela de Magisterio.

Todo iba bien, en la primavera del 71 parió la Chelito, a mi padre le ofrecieron por ella cien mil pesetas, era una cantidad desorbitada para entonces, pero un comprador que visitó la cuadra se encaprichó de su pelo fino, del tamaño de su cuerpo y sobre todo de la forma tan recogidita y apretada que tenía la ubre, y se las ofreció. Era una cantidad tentadora, pero mi padre la había ordeñado ya dos años, sabía la cantidad de leche que daba, y sabía que siempre el tercer parto es el mejor. La ordeñaba a mano tres veces al día. Era a la única que hacía tres ordeños y que se los hacía a mano. A todas las demás las ordeñaba con la máquina por la mañana y por la tarde, pero a la Chelito la ordeñaba a primera hora antes de que las demás se desperezaran porque tenía la ubre a reventar, después a las dos de la tarde en una ordeñadura especial, y por último, por la noche, cuando ya había hecho todas las tareas de la cuadra, la volvía a ordeñar a ella. Mi padre cogía el cubo grande de quince litros de cabida, lo acomodaba a las gordas tetas de la vaca, se sentaba en el banco de tres patas y comenzaba a acariciar sus cuatro pezones. La Chelito se deshacía, en cuanto notaba el roce de los dedos de mi padre le goteaba la leche y cuando mi padre comenzaba a apretar y a aflojar un garlo potente comenzaba a golpear el cubo. La musicalidad se apoderaba de la cuadra, porque al repiqueteo del garlo de leche golpeando el cubo se unía el leve silbido de mi padre que gozaba mientras veía llenarse el recipiente y por su mente pasaba la idea de que en esa primavera saldaría sus cuentas con los bancos y no tendría más deudas acumuladas que las propias de los sesenta días de margen que Nicolás le dejaba en sus pagos.

Pero la alegría en la casa de los pobres no suele durar mucho. En el otoño del año 71 mi padre comenzó a tener problemas con las varices, los había tenido durante toda la vida, pero en esa ocasión se le complicaron. Se le hinchó una pierna y a la altura del tobillo se le produjo una úlcera que empezó a supurar. Los dolores comenzaron a ser tan intensos que le empezaron a dificultar el trabajo. Acudió a Segovia, al seguro que habíamos contratado cuando la operación de mi madre, pero el diagnóstico y el tratamiento no le hicieron mejorar. Todo lo contrario, llegó un momento en que el dolor se le hizo insoportable. Fue un día al regresar de Segovia donde le habían puesto una inyección en la zona varicosa. Su estado de desesperación coincidió con la llegada a casa de Nicolás, que vino a dejarnos sacos de pienso.

Y fue Nicolás, otra vez Nicolás, quien ante el estado tan calamitoso en el que vio a mi padre, le habló de un especialista que había en Valladolid y del que se decían verdaderas maravillas. Nos dio el teléfono y no se marchó hasta que no estuvo la cosa resuelta. Acompañó a mi madre a la centralita de la telefónica que había en el pueblo y concertaron una cita para el día siguiente. Y él fue, con su coche, quien le llevó a la dirección indicada para la consulta del especialista en Valladolid. Salieron por la mañana temprano y a la hora fijada estaban en la sala de espera del doctor Ledo. Le reconoció, le dio una píldora, le puso un vendaje y le hizo una receta que compraron allí mismo.  Cuando por la tarde llegaron a casa, después de haber comido en Portillo, un pueblo que les pillaba de camino y que Nicolás conocía muy bien porque allí estaba la fábrica donde compraba el pienso, mi padre ya se encontraba mejor. No sé si fue la magia del doctor Ledo o el optimismo de mi padre, pero todo empezó a ir bien, los dolores se le quitaron y la úlcera empezó a cerrarse.

Volvió a normalizar su trabajo, pero el compromiso con el doctor Ledo seguía pendiente. Era la operación: sin ella el proceso varicoso se le volvería a reproducir. Tras un periodo de preparación, con la úlcera ya cerrada, la operación se hacía inevitable. Y a finales de octubre, después de pasar la fiesta del pueblo se fijó la fecha. Fijamos esa fecha porque coincidía con unas vacaciones que tenía un hermano de mi madre. Paco, que así se llamaba, ayudó a mi madre en las tareas de las vacas mientras mi padre estuvo hospitalizado y después en los quince días que duró su proceso de recuperación. Yo cogí mis tres días de permiso retribuido que me correspondían y me fui a Valladolid.

 

Mucha humanidad. Nicolás fue el banco bueno para mi familia. Supo adaptar los tiempos, estirar y encoger en función de los ingresos. Cierto que él también se benefició, pasó de tener un solo cliente en el pueblo a tener por clientela a la mayoría de las familias residentes en él. Y no solo a las del mío, sino también a las de los otros dos o tres que estaban próximos y que acudían con sus asnos a por los sacos de pienso a la casa de mis padres. Sí, el beneficio fue mutuo, pero por encima de los beneficios está esa condición de la naturaleza humana de interesarse, preocuparse y compartir los problemas de los demás: la empatía.

 

Muchos años más tarde, cuando los buitres picotearon Grecia y Portugal…, y amenazaron a todos los países del sur de Europa, me acordé de Nicolás y de su forma de solucionar la deuda. Me acordé de su humanidad. No sé si a día de hoy (2018) queda algo de ese comunismo con rostro humano, pero lo que sí sé, es que si no queda, deberíamos reinventarlo.

 

Pues eso: Nicolás, el rostro humano del comunismo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mujeres

 

 

                   Alas de  vida

 

Unos  pasos  del color de la sombra que rompen  estrellas.

El sonido de la inquietud.

Un crujido hiriente de una llave en la cerradura.

El fragor del miedo.

Puertas que  se abren al desprecio y se cierran a las miradas.

El  rayo de  la violencia.

Diluvio de  insultos que ensordecen   los   truenos.

El velo de la oscuridad.

Una súplica entrecortada, un grito ahogado, un sollozo infantil…

El eco del desamparo.

Una paloma herida a la que le han cercenado las alas y manchado el plumaje.

Las lágrimas del silencio.

El  mar del llanto.

Un océano de dolor y  soledad…

¡No!  Una  palabra rotunda estalla radiante,

bálsamo para las heridas y  beso para el alma.

Es la voz de la resistencia.

¡No! No volverá a ser  la violeta pisada  de la insignificancia.

¡No! No será  el  quejido ahogado de un corazón encogido.

¡No! No se resignará a ser un ave de alas quebradas.

¡No!

Bajará a la plaza,  y andará entre la gente, 

con pundonor, sin vergüenza,

entre niñas y niños, hombres y mujeres…

Será esa paloma

que busca el olor del pan y el color de  la esperanza.

Dos muletas aladas serán sus zapatos:

el sí de la rebeldía, el yo del orgullo.

Oíd. ¡Sí!  ¡Yo!

Palabras perdidas,

quizá extraviadas en el reino del olvido,

palabras que hoy saben a  abrazos,

a abrazos sedosos entretejidos de luz.

Tejerá  nuevas  alas.  Alas del color de la dignidad.

Las desplegará con fuerza, y volará.

Volará y volará…

Con alas de mujer.

Con vuelo de persona.

Volará muy alto, a algún lugar

donde la negrura de los buitres no oscurezca su vuelo.

Y dejará tras sí un halo de luz,

un dorado   amanecer,

un sueño  sosegado y luminoso.

Con alas de mujer…

Alas  blancas tejidas con los hilos  de la   libertad.

Alas rosas teñidas de amor y justicia. 

Alas violáceas  izadas  contra la  violencia machista.

Rojas, amarillas, verdes…

¡Alas de vida!

                           Margarita Álvarez Rodríguez

 

 

 

Equipos

 

No se puede escribir sobre Solidaridad sin hacer referencia a las mujeres. Y no se puede escribir sobre las mujeres sin hacer una reflexión sobre la situación de injusta desigualdad que han padecido a lo largo de la historia. Yo reconozco que mi concepto de solidaridad está ligado a las mujeres. Con ellas la he compartido en el colegio, en el sindicato y en la vida.

La solidaridad siempre se realiza en equipo. Siempre que una persona se solidariza con otra se está formando un equipo. Los equipos solidarios siempre parten de la igualdad. Formar un equipo en igualdad es compartir los conocimientos. El gran problema de las organizaciones de izquierda para alcanzar la verdadera solidaridad está en la composición de los equipos. Difícilmente se consiguen en igualdad. Porque la solidaridad verdadera no solo consiste en el reparto justo de la riqueza, sino que hay que llegar a compartir también los conocimientos. Socializar los conocimientos es la asignatura pendiente del sindicalismo y de las organizaciones de izquierda.

Cuando yo comencé a trabajar en el colegio, el trabajo en equipo era inexistente. Lo único que recibí, del que fue entonces mi jefe de estudios, fue una serie de cuadernos de antiguos alumnos suyos para que me fijase y tomase nota. Eran unos cuadernos con cuadrícula milimetrada, perfectamente pulcros, con una caligrafía estupenda y donde destacaba uno muy especial: el cuaderno de rotación.

El cuaderno de rotación era un cuaderno colectivo en el que cada alumno escribía en perfecta caligrafía, algún dictado, algún copiado, alguna redacción o algún dibujo. Antes de que su nombre figurase en él debía de haber demostrado en su cuaderno particular que dominaba perfectamente la escritura y que era capaz de hacerlo con una letra caligráfica que se aprendía en unos cuadernos milimetrados que proporcionaba a los alumnos el propio colegio. El cuaderno debía estar perfectamente pulcro y sin ningún tipo de tachaduras o borrones. Todo debía estar adornado con dibujos diseñados en coherencia con la belleza que se reflejaba en el cuaderno. Unos cuantos cuadernos de alumnos y un cuaderno de rotación fueron todas las orientaciones que yo recibí el primer día de clase. Con los cuadernos, con los libros de texto que había que utilizar y seguir a rajatabla, y con la presencia a los actos litúrgicos que se celebraban periódicamente en el colegio, tuve que empezar mi andadura por la enseñanza.

En mi colegio no había equipos, con las únicas personas que de vez en cuando hablaba era con mis compañeros de grupo - cada curso tenía dos o tres grupos dependiendo de la organización del centro-, pero solo en las clases de gimnasia y deportes, estas sí se impartían conjuntamente: los únicos equipos que se hacían eran los de fútbol.  Se hacían para los campeonatos de San Juan Bosco, Santo Domingo Savío o María Auxiliadora.

La clase era una isla cerrada en la que cada maestro, fiel a las normas impuestas por el ideario del centro, tenía una total autonomía. Pero la solidaridad evolucionó como evolucionaron el resto de las libertades democráticas.

Con la llegada de las mujeres en el año 1976 se empezó a atisbar el concepto de equipo. Carmen y Charo entraron el mismo año y trajeron un aire nuevo a la enseñanza en el colegio.  Entraron porque a la dirección del colegio llegó una persona progre. Era el momento de la transición y dentro de la orden había un aire de apertura.

La llegada de Javier Serna supuso un aire fresco para el colegio y para el barrio. Lo primero que hizo fue aprovechar el salón de actos para instalar en el barrio un cinefórum. Y el domingo 27 de marzo de 1977, a las 17,30 h, se proyectó, y sería una de las primeras veces que un acontecimiento así sucedía en Madrid: EL ACORAZADO POTENKIM de S.M. Eisenstein.

Hoy, 1977, cincuenta y dos años después de su realización, sigue siendo una de las obras maestras del cine de todas las épocas y permanece a la cabeza de las clasificaciones realizadas por críticos e historiadores del cine de todo el mundo, entre los mejores films de la historia.

Así se encabezaba el panfleto que Javier entregaba a los asistentes al cinefórum. Después él dirigía el debate. Entre las películas que se exhibieron en el salón de actos de mi colegio durante el tiempo que él estuvo como director figuran obras tan significativas como:

Cuerno de cabra.

Cría cuervos.

La ciutat cremada.

El gran dictador.

Ya no basta con rezar.

Hermano Sol, hermana Luna.

Roma, ciudad abierta.

O El verdugo de Luis García Berlanga que se exhibió el domingo 8 de octubre de 1978

 A Javier Serna le gustaba el cine, y le gustaba la cultura, y su llegada trajo una bocanada de aire fresco a la barriada. Y con  él entraron las mujeres, pues hasta entonces el colegio había sido coto cerrado para ellas, cierto que entraron para cubrir un curso nuevo: el primero de Primaria. Hasta ese año el colegio comenzaba en el segundo curso tras un examen de ingreso previo y riguroso. Pero la ley obligó a tener la EGB completa, y claro, el primer curso no era para hombres, había que limpiar muchos mocos y hasta cabía la posibilidad de que algún niño se meara. ¡Demasiado para los hombres! Así que dos mujeres, pero por algo se empieza. En realidad se empezó en enero de 1976 con la contratación de Margarita en Bachillerato, pero de esa contratación los de Primaria no nos enteramos hasta septiembre cuando se celebró el primer claustro general. Después contrataron para la segunda etapa de EGB a Blanca.

Mi colegio era integrado, tenía EGB, Formación Profesional y Bachillerato. Eran tres islas cerradas: cada uno conocía únicamente a los de su sección. Con la llegada de Javier entró también el diálogo y la democracia: él convocó el primer claustro general. Por primera vez nos vimos todos. Vimos caras que nos eran conocidas porque nos habíamos cruzado con ellas alguna vez en el patio, pero a las que nunca habíamos puesto nombre. Y nos dimos cuenta de que éramos muchos, más de cincuenta contando a los salesianos, que también eran más de los tres que nosotros conocíamos: el jefe de estudios de EGB, el administrador que era quien nos pagaba y el director general que era quien nos contrataba.

El primer claustro sirvió para conocernos…, y para mucho más. Se empezó a hablar de proyecto educativo común, siempre según los principios de la congregación como es natural, pero se abrió la puerta a la participación y a la expresión libre de nuestros pensamientos. El control democrático de la enseñanza era el principio progresista de los años de la transición. En el campo de la escuela estatal se tradujo en el manifiesto de Una alternativa para la enseñanza -Anexo II-, documento elaborado en la clandestinidad bajo el cobijo del colegio de doctores y licenciados. En la escuela subvencionada, como era nuestro caso, se hacía a través del control de los fondos públicos y de la participación de la comunidad educativa en su gestión. La participación de los padres y el profesorado con la dirección en la gestión del centro, fue el caballo de batalla de nuestros primeros debates.

El proceso de apertura de Javier siguió con la constitución de la asociación de padres de alumnos. El colegio está situado en una barriada de obreros, la fábrica FEMSA, estaba situada a unos centenares de metros, y muchos de sus trabajadores llevaban allí a sus hijos. En aquellos momentos el aperturismo convivía con la clandestinidad. CC.OO. era un sindicato clandestino y en FEMSA tenía mucha fuerza. Cuando se constituyó la asociación de padres la junta que salió elegida fue copada por los miembros clandestinos de CC.OO., siendo Agapito Andradas su presidente y José Sanz Cano el vocal para la formación profesional.

Con la normalización del claustro de profesores, la constitución de la asociación de padres y los procesos de democratización de la enseñanza, que por aquellos años se concretaba en un proyecto de ley de Estatuto de Centros Docentes, el debate estaba asegurado. Desde el principio yo no me amedrenté, como hicieron muchos de mis compañeros, y contrapuse mis ideas a las del director progre. Él era partidario de un consejo asesor, que sugiriese ideas, para que después fuesen valoradas y llevadas a cabo por el equipo directivo. Los representantes de los padres y yo, que fui elegido para participar en aquellos primeros debates, éramos partidarios de que fuese ejecutivo, de que sus acuerdos fuesen decisorios. No nos pusimos de acuerdo, tuvimos serios enfrentamientos y el tiempo y las leyes fueron poniendo las cosas en su sitio: siempre los religiosos tuvieron la última palabra. 

Con Javier vivimos momentos difíciles, fueron años de movilizaciones generales en la enseñanza, tanto pública como privada, de cambios legislativos: se legalizaron los sindicatos y se legalizó la huelga. Y sobre todo de mucha violencia en la calle, que culmino con los asesinatos de los abogados de Atocha y nuestro primer paro ilegal, pero consentido para asistir a sus funerales. Tuvimos muchos enfrentamientos, algunos muy duros como el de la huelga del 78. Él argumentaba que era política e ilegal, y yo le replicaba diciendo que era justa, y que lo justo termina siendo legal en el momento en que los legisladores se dan cuenta de su injusticia. Al final él no cedió, y nos pasó, el primer día de huelga, el telegrama que había recibido del jefe de la patronal en el que se amenazaba con despedir a quien la secundara. La amenaza surgió efecto y mis compañeros se echaron para atrás, pero yo culpo más a la cobardía nuestra que a la firmeza de Javier. Nunca se sabrá que hubiese pasado si hubiésemos continuado todos la huelga, pero yo en aquellos momentos y con el conocimiento que tenía de él, estaba totalmente convencido de que no nos hubiesen despedido.

Si, tuvimos duros enfrentamientos, pero desde la lealtad a nuestras ideas. Por eso fuimos amigos, creo que ambos admirábamos en el otro su coherencia y su valentía. Por eso, en el año 80, en mi despedida de soltero, me acompañó, junto con los amigos más allegados, a tomar unas copas en un bar de alterne con señoritas enseñándonos como reclamo sus tetas. Y también asistió a mi boda por lo que le incluyo en esta historia.

Después, yo seguí consolidando el sindicato en el colegio y él, no se sabe muy bien porque extrañas circunstancias, fue cesado. Todos sospechamos que el hecho de que en las elecciones sindicales de 1980 saliesen elegidos tres delegados de CC.OO. le pasó factura. El tiempo del progresismo pasó a mejor vida en el colegio y Javier Serna fue degradado, le destituyeron de la dirección y le enviaron como profesor raso, a un colegio de Salamanca.

 

 Charo y Carmen eran jóvenes y tenían ya una formación superior a la del resto de compañeros de primaria. Bueno, había dos compañeros que iban por las tardes a la universidad y que llegaron a terminar una licenciatura, pero claro, sus pretensiones eran pasar a Bachillerato y no limpiar los mocos a los niños de primero. Por eso estuvieron seis años seguidos con los más pequeños, pero una reforma educativa del año 81 dividió a la EGB en ciclos, de tal forma que primero y segundo formaron un ciclo y los maestros, en este caso las maestras, tenían que promocionar con los alumnos. Así pues, en septiembre del año 82 surgió el problema: dos hombres tenían que pasar a primero.  

Yo, que desde el principio me había arrimado a ellas porque noté en su disposición un cambio hacia el trabajo en equipo y hacia la solidaridad, me ofrecí voluntario. Cubrir la vacante del otro curso de primero resultó más complicado. Ningún hombre lo veía bien, y el segundo, que tuvo que compartir primero conmigo, lo hizo a la fuerza y por sorteo.

 Compartir con ellas el primer ciclo de Educación Primaria fue mi primera aproximación al trabajo en equipo. Era un tanto clandestino porque en el colegio no había esa norma, pero con ellas aprendí a enseñar las primeras letras a dos ciclos completos de alumnos. Fueron cuatro años intensos, pero muy agradecidos: no hay nada más hermoso que enseñar a leer a un niño.

El segundo equipo que formé con las mujeres de mi colegio fue el sindical. También hubo hombres como Pepe, Arturo o Felipe. Con ellos libramos los primeros enfrentamientos sindicales, los más duros, y las primeras huelgas, pero fue después, con la llegada de las mujeres, cuando se formó un verdadero equipo de sindicalistas dispuestos a defender los intereses de todas las personas que trabajaban en el colegio, porque nuestro primer objetivo fue no hacer distinción entre el profesorado y las personas que trabajaban en la administración o en los servicios de limpieza y mantenimiento.  Con Margarita en Bachillerato, Blanca en Secundaria y Carmen y yo en Primaria, siempre hubo candidatura paritaria por CC.OO. Primero fuimos tres los representantes sindicales porque no superábamos los 50 trabajadores, pero después cuando lo superamos y hubo que elegir Comité de Empresa, fuimos mayoritarios durante un largo periodo de tiempo. Sí, las mujeres de mi colegio fueron solidarias con sus compañeros, siempre dieron la cara por todos ellos y Margarita y Carmen presidieron durante muchos años el Comité.

Después, en el 86, cuando dejé al director con la mano sudorosa y las palabras entrecortadas porque le dije que me iba a dedicar al desempeño de las tareas sindicales de negociación colectiva, permanecí ligado al colegio y a su actividad sindical participando en todos los procesos electorales como votante, alguna vez como miembro del Comité de Empresa y del Comité de Salud, y la mayoría de las veces, simplemente como candidato para rellenar las listas. A pesar de tener responsabilidades sindicales nunca abandoné la relación con mi colegio pues tenía claro que la representatividad sindical, era eso, representación, y por tanto pasajera.

 

María José, Toñi y yo formarnos un equipo en el sindicato de enseñanza de Madrid. Mi incorporación al sindicato coincidió con un proceso electoral, por eso, el primer día de trabajo sindical, me dieron tres carpetas con las direcciones de tres colegios y con la documentación necesaria para la celebración de elecciones. El proceso me lo sabía perfectamente pues en mi colegio lo habíamos realizado ya varias veces: tenía que conseguir candidatos, preavisar a la empresa y fijar la fecha de las votaciones. 

En los colegios religiosos siempre encontrábamos dificultades, un sindicato que la sociedad vinculaba al partido comunista no era visto con buenos ojos. Pero en el colegio de Toñi surgió la sorpresa. Me recibieron a la hora del recreo con un café y unas pastas sobre la mesa. Formamos la candidatura en la que ella participó y fijamos el calendario electoral. Ganamos, y Toñi salió elegida delegada sindical. Un año después, junto con María José, delegada también de otro centro religioso, formamos el equipo sindical de CC.OO. en Madrid.

Cuando asumí responsabilidades de la Federación Estatal de Enseñanza, Paula y Pilar se incorporaron al equipo para participar en los procesos de negociación colectiva. También había hombres en todos los equipos, pero como ya he dicho este es un capítulo de mujeres. Lo fundamental para mantener vivos los equipos es compartir la información. Cuando se les oculta algo, los equipos se mueren. En las organizaciones de izquierda el que dispone de la información y de los conocimientos consigue el poder, por eso difícilmente se comparten. La información y los conocimientos son el capital del obrero, quien los posee es quien más posibilidades tiene de convertirse en jefe. Y el poder, la ambición por el poder, es la lacra de la izquierda.

Ellas formaron parte de mi equipo de Madrid y de la Federación, pero en el tiempo que desempeñé actividades sindicales formé equipos en diferentes comunidades: Galicia, Cantabria, Asturias, Cataluña, Andalucía, Valencia, Castilla y León…, en todas tenía un equipo, y en ese equipo siempre había alguna mujer, y con ellas, con todas, compartía mi información y mis conocimientos, y formaba los equipos para la negociación colectiva.

