Informe

Tras indicar el lugar y la fecha, en el informe que había elaborado el ayudante de la teniente responsable de la Policía Judicial de la Guardia Civil de la Comandancia de León se detallaba minuciosamente el desarrollo de los acontecimientos:
La víctima, María de los Ángeles Muñiz, conocida por Changola, después de acudir a los servicios sociales en busca de apoyo y asesoramiento, denunció a su ex marido por agresiones físicas y sicológicas ante la policía de Barcelona.
El juez, ante la existencia de indicios suficientes de violencia de género,  resolvió en primera instancia que el agresor permaneciese alejado de la víctima, que no tuviese ninguna comunicación con ella y que llevase puesta una pulsera electrónica de localización, hasta la existencia de una sentencia firme. El proceso continuó con la tramitación de un juicio rápido por entender que las pruebas de delito en el ámbito familiar eran lo suficientemente significativas.
Tras la celebración del Juicio Oral, el juez consideró probados los hechos denunciados y dictó sentencia condenatoria pasando el agresor a disposición del Juzgado de Ejecuciones Penales.
La sentencia firme obligó al agresor a una indemnización económica, al alejamiento en un radio de mil metros, a no mantener ninguna relación con la víctima y a llevar continuamente la pulsera electrónica de localización.
La víctima, una vez conocida la sentencia, sintió miedo y permaneció recluida en su domicilio. Desistió de relacionarse con las personas que hasta ese momento habían constituido su entorno más cercano y buscó refugio en las redes sociales.
En una página de contactos entabla relación con un escritor al que oculta su nombre y su pasado. En el inicio de la relación ambos adquieren el compromiso de no comentar para nada su vida anterior. Con el paso del tiempo surge entre ellos una atracción sentimental que sobrepasa los límites de los contactos virtuales y que ocasiona un primer encuentro personal en Madrid.
El maltratador consigue jaquear su ordenador y comienza a hacer un seguimiento de sus actividades en las redes sociales. Consigue sus claves, entra en la página de contactos, descubre la relación que mantiene con el Escritor y logra acceder a los correos que se intercambian. Por uno de ellos se entera de la cita que han concertado en Madrid y se desplaza hasta la capital de España. La va siguiendo en todos sus recorridos y en la estación de Atocha – Renfe ella lo descubre. Al verlo sufre un ataque de ansiedad y se desmaya.
Aunque el Escritor se preocupa por su desmayo, ella logra disuadirlo y sigue manteniendo el secreto. La víctima acepta la proposición de ir a vivir con él al fin del mundo, el sitio más escondido de España, porque lo considera un lugar seguro.
Tras el suceso de Madrid comienza a sospechar que le ha intervenido el ordenador y para borrar su rastro deja de utilizarlo, se comunica con el Escritor por carta y planifica minuciosamente su huida.
Desiste de informar a la unidad especial de seguimiento de los casos de violencia de género de la Policía Nacional porque considera imposible ser localizada  en un lugar tan escondido.
El maltratador ha sido reconocido por los propietarios de dos hostales: uno en la localidad de Balouta, donde pernoctó dos días, y otro, en la de Piornedo, en el que pasó tres noches. En ambos casos figura registrado con el mismo nombre falso. Las fechas corresponden en el caso de Balouta a veintitrés días antes del de los crímenes y en el de Piornedo a tan solo diez.
No se puede precisar con exactitud cómo localizó al Escritor, pero todo hace suponer que al perder la pista de su víctima, se obsesionase en descubrir la de su amante. A través del ordenador jaqueado de la víctima pudo conseguir entrar en el programa de contactos y allí descubrir la relación sentimental entre ambos. Aunque a través de ese programa resultase difícil averiguar su identidad, hay que tener en cuenta que el asesino siguió a la víctima hasta Madrid y todo hace suponer que en ese seguimiento habría momentos en los que observase a la pareja e incluso pudiera fotografiarlos. Una vez que tuviera la fotografía conseguir identificar al Escritor y averiguar su procedencia solo sería cuestión de paciencia: asociar la foto con su nombre y descubrir sus costumbres y su origen. Al ser una persona muy conocida todo le resultaría fácil. Para ello solo tendría que utilizar los medios informáticos disponibles en las redes sociales.
Y el informe concluía:
El asesino tuvo conocimiento de la rueda de prensa del Escritor en Madrid. Supo el lugar y la hora donde se celebraría, comprobó que había venido solo y aprovechó ese tiempo para adelantarse a su regreso y asesinar a la víctima. Saltó la valla, forzó la cerradura de la puerta de entrada a la casa, la localizó en la ducha y le asestó una puñalada mortal.  Solo le dio una, porque el grito de la esposa del Escritor, que estaba en el altillo filmando la escena para chantajearlo, lo sobresaltó.
De los golpes, cuchilladas en la madera del altillo y destrozos en el cuarto de baño se deduce que entre el asesino y la esposa del Escritor se produjo una terrible lucha. Ella desde el altillo trató de evitar que él pudiera subir y al mismo tiempo buscó la forma de pedir auxilio enviando el vídeo a varios números de teléfono, incluidos algunos de la Guardia Civil. La esposa del Escritor consiguió, no se sabe cómo, que el vídeo llegase al equipo de Delitos Telemáticos de la Guardia Civil, pero no pudo evitar que el asesino la agarrase y la tirase del altillo. Salió huyendo, pero el asesino la alcanzó, y cerca de la valla de salida la acuchilló con saña. Cogió el móvil de la víctima y comprobó que el vídeo grabado había sido enviado a varios contactos. Pisoteó el móvil y sintiéndose acorralado decidió terminar con su vida de forma tajante: se lanzó al vacío por el viaducto de Ruitelán.   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La teniente escuchó atentamente la lectura del informe que hizo su ayudante.

El ayudante no quiso seguir la conversación con su jefa porque la vio angustiada. A punto de estallar. Siempre le pasaba lo mismo al concluir los informes. Eran unos minutos. Unos eternos minutos en los que todo se le venía encima. Se quedaba absorta y siempre pensaba lo mismo:
“El último, no aguanto más. Es imposible soportar tanto dolor.  No puedo más. Todos son iguales, en todos hay una mirada acusadora”.
Eran solo unos minutos y él lo sabía. Sabía que tenía que esperar y que pasado ese corto espacio de tiempo se reharía y sería ella quien reanudase el diálogo:

El ayudante entonces solo tenía que asentir y dejarla seguir. Ella se lo decía todo. Era su desahogo.