Contento

El Escritor está contento. La Musa le ha devuelto la tranquilidad, ha puesto orden en su cabeza. Donde antes era un caos absoluto ahora son historias que fluyen de forma ordenada. Se ha centrado en la Flory y las demás esperan tranquilas sin molestarlo. Además por primera vez disfruta del trabajo compartido. Siempre había escrito él y no sabía el significado de compartir. Siente que la historia de la Flory no es solo suya. Y se alegra.
Además, aunque tan solo llevan un mes compartiendo el trabajo, la Musa no le ha fallado nunca. Todos los días nada más introducir las claves se encuentra con ella, es como si no tuviera otra cosa que hacer, o como si estuviese siempre esperándolo. Las dudas del primer día se han disipado por completo. Se siente ligado en la distancia a una persona  que lo entiende, que se compenetra con él y que siempre está.
Completa sus párrafos con aclaraciones precisas, se distribuyen perfectamente el trabajo. Párrafo a párrafo avanzan por el camino tranquilo de la escritura, cuando tienen el capítulo elaborado lo repasan y lo disfrutan juntos, lo ordenan y se distribuyen la parte de cada uno. Se hacen correcciones mutuamente. Pero hay más: se siente unido en los sentimientos. Ahora ya no sabe distinguir claramente la tranquilidad que le produce recibir las correcciones y las sugerencias que le permiten ordenar sus historias del acaloramiento que experimenta en su cuerpo cuando se imagina a la Musa escribiendo. Piensa en sus dedos acariciando el teclado: serán largos…, serán suaves…
¡Serán hermosos!
Dedos que acarician las letras como podían acariciar su mano. Quizá sean los tentáculos para llegar a su alma, porque no entiende cómo en tan poco lapso de tiempo ha podido cambiar tanto. No es solo que se haya desatascado en su escritura, es que su estado de ánimo es otro. Antes  estaba enfadado consigo mismo. La ofuscación de no tener claros sus sentimientos lo sumía en un mundo de desconfianza. Estaba aislado. Se sentía solo. Caminaba viendo a la gente y percibía sus historias pero no dejaba de ser un mero espectador de las mismas. No compartía nada con nadie: ni la vida, ni el sueño. Estaba en su nube, separado del resto. Él era el observador y el mundo era lo observado. Ahora había cruzado la línea del horizonte y se había fundido  con las tripas del universo. El Escritor volvía a sentir. Y estaba contento.