Baleares, Canarias y Extremadura, fueron las comunidades en las que encontré mayores dificultades para formar equipos. En ninguna de ellas teníamos representación sindical en la enseñanza concertada. Pero la solidaridad es la esencia del sindicalismo de clase y el fuerte arraigo que teníamos en la enseñanza estatal fue decisivo para conseguir mis propósitos. Me pasé semanas enteras en cada una de esas comunidades visitando colegios e intentando convencer a sus trabajadores para que celebrasen elecciones y se presentasen por nuestro sindicato.  En todas mis visitas siempre me acompañaba una persona de la enseñanza pública que conocía perfectamente la localidad y que poseía algún tipo de contacto para romper el hielo y abrirme las puertas. Sí, las mujeres y los hombres de la enseñanza pública también formaron, sobre todo al principio, parte de mis equipos, ellos fueron en muchas ocasiones los pilares en los que se fomentó el sindicato en la enseñanza privada.

La negociación colectiva es la esencia del sindicalismo. Todos los trabajadores amparados por la ley lo estamos bajo el paraguas de un convenio colectivo. Solo quedan  al margen quienes ocupan cargos directivos o quienes trabajan en la clandestinidad. La negociación colectiva regula tus condiciones laborales: los salarios, la jornada, las vacaciones, los permisos, los derechos sindicales…, todo. Y después, cuando te jubilas: tu pensión. Toda tu vida, si eres trabajador, está regulada por la negociación colectiva. Por eso cuando oigo en mi entorno hablar mal de los sindicatos siempre pienso lo mismo: ese es un empresario facha que no le gusta esta legalidad y no quiere ser controlado. Alguien me dirá que también oye voces de obreros arremeter contra los sindicatos, yo le respondo que si lo hacen es debido a su ignorancia: solo los tontos tiran piedras sobre su propio tejado. Cierto que habrá sindicalistas que cumplan mal con su trabajo, igual que habrá médicos, maestros, albañiles, camareros, etc., pero a todos les habrá que dar el mismo trato: el profesional que cumple mal con su trabajo debe de ser sancionado. Y en el caso de los representantes sindicales es mucho más sencillo, al ser su trabajo consecuencia de la representatividad que sus compañeros le ceden en los procesos electorales, con quitársela y mandarle a su destino de origen, solucionada la papeleta.

Yo siempre formaba equipos, la negociación colectiva es imposible desarrollarla correctamente sin el trabajo en equipo. Uno solo no es nadie ante  el poder de la parte contraria. En el sector de la enseñanza privada se negociaban en aquellas fechas, década de los noventa, siete convenios de ámbito estatal: desde las escuelas de educación infantil hasta las universidades privadas, pasando por las autoescuelas o las academias.  La estrategia de negociación en todos los convenios y en todos los sectores siempre es la misma: la participación. Y de la participación surgen las dos patas sobre las que se sustenta el proceso: la negociación y la presión.

Lo primero que hacíamos era visitar los colegios para informar a los trabajadores y recoger sus reivindicaciones. Después una vez contrastadas y consensuadas elaborábamos las plataformas reivindicativas para llevar a las mesas de negociación. A las mesas negociadoras iba siempre un equipo en el que siempre había un representante de Madrid, por ser el lugar donde se desarrollaban las negociaciones; otro, del ámbito del convenio objeto de la negociación, y alguien más en representación del resto de comunidades autónomas. Por último, cuando se llegaba a algún tipo de acuerdo, el equipo negociador fijaba su posición que era discutida y ratificada por los órganos de dirección del sindicato y sometida a la consulta de las personas afectadas. Si el resultado era positivo, se firmaba el convenio, y si no, no.  A veces no estaban de acuerdo con los contenidos, pero tampoco tenían fuerzas para presionar mediante las movilizaciones y no teníamos más remedio que aceptar lo que nos proponían.

Diez años estuve representando a mis compañeros de enseñanza y en ellos tuve que compaginar los aciertos con las frustraciones. Los aciertos fueron bastantes, pero el más importante, como he reseñado al principio, fue el encuentro con un número impresionante de mujeres y hombres con quienes compartí ilusiones, primero, y amistades después. Los logros sindicales fueron menos, pues es un sector muy diseminado, con empresas muy pequeñas y con escasas posibilidades de presión, por eso los resultados eran más bien fruto de la estrategia, de la insistencia y de las argumentaciones de los equipos de negociación, que de la presión de los trabajadores en sus centros de trabajo. Pero sí hubo tres hitos, el primero, que ya lo he detallado en otro capítulo, fue el Acuerdo de Centros en Crisis de Madrid, el segundo fue un acuerdo de homologación retributiva, del que hablaré más adelante, y el tercero, la negociación del VIII Convenio de la Enseñanza Concertada. En este, conseguimos, aparte de las subidas salariales que venían marcadas en los presupuestos generales del estado, una reducción de tres horas lectivas y el incremento de cuatro días de vacaciones anuales para todo el personal afectado por el convenio. Toda una hazaña en un sector que estaba acostumbrado a no conseguir grandes mejoras. Pero las circunstancias hicieron que apareciese en el sector una patronal nueva, que los sindicatos se agrupasen en dos bloques, uno en torno a cada una de las patronales y que en esas circunstancias nuestros votos fuesen decisivos para la validez del convenio. Nosotros fuimos coherentes y exigimos las reivindicaciones que eran históricas en nuestro sector: las veinticinco horas lectivas. (Se aportan documentos como anexos III y IV)

 

Mi primera etapa sindical concluyó tras un periodo convulso en el sindicato. El congreso confederal de CC.OO. de 1996 fue de un enfrentamiento total entre dos modelos de sindicato. Uno, fiel a sus principios, en la idea de mantener la presión movilizadora y la negociación en términos de equidad -Huelga del 14-D-, y otro, más moderado, que pensaba que a un gobierno socialista no se le podía presionar tanto y que la negociación debía prevalecer sobre las movilizaciones. Yo me mantuve firme en mis principios, pensé que eran los que me habían llevado a ser representante de mis compañeros, que cambiarlos sería traicionar a quienes confiaban en mí y decidí volver a mi puesto de trabajo antes que aceptar la sumisión a las posiciones mayoritarias que salieron del congreso.

   En mi centro se habían producido unos cambios espectaculares en los aspectos educativos y organizativos. El mayor, y el que más alegría me proporcionó, como ya he dicho anteriormente, fue que apareciesen las mujeres como alumnas en el aula.

En el ámbito sindical el giro también había sido radical: la dirección del colegio había decidido intervenir en los procesos electorales en favor de FSIE, su sindicato amigo. La intromisión de la empresa en los procesos electorales es ilegal, pero es tan difícil de demostrar, sobre todo en las empresas medianas y pequeñas, que de forma descarada casi todas ellas lo hacen.

Desde el inicio de las elecciones sindicales democráticas, los candidatos de CC.OO., habíamos ganado todos los procesos. En el año 1.995 la empresa creció y pasamos a tener más de cincuenta trabajadores, y en consecuencia a tener que elegir a un comité de empresa compuesto por cinco miembros. Los representantes sindicales se elegían en dos colegios electorales: el de los docentes y el del personal de administración y servicios. El de docentes elegía a cuatro miembros y nosotros obtuvimos tres. El de administración y servicios elegía uno, y también fue conseguid por nuestro sindicato.

Con la mayoría sindical de CC.OO. se constituye el primer comité de empresa y se elige presidenta a Margarita Álvarez y secretario a Carlos García-Rama. Se elabora un reglamento de funcionamiento del comité y se registra en el ministerio de trabajo. Se negocia periódicamente, a principios de curso, el calendario laboral y se hace un seguimiento de la contratación. Todo desde el más absoluto respeto, pero también desde la más absoluta libertad de expresión.

El giro radical que se dio en el colegio desde el punto de vista sindical se concretó en las elecciones de 1999, ya con mi presencia en el centro. A la dirección del colegio había llegado una persona que estaba en las antípodas de lo que en su día fue Javier Serna: pasamos del progresismo al reaccionarismo más arcaico. Para él la jerarquía y la subordinación eran las normas, por eso no podía permitir que en el comité hubiese una mayoría de personas que pensasen de forma diferente a la de él.

Nosotros intentamos formar nuestra candidatura de manera equilibrada: participación de todos los niveles y paridad de género entre los docentes y propusimos a un portero joven que había sido contratado recientemente para trabajar por las tardes.

 La empresa esta vez jugó bien sus cartas y fue fiel a las instrucciones recibidas del Secretario General de FERE (Anexo V). Primero sustituyó a quienes se iban jubilando por personas afines al sindicato amigo. Así consiguió que en el colegio de docentes la votación se equilibrase, y aunque nosotros ganamos (23-21) el resultado fue de dos miembros para cada organización. Después presionó al portero. Este fue débil y sucumbió a la llamada del director. A la hora de firmar la candidatura nos dijo que en vez de presentarse con nosotros lo iba a hacer por FSIE. Cuando le pedimos explicaciones, su cara le delató, y terminó aceptando que había hablado con la dirección y que le había dicho que CC.OO. no defendía a la enseñanza privada.

Intromisión ilegal de la patronal en el proceso electoral, pero imposibilidad para su demostración pues el joven portero siempre negaría que hubiera hablado con el director y le hubiera presionado para que cambiase de sindicato. Corrupción en la pequeña y mediana empresa. La estrategia les dio resultado porque aunque nosotros conseguimos presentar a dos candidatos: el anterior miembro del comité y una limpiadora, ambos con más antigüedad que el portero recién contratado, la empresa siguió ejerciendo todo su poder y presionó a una limpiadora, que tenía vínculos familiares con un cura de la orden, para que no votase a la candidata que ella deseaba y sí lo hiciese por el portero. Por cinco votos a tres, a favor del portero, perdimos el delegado decisivo y el comité.

Pero el trabajo sindical de este fue nulo. Y cuando el personal de servicios  tenía algún problema recurrían a Blanca y a mí, que fuimos los elegidos por CC.OO., y los problemas en estos cuatro años fueron muchos. Hubo despidos, hubo cambios de horarios…, y sobre todo hubo una amenaza: empezó a circular el rumor de que a las personas de la limpieza las iban a pasar a una subcontrata.

Pero el trabajo sindical tiene su recompensa: en las siguientes elecciones, junio del 2003, recuperamos el comité.

Hicimos una candidatura de docentes, como siempre, equilibrada. Esta vez Carmen tomo el relevo a Blanca y la encabezó, yo a pesar de que había vuelto a pedir una excedencia forzosa para el desempeño de actividades sindicales, ocupé el segundo puesto -la excedencia forzosa por cargo sindical mantiene los derechos sindicales en la empresa y yo hice uso de ellos- y Blanca y otros compañeros de diferentes niveles completaron la lista. Por el personal de servicios presentamos a Pilar Aragón, una limpiadora extraordinaria, tenía poca cultura porque había sido víctima de la educación franquista, pero tenía mucha antigüedad y mucho valor. Cuando hablamos con sus compañeras y les explicamos que queríamos que encabezase la lista Pilar porque, al ser la más antigua, saldría elegida en caso de empate, ella aceptó y el resto lo acataron gustosas. Es más, todas, menos una, la acompañaron en la lista para que no pudiese haber represalias contra ninguna. La que no fue en la lista fue la que en el proceso anterior cedió ante la presión de la dirección, pero esta vez nos aseguró su voto. Y fue valiente y cumplió: empate a cuatro y el comité volvió a ser nuestro.

 

El nuevo director solo tenía una idea en la cabeza: él era el jefe y los demás éramos sus subordinados. Así era imposible entenderse con él. Yo, desde el principio, tuve enfrentamientos sindicales con él. En diciembre del año 1996, recién reincorporado al colegio, siendo Rajoy ministro de Administraciones Públicas, se congeló el salario a los funcionarios, y por extensión a los trabajadores de centros concertados. Los sindicatos convocaron una huelga general que afectaba también a la enseñanza concertada. Yo no tuve ninguna duda y la hice. Fui uno de los pocos que la hicieron en el colegio, lo que aumento la animadversión de la dirección hacia mí.

El nuevo director  era la típica persona que confunde la autoridad con el autoritarismo. Para él la autoridad consistía en que hubiese un jefe y un subordinado, y que cada cual cumpliese con sus obligaciones: el uno la de mandar y el otro la de obedecer. No debía de haber leído a los clásicos, o si lo hizo no les debió de entender, porque lo de ligar la autoridad a la sabiduría era para él un cuento chino. Yo lo tuve claro desde el primer día que me puse delante de mis alumnos: siempre me han tuteado. Todos me han llamado por mi nombre y siempre me han respetado. El don es para mí una jerarquía inadmisible a la que se recurre cuando nos encontramos vacíos de sabiduría. Los alumnos siempre nos respetan porque sabemos más que ellos. Nosotros solo tenemos que motivarlos para que deseen participar de nuestros conocimientos y para que nos vean como trasmisores de cultura.

Su soberbia llegó al límite el 31 de mayo de 1999. Ese día, a primera hora, nos pasó una circular en la que se nos comunicaba que a partir del 1 de junio tendríamos jornada de tarde de tres a cinco para realizar la programación del curso siguiente. En años anteriores la jornada de junio era de mañana y terminábamos a las 14 h.

Yo aproveché la indignación de todos mis compañeros y mi experiencia sindical y tomé las siguientes iniciativas:

En primer lugar, y durante el recreo, escribí una nota a mano dirigida al comité de empresa, en la que les informábamos de la circular recibida y  de nuestra disconformidad, y reclamábamos su actuación para defender nuestros derechos. La pasé para su firma. Firmaron todos, hasta los más sumisos a la empresa. Rascar los bolsillos, o en este caso la siesta, solivianta los ánimos de cualquiera.

La segunda iniciativa la hice con más tranquilidad durante el tiempo del medio día. La hice en ordenador y fue una respuesta al director pedagógico. En ella le manifestaba los errores jurídicos que había cometido y los derechos adquiridos que nos había pisoteado. Hacía referencia a los artículos incumplidos tanto del convenio colectivo como del Estatuto de los Trabajadores. Se la di a leer a mis compañeros y a todos les pareció bien.

No fue necesaria la entrega de ningún documento. El mismo día 31 a la hora de entrada de la tarde, el director pedagógico con las orejas gachas, nos dijo que se lo había pensado mejor  y que seguiríamos haciendo durante el mes de junio jornada continuada como lo hacíamos en años anteriores. Mi estrategia de dar a conocer los documentos, para implicar al compañero pelota, que siempre iba con el cuento al jefe, dio resultado. El director pedagógico, no dio ninguna explicación más: la soberbia siempre lleva consigo la cobardía. Y la sabiduría el respeto. (Adjunto el documento como anexo VI por su valor didáctico en estos tiempos de desprestigio sindical).

 En el aspecto pedagógico no tuve ningún problema, pues aunque notaba en él una observación especial, nunca llegó a llamarme la atención por mi trabajo. Yo me entendía perfectamente con mis alumnos y tanto ellos como sus familias estaban muy contentos con mi forma de enseñar.

 

 

La brecha salarial

 

Las mujeres de la limpieza nos votaban a nosotros. Ellas se sentían obreras y sabían cuál era el sindicato que defendía sus intereses. Nosotros siempre hablábamos con ellas, nos interesábamos por sus problemas y las teníamos informadas de las reivindicaciones laborales específicas para ellas.

Las retribuciones del convenio de la enseñanza concertada estaban partidas por dos mitades. La una era la del personal docente que estaba en situación de pago delegado. Esta era una modalidad retributiva, consecuencia de la LODE, que consistían en que a los docentes, las administraciones educativas les ingresaban directamente sus salarios en la cuenta bancaria asignada por cada uno de ellos.  Así, la posibilidad de las empresas de obtener beneficios a costa de estos salarios era nula. Cierto que se buscaban fórmulas ligadas a los horarios y a las actividades complementarias para intentar de manera tramposa obtener algún tipo de beneficio económico. Pero en cualquier caso el beneficio obtenido por esta vía era escaso.

La otra partida era la correspondiente al personal de administración y servicios. Era un monto global que recibía el colegio para sus gastos de funcionamiento y para el pago salarial de estas personas. De esta partida, junto a las cuotas que pagaban los padres, siempre voluntarias, y de las actividades complementarias, era de donde los centros podían obtener beneficios.

Con estas características el problema de la negociación salarial se centraba en la subida del personal de administración y servicio. Se daba además el hecho de que en 1987, los sindicatos firmamos un acuerdo de homologación retributiva con los compañeros de la enseñanza pública, que básicamente consistía en pasar de un porcentaje, que en ese año estaba en torno al 80-85, dependiendo de los niveles de enseñanza, a un 95 % para todos los niveles al finalizar el proceso. Esto se traducía en que las subidas salariales para el personal docente se incrementaban todos los años en cinco o seis puntos por encima del IPC, porcentajes que se incrementaron aún más en el año 1988 gracias a un acuerdo que, tras una larguísima huelga, consiguieron los compañeros de la enseñanza pública, y cuya subida repercutió en un 95 % en los salarios de los docentes de la enseñanza concertada.

Nosotros para el personal de administración y servicios llevábamos dos propuestas. Una general, que consistía en que a ellos también se les retribuyera a través del pago delegado como a los docentes, y teniendo como referencia al personal que hacía esos mismos servicios en los centros públicos. Esta propuesta, que en la práctica era defendida solo por nuestro sindicato, era muy bien acogida por los trabajadores, pero chocaba con dos muros: las administraciones educativas y las patronales. Las primeras aducían a las dificultades técnicas y las segundas a su libertad de contratación y de negociación.

La otra propuesta que llevábamos era que mientras no se consiguiese el pago delegado sus subidas salariales fueran iguales en porcentajes a las de los docentes. Y aquí estaba el problema. Las patronales se agarraban al incremento del coste de vida que eran cinco o seis puntos menos. Esta situación nos llevó a no firmar varios convenios, pues el resto de los sindicatos lo terminaban aceptando, y a ganarnos la confianza de este personal. Pero como ya he comentado en la negociación del VIII convenio todo dio un giro y nuestra estrategia de firmeza nos llevó a conseguir mejoras para este personal: en sus retribuciones y en el incremento de cuatro días de sus vacaciones.

Sí, las personas de la limpieza siempre nos votaban y por eso las pasaron a una subcontrata. A un convenio en el que las mujeres eran mayoría y en el que tenían peores condiciones de trabajo. Nosotros lo denunciamos y a ellas las salvamos porque conseguimos una cláusula en la subrogación en la que se recogía que se les mantendrían las condiciones del convenio de la enseñanza concertada. Pero solo a ellas, las que fueron ocupando su lugar cuando estas se iban jubilando ya no gozaron de estos privilegios y se les aplicó un convenio peor.

Sí, la brecha salarial empieza aquí, en la negociación colectiva. De los siete convenios que negociábamos cuando yo era el responsable de la enseñanza privada el que peores condiciones de trabajo tenía era el de educación infantil. El convenio donde más mujeres había. El mismo trabajo: enseñar y educar a las personas se remunera peor donde más mujeres hay. Yo como sindicalista lo sabía, la patronal lo sabía y el gobierno lo sabía, luego la brecha salarial existe porque quienes tienen que corregirla miran para otro lado.

 Pero la brecha salarial no es solo la diferencia retributiva que figura en las tablas salariales de los convenios. La brecha salarial va mucho más allá y afecta a todas las condiciones laborales. Desde la forma de acceso hasta la mayor facilidad para el despido. Toda una vida laboral que concluye con unas pensiones considerablemente más bajas para las mujeres.

 

Pasados esos cuatro años el sindicato volvió a celebrar congreso. Las posturas sindicales se fueron acercando y se llegó a la conclusión de que todos éramos necesarios. Entonces volvieron a pensar en mí, y en mi experiencia, y volví a entrar en la Comisión Ejecutiva.

 En esta nueva etapa tuve la responsabilidad de la formación sindical. La formación sindical no se enseña en la escuela ni en los institutos ni en las universidades. Esta sociedad no quiere que los ciudadanos sepan defender sus derechos, les prefiere sumisos. Les prepara para que acumulen conocimientos y sirvan a las empresas, pero no les prepara para que sepan cómo se reparten los beneficios. Porque eso es pensar, y tampoco les prepara para que piensen. La filosofía ha pasado a mejor vida. La publicidad, los medios de comunicación, las redes sociales y el márquetin, lo controlan todo.

En los cursos que impartía de formación sindical hubo muchas mujeres, grandes mujeres sindicalistas a quienes no sé por qué extrañas circunstancias también les costaba más tiempo llegar a los puestos de dirección. Siempre se les cuestionaba algo, o su capacidad o su falta de experiencia. Yo pensaba que ambas cosas tenían fácil solución, la capacidad se adquiría con la formación y la experiencia con el paso del tiempo. Pero para eso hay que tener confianza y yo creo que todavía hay muchos hombres que no confían en las mujeres y creo que incluso hasta alguna mujer.

Yo confiaba en todas. Las que venían a los cursos eran verdaderas esponjas que asimilaban todo con suma facilidad. Yo tenía la experiencia acumulada de mis diez años en la negociación colectiva y la compartía con ellas. También compartía con ellas mi máxima: todo buen sindicalista debe socializar sus conocimientos. Por eso al terminar los cursos yo las consideraba capacitadas para el desempeño de cualquier responsabilidad sindical.

Pero sobre todo confié en dos. En Esther que  pasó en solo cuatro años de ser una participante en un curso de formación sindical, a ser miembro de la dirección federal, y responsabilizarse de la secretaría de la mujer. Y en Yolanda, que fue mi perfecta colaboradora. Formamos un tándem perfecto: yo tenía la responsabilidad sindical y ella, como socióloga, tenía la responsabilidad técnica. Formábamos un equipo de iguales, cada uno con su responsabilidad, pero ninguno superior al otro. En el modelo de sociedad de mercado yo sería el jefe y ella mi subordinada, pero en mi mundo éramos simplemente compañeros. La igualdad con la mujer en el reparto del poder y en las relaciones laborales también es cuestión de confianza.

Es un hecho para la reflexión que en los más de cuarenta años desde que se legalizaron las organizaciones sindicales democráticas, en ninguno de los dos sindicatos de clase ha habido una mujer en el cargo de la secretaría general. Tampoco lo ha habido en las organizaciones patronales, ni por supuesto en la presidencia del gobierno.

 

Mi vida laboral se repartió en partes iguales entre el trabajo en el aula y el trabajo de representación sindical en la Federación de Enseñanza de CC.OO. Fue un tiempo de equipos, de equipos y de mujeres de una lista que me resulta imposible reproducir, porque siempre me olvidaría de alguna, pero todas ellas mujeres solidarias, dispuestas a darlo todo por las personas que trabajaban en el mundo de la enseñanza privada. Mujeres y solidaridad caminan juntas unidas de la mano.

Mis lectoras favoritas

 

Cuando, después de mi último paso por las aulas entre marzo de 2013 y junio de 2015, llegué a la edad del júbilo y la escritura ocupó un espacio relevante en mi vida aparecieron mis lectoras favoritas. Son un grupo de personas porque también están hombres, pero que yo les he llamado así como una llamada a la reflexión de quienes se encargan de la vigilancia del idioma. Y la reflexión que les hago es la siguiente:

Empecé a utilizar este término, como genérico particular mío, en enero del año 2018 para la organización de un festejo en el que habría una proporción similar de hombres y de mujeres. Al principio me parecía raro, pero hoy, y gracias a la costumbre, me parece totalmente normal. Luego los genéricos tienen mucho que ver con la costumbre: se normalizan cuando se utilizan.

Pero volviendo a las lectoras, a las mujeres y a la solidaridad; que es la esencia de este capítulo, he de decir que es un grupo muy numeroso. Están prácticamente todas las que en algún momento de la vida formaron conmigo equipo. No las voy a nombrar porque ellas saben quienes son a través de los correos que nos hemos cruzado. Pero sí quiero decir que ellas me hicieron escritor, porque ellas me dijeron de una u otra forma, que habían leído mis escritos y que habían sido felices. Ellas, regalan mis libros a sus amistades. Ellas me animan a seguir escribiendo. Ellas me dicen que sus viajes se acortan con un libro mío en sus manos. Ellas me han corregido textos. Y una de ellas hasta me hizo un hueco en su agenda cuando visité Barcelona en su día más florido: el de San Jordi. Suficiente.

Todas las mujeres que se han cruzado en mi vida han tenido un hueco especial en mí ser. Creo que ninguna ha pasado desapercibida. Hay que saber ver a la mujer siempre: en el pasado, en el presente y en el futuro.

 La mujer pertenece al grupo de personas más maltratado y oprimido. Por eso en este apartado merecen una mención especial. En toda mi obra creativa he intentado que ellas tuviesen el protagonismo que les pertenece. Desde el inicio, en mis Cartas del Sáhara, tienen un papel protagonista: mi madre, mis hermanas, mis amigas y mi incipiente Vida y Libertad; tienen al menos, la misma consideración que mi padre, mis compañeros o mis amigos. Un papel que he pretendido seguir desarrollando en mis siguientes novelas: Él y Ella, el abuelo y la abuela, el padre y la madre (Nosotros). Siempre la mujer tenía un capítulo similar al del hombre y lo que considero más importante: siempre he pretendido que la mujer tuviese su propio punto de vista. El ser ellas las protagonistas: La Flory, La Tocha, Alba, o compartir el protagonismo: Musa y Escritor, con el hombre; fue mi aportación a su causa en (Tetas: la fuente de la vida).

¡Es tan absurdo que haya hombres que no sepan amar a las mujeres! Porque las mujeres, en su inmensa mayoría, sí saben amar a los hombres. Quizá porque nos han parido o porque, al menos, tienen el instinto de la maternidad, pero nosotros tenemos, o deberíamos tener, el paternal: el que nos hace iguales. Todos nacemos de una mujer y todos tenemos la capacidad de engendrar mujeres. En saber amar está la clave, y educar para saber amar es el reto. Ellas saben amarnos y por eso, salvo rarísimas excepciones, no ejercen violencia contra los hombres.

Ellas sí saben amar. Los hombres, algunos, no saben, y los que creemos saber, tenemos la obligación de, al menos, intentar enseñarlos. Porque en saber amar, en amar en igualdad, está la felicidad; o al menos, gran parte de ella.

Igualdad en las tareas domesticas. Igualdad en el trabajo. Y sobre todo, igualdad en los afectos y en la sexualidad.

        

La igualdad entre hombres y mujeres es la revolución definitiva. Es el último eslabón para llegar a la cima de la solidaridad.

 

Algún día las mujeres tomarán las calles, muchos hombres les agarrarán la mano y las acompañaran en sus gritos que retumbarán en todos los rincones del planeta. Algún día se conseguirá la igualdad.

                                        Tetas: la fuente de la vida. Algún día

 

En los años 2018 y 2019 las calles del mundo se llenaron de gente clamando por la igualdad, el color morado inundó el planeta. Pero algunas personas llevábamos ya muchos años manifestándonos. Al principio éramos grupos reducidos, pero cada año observábamos cómo las manifestaciones crecían y cómo se iba construyendo el camino hacia la definitiva revolución.  

 

Todos los hombres tenemos una madre. Algunos tenemos también la suerte de tener una hija. A mi madre le dedicaré un capítulo especial. Y mi hija tiene aquí un protagonismo principal. Tiene una dedicatoria:

 

A mi hija Alba:

 

Por prestarme su nombre y por lo que significa: amanecer…

Y por mucho más.

 

Y tiene una página importante, la del descubrimiento de que Libertad trasciende. No lo tenía muy claro al principio. La trascendencia de Libertad la descubrí con los nietos, pero había ya algo que lo estaba anunciando.

 

Es la primera en levantarse. Aunque procura no hacer ruido, él se despierta. Todas las mañanas la siente abrir dos puertas: la del cuarto de baño y la de la cocina. Siente sus pisadas suaves por el pasillo, el chorreo de la ducha y el ruido del microondas.  Todos los días aprovecha el leve ruido que hace su hija para desperezarse y para disfrutar de esos últimos momentos en el lecho matrimonial.

                                         …

Siempre notó sus ruidos en la noche. Desde recién nacida, el llanto, e incluso los más leves gemidos, lo despertaban. Saltaba precipitadamente de su cama y en pocos segundos se encontraba observando a su hija. La veía en la oscuridad, porque sus ojos se adaptaban perfectamente a la penumbra y aprovechaban la luz mínima de la noche para observar sus movimientos, para oír su respiración tranquila y gozar de ese momento arropándola un poco y dándole un beso.  Era como si un sexto sentido, el paternal, se hubiese despertado en él con su nacimiento.

                                         …

Son las ocho de la mañana. Desde la ventana la ve cruzar la calle y subir la pequeña cuesta que la lleva hasta el metro. Ningún día se resiste a la tentación de asomarse y seguir su caminar risueño, con su andar saltarín, a medio camino entre la carrera y el paso acelerado. A veces da un pequeño salto para tomar impulso y mantener ese pequeño trotecillo. Saluda precipitadamente con la mano a una persona que se cruza en su camino y continúa por la acera, escondiéndose entre los árboles, hasta perderse en la boca del metro. No ve su cara, solo observa su silueta, pero por el ritmo de sus pasos y por el cimbreo de su cuerpo él sabe que una sonrisa la acompaña: Alba ya va a la universidad.

Tetas: la fuente de la vida (Alba)

                                        

 

Los hombres también son solidarios, algunos…

 

Y también forman parte de las personas a las que he llamado lectoras favoritas.  Les dedico poco espacio en esta historia porque los hombres leen menos que las mujeres. Y a pesar de leer menos están más representados en casi todas las historias. Son (somos) más  protagonistas,  tanto en la realidad como en la ficción. Pero algunos me han confesado que han comenzado a leer gracias a mis escritos. Que les parecen muy reales. Se lo agradezco y les hago un huequecito, porque la primera recomendación que hago a los hombres es que lean más. Así seremos más iguales. Yo creo que en este país muchos hombres se creen muy listos, pero es imposible ser listos sin haber leído. Pero aunque lean menos, uno, Jero, me proporcionó argumentos jurídicos para la historia de La Flory. Y otro,  fue el que me aconsejó escribir un ensayo: gracias Natalio, no sé si habré acertado, pero tú tienes mucho que ver con que esta historia tenga este tipo de formato.

 

 

Berlín y Nefertiti

 

Berlín es una ciudad herida. Se le notan sus cicatrices en las calles y en los edificios. Las grúas, las zanjas y las obras lo testifican. Pero Berlín es una ciudad acogedora: la variedad de razas y de culturas lo demuestra. Además es una ciudad llena de historia, llena de arte y llena de encanto.

Estuve seis días en Berlín intentando encontrar su alma. Encontrar su vida, su pulso, sus emociones a través de sus personas. Yo siempre busco en las ciudades la vida, será porque voy por las ciudades en busca de personajes. Y los encontré. Encontré a varios, pero sobre todo encontré a Nefertiti.

Las personas que me acompañaban en el viaje, mi mujer y mi cuñada, marcaron un ritmo del que me descolgué en la segunda etapa. A mi ritmo descubrí algunos personajes que me llevaron a hacer reflexiones que grababa en mi móvil por si en alguna ocasión venía a cuento su aprovechamiento en algo de lo que pudiera escribir en el futuro.

Y viene a cuento ahora. Ahora que estoy en este capítulo sobre mujeres, y ahora que estoy leyendo un libro que se titula La urgencia de vivir. Teoría feminista de las emociones de Teresa Langle de Paz. En él nos presenta las emociones como algo que ocurre en el nivel más profundo de nuestra conciencia y ajeno a los procesos del razonamiento, aunque siempre nos deja alguna duda. En él podemos leer entre otras cosas:

 

Casi todo ocurre en nuestro cerebro de forma inconsciente, sin que seamos capaces de saberlo de forma razonada.

El potencial instrumental de las emociones y en general, de los procesos afectivo-emocionales está muy poco aprovechado para abordar la abrumadora complejidad de los problemas que acosan a las mujeres; al menos, para examinar en profundidad los entramados socio-culturales que perpetúan desigualdades de género y revertir algunos de sus efectos nocivos.

En líneas generales, el debate actual gira entorno a si el origen de nuestras experiencias y sentimientos es interno y se localiza en nuestro organismo o si está más bien en el mundo social y natural-material: las principales aportaciones pueden resumirse así:

1.      Las emociones son una forma de razonamiento porque los aspectos cognitivos y emocionales están mucho menos diferenciados en el cerebro humano de lo que se pensaba.

2.      El cerebro humano es muy moldeable, plástico y variable permanentemente  en función de la interacción del individuo con el entorno,

3.      Las personas aprendemos en gran parte a través de la imitación por medio de las llamadas “neuronas espejo”.

4.      Las emociones se manifiestan de forma no-lineal, fragmentada y variable, en directa correlación con el entorno social y material; por eso hay que empezar a pensar en ellas como procesos afectivo-emocionales dinámicos, y no como fenómenos estáticos solo sujetos a interrelaciones sociales.

        

Se juntaron tres circunstancias: la visita al Neues Museum  y la contemplación del rostro de Nefertiti, la lectura del libro de Teresa con sus dudas filosóficas  y la aparición de una camarera en un restaurante latino con su pelo recogido hacia arriba resaltando la largura de su cuello y las proporciones totalmente armónicas de su cara.

La contemplación durante un lago rato del rostro de Nefertiti, me impresionó. Mientras escuchaba, a través del traductor automático el momento histórico y la información de la escultura, di varias vueltas alrededor de la vitrina que contenía la efigie, que estaba custodiada por la mirada atenta de un vigilante del museo. Contemplé desde diferentes ángulos toda la belleza del rostro de una mujer madura. Parecía estar en la plenitud de la vida y manifestaba desde todos los puntos una serenidad absoluta. Era, indudablemente, una obra de arte. Pero estaba allí, quieta, impasible ante el ir y venir de un circulo de personas que continuamente la rodeaban.

La lectura del libro de Teresa Langle me llevó a pensar sobre esa mujer tan aparentemente bella, sobre su emotividad y sobre lo que estaría pensando mientras posaba para pasar a la eternidad. Quizá estuviese pensando ser ella Akenatón y ser él quien  hubiese pasado a la historia en su pedestal, quieto, parado y mostrando al mundo su extraordinaria belleza. Vinieron a mi cabeza las dudas sobre la conexión entre lo emocional, que ocurre en el nivel más profundo de la conciencia, y lo racional que se iba planteando en el libro. Y entonces pensé que a esa extraordinaria belleza le faltaba algo: le faltaba emoción

Coincidió que la noche anterior, buscando  un restaurante, encontramos uno latino, yo, obsesionado por el idioma, entré apresurado preguntando si tenían la carta en castellano. Me contestó una mujer muy bella que no era necesario, y yo, después de unos segundos de aturdimiento, le contesté con un sencillo: ¡Claro!, y ambos nos reímos.

 Así pues con este guiso en mi cerebro decidí comer en el lugar tranquilo donde la noche anterior había cenado. Y después de una agradable comida y de un proceso de raciocinio en paralelo con la degustación de los manjares, decidí atreverme y mantener con la camarera un pequeño diálogo. 

¾¿Me permites que te haga un comentario? -intervine yo.

¾Por supuesto. -Me respondió.

¾Quiero comenzar dejándote claro que no es mi intención molestarte sino todo lo contrario: halagarte.

 ¾Pues dime.

¾Soy escritor, y esta mañana he estado en el Neues Museum  y he contemplado la efigie de Nefertiti. Me ha impresionado. Tú, con tu pelo así recogido tienes una belleza similar, pero viva.

¾Muchíisimas gracias.

El breve diálogo fue acompañado con una mirada mutua. Yo al observarle la cara noté como al tiempo que hacía énfasis en el muchíisimas gracias sus ojos se iluminaban y en su boca aparecía una sonrisa que cada vez se hacía más grande. Sin que perdiera la sonrisa, le dije que si quería le podía anotar mi página web donde podía leer todo lo que escribía. Ella se dirigió al mostrador y volvió con el papel y el bolígrafo y, al tiempo que yo anotaba mi página y mi correo, me preguntó mi nombre. Se lo dije. Y ella me dijo el suyo, pero se me ha olvidado. Para mí siempre será Nefertiti.

 

Al hilo del libro, no sé si este episodio se ajusta a su idea de la emotividad positiva, tampoco sé si su sonrisa y la felicidad reflejada en su cara fue un acto ajeno al raciocinio, pero de lo que sí estoy convencido es de que la interactividad entre dos seres humanos fue decisiva y de que, al menos en mi intervención, sí que fue un paso más allá de lo meramente instintivo porque antes de dirigirme a ella pensé la forma más adecuada para despertar sus emociones positivas.

Tampoco sé si las neuronas espejo tuvieron algo que ver, pero para que dos personas separadas por el tiempo, por el espacio y por el sexo conectasen con las cuatro frases propias de la presentación, de la información sobre la cocina peruana, del plato aconsejable y del vino adecuado para su acompañamiento y, sobre todo, de la degustación de los manjares recomendados, es sin duda un acto de interacción en el que algo tendrán que ver los procesos vividos y las relaciones entabladas con anterioridad: en otros contextos, en otras relaciones sociales y con otras personas diferentes.

Lo cierto es que las personas tenemos esa capacidad: la de hacernos felices mutuamente. Aprovechémosla.

 

Nefertiti, si conservas mi página y lees esto, espero y deseo que en tu cara vuelva a aparecer aquella sonrisa. No cuesta nada y a ti te hará bien y a mí me ilusionará. Todo positivo. Emoción positiva. Emoción feminista. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

León

 

Es imposible cerrar bien esta parte de solidaridad sin hacer referencia a León y a los Cursos de Verano de su Universidad, sobre Derechos Humanos que allí organizó Enrique Díez, desde el año 2002 hasta el 2016. Eran cursos dirigidos a estudiantes universitarios, con sus correspondientes créditos y sujetos al control de asistencia y a la evaluación final, pero estaban abiertos a la sociedad en general por su carácter de formación permanente.

Se celebraban en San Andrés del Rabanedo, municipio tan unido a la ciudad de León que desde el Hostal Quevedo, donde nos alojábamos siempre, por su proximidad a San Marcos, se podía ir incluso andando. Los concejales de IU junto con el resto de la corporación municipal, siempre apoyaron esta iniciativa cediendo el salón de actos del Ayuntamiento, salvo en el año 2014, que con el gobierno municipal del PP se lo denegaron y el curso se tuvo que celebrar en un grandioso salón de actos de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de León. (Por la trascendencia  de estos cursos adjunto los programas como anexo VII).

 La solidaridad implica compartir la cultura y compartir la cultura es compartir los conocimientos. En los cursos de León se compartía cultura, se compartían conocimientos y, sobre todo, se compartían solidaridades y sentimientos. Los sentimientos son el cemento que lo une todo.

Los ponentes compartían sus conocimientos, los exponían primero y después se debatían. Eran personas solidarias y generosas, acudían a los cursos sin pretensiones personales, la organización del curso les pagaba sus gastos y los honorarios estipulados por los baremos de la formación continua (Ver anexo: ingresos y gastos) y por la noche compartían mesa y mantel con los humildes. El escote era la norma para sufragar los gastos. Es bueno dejarlo escrito en estos tiempos  en los que la corrupción cabalga a lomos de potros desbocados que intentan por todos los medios tratar a todos por igual. No, la inmensa mayoría de personas buscan la felicidad desde la honradez, la ética y la decencia.

 

León es una ciudad acogedora, con ella he tenido una relación muy especial. Desde la primera vez que visité el barrio Húmedo he sentido siempre el calor de sus gentes. En mi etapa de sindicalista visité casi todos los centros concertados con poco éxito, pues León era un coto cerrado del sindicato USO, que estaba muy ligado al Opus Dei, y a los de CC.OO. nos dificultaban la entrada, pero encontramos un pequeño hueco en un colegio de los Carmelitas, que eran más progresistas, y obtuvimos nuestro primer delegado. José Ramón fue el primer delegado de la enseñanza concertada en León. Después fue el responsable del sindicato en la enseñanza  privada, y con él, visité la inmensa mayoría de los centros de educación especial, que eran a los que teníamos más fácil el acceso, tanto de León, como del resto de la Comunidad Autónoma. Los trabajadores de estos centros tenían un convenio colectivo con pésimas condiciones laborales, nosotros estábamos bien representados en la mesa de negociación colectiva y éramos necesarios para su firma, además llevábamos en nuestras plataformas reivindicativas mejoras importantes que ellos supieron valorar dándonos su apoyo.

En León encontré siempre a buenos compañeros, tanto de la enseñanza pública como de la enseñanza privada, que me acompañaron a los grandes centros de órdenes religiosas y que hacían valer nuestros derechos para informar a los trabajadores, especialmente a los más perjudicados -los de administración y servicios-, de nuestras reivindicaciones.

Más tarde di una conferencia sobre la escuela laica y las posiciones de IU. Intervine como miembro del área de educación y expuse nuestro programa: la religión debe de salir del ámbito de la escuela e impartirse en las iglesias, las sinagogas o las mezquinas. Solo así se evitará el adoctrinamiento y el fanatismo. También expuse nuestra forma de trabajar en el área, con la participación de los padres, los estudiantes y el profesorado. Hablar de la laicidad en la enseñanza en ciudades conservadoras es bastante complicado, pero conté con la colaboración de un grupo de personas extraordinarias y el acto resultó bastante concurrido.

Pero fue en los cursos de verano donde cogí la visita a León como una costumbre, como un hábito que se echa de menos cuando pasas un tiempo sin acudir a su cita. Fueron seis años acudiendo puntualmente al encuentro solidario de los cursos de Enrique. El programa era siempre muy atractivo, todos los años estaba relacionado con los derechos humanos, con la globalización, con las políticas sociales, con las salidas justas e igualitarias a las crisis, con los tratados de libre comercio, y, siempre, con la solidaridad. Las personas que acudían como ponentes: escritores, filósofos, sindicalistas, políticos… estaban comprometidos con la idea de un mundo mejor, con la justicia, con la igualdad, con el respeto a la naturaleza…, y tenían reflejado en su rostro el convencimiento de que otro mundo era posible.  

También en los cursos de León formamos equipo, porque algunas de las personas que acudíamos año tras año solíamos ser las mismas: éramos voluntarios repetidores. Nos acostumbramos a gozar al mismo tiempo de la solidaridad teórica, explicada y debatida en las diferentes actividades, y la solidaridad práctica, ejercida mediante la degustación de tapas compartidas por los barrios de León.

El grupo de personas maduras que habíamos llegado de Madrid añorando los tiempos estudiantiles, confraternizábamos en los debates con la gente universitaria de la ciudad. El contrastar nuestras opiniones con las de la gente joven era un atractivo especial. Ligábamos en los debates los deseos de aprendizaje y formación, con la experiencia y con la ilusión de compartir las ideas y los conocimientos. Pero cuando la última actividad del día ponía el broche al trabajo diario, se abrían las puertas de la noche leonesa: un continuo derroche de alegría y felicidad.

Lo primero que hacíamos era poner un fondo. El fondo es fundamental para vivir una noche mágica: es el principio de la alegría en igualdad. Elena y Encina fueron nuestras anfitrionas, ellas nos llevaron por el barrio Romántico y por el Húmedo y eligieron el lugar adecuado para degustar los productos típicos y disfrutar de una agradable tertulia. A ellas les debemos conocer el sabor de León.

Ana, Jero, Natalio, Yolanda, Cesar, Cristina, Chema y…, unos puntos suspensivos que aumentaban unos años y disminuían otros, pero que aunque cambiasen de cara siempre tenían el mismo espíritu: el de la amistad; fueron las personas que formaron con Inma y conmigo el grupo de amigos dispuestos a sacar el mayor provecho a esas noches mágicas en las que la alegría compartía mesa y mantel con la amistad y la solidaridad.

Por eso León ocupa un lugar importante en mi vida y en mi escritura:

 

Llegaron a León cuando la noche se había apoderado de la ciudad. La avenida por la que entraron en León estaba perfectamente iluminada. En el centro y en los laterales había una hilera de farolas isabelinas con un enorme fuste en hierro forjado del que salían cuatro brazos. De cada uno pendía una lámpara con innumerables adornos en hierro forjado que culminaban con la figura esbelta de un león amenazante. Una iluminación que derrotaba a la oscuridad y dejaba un cerco vaporoso.

San Marcos los esperaba. Una puerta se cerraría para repetir aquella primera noche en la que mezclaron sus cuerpos y fundieron sus almas. Pero aún era pronto, una ciudad hermosa los llamaba. La belleza de los edificios concentrados en la plaza de San Marcelo fue el inicio de una borrachera monumental, que siguió por la calle Ancha hasta llegar a la Catedral. Allí la luz exterior se mezcló con la que llevaban dentro y produjo la primera efervescencia en sus cuerpos. El museo de Sierra Pambley elevó su estado onírico que alcanzó su máximo esplendor en la plaza de San Isidoro.

Desde la Basílica todo se puso turbio. Se mezcló el arte con los olores, con calles estrechas, de balconadas que se saludaban mandándose flores, y con la bulla de un gentío que alternaba la bebida y la palabra. El barrio Romántico, repleto de gente y con su griterío envolvente, parecía que los estaba esperando. Un olor a comida en fase de elaboración los tentaba. Sucumbieron a la llamada de las puertas abiertas, de las barras adornadas con exquisitas tapas y de los taburetes listos para el descanso.

Entraron en el barrio Húmedo por la Plaza Mayor y las calles se hicieron aún más estrechas. Ellos las ensancharon con sus sonrisas y continuaron por las plazas de San Martín y Don Gutierre. Volvieron a sucumbir a la llamada de la gula y siguieron sin utilizar mesa, no quisieron acomodarse en un solo lugar, prefirieron alternar en diferentes sitios: la morcilla, la cecina, la molleja o el pimiento bailaban en el interior de sus cuerpos con el vino y la cerveza. Concluyeron su ruta en la plaza del Grano. Allí, en una fuente con dos niños, el Bernesga y el Torío que sitúan a León en un espigón fluvial, y custodiada por dos olmos centenarios, frente a la iglesia del Mercado y a una casa típica con su pórtico y su balconada, se miraron, se besaron y decidieron poner fin a un recorrido que los llevó a una embriaguez controlada.

La total, la del desenfreno, la que hace que desaparezcan todos los prejuicios, la que te desnuda el alma: la embriaguez que te sume en el estado idílico de los sueños, la tenían reservada para la noche. De ella fueron emborrachándose durante el camino. Desde la primera maniobra en el aparcamiento hasta el beso de la plaza del Grano todo fue un continuo fluir de olores, de sabores, de sonidos, de guiños y de roces cuyo resultado no podía ser otro que el de la pérdida completa del sentido de su individualidad para encontrar el dulce sabor de lo compartido.

                                             Tetas: la fuente de la vida. La Linde

 

El domingo 25 de septiembre de 2016 terminaron los cursos de Enrique. Los 101 participantes quedamos citados en la esquina de la Avenida de la Constitución y la calle Valle de Santiago del municipio de San Andrés del Rabanedo, y dirigidos por el genial artista Manolo Sierra, pintamos un mural colectivo: A desalambrar.

Fue el resumen final del último curso de Enrique. Inspirados en la famosa canción de Víctor Jara quisimos dejar plasmado, en una calle de esa ciudad de León, lo que el grupo de personas participantes sentíamos. Al sentimiento de añoranza, que siempre deja el final de un acontecimiento ilusionante, quisimos sumar los sentimientos de amistad y de esperanza. De esperanza en un mundo mejor, porque cada vez que uno de nosotros cogía la brocha para aportar lo que brotaba de su interior a ese muro colectivo, que nuestro maestro había elegido, estábamos rompiendo un trocito de ese alambre que nos amordazaba dentro de una sociedad injusta, al mismo tiempo que dábamos una pincelada hacia el futuro. Otro mundo es posible, y nosotros nos lo creímos y lo quisimos dejar plasmado en esa pared de San Andrés. Y nos lo creímos, porque fue lo que nos enseñaron todas las personas que participaron como ponentes en los cursos de Derechos Humanos organizados por Enrique en la Universidad de León.

 

Al día siguiente, lunes 16, Inma y yo no regresamos a Madrid como lo habíamos hecho en años anteriores. Nuestros fines de semana se habían hecho interminables porque ambos iniciamos el último camino: el de la jubilación. Un camino que iniciamos con cierto recelo, pero que cuando lo planificamos, para el disfrute conjunto, buscando el corazón de los Ancares, supimos que lo que nos esperaba era mágico. Reservamos tres noches en el hotel Piornedo y pasamos cuatro días escudriñando un terreno abrupto, unos pueblos escondidos, atrapados por las montañas y sus valles, llenos de curvas y recovecos. El primer día disfrutamos de los pueblos leoneses: Astorga, Vega de Espinareda -donde comimos-, Candín, Pereda, íTejedo y puerto de Ancares con sus tres vistas: León, Galicia y Asturias. Al atardecer llegamos a Suárbol, un lugar elegido para perderse, y para finalizar encontramos las pallozas de Piornedo. El segundo día lo dedicamos a Lugo, desde Piornedo hasta Piedrafita del Cebrero, pasando por Balboa, donde comimos en su famosa palloza. Hicimos un recorrido de ida y vuelta, pero por rutas distintas, para así poder disfrutar de unos paisajes tan escondidos entre los montes y los árboles que apenas dejaban pasar el sol. Y el miércoles fuimos hasta Navia de Suarna, volvimos a disfrutar de paisajes fantásticos, y volvimos a hacer dos recorridos, uno por senderos de Lugo, y otro, que nos adentró otra vez en León para disfrutar de la belleza de Balouta.

Iba con Vida a mi lado y en mi mente también estaba Libertad, porque iba buscando a Suárbol: La Linde.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

AGRADECIMIENTO

 

 

Gracias a la vida

 

Gracias a la vida, que me ha dado tanto
Me dio dos luceros, que cuando los abro
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo, su fondo estrellado,
y en las multitudes, el hombre que yo amo.

Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado el oído que en todo su ancho
Graba noche y día, grillos y canarios
Martillos, turbinas, ladridos, chubascos
Y la voz tan tierna de mi bien amado

Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado el sonido y el abecedario
Con él las palabras que pienso y declaro
Madre, amigo, hermano, y luz alumbrando
La ruta del alma del que estoy amando

Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado la marcha de mis pies cansados
Con ellos anduve ciudades y charcos
Playas y desiertos, montañas y llanos
Y la casa tuya, tu calle y tu patio

Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me dio el corazón que agita su marco
Cuando miro el fruto del cerebro humano
Cuando miro al bueno tan lejos del malo
Cuando miro al fondo de tus ojos claros

Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto
Así yo distingo dicha de quebranto
Los dos materiales que forman mi canto
Y el canto de ustedes que es mi mismo canto
Y el canto de todos que es mi propio canto
Gracias a la vida que me ha dado tanto

 Violeta Parra Sandoval

 

 

 

 

 

Es de bien nacidos ser agradecidos

 

El agradecimiento es un bien compartido. Hace bien a quien lo da y hace bien a quien lo recibe. El agradecimiento es una forma de acercarse a la felicidad. Digo acercarse porque conseguir penetrar en ella, conseguirla plenamente, me parece imposible. Acercarse sí, porque con el agradecimiento acercas a los demás, y a ti mismo, a ese estado placentero de la satisfacción. No cabe duda de que quienes reciben muestras de agradecimiento se sienten un poco más felices. Al mismo tiempo, quien lo ofrece, encuentra una paz interior que lo reconforta, a mí por lo menos así me pasa. El agradecimiento es pues fundamental para conseguir acercarte a la felicidad. A través de él, te encuentras satisfecho de ti mismo y de las personas y de las cosas que te rodean. Es haber conseguido realizar tus deseos, tus proyectos y tus expectativas. Lo contrario es la amargura, la frustración, el desencanto: el agradecimiento nos hace felices. El resentimiento nos hace infelices.

 

La gratitud es un sentimiento, emoción o actitud de reconocimiento de un beneficio que se ha recibido o recibirá.

El agradecimiento es la memoria del corazón.

Lo sabemos, en ocasiones no es nada fácil adentrarnos en el llamado «conocimiento del corazón», ese que nos dejó intuir el mismo Lao Tse con la frase que da título a este artículo. Las personas vivimos casi cada día ancladas a este cerebro que nos guía por el camino más objetivo y racional, ahí donde habitan algunos rencores, algunas frustraciones…

Pocos valores son tan poderosos como reconocer a nuestros semejantes mediante la gratitud. Es una forma universal de conocimiento y de unión, de unir vínculos. «Yo te reconozco a ti por lo que eres, por tus virtudes, por tu forma de ser, y te doy las gracias por formar parte de mi vida enriqueciéndola con tu presencia».

Valeria Sabater,  psicóloga

 

El agradecimiento comienza en uno mismo. Es imposible reconocer a los demás por lo que son si no empiezas por reconocerte a ti por lo que eres. Y es imposible dar gracias a los demás por formar parte de nuestras vidas, si no nos las damos a nosotros mismos por poseerla. Sí, nuestra vida es el punto de inicio de todas nuestras gratitudes: autoestima.

Por eso el empeño de casi todas las religiones por condenar la masturbación. Porque para ellas la felicidad es un privilegio de la otra vida y todo lo que contribuya a conseguirla en esta es pecado: les hace la competencia. Con la masturbación se inicia el reconocimiento de nuestro cuerpo y de todo lo que nos puede producir deleite. Reconocer y estar a gusto, agradecido, con tu cuerpo, es el inicio para estar agradecido con todas tus cualidades: con tu personalidad. Reconociendo a tu cuerpo puedes reconocer a tu mente. La masturbación no es un simple acto mecánico, es una auténtica conexión del cuerpo con el cerebro, una conexión entre las sensaciones, las emociones y los pensamientos: lo que gozamos y lo que pensamos, la realidad y la fantasía. Una buena educación sexual en este sentido creo que nos serviría para ser mejores personas y para hacer más felices a los demás.

Creo que, como siempre, las mujeres son las más perjudicadas en este empeño. Ellas son las más censuradas socialmente y moralmente, o al menos lo han sido en las generaciones pasadas, tanto por la iglesia como por la sociedad. Quizá las nuevas generaciones no sufran ya estas censuras perniciosas o quizá sigan sufriendo otras más sutiles a través de unos medios propagandísticos machistas.

El no reconocer tu cuerpo como algo gratificante y no ser capaz de descubrir sus posibilidades, es el inicio de carecer de una valoración personal: la autoestima. La autoestima nos hace independientes porque nos da la confianza en nosotros mismos para hacer frente a cualquier tipo de problema. La ausencia en la mujer de autoestima propia (independencia) les invita a buscarla en los demás: dependencia de los hombres mayoritariamente. La dependencia de los hombres no es solamente económica y social, aunque haya rayado, en épocas no muy lejanas, en la esclavitud, sino que además es una dependencia emocional.

Reconocernos como somos y estar agradecidos a nosotros mismos nos puede llevar a la conclusión de que, al tener virtudes y defectos, nuestro agradecimiento es global y en consecuencia estamos agradecidos también a los defectos que poseemos. Cierto, pero el estar agradecidos a nosotros mismos, tener autoestima, no nos impide la capacidad de reflexión, y menos aún la de aprovechar la reflexión para ser mejores personas. Debemos pensar en un doble sentido. Por un lado, el agradecimiento a nosotros mismos tiene que estar íntimamente relacionado con el agradecimiento a los demás. Y en ese agradecer a los demás es donde podemos reconocer nuestros defectos. No vamos a estar agradecidos a los demás porque nos roben, luego si nosotros robamos, nos daremos cuenta de que es un defecto y aunque nos tengamos una gran autoestima, entenderemos que el robar lo debemos evitar, y lo debemos evitar precisamente para querernos más.

Por otro, debemos pensar que sin agradecimiento la vida no tendría continuidad. El agradecimiento forma parte de la ternura, la ternura forma parte del amor, y sin amor la humanidad se robotizaría. Perderíamos la continuidad como especie. O al menos esa es mi teoría sobre el amor.

En el amor yo debo de ser muy clásico, será porque he leído a Platón para la escritura de este libro. Para mi hacer el amor es la esencia de la vida, y hacerlo bien tiene tres fases: excitación, clímax y ternura. Y la ternura es la que da continuidad a la vida porque es la que hace estable a la pareja y la que pervive a través de la descendencia.

Creo que frente a esta teoría mía, está otra que solo valora la excitación y el clímax en el acto amoroso y que se denomina follar. Ahí acaba todo, después solo queda una nueva búsqueda, hasta que encuentras a otra persona y se repiten las dos fases. Al no haber ternura no hay continuidad y la descendencia se convierte en un mero accidente. Yo creo que esta actitud es más propia del hombre, mientras que la que introduce la ternura, el agradecimiento, es más propia de las mujeres.

El movimiento feminista, que conquistó el mundo en la segunda década del siglo XXI, nos enganchó a muchos hombres. Buscar la igualdad entre los hombres y las mujeres creo que será la revolución definitiva de la humanidad. Y dentro de esa igualdad, la afectivo-sexual, será la que acabe con la violencia machista. Por eso no debemos confundirnos, si la mujer busca la igualdad afectivo-sexual pareciéndose al hombre, se equivocará. Si el hombre busca la igualdad pareciéndose a la mujer, acertará.

Hacer el amor es mucho más que tener una simple penetración. A veces se escucha la teoría de que follar es una cosa mecánica y placentera  que no tiene nada que ver con los sentimientos. Que el placer no deja huella en nuestra vida. No es cierto, yo he visto copular a animales y he apreciado en el acto sexual su agradecimiento.

 

 

 

 

Apareamiento

 

No había llegado aún a la adolescencia cuando mis padres me mandaban llevar la vaca al toro. Se sabía que la vaca estaba en celo porque se alborotaba y se montaba continuamente encima de las otras. Entonces había que llevarla al toril, que era la cuadra del pueblo donde vivían dos sementales. El uno era de raza negra y cubría a las vacas que hacían los trabajos del campo. El otro, era de raza suiza, y era el destinado a cubrir las vacas lecheras. A veces se cruzaba una raza con otra y salía una raza hibrida, a la que se llamaba mestiza, que estaba a medio camino entre la utilidad de la una y la de la otra.

Una vez apareada la hembra con el macho se establecía un ritual ceremonioso. Ambos iniciaban un tiempo de reconocimiento. Comenzaban una rueda en la que los dos se olisqueaban mutuamente. La hembra mostraba su deseo subiéndose a los lomos del macho, mientras este acariciaba mediante lamidos sus genitales. El acto sexual se producía al cabo de un tiempo relativamente corto, pero lo suficiente para que ambos estuviesen concentrados en la tarea. El macho la penetraba dos o tres veces y cuando ambos ya habían quedado saciados comenzaba el acto más tierno del apareamiento. Se pasaban un rato acariciándose por todas sus parte. Se lamían la cara, el cuello o el lomo; hasta dejar sus pelos húmedos y tersos con apariencia de estar peinados. Ya no tenían prisa, y cuando yo entraba para separarlos y volver con la vaca a casa, se hacían los remolones y me plantaban cara. Yo tenía que hacer uso de una larga vara para, con la amenaza de algún golpe, conseguir separarlos, pero me  costaba trabajo deshacer el ritual del apareamiento sin su consentimiento. Sí, los animales también tienen agradecimiento y ternura.

No, el sexo sin sentimiento no existe entre las bestias aunque a veces el hombre lo estropea todo pues hoy en día la inseminación artificial es el procedimiento de fecundación más habitual en las explotaciones ganaderas. Por eso considero importante respetar la naturaleza. Y en ese respeto, no creo que los humanos seamos menos cariñosos que las bestias. Aunque quizá todo pueda suceder, porque nosotros hacemos guerras que en ningún caso harían las bestias.

No hay amor sin sexo, ni sexo sin amor. Al menos es mi teoría. A lo mejor existe en el mundo de las probetas y los laboratorios, en un mundo robotizado, pero ese no es el mío porque en él no tienen cabida ni Vida ni Libertad, ni por supuesto la felicidad.

Alguien me dirá que el amor a los padres o a los hijos no tiene nada que ver con el sexo, yo les contradigo. El amor a los padres o a los hijos tiene mucho que ver con el agradecimiento y la ternura y, por supuesto, con el sexo. Sin sexo no se podría amar a los padres ni a los hijos. Pero para ello hay que creer en la teoría de la globalidad del amor:

 

 

Todo se relaciona

 

Eso no tiene nada que ver. Es una de las frases manidas que más censuro, aunque quizá alguna vez la utilice, pero creo que sirve únicamente para eludir el debate y que se usa siempre que se carece de argumentos. Yo pienso que todo se relaciona y que en esa relación está la filosofía y está la historia. Todo se relaciona en el amor y en la vida. Lo de, que tendrá que ver la velocidad con el tocino, creo que será la expresión de algún osado, pero en ningún caso es propia de un científico ni de un filósofo, pues con dos simples reflexiones se la tirarían por tierra: Si comes tocino engordas. Si estás gordo tienes menos velocidad.

 

Entré en la etapa del agradecimiento sin renunciar un ápice a la solidaridad y quedando aún algún rescoldo del miedo. En diciembre de 2018 se imputa a un humorista de la cadena televisiva la sexta: Dani Mateo, un delito de odio por haberse limpiado los mocos en la bandera de España. Vuelven los años 1973, mi servicio militar, la dictadura y la carta en la que digo que me limpié los mocos con la bandera (Cartas del Sahara nº 29). En una sentencia sobre la exhumación de Franco, un juez, en sus argumentaciones, lo considera como jefe del Estado desde el año 1936. Ese año había en España un presidente legítimo y un fascista dio un golpe de estado. Cuarenta y cinco años después de mi servicio militar obligatorio, un juez simpatiza todavía con el golpismo: rescoldos del miedo.

         Pero el miedo no es igual a los 68 años que a los 23. A los 68 se lleva una coraza de casi cincuenta años que te sirve para hacer imposible que te quiten lo bailao, o lo que es lo mismo: esos años vividos ya no te los pueden matar. Además la solidaridad y el agradecimiento pesan mucho y hacen que la balanza se incline hacia su lado.

 

La globalidad del amor y el agradecimiento lo resume muy bien Rosa Montero en su libro, que mencioné al principio, La ridícula idea de no volver a verte, y en el párrafo que elegí del diario de Marie Curie:

 

Me sentía en calma y llena de una ternura dulce hacia el excelente compañero que estaba allí conmigo, sentía que mi vida le pertenecía, que mi corazón rebosaba cariño hacia ti, mi Pierre, y me hacía feliz sentir que allí, a tu lado, bajo aquel sol hermoso y frente a aquellas vistas divinas del valle, no me faltaba nada.

 

        

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los nietos y el estado de alarma

 

Tendría que haber titulado este capítulo: las nietas…, porque el femenino gana en número, pero voy a ser respetuoso con la Real Academia y a seguir los consejos de mi amiga Margarita, y mantengo el título; aunque este párrafo vaya dedicado a que reflexionen los 38 académicos y las 8 académicas, para que nietas también algún día pueda llegar a ser genérico. El hecho de que en su gestación ambos, nietos y nietas, estén en el útero maternal debía de servir como argumento válido.

 

Si no hubiese sido por el COVID19, mis nietos tendrían una aparición repartida y difusa a lo largo de esta historia. Hubiesen sido protagonistas individuales, parcelados cada uno en algún capítulo, pero no hubiesen tenido esa unidad frente al pánico. Todo lo que aparecía en los borradores de los diferentes capítulos de esta historia lo he recopilado y le he dado un sentido nuevo: el sentido de la resistencia.

Aunque la esencia de lo que pretendo contar sigue intacta, el hecho vivido durante este encierro obligado de mediados de marzo y principios de abril, de momento, del año 2020, nos hace reflexionar sobre la fragilidad de la felicidad. Todo se puede ir al carajo en un momento, víctimas de un bicho invisible, pero que viene acompañado de otros bichitos, egoísmos particulares y colectivos,  que aunque sean visibles no los queremos ver. Ahora la solidaridad y su reconocimiento están en boca de todos. Pero hace unos meses, cuando yo escribía una parte de esta historia cuyo título es precisamente ese, SOLIDARIDAD, mis ideas no tenían gran repercusión, y los hechos, tanto los que he denunciado en páginas anteriores como los denunciados en otros libros míos y en algunos artículos, solo eran compartidos por unos pocos. La SOLIDARIDAD debe ser planetaria y siempre debe ir acompañada del pacifismo y del reparto igualitario de la riqueza. Esperemos, de todas formas, que las buenas intenciones de ahora perduren en el tiempo. Pero volvamos a la esencia de esta historia y al capítulo que nos corresponde.

 

Nicolás, Vera, Aria y Mara, sí Mara, porque aunque a día de hoy, 25 de marzo de 2020, fecha en la que escribo estos párrafos, aun no hayas nacido, estás dentro. Dentro de tu madre y dentro de todos, porque estás en esa tripa compartida, cuidadosamente protegida y querida y deseada por todos: ya formas parte de nuestras vidas. Vosotros, como continuidad de los hijos, estáis totalmente identificados con el título de este libro: sois  Libertad, sois Vida y sois felicidad.

Me pasó con Nicolás, me pasó con Vera, me está empezando a pasar con Aria y me pasará con Mara. Utilizaré el nombre de Vera, porque lo que viene a continuación lo escribí en un piso de la calle de Francia, Fuenlabrada,  una de esas noches en las que Vera lloraba. Tenía solo unos meses cuando empezó a llorar por las noches, y alguna de esas que la madre pasaba sola porque el marido trabajaba acudíamos prestos los abuelos a echar una mano. Solía ser sobre las dos o las tres de la mañana cuando la madre, ya desesperada, reclamaba nuestra asistencia. Entonces, cuando a mí me tocaba, utilizaba el método del paseo por el pasillo para intentar calmar su llanto y cuando lo lograba buscaba acomodo en el sofá del salón con Vera descansando sobre mi pecho. Por eso aparece su nombre, pero es un nombre intercambiable porque todos son personajes de esta historia.

 

Con Vera desapareció definitivamente el miedo. La libertad había ganado la batalla. Libertad siempre vuelve. Por eso siempre le estaré agradecido. Y vuelve ahora, cuando Vera se queda dormida sobre mi pecho. Ese respirar acompasado con el mío me transporta, me lleva sin poderlo remediar al lugar de los sueños, y cuando ella se duerme yo paso a un estado semiinconsciente en el que no distingo el sueño real del sueño ficticio. Y sueño que estoy dormido, pero sueño que no me muevo no sea que sin quererlo vaya a despertarla, o peor aún, me de media vuelta y sufra algún daño al aplastar su cuerpecito tierno.  Después sueño que me tranquilizo: si duerme con su madre sin peligro alguno, igual dormirá conmigo.

Y en ese dormir, sin querer dormir, y soñar, disfrutando de todos los recuerdos, Vida y Libertad vuelven a mi lecho, porque lo que tengo dormido en mi pecho es vida de mi vida y es sueño de mis sueños.

 

En estos momentos de encierros forzados, de miedos y angustias,  ellos son la resistencia. La garantía de que la vida sigue, de que nos perpetuamos en el futuro. Ellos son la inmortalidad según la explicación que se nos hace sobre los Temas del Banquete (Platón) y en el específico sobre La condición humana con estos razonamientos:

 

Eros es deseo de engendrar en presencia de lo bello. Ahora bien, ¿por qué deseamos? En la respuesta a esta pregunta, la luminosa escritura de Platón nos revela que lo que hacemos al desear es buscar la inmortalidad. Pero ese deseo de inmortalidad no tiene en el Banquete su realización en un supuesto “Más allá”, sino que es precisamente la explicación del devenir en este mundo. Desde la sexualidad que nos lleva a trascendernos en hijos, y por ello constituye la marca de la inmortalidad en lo puramente biológico, hasta la trascendencia en la creación poética, la de discursos, de leyes perdurables y de saberes, todo es producto del ansia de inmortalidad.

 

En mis nietos están todas las caras de Libertad. Están las heroínas de las películas de espadachines y de vaqueros de cuando era niño, los mitos de mi adolescencia: la sensualidad de Natalie Wood  y la ternura de Andrey Hepburn. Y están las mujeres imposibles de mi juventud, las mujeres que han inspirado todos los personajes de mis historias: las filosóficas, las místicas y las antropológicas. Están todas. Y está una nueva. La que aparece estos días de zozobra: la trascendental. Porque la libertad que siempre buscamos y que cuando más cerca la tenemos da un respingo y se nos escapa, la vemos reflejada en esas caras risueñas, que ajenas a nuestra angustia y a nuestros miedos, nos acarician la mejilla, nos ofrecen una sonrisa y nos desarman. Entonces nos damos cuenta de que la Libertad que veíamos en el horizonte, y que nos parecía inalcanzable, la estamos gozando sin saberlo.

Y en ellas están también todas las caras de Vida. Están todas las manos que me han  tocado y me han acariciado. Están todos los caminos que he recorrido con ellas. Y están todos los suspiros que me han hecho vibrar. Ellas son el resumen de esta historia: son Libertad y son Vida. Y lo son porque en sus rostros están mi vida y mis sueños.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mamma quero teta

 

Me lo han contado tantas veces que tengo la certeza de haberlo vivido. La imagen de mi madre asomada a la ventana está en mi mente asociada a mi primer recuerdo. A lo mejor es más imaginación que recuerdo, pero yo veo la ventana: alargada, protegida por unos barrotes y una malla. Dividida en seis partes de forma rectangular en las que se acomodaba un cristal sujetado con masilla y con clavos. Los barrotes, cuatro o seis, no recuerdo, eran de hierro y tenían la forma de un prisma cuadrangular, y protegían la casa de embestidas de animales: perros, gatos o pájaros. La malla de zinc, con agujeros hexagonales por los que no cabía ni el más pequeño de los dedos, protegían a los cristales de los zumbidos del viento, y del polvo y las hojarascas que llevaba consigo.

Y detrás de la ventana, en el corral, la imagen de mi madre dulce y sonriente, sorprendida porque había sido descubierta, pero alegre al ver correr hacia ella a su hijo. Me estaba observando y yo intuí su presencia y me dirigí a buscarla corriendo, salí de la cocina y en el salón de entrada la vi con sus brazos abiertos, me abalancé sobre ella gritando: mammma quero teta.

Me dicen que tenía 25 meses cuando mi madre decidió bajarme al Valle, a la casa de mis abuelos, al lugar donde nací, dejarme allí una semana y esperar a que me olvidase de la teta. Pero no me olvidé, la teta y mi madre eran lo mismo: eran una comunicación, un lugar de encuentro.

Por eso no dudé en titular a una de mis novelas así, se me ocurrieron historias de mujeres valientes, y vi en sus protuberancias la ternura y la vida. Mi madre fue una mujer valiente como todas las de su generación. Dejé constancia de ello en los previos del pregón de fiestas que pronuncié en 1998:

                       

            Cuando la comisión de festejos me propuso que diera el pregón de las fiestas, yo les aconseje que se lo ofrecieran a alguna de las mujeres que son la historia viviente de este pueblo, a alguna de las más mayores, las que más han vivido, las que mejor conocen nuestra realidad.

 

            No se lo dije sólo pensando en la necesidad de que las mujeres ocupen la cuota de protagonismo que les corresponde en nuestro pueblo -los pregoneros han sido casi siempre           hombres- sino porque en la cara de cualquiera de ellas está escrita nuestra historia.

 

            Quizá no encontrasen las palabras adecuadas, quizá no supiesen expresarse con soltura, pero su sola presencia en este escenario serviría de pregón.

 

            Porque en ellas se refleja el trabajo, el sacrificio, la ilusión, la esperanza, el deseo de mejorar... Virtudes todas ellas que nos han          permitido sobrevivir y avanzar en condiciones difíciles, dando un gran salto en la historia.

                                  

            Para estas mujeres, de arrugas bellas en su piel curtida por el frío y el calor, mi primer reconocimiento.

                                   (Texto integro en anexo VIII)

 

 

Yo de mayor quiero ser como mi madre

 

Al principio de esta historia hice referencia a mi madre como forma de entender la felicidad. Entonces tenía noventa y un años, ahora ya tiene noventa y dos. Dije, y digo, que aunque muera antes de terminar esta narración, ella será siempre un personaje vivo, porque como vivo ha sido concebido para la esencia de lo que quiero transmitir: la idea de la felicidad. Ella es feliz, o por lo menos nos hace creer, a quienes la rodeamos, que es feliz. Quizá la felicidad consista en eso, en hacer creer a quienes nos rodean que lo somos.

Primero fue feliz criando a sus hijos. La cara sonriente asomándose a la ventana, después de haber estado una semana sin verme, es la cara de la felicidad, y un hijo con solo 25 meses lo percibe. Creo que en la cara de la madre percibimos lo que siempre buscamos como anhelo de la felicidad. Porque hay caras que no admiten opción a la farsa y al disimulo: son la verdad absoluta. Y una de esas caras es la de una madre amamantadora.

Después fue feliz en el sacrificio. Fue feliz porque desde el principio lo asoció a la esperanza. Ella se sacrificó en el trabajo, fue una trabajadora incansable, pero siempre tuvo claro un objetivo: sus hijos alcanzarían el nivel de cultura que ella no pudo adquirir. Los tres, en condición de igualdad, llegarían hasta los niveles de conocimientos que les permitieran sus capacidades. Y así fue, ella se sacrificó por una ilusión y la consiguió.

Y por último es feliz en la contemplación. Porque ahora con sus noventa y dos años se pasa la vida visionando, una y mil veces, la película de su vida. Ella no ha ido al cine, pero tiene ante sus ojos una película que la hace sacar siempre su mejor sonrisa. Es la película donde los personajes unas veces son hijos, otras veces, nietos; y otras veces, biznietos. Todos tienen sus historias y todas la emocionan. Está en una residencia por decisión propia, para su edad es una personas de ideas avanzadas, muy avanzadas, sabe lo que es la empatía sin haberlo estudiado, tiene conocimientos innatos, sabe ponerse en nuestro lugar y vislumbrar lo que el mundo del trabajo requiere en la sociedad actual. Sabe adaptarse a la situación de cada momento y sacar el mayor provecho de cada uno. Sabe disfrutar del juego de las cartas en la residencia con sus amistades y de las llamadas telefónicas que diariamente le hacemos.

Pero sobre todo sabe disfrutar de los momentos familiares. Porque sabe que forma parte de ellos, es la protagonista de todas las efemérides. Y sabe que hay muchas, porque a medida que la familia aumenta, las celebraciones se multiplican. Los cumpleaños se hacen cada vez más frecuentes y las fiestas en una u otra casa se realizan con alternancia. Todos los años hay una celebración familiar que le insufla el oxigeno suficiente como para mantener viva la llama de la felicidad. La hacemos por Navidad y nos juntamos en torno a una mesa alrededor de treinta personas. Entonces su cara se ilumina, refleja su estado interior, y por un momento creo que todos los hijos pensamos: yo de mayor quiero ser como mi madre.

 

 

Las madres educan en los afectos

 

Reconocer la evidencia es el primer paso para poder compartir algo. Si no se reconocen los hechos, se discuten, y si se discuten sin llegar a acuerdo no se comparten. Reconocer que el vínculo que se establece entre la madre y su hijo, a través del amamantamiento, es único; es imprescindible para que el padre pueda compartir la educación afectiva de los hijos. En la observación está la clave. A través de ella recordaremos nuestro pasado y nos haremos cómplices del futuro. Sí, no hay nada más hermosos que observar detenidamente la relación que se establece entre la madre y el hijo en el proceso de amamantar. Hay algo sublime en esas protuberancias, fuentes de vida, a las que debemos agarrarnos para amar a las mujeres. En todos los sentidos.  Es una compenetración tan intensa, que si te paras a hacer la fotografía mental del momento, difícilmente podrás distinguir en ella a dos sujetos. Es una unión tan grande y una comunicación tan íntima que se puede definir como un todo. Un todo que te acompañará a lo largo de toda tu vida: los hombres que no aman a las mujeres, es porque no aman a su madre. El macho que asesina a su pareja, asesina a su madre.

Aprendí a amar a las mujeres en la teta de mi madre. Fui un niño mamón. Así, creo que todas las mujeres que se han cruzado en mi vida han recibido algo de cariño. Con todas las que he tenido alguna relación, en los estudios, en el trabajo, en el sindicato, he mantenido algún tipo de sentimiento, no recuerdo que ninguna me haya resultado indiferente. Saber amar a la mujer de todas las formas posibles es alcanzar otro nivel de felicidad. Las mujeres saben amar mejor que los hombres. Quizá el efecto de criar, de amamantar, tenga mucho que ver. Los hombres tenemos mucho que aprender. Aprender recordando. Aprender observando.

Recordando aquel reencuentro de niño pequeño, separado durante una semana de los pechos de su madre me doy cuenta de que la intención era buena, el niño se olvidará, pero el resultado no fue el esperado, el niño no se olvidó. No se ha olvidado aun, porque yo creo que todos los hombres debemos ser un poco niños y recordar. Porque recordando nos hacemos mayores, porque recordando desistimos del pecho materno cuando sustituimos el efecto placebo de succionar el pezón por el efecto duradero de recordar el cariño  con que nos lo ofrece la madre.

Y observando. Observando ahora, porque mientras escribo esta historia observo a mis nietas: a Mara y a Aria. Han nacido las dos en este tiempo de confinamiento, Aria en marzo y Mara en mayo,  pero han coincidido las dos con sus mismas muecas, con sus mismos llantos, con sus mismas satisfacciones, con sus mismos movimientos y con sus mismas deposiciones. Las dos agarradas a las tetas de sus madres, con las mismas ganas y con la misma ansia. Agarradas a una teta que siempre es la misma, la teta de madre que es teta de amor, de esperanza, de ternura y de vida: las nietas también queren teta.

Y los hijos también, pero a los hijos los recuerdo menos, los tuve más cerca, los limpie más veces, pero todo fue apresurado. El tiempo fue la diferencia. Ahora que observo a mis nietas me doy cuenta de lo que nos robaron: a los padres nos robaron el tiempo, el tiempo de la conciliación, el tiempo de la vida familiar. Quizá ahora también se lo estén robando, porque a pesar de tener más permiso, para ambos cónyuges, aún no sea suficiente. El tiempo es una joya, lo compruebo ahora cuando veo a los padres apresurados ir deprisa a todos los lados sin apenas poder parase a mirar y disfrutar de los hijos. No, con tus hijos no tienes tiempo de disfrutar, yo al menos no lo tuve, con los nietos, sí.

 

 

           

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La felicidad colectiva

 

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos, dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo, estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo,
cultural por los neutrales, que lavándose las manos
se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido,

partido hasta mancharse.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

La poesía es un arma cargada de futuro

 Gabriel Celaya.

 

La poesía es política, es un arma para conseguir la felicidad. La felicidad colectiva. Pero no todo el mundo lo ve así.


El agradecimiento es la base para la felicidad colectiva. Para conseguirla lo primero que hay que lograr es que sea de dos personas. Es por eso, por lo que a la persona más cercana, a la que comparte contigo más tiempo, más preocupaciones, más ilusiones o frustraciones, es a quien debemos estar más agradecidos: gracias Vida.

Una vez conseguida la felicidad de dos personas hay que lograr involucrarse en una progresión geométrica: 2, 4, 8… La progresión geométrica es la culpable, por ejemplo, de que algunos WhatsApp y otros mensajes se conviertan en lo que se ha dado en llamar viral. Logremos pues que la felicidad, gracias a la progresión geométrica, se convierta en viral.

La familia es el principio de esa progresión. La persona que te da la mano y la persona con quien sueñas es el origen de un núcleo familiar que se enriquece en la medida que el número va creciendo. Mantener a una gran familia unida requiere de mucho esfuerzo, pero todo se hereda, quienes venimos de una tradición familiar arraigada, somos proclives a mantenerla. Quienes nos hemos acostumbrado a las grandes fiestas y a las celebraciones multitudinarias somos más propensos a continuarlas. Yo, como he dejado constancia en capítulos anteriores, procedo de esa estirpe, Vida también. Y Libertad como es modelable se adapta a cualquier propuesta.

La amistad es su continuidad. Es un círculo que se hace cada vez más amplio si se trabaja. Trabajar las amistades se hace cada vez más difícil. Ahora es más fácil tener amigos en la red (ficticios) que tenerlos de carne y hueso (palpables). Yo procuro conciliar ambas cosas, tenerlos en la red solo sirve si es el pretexto para concertar una cita y tomarte unas cañas, ir al cine o visitar juntos un museo. Mantener las amistades es fundamental, pero requiere un trabajo especial, los humanos solemos acostumbrarnos a la rutina, y nos vemos con las amistades por rutina. Nos acostumbramos a relacionarnos con los que nos vemos habitualmente: con los que estudiamos, con los que trabajamos o con los que compartimos viajes. Según nuestra etapa de la vida las amistades van cambiando. Trabajar la amistad significa no abandonar nunca a aquellas personas que por ciertas razones de la vida se van distanciando. Las primeras en distanciarse son las de la juventud, aquellas con las que estudiamos, reencontrarnos con ellas es motivo de satisfacciones intensas.  Después se pierden las del trabajo, porque lo cambiamos o porque pasamos a otra situación más jubilosa.  Yo creo que debemos tener una agenda mental y de vez en cuando revisar cuales son las que se van quedando en el olvido para recuperarlas.

La solidaridad es el pegamento, une a la familia, pero sobre todo une a las amistades: es el efecto multiplicador por excelencia. El único que puede conseguir la progresión geométrica y por consiguiente que la felicidad llegue a ser viral y se acerqué a la globalidad de la raza humana.

 

La derrota del miedo y el encuentro con la solidaridad me introdujo en una vida nueva. A mi mente acudió la idea de la felicidad colectiva. Estaba ligada, no al concepto de Vida, que ya se perfilaba y se concretaba como lo real, el día a día, sino al de Libertad. Un concepto que cada vez se iba configurando más como lo utópico, lo variable, pero lo necesario para tener una perspectiva de futuro y para que todo tuviese una razón de ser: la razón de la esperanza y el sentido que le daba el tener ideales.

Las ideas comenzaron a acudir a mi mente con una insistencia inusitada, escribía todo lo que se me ocurría y en la escritura encontraba un camino por el que desaguaban todos mis miedos y todas mis angustias. La escritura era un parto relajante en el que Vida y Libertad eran como las dos caras de una misma moneda. La escritura, la familia que con la llegada de los nietos creció de forma exponencial y el ocio, identificado con mi huerto, formaron una trilogía perfecta: la de la jubilación.

La idea de la felicidad colectiva no estaba asociada a la visión de un mundo feliz, sino a recorrer un camino por el que me sentía satisfecho. Y me sentía feliz, porque iba acompañado de numerosas personas que divisaban el mismo final. La denuncia de las injusticias y la satisfacción que me producían las protestas, se convirtieron en una fuente de inspiración y en una certeza absoluta de encontrar el horizonte que siempre había perseguido. La visión de un mundo en paz, de un mundo distinto en el que todas las personas se alejasen de sus miserias y abrazasen lo más hermoso de sus sentimientos, me bastaba para asomarme al precipicio y vislumbrar ese otro mundo del que se llevaba ya tanto tiempo diciendo que sí era posible. Era posible aunque supiese con toda certeza que la felicidad no consistía en verlo, sino en dejarlo escrito. En dejar claras las huellas que anunciasen su camino. La felicidad colectiva es pues un camino, una lucha interminable. El objetivo es que ese camino sea recorrido cada vez por un mayor número de personas.

Las protestas contra la guerra de Irak, las movilizaciones del 15 M y las dimensiones que adquirió el movimiento feminista me inspiraron mis últimos libros.  Pero, sobre todo, lo que más me ayudó para encontrar ese camino fue el haber llegado a la edad del júbilo, porque me permitió tener el tiempo necesario para dedicarme a la actividad creativa.

La publicación de Nosotros y su presentación ante un nutrido grupo de asistentes me ilusionaron mucho. Yo notaba con verdadera preocupación que las protestas se disipaban con el tiempo y que se disolvían en el modelo de sociedad actual como un azucarillo en una taza de agua hirviendo. Lo organizado de forma telemática, redes sociales, igual que se organizaba se descomponía. Por eso dejarlo escrito era constancia de su existencia. A mí me revitalizó la escritura de Nosotros, pues mientras la mayoría estaba sumida en los mensajes televisivos y las imágenes de la destrucción y la muerte, yo estaba diseñando el mundo de los enamoramientos.

Después, me ilusioné con el movimiento feminista, mucho antes de que fuese multitudinario, y escribí con la misma idea de que lo que se escribe es lo que verdaderamente queda, Tetas: la fuente de la vida. Los motivos de satisfacción se multiplicaron. Hice una gran fiesta de presentación en La Linde donde me reencontré con mis lectoras favoritas y con la gente del pueblo. Seguí con presentaciones en Madrid, en  pueblos de Segovia y una presentación, boicoteada, en parte, por una inmensa nevada, en León. No era fama, la fama no tiene nada que ver con la felicidad colectiva. La fama es egocentrismo y es el veneno que la sociedad nos proporciona para que nos centremos en nosotros mismos y olvidemos a los demás.  

Lo que yo estaba recorriendo era un camino en el que me encontraba con personas queridas que compartían conmigo unas ilusiones y unas esperanzas. Compartir jamón, queso y tomates con la gente de mi pueblo, compartir tardes de cañas con mis amistades de León o con la asociación de vecinos de Tetuán. Y sobre todo, acudir el día de San Jordi, como escritor anónimo, a Barcelona, y estar acompañado de Fina, Manel y Rosa, eso sí es caminar hacia la felicidad colectiva.

Todo lo que escribo está en mi web, es una web abierta e incontrolada. No sé quienes me leen, ni cuantos, pero sí sé que en un lugar de Tarragona, un antiguo alumno mío, del que sin lugar a dudas, nunca hubiese vuelto a tener relación con él, un buen día me escribió un correo y me dijo que me había encontrado en un libro que le había recomendado un amigo, y del que habían hablado sobre la igualdad en una amena tertulia con mujeres de otra generación. Me llamó la atención lo de otra generación y llegué a la conclusión de que mis alumnos han crecido mucho y que cuando hablan de otra generación a mí me están arrinconando a una todavía más anterior. Tuve que echar cuentas y comprobé que algunos de mis alumnos, como era este caso, tienen ya más de 50 años, y que cuando hablan de mujeres de otra generación, lo están haciendo de jóvenes de alrededor de los 20. Así, pues, un libro escrito por una persona de 69 años estaba siendo objeto de debate sobre la igualdad entre personas de más de 50 años, y otras, del entorno de los 20. Y además, sirvió para que un alumno, Enrique Reyes, me escribiese un correo de agradecimiento y yo le incluyera en mi agenda de contactos de Whatsapp: felicidad colectiva.

 

 

Las ideas en el centro del universo

 

La idea: primero y más obvio de los actos del entendimiento, que se limita al simple conocimiento de algo.

Plan y disposición que se ordena en la imaginación para la forma-ción de una obra

Conocimiento puroracionaldebido a las naturales condiciones  del entendimiento humano

Imagen o representación que del objeto percibido queda en la mente. (RAE).

Ideología.Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una personacolectividad o épocade un movimiento culturalreligioso o políticoetc.(RAE)

 

Escribir para no decir nada es tontería. Yo creo que todo el que escribe lo hace con la intención de trasmitir ideas a los demás. Aun en el caso de aquellos que se declarar apolíticos, sus ideas se dejan ver, pues están inmersos en el mundo del consumismo, del que no se salva nadie. Yo creo que definirse así es un truco para ganar mercado dentro del sistema. Entrar en el círculo del ranking de ventas es someterse a un modelo de sociedad: la sociedad de mercado.

 

Maldigo la poesía de quien no toma partido,

partido hasta mancharse.  

 

Yo no tengo ningún problema en mancharme, mancharme en lo que creo, porque hay dos formas de mancharse. La una es el compromiso, no ocultar tus pensamientos aunque te perjudique: las ideas no cobran salario. La otra es la corrupción, mancharte en el fango de los otros: los estómagos agradecidos sí. (Píldoras anexo IX). Las ideas no son corruptas, las corruptas son las personas, por eso cada vez se intenta, con más ahínco, confundir a las personas, sobre todo a la hora de votar, identificando a las ideas con las personas. Todos los políticos son iguales. Aunque no lo creo, Julio Anguita siempre me echa un capote, pero aun en el caso de que fuese cierto: los políticos serían iguales, pero las ideas no. De ahí la importancia de tener ideas, y de ahí, la preocupación de otros de que no se tengan.

Sin entrar a desgranar mis principios ideológicos, para eso tengo escritos una decena de artículos y un libro en mi cabeza, si quiero apuntar algunos que considero fundamentales en la constitución de mi propia ideología y de mi concepto de la felicidad colectiva. Desde que se despertaron en mi las inquietudes sociales tuve conciencia de que para conseguir unos objetivos era necesario unirse con los afines. (Yo solo no puedo. Artículo publicado en TE al que he hecho referencia anteriormente). Desde entonces la fidelidad ha sido una de mis constantes. Mantenerme en las estructuras organizadas sin renunciar en un ápice, a mis ideas propias, es una de mis razones de ser.

La libertad es otro de los principios que me guían, ella fue quien me impulso a tomar la primera decisión política: la de afiliarme a una organización sindical. El autoritarismo de la dictadura nos obligaba a la sindicación obligatoria, la libertad de sindicación me llevo a CC.OO. He tenido muchas discrepancias pero ahí sigo: fidelidad sin renunciar a las ideas propias.

Tardé más tiempo en afiliarme a una organización política. Había dos razones que me lo impedían, una era que quería dedicarme con exclusividad a los compromisos que iba adquiriendo en el sindicato, y la otra, era mi reticencia a la propia política y a su estructura de poder. Yo consideraba la política como la primera consecuencia de la filosofía, pero con una diferencia enorme: la filosofía es generosa, la política egoísta, entendida siempre desde el punto de vista de las pretensiones humanas. Al final las personas que me rodeaban en el sindicato fueron decisivas, la mayoría estaba afiliada al PCE y a IU. Su honestidad y su compromiso con las ideas que defendíamos en el sindicato y su integración en las políticas sociales vencieron mi reticencia. También fueron decisivas otras dos personas: Nicolás Berzal, de cuya honestidad he dejado constancia, y Julio Anguita, a quien yo siempre he considerado filósofo antes que político. Su didáctica fue determinante para mi compromiso político y para la configuración de mi ideología.

Me afilié a  Izquierda Unida cuando Julio Anguita asumió la presidencia, en 1989, y mucho después, cuando ya estaba jubilado, lo hice al PCE. Pero siempre he tenido clara una cosa: nunca mezclaría responsabilidades políticas con responsabilidades sindicales. La duplicidad de cargos es una cosa que siempre me ha repelido. Por eso no participé en ninguna actividad política hasta que en 1996 dejé las responsabilidades sindicales por primera vez. Fue entonces cuando me incorporé al área de educación de Izquierda Unida participando en la elaboración de enmiendas, primero a la LOCE (Ley Orgánica de Calidad de la Educación) y después a la LOE (Ley Orgánica de Educación). Mis aportaciones, tanto en la redacción de enmiendas, como después en la fijación de las posiciones de la organización, estaban condicionadas por mis  conocimientos en el sector de la enseñanza concertada. La idea de la integración de las dos redes en una red pública y las condiciones de igualdad que se deberían de dar entre los trabajadores de ambas fueron el eje fundamental de mis aportaciones.

Mi afiliación tardía al PCE fue mi último acto de rebeldía. Fue el intento de agarrarme a las esencias de un partido que para mí significaba el verdadero esfuerzo de la transición por traer la libertad a este país. Fue un reconocimiento a Marcelino Camacho, a Marcos Ana, a Nicolás Berzal y a otros muchos que dejaron su vida defendiendo las esencias de la solidaridad, como los abogados de Atocha, vilmente asesinados, y a los que quise rendir homenaje dejando escrita su memoria de una forma que para mí era épica: en una de mis novelas. Me afilié cuando otros se desafiliaban, porque para mí no estaba en juego el mantener una ideología de siglos pasados o luchar por una cuota de poder, lo que yo pretendía era reconocer el pasado para que a través de sus esencias se pudiera construir un futuro de bienestar universal.

Después vino una paradoja que aún tengo, en parte, pendiente de resolver. Tras mi jubilación me propuse, aunque solo fuese ocasionalmente, participar en la política. Lo hice a través de la agrupación de IU en el barrio de Fuencarral en dos foros. Uno era la coordinadora en defensa de lo público que estaba montada en el barrio y a la que comencé a acudir con cierta frecuencia. El segundo lugar de encuentro era otra coordinadora, pero esta especifica de educación. Ambas estaban relacionadas y acudíamos siempre las mismas personas.  

La fidelidad, como ya he dicho es una de mis constantes. Si tomo la determinación de afiliarme a una organización me resulta muy difícil dar marcha atrás. Para salirme de una organización me tienen que dar de baja. Y eso es lo que sucedió en la crisis de IU de Madrid en el 2015: me dejaron de pasar las cuotas. Pero paradójicamente me mantuvieron la cuota del PCE. Paradojas. A lo mejor cualquier día se dan cuenta y me dan de baja también. Pero de lo que yo ya me he dado cuenta es de que hay dos clases de comunistas: están los que nunca mueren y están los que se agarran al poder bajo el pretexto de que están agarrados a la doctrina.

El tener ideas propias me resuelve la mitad de este problema: yo diría que soy orejanista, porque a García es difícil encontrarle el sufijo adecuado. Tengo mi propia ideología, pero si todos los humanos tuviésemos ideas propias y totalmente desconectadas, sería imposible organizarnos políticamente. Tendríamos tantas visiones del mundo como seres humanos haya. Luego a las ideas propias las hay que relacionar con la afinidad. Los afines se pueden agrupar para tener mayor fuerza. Y eso implica organización.

La organización es la parte de la paradoja pendiente de resolver.  No me siento bien sin participar en algo organizado, me resulta incómodo. Pero la organización requiere por un lado que haya otras personas dispuestas a organizarse contigo porque encuentren afinidad con tus ideas, y después un proceso de disciplina y lealtad. Estos dos últimos conceptos suelen ser mal utilizados, o al menos utilizados de forma distinta a como los defino yo. Yo entiendo la disciplina como la coherencia interna de cada persona entre sus pensamientos y los pensamientos de los demás: saber negociar entre lo que se puede y no se puede ceder a la hora de agruparte con otras personas. Y lealtad, otro concepto fundamental, pero siempre mal interpretado: se entiende como sumisión al jefe, y no debe ser así. Cada uno debe ser leal, lo primero, a sí mismo; y después, a quienes depositan en él su confianza. La lealtad se da, no se exige. Y en todo caso, se comparte, en situación de igualdad, sin que la jerarquía determine  a quien le corresponde darla y a quien recibirla.

Mi propia ideología ve como algo necesario pertenecer y participar activamente en alguna organización. Es la parte que tengo pendiente de la paradoja que supuso para mí la crisis de Izquierda Unida en Madrid. Ahora mismo puedo decir que estoy a la espera de encontrar una organización política adecuada a mi ideología. Me da igual que se llame comunista o humanista, lo importante es que tenga los principios de universalidad, de igualdad y de solidaridad. Universal en el sentido de tener un ámbito de soberanía planetaria y solidaridad e igualdad en los términos utilizados por la izquierda de toda la vida. Pero esto queda para otra historia.

 

 

Y la ética

Conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida.

Parte de la filosofía que trata del bien y del fundamento de sus valores (RAE)

 

Las ideas propias son mi aspiración. Considero que tener ideas propias es a lo que debe aspirar toda persona. Pero siempre ligadas a la ética. A la consecución del bien y de la felicidad. Por lo tanto discernir el bien del mal debe condicionar nuestras ideas. Por eso yo descarto todas aquellas cuyo objetivo sea el exterminio del que no opina igual, la invasión de territorios, el racismo, la desigualdad o la guerra: el fascismo.

Hacer negocio a costa de las personas me parece una maldad, por eso denuncio y lucho por sacar fuera del mercado a la prostitución, la pornografía, la drogadicción y el juego. Tampoco me parece ético hacer negocio con la salud, incluyendo los medicamentos y las vacunas, con la educación o con la dependencia. Y menos aún hacer negocio con la destrucción de vidas humanas: con la fabricación de armas.

La ética, al menos la mía, deja fuera del mercado a negociar con la energía -el petróleo, el sol, el agua- y el espacio aéreo, porque son de todos. En fin, yo soy muy de mercado, de mercado ético. Del mercado necesario e indispensable y siempre ligado al precio justo de las cosas, como el de mis libros o mis tomates.

 La ética, al menos la mía, deja al mercado muy reducido: a lo justo.

Como os habréis dado cuenta yo soy partidario de la libertad. La libertad es el eje de mi existencia. Porque las personas libres son las que no permiten que se negocie con ellas, ni con su salud, ni con su educación ni con su vejez. Quiero que todas las personas gocen de la libertad de vivir, y en consecuencia detesto y condeno la guerra. Quiero que todas las personas gocen de la misma libertad que yo, para tener a su disposición la mejor sanidad, la mejor educación y la mejor asistencia en la vejez. Y eso solo se puede conseguir de una manera: con servicios públicos universales y de máxima calidad.

 

 

 

 

El arte de escribir

 

Mi primera conferencia literaria fue el 28 de noviembre de 2016 a las 19,00 h., en la biblioteca pública Rafael Alberti de Fuencarral-El Pardo y se titulaba así: El arte de escribir.

Yo ya estaba jubilado. Era miembro de la Asociación de Amistad 1º de Mayo del barrio y participaba activamente en los actos que  programábamos. La asociación surgió cuando en junio del 2015 se disolvió Izquierda Unida Comunidad de Madrid, y como consecuencia la agrupación en el barrio. Quienes no aceptamos pasar por el aro de la desafiliación para después volvernos a afiliar, constituimos una asociación vecinal para seguir unidos. Tras su constitución legal diseñamos una serie de actos para darnos a conocer.

El primer acto de la asociación fue un encuentro solidario con los amigos del pueblo saharaui. Por el especial significado del acto y el cariño que tengo hacia ese pueblo adjunto como anexo X el resumen que hicimos del mismo.

 

Y el segundo acto de la asociación fue mi conferencia. La asociación quería incluir dentro de su programación actos culturales, yo me ofrecí para hablar sobre la escritura y al mismo tiempo presentar en el barrio mi obra literaria. Era un reto para mí, pero me atreví. A mis compañeros de la asociación les pareció bien la idea. Yo era un desconocido en el ámbito literario. Tenía escritos dos libros, uno que había sido autoeditado: Cartas del Sáhara, y otro, que había sido publicado por la editorial Amargor: Nosotros.  

El arte de escribir fue mi primera conferencia. La biblioteca, con capacidad para más de cien personas, estaba prácticamente llena. El acto coincidió con el fallecimiento de Marcos Ana. Ángel Ortiz, que fue la persona de la asociación encargada de hacer la presentación del acto, hizo, en su introducción, un homenaje a la figura del poeta recordando su faceta humana, su paso por la cárcel franquista y su contribución a la literatura.

Yo comencé mi intervención con el siguiente poema:

 

Si salgo un día a la vida

mi casa no tendrá llaves:

siempre abierta, como el mar,

el sol y el aire.

 

Que entren la noche y el día,

y la lluvia azul, la tarde,

el rojo pan de la aurora:

La luna, mi dulce amante.

 

Que la amistad no detenga

sus pasos en mis umbrales,

ni la golondrina el vuelo,

ni el amor sus labios. Nadie.

 

Mi casa y mi corazón

nunca cerrados: que pasen

los pájaros, los amigos,

el sol y el aire.

Marcos Ana.

 

Después expuse mis ideas sobre la importancia de la escritura y su capacidad para emocionar a las personas. Cuando terminé mi intervención un aplauso generalizado se produjo en el salón. Yo aplaudí también. En un momento de mi intervención aseguré que un escritor no se hace, a un escritor lo hacen. Lo hacen las personas que lo leen. Cuando una persona, solo una, se emociona con la lectura de lo que ha escrito alguien, ese alguien se puede considerar escritor. Por eso aplaudí yo también. Las personas que estaban allí aplaudiendo me decían que era escritor y yo les estaba agradecido. Les agradecía su presencia y su ánimo, y en ese aplauso, y en ese agradecimiento, pasaban por mi mente todas las personas e instituciones que habían contribuido a llevarme hasta allí:

Mis padres, que hicieron caso a las orientaciones de mi maestro y lo sacrificaron todo para que yo pudiese ir a Segovia a estudiar. Me buscaron un hogar seguro: la casa de unos primos. Unos primos a quienes también les debo un agradecimiento porque se acogieron como si fuese un hijo.

Mi primer maestro, que me enseñó a leer y me enseñó a pensar. Fue él quien me puso los primeros acertijos, las primeras adivinanzas, los primeros problemas. Fue él quien dijo a mis padres que había unas becas y que me consideraba capacitado para sacar la puntuación que se requería. Y fue él quien me llevó en el coche de línea junto a su hija de mi misma edad, para hacer el examen de la beca. A él y a todos los docentes que me han enseñado a lo largo de mi vida, mi mayor agradecimiento.

El sindicato de Enseñanza de CC.OO. que ya tiene su capítulo en el apartado de SOLIDARIDAD, pero que en este del AGRADECIMIENTO también se merece un hueco. Porque en el sindicato tuve que hacer mis primeros informes, mis primeros comunicados de prensa, mis primeras hojas informativas, y mis primeros artículos en la revista TE, -Trabajadores de la Enseñanza-. Allí perdí el miedo a la pluma, en este caso al bolígrafo y al ordenador, y allí empezó mi compromiso para la publicación de Cartas del Sáhara.

Los talleres de escritura, que fueron el bastón donde me apoyé para seguir avanzando por el camino del arte. Primero el escénico, con mi amigo Gustavo Montes, con él convertí mis Cartas del Sáhara, en un guion cinematográfico, no ha salido del cajón, pero me sirvió para conocer una técnica nueva de escritura y para tener en mi mente las imágenes que después describo. En otro taller, en este caso de novela tutelada, escribí Nosotros, y fue Cristina Cerrada, quien me orientó en las técnicas de la narrativa. Pero sobre todo, fue en los talleres presenciales de poesía, de Jesús Urceloy, y en sus encuentros poéticos en Béjar, donde aprendí a usar la metáfora. Él me enseñó a descubrir la belleza de las palabras. Encontrar la belleza de las palabras es fundamental para saber escribir. Por eso tengo que agradecer tanto a Margarita Álvarez, porque ella sabe todo lo que las palabras esconden.

Los libros, siempre los libros, sin libros no hay cultura. Los libros son un diálogo contigo mismo. A veces discutes con ellos, contrastas las opiniones que vierten con las que tú tienes en tu mente y entablas una discusión serena que te enriquece. Otras, te adhieres a su contenido o lo modificas ligeramente adaptándolo a lo que tú sueñas, pero siempre aprendes, porque aprendes tolerancia, aprendes  a escuchar y a escucharte, y sobre todo aprendes a escribir.

Y mis lectoras favoritas. Las llamé así desde el principio, porque aunque había también hombres, todas eran personas. Las identifique como personas y a veces al principio añadía ese nombre entre paréntesis, pero después me acostumbré y me di cuenta de que el genérico también es cuestión de tiempo. De hábito. Sí, ellas eran todas las personas que comenzaron a confiar en mí, a decirme que les gustaba lo que escribía, que lo leían y disfrutaban: que me animaban a seguir escribiendo. Yo sabía que era un martirio para ellas, porque yo les enviaba lo que escribía por capítulos. Yo tenía todas las ideas conectadas en mi cabeza, pero ellas tenían que esperar largo tiempo para hilvanar un capítulo con otro, y en ese tiempo se les olvidaba y les costaba trabajo conectar con los anteriores. Sé  que algunas lo que hacían era archivarlo, para después leerlo todo junto. Cada una hizo con mis envíos lo que quiso, pero lo cierto fue que a mí me obligaron a seguir escribiendo y me dieron la moral suficiente como para creerme escritor.

 

 

 Escritor de bolsillo y de pueblo

 

En la conferencia sobre el arte de escribir me identifiqué como escritor de bolsillo, porque lo que tengo escrito está en los móviles de cualquier persona. En mi página web se lee y se descarga gratuitamente todo lo que escribo. Por eso, aunque la mayoría de las personas no lo sepan,  todas me llevan en su bolsillo. También me identifiqué como escritor de pueblo. O de barrio, porque en los pueblos y en los barrios es donde se encuentran las personas obreras, las trabajadoras. Yo desde el principio me identifiqué con ellas. Me identifiqué con la cercanía, porque siempre las he visto así: a mi lado.

Después de mi primera intervención literaria continué mi acercamiento a las personas a través de los recitales poéticos. Coincidió con mi encuentro con Luis Arranz. Después de más de cuarenta años, el grupo que terminó Magisterio en la primavera del 69, nos citamos en una cena. Fue un encuentro impresionante, el reconocimiento mutuo siempre iba acompañado de anécdotas y de risas. Luis me contó su afiliación al sindicato en Cataluña y al hilo de nuestras afinidades ideológicas surgieron también nuestras coincidencias  literarias. Él me habló de sus trabajos poéticos y yo de mis escritos. Me comentó que había organizado algunos recitales con un grupo de rapsodas en Sabadell, y yo le hablé de  las pretensiones de la asociación de vecinos, a la que pertenecía, de hacer actos de ese tipo. Se dio además la casualidad de que mi compañera Margarita tenía preparados varios recitales, porque los había hecho con sus alumnos. Entre los tres, y con otro invitado de lujo, Juan Manuel Pradera, comenzamos la andadura de los recitales poéticos. Comenzamos recordando a Antonio Machado. Lo hicimos en la biblioteca Rafael Alberti, de Fuencarral, y tuvo una excelente acogida. Repetimos en Nava de la Asunción y el resultado también fue extraordinario. El contacto con la gente, su agradecimiento y su cercanía, nos llevó a seguir programando nuevos recitales, y así recordamos a: Cervantes, Miguel Hernández, Marcos Ana y García Lorca. También nos llevó a la incorporación al grupo de Roberto. Las localidades también aumentaron, a las iniciales se unieron Gomezserracín, Sanchonuño y Navas de Oro. Con García Lorca dimos el salto hasta Segovia, allí, en su biblioteca pública, nos dimos a conocer ante una ciudad llena de cultura y de nostalgia para todos nosotros.

 

 

Enseñanza

 

La enseñanza no era mi primera opción. Lo mío siempre fue la fantasía. Pero en la época en la que descubres que de la fantasía no se vive, te agarras a los números. Las matemáticas, o cualquier trabajo relacionado con su uso, era la forma que me parecía idónea para ganarme la vida y para conseguir el sustento de forma holgada sin tener que renunciar al tiempo necesario para el desarrollo de la fantasía. Los hechos fueron demostrando que los caminos imprevisibles son los que te suelen llevar al destino final.

Comencé a disfrutar de la enseñanza con el paso del tiempo. Al principio tuve que dominar mis impulsos y aceptar sumiso las orientaciones de la institución religiosa del colegio, pero el maestro siempre tiene la última palabra y educa también con sus gestos, con sus actitudes y con su ejemplo. Todo culminó cuando fui dueño de mis propias ideas y tuve una completa libertad de enseñanza.

Pasé dieciséis años recorriendo todos los cursos de la enseñanza Primaria desde el año 1970 hasta el 1986 que fui requerido para representar a mis compañeros en el sindicato. A todo esto, que está relatado con anterioridad, he de añadir mis dos regresos al aula. Para mí hay dos tipos de sindicalistas: los que nunca vuelven a su puesto de trabajo y los que lo hacen siempre. Yo soy de los segundos, los que vuelven a su puesto de trabajo porque saben que el sindicalismo siempre es trabajo por delegación.

Volví al centro después de diez años de vida sindical intensa. Me encontré con un mundo nuevo. La enseñanza no se parecía en nada a la que había dejado. El colegio se había convertido en mixto y el número de alumnos por aula se había reducido a la mitad. La conjunción de ambas cosas dio un resultado estupendo, la enseñanza en España se empezaba a democratizar, pero pronto me daría cuenta de que quedaba mucho camino por recorrer.

No, la enseñanza no fue mi primera opción, pero la última sí. Las matemáticas se convirtieron en filosofía y la filosofía en enseñanza. Todo un proceso que culminó con mi último regreso al colegio. En marzo de 2013 yo ya estaba de vuelta de todo. Llegué con una jubilación parcial, con contrato de relevo en el bolsillo, y con 62 años a punto de cumplir. Tenía que ir dos mañanas a la semana y dar lo que me diese la gana y como mejor me pareciese. Enseñé con plena libertad porque mi compenetración con el director que había en ese momento fue total. Él sabía quién era yo, el tiempo de estancia que me quedaba en el colegio  y lo que podía aportar. También sabía que con 62 años, y más de cuarenta de vida laboral, no podría tener contra mí ninguna actitud represiva en el entorno laboral. Y yo también sabía que en el tiempo tan escaso que me quedaba en el colegio, ser cabecilla de cualquier tipo de reivindicación laboral era sencillamente absurdo. Yo ya lo tenía todo reivindicado y ahora les tocaba a otros defender sus condiciones laborales en el supuesto de que las quisieran mejorar.

Así pues, en nuestro primer encuentro, yo le expuse mis planteamientos y a él le parecieron estupendos. Le dije que en los últimos años, en mis ratos de ocio, me había dedicado a la realización de talleres literarios y se los enumeré: un taller de guion de cine, otro de escritura tutelada de una novela y el último de poesía. Con estos datos le dije que lo que me gustaría hacer en el poco tiempo que me quedaba de enseñanza era transmitir a los alumnos mayores de Primaria -quinto y sexto- esos conocimientos de literatura.

No hubo ningún problema, él me pidió que durante los meses que quedaban del curso actual yo me ajustase a las necesidades propias de la programación y que para el curso siguiente incluiríamos mi propuesta. Y así fue, en el curso 2013-14, me buscó acomodo en el área de Lengua, en una especie de taller de lectura y escritura. Me puso en contacto con quien impartía la materia y el entendimiento fue total: yo aportaría una nota de creación literaria y él la tendría en cuenta a la hora de las calificaciones finales definitivas.

El comienzo del curso fue apoteósico. La conexión con mis alumnos fue total. El primer día les expuse mi plan de trabajo, que consistía: en lecturas, en escritura de cartas, de poemas, de artículos y de cuentos; en diálogos de actualidad sobre temas por ellos elegidos, y…, en un aprobado garantizado para todos. Finalicé mi primera clase con la lectura de una carta de un libro que llevaba en mis manos. Les mostré la portada y la contraportada, les dije que lo había escrito yo y que pretendía trasmitirles mis conocimientos sobre la escritura:

 

                                    Mi amigo Rafa de Ubrique

 

Hoy he escrito una carta de amor a una mujer desconocida. Rafael es de Ubrique, no sabe leer, no sabe escribir, sólo hay dulzura en su rostro. Intenté enseñarle en las tardes sufridas en el campamento, pero fue poco el tiempo; aprendió algo, pero no lo suficiente. Aprendió a estimarme y a envidiarme sanamente, y yo aprendí a quererle, como a mis primeros alumnos, aquellos que aparecieron con seis años ante mí como mi primer reto: mi primer asalto a la vida.

Me dijo que le leyera la carta de su novia, que quería escucharla una vez más; antes se la habían leído otros. Rafael sólo tiene amigos, nadie le puede hacer daño, su sonrisa y su chispa frenarían en seco al que quisiera hacerle mal. Sólo las alimañas le pueden dañar, por eso, los militares se ceban en él y le maltratan, se burlan los cabos, le sacuden los sargentos. Por eso les odio. Cada burla, cada cachete en su espalda, me hiere el alma, y la rabia por esta impotencia me atormenta.

Me ha pedido que le escriba una carta a su novia, lo hago con agrado, disfruto... El me dicta y yo escribo. De vez en cuando, introduzco una frase que expresa tiernamente la  llama de amor que aprecio en sus ojos. Se la leo y se enciende aún más, y, casi llorando, me dice -eso es lo que quería decir- y me dice que me lo agradece mucho y que siente un montón tener que marcharse y no volver a verme.

                                    Intento consolarle:

¾Sí nos volveremos a ver, volverás, allí no os pueden tener todo el tiempo.

 

Todo el campamento se habían pasado los cabos amenazándonos con ir a Tisla, es el puesto más interior del Sahara, es donde más contraste hay entre el día y la noche: por el día se sobrepasan constantemente los cincuenta grados, por la noche cuatro o cinco bajo cero. Ese cambio es insoportable, algunos tienen problemas hasta para orinar. Allí sólo hay un pequeño campamento, sólo hay militares, militares y "siroco" -viento del desierto cargado de polvo que te vuelve loco.

Allí iréis de cabeza si doy un parte de vosotros, porque hacéis mal las cosas -nos amenazaban los cabos y los sargentos.

 

Y allí fue Rafael. Era pequeño, era analfabeto, era débil, sólo tenía una cara de niño inocente y una sonrisa eterna, un chiste en el momento oportuno para alegrar al que le contaba una pena y una generosidad absoluta. No tenía nada suyo. Cuando recibía comida, esa que nos llegaba a todos enviada en un paquete, se hacía la fiesta. Aparecía el vino, lo comprábamos entre todos, y el barracón entero vivía una noche de alivio y de juerga. Por eso, pensaron los del ejército que sólo servía para estar escondido en el último rincón de esta zona conquistada en vez de estar feliz en su pueblo; feliz con su novia, que le escribía cartas dulces, que le leíamos los compañeros. A veces hacíamos corro cinco o seis. Uno, habitualmente yo, le leía la carta y el resto, en respetuoso silencio, le daba muestras de nuestro cariño.

 Un día recibió una cinta. Cogió un radiocasete, buscó un rincón del barracón y un momento de soledad, y se quedó escuchando él solo. Por primera vez no necesitaba de los demás y vivió en soledad el primer momento. Sólo fue el primero, porque cuando hubo saboreado todo el amor que en la cinta le enviaba su amada, nos llamó sonriente y nos dejó escucharla. Después cogió una cinta virgen, buscó nuevamente un rincón y un momento de soledad y contestó.

 

...Hoy escribo una carta de amor a una persona desconocida, la escribo con amor y con gusto. Enfrente está Rafa dictando. Le escucho, le corrijo, le leo lo escrito, y la chispa que veo en sus ojos me da fuerza, me anima y me conforta...

(Cartas del Sáhara nº  37)

 

           

Ellos entendieron mi mensaje y yo fui sorprendido por una ráfaga de aplausos improvisados. Fue la primera vez que recibí aplausos espontáneos de mis alumnos. Los aplausos siempre saben muy bien, pero los aplausos de los alumnos tienen un sabor especial: el sabor de la inocencia.

 

Desde el principio todo fueron satisfacciones. La primera fue la de mi presentación oficial en el centro. Cuando llegué, en marzo del 2013 el curso estaba en su fase final y apenas tuve tiempo de darme a conocer, pero al final se organizó un acto en el que participaban todos los grupos de Primaria. Cada grupo tenía una actuación y terminaba con unas palabras de despedida del director. Yo me colé. Propuse al equipo organizador que me dejasen decir unas palabras. Argumenté, que como había llegado en marzo era un desconocido para la mayoría de los alumnos, y que me gustaría presentarme. Así lo hice, y mi presentación concluyó con una ovación cerrada por todos los que llenaban el salón y por una petición de autógrafos de los más pequeños.

Subí al escenario con un sombrero de paja. Les expliqué que era escritor, que llevaba el sombrero como recuerdo de un regalo que hice a mi hija el día de su boda y que les iba a leer el poema que le regalé, porque los alumnos son para los profesores como sus segundos hijos. Y les leí el poema:

 

 UN FRESNO ES MI REGALO

 

Un fresno es mi regalo

tú sabes dónde está.

 

Se le cortan sus ramas,

se hacen trozos sus brazos,

se almacenan, se queman.

 

El amor es un fuego,

una llama encendida que necesita leña,

atízalo, Javier

y tú, Alba, también.

 

Un fresno es mi regalo

tú sabes dónde está.

 

Cabezota pelada

que abraza un cuerpo erecto.

Raíces que  penetran

en la tierra profunda.

Corazón oprimido

que esconde un alma noble.

 

El amor es un fuego

una llama encendida que necesita leña,

atízalo, Javier

y tú, Alba, también.

 

Un fresno es mi regalo

tú sabes dónde está.

 

Tallos buscando el cielo

que brotan otra vez.

Semillas que se esparcen

en la tierra mojada.

ojos crepusculares

que vuelven a nacer.

 

El amor es un fuego

una llama encendida que necesita leña,

atízalo, Javier

y tú, Alba, también.

 

El amor es un fuego

no lo dejéis apagar

 

Un fresno es mi regalo

tú sabes dónde está.

 

 

En esta situación de privilegio estuve dos cursos y medio. Fue la etapa más feliz de mi vida en la enseñanza. Gocé de la enseñanza en plenitud. Daba a mis alumnos de quinto una hora a la semana, y a los de sexto, dos. Con esa brevedad, ellos no se cansaban de mí, ni yo de ellos, siempre nos guiaba la motivación. Yo estaba motivado con la preparación de mis clases y ellos respondían esmerándose en hacer lo que les pedía.

Hablé con la orientadora del colegio para que los que tenían dificultades de aprendizaje, con los que ella tenía un plan especial de recuperación, permaneciesen con el grupo durante mis clases de lectura y escritura. Le expuse mis planteamientos de exigir a cada cual en función de sus capacidades y le pareció excelente. Así tuve la ocasión de poner un sobresaliente, a uno de esos alumnos con dificultades, porque hizo un trabajo ímprobo en la escritura de una carta dedicada a sus padres. La felicidad de un niño con dificultades de aprendizaje al verse con un sobresaliente en su mano es algo que quedó grabado para siempre en mi memoria.

Tuvimos un proyecto conjunto que no llegó a ver la luz. Mi idea era editar un libro de cuentos, cada uno aportaría el suyo y yo lo haría con el mío, que titulé, El paralelepípedo,  pero surgieron algunas dificultades para poder llevarlo a la práctica. La primera, y fundamental, la de encontrar una editorial. A mí me resultó imposible, entonces pensé en una autoedición donde cada uno aportase la parte correspondiente, pero ahí también había problemas, porque no todas las familias disponían de los recursos suficientes para poder realizar dicha aportación, y los alumnos, al ser menores de edad, dependían de la firma y la autorización de sus padres. Además el tiempo empezó a correr muy deprisa, mi etapa educativa finalizó en junio de 2015, y aunque intenté seguir conectado por los hilos de los correos electrónicos, todo se fue apagando lánguidamente. De todas formas, nunca es tarde, porque todo lo que se escribe queda en algún rincón guardado, y siempre hay una segunda oportunidad para quienes tienen la constancia como norma de conducta y guardan la paciencia en el fondo de sus corazones.

 

Mi despedida de la enseñanza fue muy emocionante para mí, yo les  regalé estos salmos:

 

Escribiré versos de amor en la azotea de mis clases de quinto y de sexto.

Buscaré en el interior de corazones incipientes la esencia de la vida.

Modelaré mi alma al son de cánticos de gargantas inocentes, degolladas por leyes que cambian al ritmo de intereses mezquinos.

Agarrado a los sentimientos, comulgaré con los intrépidos, con los nerviosos, con los mansos, con los agradecidos, con los simpáticos, con los ausentes…

Repartiré con ellos mi pan y mi vino, regalaré a ellas mis versos, y a ellos su música, y juntos construiremos un jardín de rosas.

Sortearemos juntos los cardos y las zarzas del camino, apartaremos las espinas y buscaremos las flores del edén de los sueños.

Buscaremos, entre las cenizas, el ascua origen de la vida y resoplaremos fuerte, como la primera vez cuando fuimos mariposa sin alas.

Cada uno, a su ritmo, florecerá en la primavera que escondemos en nuestros corazones.

Y así, todos juntos, comeremos el turrón y las uvas y viviremos el cuento interminable de la vida.

Escribiré versos de amor en la azotea de mis clases de quinto y de sexto.

 

Y ellos me hicieron el mejor regalo posible: me llenaron de aplausos.

 

 Al final, la fantasía y la enseñanza caminan de la mano y lo que escribo es enseñanza, solo para quien lo quiera leer, abro mis puertas de par en par y quien quiera que pase.

Enseñar lo que sé, de maestro a mis alumnos; de sindicalista, a los principiantes; y ahora, con lo que escribo, a quien me lea. Lo decía al principio, porque a mí no me gusta engañar a nadie, quien crea que no aprende nada con mi lectura que lo deje. Que no pierda el tiempo. Yo no escribo para quien ya lo sabe todo. Yo escribo para aprender yo y para que aprendan los demás. He aprendido mucho escribiendo este libro. Yo, en este sentido, soy socrático: Solo sé que no sé nada.  Y ahora ya, no sé si escribo para enseñar o enseño para escribir.

En estos momentos la fantasía y la enseñanza, o mejor dicho, dar a conocer, sacar a la luz lo que llevo dentro, se ha convertido en mi razón de ser.

 

 

Un lugar de encuentro

 

El 28-11-2016 di mi primera conferencia literaria y los días 21, 22 y 23 de septiembre de 2018 organicé mi primera fiesta en La Linde.

La Linde es un lugar de encuentro. En la fiesta de mis lectoras favoritas nos juntamos más de un centenar de personas en torno a los diferentes actos que se celebraron. (Adjunto el programa como anexo XI por la importancia que tuvo el evento para mí). Fue la presentación amistosa de Tetas: la fuente de la vida.  La formal la haría en marzo del año siguiente en el Ateneo 1º de mayo de CC.OO.

Concurrieron muchas circunstancias. La primera y fundamental fue el hecho de mi jubilación, que me permitió primero terminar el libro y después tener el tiempo suficiente para organizar el acto. La segunda recompensar, en la medida de lo posible, el sufrimiento a que había sometido a mis lectoras durante siete años con envíos periódicos, pero muy distanciados en el tiempo. Una tortura que quería recompensar. Se juntó además un otoño, con sus colores cálidos, que ofrecía una gran variedad de productos de la huerta para ser degustados. Y por último el ofrecimiento de Juan y José Andrés de ser los cocineros especializados en barbacoa.

Me gusta mucho leer a José Luis Sampedro. Le considero como uno de mis mejores maestros. Un libro suyo, Escribir es vivir, me sirvió como libro de texto ante mis alumnos de quinto y de sexto en los dos últimos años de mi actividad docente, y me sirvió también como referente para mi primera charla literaria. Coincido con él en muchas cosas, en el libro que he mencionado dice que a él las ideas le venían a la seis de la mañana, las mías son mucho más díscolas y me vienen cuando les da la gana, pero siempre a esas horas nocturnas un tanto intempestivas. También dice, y yo lo saco a relucir cuando intervengo en algún acto cultural, que el escritor es como una vaca, y que una vez que tiene las ideas les da muchas vueltas, las rumia, al igual que hace el animal. Yo lo cuento, y apostillo que el número de golpes de rumia que da la vaca está alrededor de los treinta y dos, y cuento la anécdota de la enfermedad de la Garbosa y de mi vigilancia, con tan solo siete años, para el recuento de los dichos golpes, porque según mis padres para que la Garbosa sanase tenía que dar para cada bolo alimenticio 32 golpes. Rumiar y hacerlo bien, era la señal de que la vaca superaba su enfermedad. El escritor hace lo mismo con las ideas: darles vueltas y hacerlo el número de veces necesario, es la señal para que el escrito sea bello.

Sí, las ideas son así de caprichosas. Las mías, además de ser intempestivas, suelen ser antojadizas con los lugares: casi siempre pasan por La Linde. Por eso a lo que apuntaba José Luis Sampedro de la importancia, para todo escritor, de saber a qué hora pasan las ideas yo sumo la de saber por dónde pasan.

La Linde es un lugar de encuentro, es por donde pasan las ideas y es donde pretendo que se reúna la gente para discutirlas. El vídeo que hice, y que subí a YouTube, para inmortalizar el evento comenzaba así:

 

La linde es la fuente de mi inspiración. Es un todo. Un concepto global de la vida. Las personas y la naturaleza intercambiándose vivencias.

La Linde es un lugar de recreo, de ocio, de entretenimiento, pero sobre todo es un lugar de relajación y de encuentro.

Una huerta es un espacio de agradecimiento. Es el lugar donde se encuentra el precio justo de las cosas. Un precio que solo se corresponde con el trabajo y que está exento de la especulación y las plusvalías. Es la excusa ideal para compartir. Para compartir productos y para compartir sentimientos. Y compartir es el único camino que nos lleva a la paz y a la felicidad.

Las plantas son muy agradecidas, las acaricias con el borde de la azada y menean lentamente sus hojas, levantan imperceptiblemente sus tallos  y te envían una sonrisa. Te indican cuando están maduros sus frutos, ofreciéndotelos generosamente. Lo hacen con colores bellos y relucientes: el rojo de los tomates, de los pimientos, de las fresas y las frambuesas; el verde de las judías y los calabacines; el amarillo de las uvas y los múltiples colores que adornas las manzanas, las peras, las ciruelas, los melones, las sandias y las calabazas. 

 

Sí, La Linde es un lugar de encuentro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bigamia

 

Frente a la poligamia: régimen familiar en que se permite, generalmente al varón, la pluralidad de cónyuges, y la monogamia: régimen familiar que no admite la pluralidad de cónyuges, está la bigamia: casado con dos personas a la vez. (RAE)

 

Me gusta la capacidad de síntesis de la RAE. Resume en una frase mundos complejos que a mí me gusta enredar. Por eso yo le voy a dedicar un capítulo entero a una sola palabra. Claro, yo no soy la RAE y puedo permitirme ciertos caprichos. Así os doy, mis queridas lectoras -personas- favoritas, la posibilidad de leerlo o de dar un salto y pasar al capítulo siguiente. Pero ya no hay siguiente, solo quedan las conclusiones, y por eso me temo que, si habéis llegado hasta aquí, ya no os vais a aventurar a perderos este desarrollo de una sola palabra que por capricho de un humilde escritor se convertirá en todo un desenlace. Sí, la RAE sintetiza mucho, pero a veces introduce un ligero  matiz que lo cambia todo, pero lo deja en interrogante: generalmente al varón. Yo quiero complicarlo un poco más acudiendo a la antropología.

La poligamia, del latín polygamia, es el estado o la cualidad de polígamo, o sea una persona que está casada o que mantiene relaciones con varias personas del otro sexo de manera simultánea. Es el régimen familiar que permite que un individuo esté casado con varios individuos al mismo tiempo. El término hace referencia tanto al hombre que está casado con varias mujeres, poliginia, como a la mujer que está casada con varios hombres, poliandria. Esta condición es muy poco frecuente dado el peso del machismo en el mundo.

La monogamia es el tipo de vínculo sentimental que no permite la multiplicidad de cónyuges. Los miembros de una pareja monógama, por lo tanto, no tienen relaciones íntimas con otros sujetos. Se basa en la exclusividad: el individuo monógamo mantiene un lazo único con su pareja

 

 

Yo creo que en la bigamia está la felicidad. Es el término medio. Y se entiende en igualdad. Una persona se relaciona sentimentalmente con dos personas a la vez: Vida y Libertad.

         La bigamia es, pues, mi recomendación personal. Tiene las ventajas de Vida, que te proporciona la seguridad y la tranquilidad; y las de Libertad, que te permite soñar, porque siendo solo una, tú te la puedes imaginar con miles de caras. En la bigamia está la felicidad. Sí, yo creo que en ella se encuentra lo mejor de ambas.

En una vida conyugal larga solo hay dos opciones: la rutina o la suma. La rutina es consecuencia del aburrimiento y lleva consigo a la muerte de los sentimientos. La suma es el trabajo:

 

 El amor es un fuego.

Una llama encendida que necesita leña.

Atízalo, Javier.

Y tú, Alba, también.

 

El amor es un fuego.

No lo dejéis apagar.

 (Un fresno es mi regalo)

 

Y lleva consigo el mantenimiento de la llama encendida.

El ejemplo más simple, en el primer caso, sería: el mejor orgasmo es el primero. Los demás son rutina.

Y el ejemplo más claro, del segundo, sería: el mejor orgasmo es el último. Es la suma de todos los anteriores.

La bigamia es una suma, porque eso es la persona perfecta: una suma de la que realmente es y de la que a ti te gustaría que fuera. Ser feliz con ella es muy sencillo, basta con disfrutar de la que es y de imaginar que disfrutas de la que te gustaría que fuese.

Vida siempre te da la mano, desde aquella primera vez en una avenida que cambió de nombre hasta la última noche en el lecho compartido. Ella siempre está a tu lado.

Y Libertad siempre vuelve. Por eso siempre le estaré agradecido, volvió en Tetas: la fuente de la vida:

 

La joven pareja enamorada ha alquilado un apartamento en un rincón de una playa gallega. Es un pueblo pequeño del municipio de Sangenjo, pero muy próximo a la zona turística de la Lanzada. Pasarán allí quince días. La hija se lo ha dicho al padre. No le ha pedido permiso, le ha informado:

¾  Padre, hemos cogido un apartamento en Noalla para la segunda quincena de julio.

 

Y vuelve ahora, cuando Aria y Mara, toman el relevo a Vera y a Nicolás y se quedan dormidas sobre mi pecho. En ese dormir, que no sé si es de ellas o es mío, y en ese soñar compartido, disfrutando de todos los recuerdos, ella vuelve a mi lecho.

 

A veces Vida y Libertad juguetean con mi mente para deleitarme. Entonces Libertad toma la cara de Vida y yo me pongo a soñar. No sé si ellas lo saben, si se dan cuenta que están juntas en mi cabeza, pero a mí me proporcionan una tranquilidad absoluta.

Vida me muestra su cara más oculta. Se muestra ante mí con todo su esplendor, desnuda de cuerpo y desnuda de alma, con todos sus encantos y sus fantasías sexuales y exploto:

 

Subiendo por tu cuerpo… Le dijo el Escritor en Madrid una de las noches en la que la puerta estuvo cerrada,… la senda del costado

Y ahora en el lecho; el Escritor subía…, subía y bajaba. Su lengua subía y bajaba por la línea más sensible de su espalda, y ella recordaba. Recordaba el soneto alejandrino. Y el nombre del poeta: Javier Egea, el olvidado, el atormentado, el desesperado… el suicida…

me llego hasta tus senos donde apasiona el vuelo,

Y llegaba… y volaba…, y ella lo recibía y también volaba…

lanzo el ancla a tus labios, me enredo por tu pelo

Y la voluptuosidad que desprendían sus labios la atrapaba, y ella también se enredaba, sus dedos se enredaban entre los cabellos de él para atraparlo…

y vienen, van los besos, en un vaivén callado.

Para poseerlo, para disfrutarlo…

Con qué pasión se vence tu cuerpo enamorado

Desde el coxis hasta la nuca su lengua se paseaba. Despacio, recreándose…

cuando grito mis versos, te beso y me consuelo;

Regaba de saliva la piel que recubría las protuberancias de su columna vertebral como pétalos de rosas cubiertos de rocío…

con qué pasión de amor, con qué dulce desvelo

Y penetraban hasta el interior, hasta la médula…,

pasas las lentas noches quemándote a mi lado.

para revolucionarla, porque no era solo la espalda quien recibía las caricias…,

Y cuando llego al punto más cálido, en el lecho,

desde el interior de su médula se ramificaban…

me desbordo de versos, de besos, trecho a trecho,

y llegaban a todas las partes de su cuerpo…,

y hago brotar el canto más bello y más alado.

con la misma intensidad y el mismo erotismo…,

Para tu boca tengo los labios más amantes,

y ella se abría, todo su cuerpo se abría y gozaba al notarlo…

para tus labios tengo los besos más quemantes,

y cuanto más se abría, él más dentro llegaba…

para tus besos tengo mi verso enamorado.

Un verso enamorado que buscaba todos los rincones de su ser y que penetró hasta lo más profundo de sus entrañas.

¾           ¡Ser dos en una y al mismo tiempo ser tres! ¾le oyó decir.

Un verso enamorado que a ella le obligó a gritar:

¾           ¡Te quie…ro…!

(Tetas: la fuente de la vida. Él en sus manos: el círculo del amor)

 

Y Libertad se asoma y trasciende. En algún momento la he poseído, ahora lo sé, porque la veo alejarse. Me doy cuenta de que la he tenido, he disfrutado de ella, porque veo que se va. Se va, se aleja, me mira de reojo, sonríe y me dice: ¡Ahí te quedas, si no te has dado cuenta de que me has tenido, es tu problema!

Bigamia, dos voces y un mismo destino: la felicidad. Las manos y la fantasía: bigamia.

No sé si lo saben, pero juntas forman la orquesta orgásmica, con sus luces, sus olores, sus sabores, y con las yemas de sus dedos acariciando todos los instrumentos. Con ellas aparece la música, el único arte que te acompaña durante toda la vida, desde tu estancia en el útero materno hasta el final en la tumba.

Tal vez, al final de todo, Vida y Libertad se crucen en su camino y se saluden levantando parsimoniosamente su mano.

Entonces Vida dirá: Gracias por haberte conocido y Libertad contestará: Has hecho bien disfrutando de ese periodo corto de la existencia, yo sabré a partir de ahora disfrutar de la eternidad. Se sonreirán, porque cada una habrá comprendido su significado y su sitio en el mundo. Vida, un camino efímero con su principio y su final, y Libertad, un anhelo que se busca en el horizonte, pero que solo se consigue cuando pasas a formar parte del mundo de los recuerdos. Porque los recuerdos perdurarán siempre y serán el sueño de otras personas que seguirán buscando el paraíso de la libertad.

 

Y entonces te darás cuenta de que la felicidad que creías vislumbrar en el horizonte, la has dejado ya atrás.

 

CONCLUSIONES

 

No sé si esta historia tendrá algo que ver con los ensayos filosóficos, pero yo por si acaso he buscado en internet y he encontrado que todo ensayo tiene que comenzar con una introducción, debe seguir con un desarrollo, y tiene que terminar con unas conclusiones y anexos. Aunque quizá no sea muy literario señalar aquí las conclusiones, que debería sacar el lector, lo voy a hacer por seguir las recomendaciones que sobre la forma de escribir un ensayo he recogido de un medio que es el dios de nuestro tiempo. De todas formas así también os doy oportunidad, queridos lectores y queridas lectoras, de hacerme llegar vuestras opiniones, porque como ya sabéis todos mis escritos están en mi página web y a través de ella me las podéis comentar.

 

Las previas

 

Antes de pasar a enumerar mis conclusiones quiero que recordéis, o volváis a leer, lo que al principio os adelantaba sobre mi idea de la felicidad. Después de concluido el texto, me ratifico en lo expuesto al principio sobre algunos elementos fundamentales para su logro, que resumo en los siguientes enunciados:

La importancia del Eros.

La vida es una suma, lo importante es saber lo que se suma.

La empatía.

Encontrar tu sitio.

La solidaridad.

La metáfora.

La felicidad según mi padre.

La felicidad según mi madre.

 

Una

Píldoras

 

Cuando uno se pone a escribir desconoce los acontecimientos que van a condicionar su escritura. Yo nunca supuse que un bichito minúsculo e imperceptible fuese a meterse en mis conclusiones sobre la felicidad.

La aparición de la covid-19 condicionó en parte mi trabajo. Y digo en parte, porque incorporé un capítulo nuevo, y porque tuve la tentación de incluir también en el núcleo fundamental de la historia estas píldoras, que finalmente les he buscado acomodo en este apartado de conclusiones.

Las quise poner en el capítulo de la felicidad colectiva, porque el covid-19 nos ha demostrado que la felicidad individual no existe, o si existe, en el mejor de los casos es frágil y efímera, porque viene un bichito insignificante te mata, o mata a un ser querido, y te la destruye.

Entonces te das cuenta de que la felicidad depende de los demás y que solo siendo felices todos, tú puedes serlo también. Por eso le intenté hacer un hueco en ese capítulo, pero después me di cuenta que no hilaba lo suficiente con la historia original y que se notaría demasiado que había sido fruto de la dichosa encerrona y colocado con calzador. Pensé que su sitio era este, el de las conclusiones, porque cogí confianza en mí mismo y me di cuenta de que mi historia no era una novela al uso, era un ensayo, o quizá ambas cosas a la vez, entonces pensé que aunque fuese un principiante, las nuevas circunstancias le habían dado esa dimensión, y para ser coherente estas píldoras las tenía que poner en su sitio: en el de las conclusiones. 

Las píldoras del confinamiento fueron una medicina, una especie de salmos como las llamé yo o de haikus como las definió mi amiga Pepa Alcrudo. Me las inventé  para la consecución de la felicidad colectiva, objetivo pretencioso, que es la que buscamos quienes creemos que la podemos, o al menos la debemos, buscar en este mundo.

Las religiones también creen que hay una felicidad colectiva, pero será en otro mundo: pasan la pelota a Dios.

Fueron mi medicina para seguir adelante, y fueron escritas pensando que lo fuesen también para quien las leyera. Están divididas en tres partes:

Las primeras que fueron escritas mientras duró la lucha por doblegar al virus -confinamiento-, tenían el carácter de preguntas sarcásticas sin ánimo de criticar ni censurar, pues era el momento de unirse, de aceptar que a quienes les había tocado el momento de tomar las decisiones eran las personas que nosotros mismos habíamos elegido, directa o indirectamente, y que ya habría tiempo después de hacer todas las criticas pertinentes.

Las segundas fueron escritas en el momento en que había que buscar soluciones -la desescalada-, en ellas sí había ya una dosis de crítica, aunque fuese disfrazada de ironía, pero sobre todo había salidas, salidas que la mayoría considerarán utópicas, pero si algo me ha demostrado la escritura de este ensayo es que la utopía es el refugio donde se esconden la mayoría de los humanos. Todos aquellos que llaman utópicos de manera despectiva a quienes no comparten sus ideas, son farsantes que no se quieren mirar en el espejo. No se puede aceptar que las utopías que se pretenden lograr en esta vida, las propias de los filósofos, sean de personas iluminadas e ilusas, mientras que las utopías que se guardan para después de la muerte, las de las religiones, sean de personas sensatas.

Y las terceras, fueron escritas en el tiempo que se dio en llamar de la nueva normalidad. Son ideas propias que aporto para la reflexión. Parto de la base de que los humanos se gobiernan mal, todos tenemos responsabilidad y todos tenemos que mejorar si queremos que nuestro planeta perdure. En ese sentido aporto mis soluciones para que la vida en este mundo sea más feliz.

La conclusión final que quiero dejar aquí es la siguiente: del comportamiento de los humanos depende la organización política de este mundo. Todos tenemos la responsabilidad de organizarnos mejor. La felicidad colectiva depende de nuestra forma de configurar las instituciones mundiales como la ONU o la OIT, y su coordinación con las  políticas de todos los estados o agrupaciones de estados.

 

Dos

Vida y Libertad

 

Vida y Libertad surgieron en un doble sentido: en paralelo a la metáfora y a la realidad. Personificar a las mujeres en dos categorías, unas ligadas a la vida, a lo real, a lo cotidiano; y otras, ligadas al sueño, al deseo, a la fantasía, a la ilusión; es simplemente manifestar que todo- tiene- rostro- de- mujer.

Pausanias -en el Banquete- también lo decía: hay dos tipos de Eros. Yo, estando de acuerdo en lo de los dos tipos, le corrijo en lo fundamental: donde él pone masculino yo pongo personas. Y la Afrodita Pandemos tiene la misma belleza que la Afrodita Urania.

A Diotima, también le corrijo sobre su discurso en el Banquete: los dioses tienen que participar también de la igualdad. La belleza participa de lo masculino y de lo femenino. Pero me acerco a ella: el amor consiste en aspirar a que lo bueno nos pertenezca siempre. Con Vida, el cuerpo viejo se inmortaliza en el cuerpo joven. Y con Libertad, nuestras fantasías y nuestra ciencia se perpetúan eternamente.

 

Tres

Encontrar tu sitio

 

Aunque ya adelante al principio la importancia de que cada uno encuentre su sitio, quiero profundizar aquí una vez conocidos los personajes de esta historia.

  Con el paso del tiempo Vida y Libertad fueron acomodándose y llegaron a encontrar su sitio. Y al encontrarlo ellas, yo encontré el mío.

Vida encontró su sitio a mi lado y fructificó. Lo hizo en los ochenta y con sus frutos logré mi definición sobre la felicidad: ser dos en uno y al mismo tiempo ser tres. (Tetas: la fuente de la vida. Él es sus manos: el círculo del amor)

Libertad también encontró su sitio y también fructificó. Fue un proceso lento, porque su sitio se consolidaba en la medida en que iba desapareciendo el miedo e iba apareciendo la solidaridad. Aunque el miedo no desapareció  nunca del todo si puedo poner la fecha de junio del año 2002 como la de su caducidad. En esa fecha publiqué los 500 ejemplares de Cartas del Sáhara y por primera vez di a leer lo que escribía.

Después vendría el 2003 y la guerra de Irak, el miedo volvería a dar un zarpazo, pero Libertad se había consolidado y supe aprovechar ambas cosas para publicar Nosotros

Sí, Vida  y Libertad encontraron su sitio y fructificaron.

No sé si fueron ellas quienes encontraron su sitio o fui yo quien se lo asignó, más bien creo que fue lo segundo, pero lo cierto es que encontrar tu sitio y asignar el adecuado a Vida y a Libertad es lo más importante para acercarte a la felicidad. Confundir el sitio de Vida con el de Libertad, o creer que ambos pueden coincidir, es engañarse a uno mismo. La persona que te toca, en el doble sentido, es imposible que sea la misma persona que aquella con la que sueñas. Y lo es por dos razones:

Primero porque si así fuese, Vida no tendría personalidad. Su personalidad sería la de tus sueños. Y en segundo lugar porque tendría que evolucionar según tu fantasía: primero sensual, después intelectual y por último joven.

Los hijos son el ejemplo más claro para entender la dualidad entre Vida y Libertad. Son totalmente Vida en su nacimiento y en sus primeros días: dependen totalmente de ti. Pero poco a poco van evolucionando hasta conseguir su plena independencia y transformarse en Libertad: abandonan el nido.

A los hijos les das todo, y te comunicas con ellos de todas las formas posibles mientras los tienes en tus manos, pero poco a poco van creciendo y se va haciendo más difícil comunicarte con ellos. Entonces ellos avanzan en su libertad y tú tienes que aceptarlo y hacer uso de ella para comunicarte con ellos: mis hijos a medida que fueron convirtiéndose en Libertad comenzaron a ser fuente de mi inspiración.

 

Libertad encontró su sitio. Vida encontró su sitio. Y las amigas también. Porque lo que comenzó siendo una duda, terminó configurándose como una hermosa realidad: todas eran personas. Primero personas, y como personas los afectos de amistad eran similares hacia los hombres y hacia las mujeres. Cuando escribí Tetas: la fuente de la vida, hice dos grupos de correo, uno para las mujeres: lectoras favoritas y otro para los hombres: lectores favoritos. Todos me aportaban lo mismo y el grupo de mujeres era ligeramente superior al de los hombres. Y entonces me di cuenta de que a lo largo de mi vida, en el trabajo, en los talleres o en los recitales, siempre las mujeres me acompañaban en un número igual o superior que el de los hombres. Mis amigas encontraron también su sitio, o yo se lo asigné.

El que todas las mujeres que se cruzan en tu camino encuentren su sitio, o el que tú les asignes uno en tu cabeza, es fundamental para encontrar en ellas toda su belleza. Entonces te das cuenta de que todas, sin excepción, son hermosas. Y a todas las quieres y a todas las respetas.

 

Cuatro

La generosidad: dar y recibir

 

No es lo mismo compartir que ser generoso. Se comparte lo que se tiene conjuntamente y se da lo que se tiene en exclusiva. Sin embargo ambas cosas se complementan. La consecuencia primera de saber compartir las cosas es que aprendes a dar y aprendes a recibir. Saber compartir lleva consigo el reparto justo de las cosas y dar lleva consigo el saber recibir.

 

Cinco

La importancia de las creencias.

 

Yo creo en las personas. No en todas, pero sí en las que están más próximas y en las que confío. Otros creen en un dios o en varios, pero tengo serias dudas de que haya personas que no crean en nada, ni siquiera en ellos mismos.

También creo en lo razonable: puedo creer que Jesucristo, Mahoma, Confucio… fueron buenas personas y sus ideas aportaron conocimientos para el bien común. Pero no puedo creer en lo no razonable: que una paloma -un ser superior- engendre un ser vivo en el cuerpo de una mujer virgen. Además Jesucristo no lo dice. Lo dice una persona -un papa- que tiene poca experiencia científica en cómo se engendran los hijos.

Cada uno tenemos nuestras creencias y debemos respetarlas. El respeto es fundamental para el logro de la felicidad porque elimina el miedo. Cuando yo he tenido miedo es porque no me han respetado. No han respetado ni mis ideas ni mis actitudes: cuando no se respetan las ideas aparecen las víctimas.

 

Seis

La masturbación de los pensamientos

Masturbación: Acción y efecto de masturbar o masturbarse.(RAE)

Estimular los órganos genitales o las zonas erógenas con la mano o por otro medio para proporcionar goce sexual.

 

La RAE se deshace de un vocablo embarazoso, con una simple frase que se remite a otro vocablo igual de embarazoso.

La masturbación es un ejercicio sano en la adolescencia. En la juventud el conocimiento de tu cuerpo es fundamental para una sexualidad sana y placentera. En la madurez, el conocimiento de tus pensamientos, de tus ideas, es igual de importante.

Tu reconocimiento personal es decisivo para tu autoestima. Si acariciar el cuerpo hasta que explote es bueno para la salud corporal, acariciar tus pensamientos hasta que una vez ordenados y analizados plenamente llegues a estar enamorado de ellos, es fundamental para tu salud mental.

         Acariciar los pensamientos es detenernos en su contemplación, deleitarnos en ellos: darles más de una vuelta. Solo así conseguiremos el camino para descubrir el bien.  Supongamos que uno tiene el pensamiento de que robar es la forma ideal para conseguir el bien, que es la manera adecuada para dar satisfacción a nuestras necesidades.  Si lo dejamos ahí, nos equivocamos; si le damos una vuelta, si acariciamos esa idea entonces nos daremos cuenta de que si nosotros robamos el resto de personas nos robará a nosotros. Y saldremos perdiendo, ellas son más y nos quitaran todo lo que nosotros hayamos robado y lo que tengamos como propio. Pues le pego, diremos, si seguimos por el camino equivocado. Pero igualmente ellas te pegarán a ti. Pues les mato. Pero ellas son muchas y alguna te matará a ti antes de conseguir tu propósito. Por el camino equivocado, por más vueltas que demos a nuestros pensamientos no conseguiremos explotar de gozo. Sería como si a nuestro cuerpo en vez de hacerle caricias, lo pellizcásemos. Así nunca llegaríamos al orgasmo. Con los pensamientos sucede lo mismo, acariciarlos es elegir el camino que nos lleva a explotar de alegría: a conseguir el bien y la felicidad. Si en vez de robar damos, las demás personas nos darán a nosotros. Si en vez de pegar acariciamos y halagamos, recibiremos de los demás caricias y halagos. Si en vez de matar ayudamos a vivir, recibiremos ayuda y nuestra vida será más placentera.

Conocer nuestro cuerpo, saber sus posibilidades de deleite es bueno. Conocer nuestra mente, saber sus posibilidades para llegar a conseguir el bien, y deleitarnos en ello  es todavía mejor.

 

Siete

La felicidad según Pepe Mújica.

José Alberto Mujica Cordano, más conocido como Pepe Mujica, es un político uruguayo. Fue el 40 presidente  de Uruguay entre 2010 y 2015,

 

Por la red suelen aparecer muchos bulos. Cuando aparece la imagen de una persona con su inconfundible voz, entonces la idea que se transmite es creíble. Durante la escritura de este trabajo me llegó una idea relacionada con la felicidad por boca de Pepe Mujica, fue una idea que se hizo viral y yo no dudé de su veracidad. La recojo como una de mis conclusiones y la relaciono con la que escribí en la introducción sobre la felicidad, según mi padre. Creo que ambos son personas de las que van quedando pocas, pero que es necesario no olvidar nunca.

         Pepe Mújica decía sobre la felicidad:

 

O logras ser feliz con poco, y liviano de equipaje, porque la felicidad está dentro tuyo, o no logras nada. Inventamos una montaña de consumo superfluo, y hay que tirar y vivir comprando y seguir tirando. Y lo que estamos gastando es tiempo de vida, porque cuando yo compro algo, o tú, no lo compras con plata, lo compras con el tiempo de vida que tuviste que gastar para tener esa plata. Pero con esta diferencia: la única cosa que no se puede comprar es la vida. La vida se gasta, y es miserable gastar la vida para perder libertad.

 

Ser feliz con lo que se tiene, según mi padre. No se puede comprar el tiempo de vida, la felicidad está dentro de ti y no en el consumo de lo superfluo según Pepe Mújica. Coincidencias.

Quizá uno de los secretos de la felicidad sea ese: ser los dueños y los gestores de nuestro propio tiempo y de nuestras necesidades.

 

Ocho

La importancia de saber distinguir las ideas de los mensajes.

 

Las ideas se firman, se argumentan, se contrastan, se demuestran y se respetan. Tienen la finalidad de la reflexión: la fuerza de la razón.

Los mensajes no se firman, se pasan. No se discuten porque no tienen interlocutor, carecen de argumentos y no se pueden demostrar. Su finalidad es el engaño: la fuerza del poder.

Las ideas no se convierten en mensajes. Las ideas se convierten en conocimientos. El teorema de Pitágoras no se difunde a través de las redes sociales, se estudia en las escuelas.

Todos los políticos son iguales es un mensaje. Nadie lo firma. Nadie lo argumenta ni lo demuestra. No se estudia en las escuelas.

Las personas que tienen ideas en su cabeza son personas libres y sabias, y pueden ser felices. Las personas que tienen mensajes en su cabeza son esclavas y difícilmente llegarán a ser felices.

En los momentos actuales, en los que los medios de comunicación y las redes sociales se están apoderando del espacio que tradicionalmente han ocupado los filósofos, es bueno tener esta reflexión clara: solo nos harán felices las ideas. Los mensajes entorpecerán el camino.

 

Nueve

El amor en igualdad tiene sus ventajas: aprendes a compartir.

 

Y saber compartir es fundamental para descubrir el camino de la felicidad. Se comparte lo que se tiene conjuntamente, pero hay que saber hacer bien el reparto. A veces pensamos que repartir es hacer partes iguales entre las personas dueñas del bien. La mayoría de las veces es así, si repartes una herencia entre un número determinado de personas lo justo es que las partes sean iguales. Pero otras el reparto debe de hacerse en función de los deseos de cada parte y de sus necesidades. Si dos personas comparten una manzana, en principio lo justo es que cada uno reciba una mitad, pero puede suceder que una tenga más hambre que la otra, entonces quien tiene más hambre se quedará insatisfecho, y quien tiene menos también, porque una parte de la manzana se la habrá comido a la fuerza. Lo fundamental para que un reparto sea justo es que las personas que participan en él queden satisfechas. A mí me suele suceder con las tartas, yo no soy goloso, y siempre digo que quiero el trozo más pequeño. Otros miembros del grupo aprovechan la ocasión y dicen pues yo me apunto al más grande, al final todos quedamos satisfechos.

Compartir justamente los bienes conjuntos es fundamental para encontrar la felicidad en el mundo de la pareja y en el mundo de la familia. Pero debería serlo también en el mundo global de cara a lo que yo he llamado la felicidad colectiva. Sí, los bienes conjuntos de la humanidad se deberían repartir de la manera más justa para que todos los humanos nos sintiéramos satisfechos. Pero, ¿cuáles son los bienes conjuntos y quién los determina? En el caso de la pareja, o en el marco familiar, parece más fácil determinarlos. Los bienes conjuntos son aquellos que pertenecen a la pareja o a la familia. Si en una casa hay un kilo de manzanas parece lógico que pertenezcan por igual a cada miembro de la unidad familiar. La ética que gobierna el grupo familiar es quien lo determina. En el mundo debería haber también una ética que fuese quien determinase cuales son los bienes conjuntos de la humanidad. Yo creo que la hay, pero no le hacemos caso. ¿El agua es un bien conjunto de toda la humanidad? Para mí, sí. Y creo que para la ética también. Y aquí es donde debe entrar la segunda parte de mi razonamiento anterior, aquel que hace referencia a la satisfacción de las necesidades por encima del reparto matemático. No vamos a llevar lagos de Finlandia a Etiopia, ni vamos a calcular el número de litros de agua dulce que correspondería a cada ser humano, pero si podemos, y debemos,  garantizar que toda persona satisfaga sus necesidades de agua de forma justa: saciando su sed y sus necesidades higiénicas.

 

Compartir las tareas.

Compartir las tareas yo creo que debe pertenecer también a ese segundo caso. Debemos partir de la idea de que no es lo mismo compartir aquello que apetece que aquello que fastidia. Lo primero siempre suele ser más fácil, pero no debemos olvidar nunca que todo está incluido en el mismo paquete. También debemos tener en cuenta que las tareas son difíciles de medir y por consiguiente de partir: no se puede partir en dos mitades el trabajo de freír un huevo, por ejemplo. Pero sí hay algunos principios que son fundamentales para el reparto justo de las tareas, y el primero seguirá siendo el de la ética. Y la ética nos dirá que no puede vivir una persona aprovechándose de la otra. Y el segundo, y definitivo, es el del diálogo. Con la ética y el dialogo, compartir las tareas domésticas, y todo tipo de tareas, nos debe llevar a su reparto justo: a aquel en el que las dos personas se encuentren satisfechas.

El trabajo compartido siempre es más reducido. Hacer una cama para dos no supone el doble de esfuerzo que hacerla para uno. Por eso, incluso desde el punto de vista egoísta, es bueno y necesario el trabajo comunitario y cooperativo. El ejemplo es muy claro: el esfuerzo de hacer una comida para cuatro parejas no es cuatro veces mayor que hacerla para una. Y si aplicas la reciprocidad, te encuentras con que después estarás tres días con la comida hecha. En las familias bien avenidas este ejemplo se suele aplicar con mucha frecuencia. También lo practican las comunas y, sobre todo, los conventos.

 

Compartir la cama.

Saber dormir en la misma cama con la persona que amas es un paso imprescindible para conseguir la felicidad. Es acomodarnos a los ritmos de nuestra pareja y saber utilizar adecuadamente los tiempos del amor. La empatía y el diálogo, como siempre, nos sacaran de cualquier duda que se nos presente a la hora de acomodarnos a los tiempos del otro y de encontrar esos ritmos. Sí, la empatía en la cama nos lleva a disfrutar de los goces del otro. Y si disfrutas del placer de la persona que comparte la sexualidad contigo, lo multiplicas por dos. La empatía tiene siempre un efecto multiplicador. Nunca se debe utilizar el chantaje. A veces pensamos que es la forma alternativa, o practica, para sustituir al dialogo. Nos equivocamos. Renunciar al diálogo es aceptar la derrota. En la cama nunca se puede aceptar la derrota.

En la cama pasamos, aproximadamente, una tercera parte de nuestra vida, y es el nido donde se rumian todas las conclusiones:

Es la suma y la importancia de saber lo que se suma. No es igual sumar los placeres y las alegrías que las insatisfacciones y los enfados.

Es el lugar en el que más y mejor se desarrolla el eros, porque es el centro de la empatía y es donde Vida y Libertad juguetean cada una a su aire.

Es donde descansa, se repone y se conforta la solidaridad y la generosidad. Y es el resumen de todas las conclusiones

 

Respetar la autonomía

El respeto de la autonomía es un principio que sirve igual para el núcleo más reducido (la pareja) que para el grupo social más amplio (la humanidad).

Este principio, que habitualmente se reduce a los estados y a sus comunidades, y que suele ser motivo de enfrentamientos, es muy importante porque es el que nos fija los límites. Saber colocar los límites es fundamental para una relación sana. Me voy a referir al mundo de la pareja, pero como viene siendo habitual en este apartado de conclusiones, invito al lector a que haga siempre la traslación al mundo de lo social y de lo político, siempre en la idea de dar ese salto hacia la felicidad colectiva.

Y los límites siempre se fijan con el diálogo. Nunca con la violencia. Con el diálogo esos límites nos llevan al respeto, con la violencia nos llevan al dominio. La violencia machista tiene ahí su raíz: en el deseo de dominar. Con los estados, el deseo de dominar se traduce en las guerras. Debemos, pues, desterrar de nuestra mente la idea del dominio, es una idea incompatible con la felicidad. Si analizamos la historia comprenderemos que esta idea tiene mucho arraigo en los seres humanos y es la que proporciona todos los desastres. La persona que anhela ser dominadora, lo pretende en la cama, lo pretende en la carretera y lo pretende en la vida social y política.

El dialogo nos lleva al respeto porque para ser fructífero siempre debe de ir acompañado de la empatía. Los límites de autonomía que queremos para nosotros deben de ser los mismos que aceptemos para nuestra pareja. Vida y Libertad juegan aquí un papel fundamental. Libertad es el refugio al que acudimos para preservar esos límites que cada uno quiere conservar y que se traducen en fantasía. Pero a veces la fantasía incluye aspectos muy reales. El mundo del ocio, el que cada uno lleva dentro y que a veces no desea compartir con nadie, primero es fantasía, pero después, en todo o en parte, se vuelve realidad.

Hacer el amor, comer e ir al cine, los tres elementos que considero la base de la felicidad, concretan lo que he venido exponiendo en los puntos anteriores: hacer el amor es compartir, ir al cine es respetar y comer es el equilibrio entre ambas cosas.

El amor siempre debe ser compartido porque es Vida y lo he desarrollado al escribir sobre la cama. Ir al cine, el ocio de cada uno, sus sueños; deben ser respetados porque son Libertad y son la esencia de la autonomía de la que estoy escribiendo.

Y comer es el equilibrio entre ambos y lo quiero desarrollar un poco más. Participa de Vida, las tareas domésticas son imprescindibles para poder comer. Sobre ellas ya he escrito, pero además las relaciones laborales juegan un papel determinante en nuestra autonomía. Pero hay una diferencia, y es importante, sobre las primeras somos los únicos dueños, mientras que de las segundas apenas podemos decidir nosotros. Las relaciones laborales: la conciliación de la vida familiar, a veces son una pesada losa que aplasta una buena parte de la felicidad. Es la sociedad y la política quien se mete en nuestras vidas. Todo se relaciona. El mundo de la pareja no es una isla cerrada, por eso compartir las inquietudes sociales, aunque sea por caminos distintos, es un factor importante a la hora de avanzar en el respeto a la autonomía y en el camino de la felicidad.

Y comer participa también de Libertad. El ocio juega un papel primordial en el desarrollo de nuestra autonomía. Se comparten unos gustos y unos deseos, pero otros no. Y aquí es donde hay que fijar los límites apoyándonos siempre en la empatía y el diálogo.

 Encontrar este equilibrio suele ser lo más difícil. Porque es un equilibrio entre lo que compartimos en el hogar, la casa; y lo que compartimos fuera, el trabajo. Lo primero lo podemos, y lo debemos, solucionar entre nosotros, pero lo segundo no lo controlamos. El diálogo y la empatía siempre nos deben llevar hacia adelante, porque lo que sirve para el ámbito de la pareja también sirve para otros ámbitos de la vida social y de la vida política: el dialogo y la empatía nos llevan siempre al respeto.

 

Compartir el poder

La consecuencia última de compartir las tareas, de compartir la cama y de respetar la autonomía es compartir el poder. Compartir los espacios de poder en términos de igualdad nos lleva a la felicidad. Y el poder se tiene y se debe de compartir en todos los ámbitos: el de la pareja, el de la familia, el de la amistad, el del trabajo y, por supuesto, el de la política.

 

 Diez

El resumen

 

La capacidad de sintetizar se encuentra en todas las religiones y en todas las filosofías. Yo voy a intentar no ser menos y resumir mis conclusiones en una sola:

 Quiérete a ti mismo y así podrás querer a los demás.

Ya lo decía Platón en El Banquete: el fin último es encontrar la belleza. Encontrar la belleza en uno mismo, de uno mismo a otra persona, de otra persona a un colectivo de personas, del colectivo a la totalidad y de la totalidad de las personas a las cosas y a los seres bellos….

Empieza por amarte a ti. Y termina por amar al universo.