Las normas
- Lo de las normas personales me lo vas a tener que aclarar. Yo siempre he pensado que las mejores normas son las que no existen.
- Claro, los escritores sois tan idealistas que no estáis en la realidad.
- Y las musas tampoco. O al menos tampoco teníais que estar: ¡sois etéreas!
- Pero también somos caprichosas. Somos etéreas para lo que queremos y realistas para lo que nos da la gana.
- Lo que realmente sois es complicadas.
- Llámalo así. Pero las normas son las normas y las pongo yo.
- Bueno, a ver si las puedo aceptar.
- Solo son dos. La primera es la sinceridad, ya te lo he dicho.
- Vale, pero sinceridad compartida.
- De acuerdo, compartida.
- ¿Pero habrá un margen? Yo siempre he pensado que en esta clase de encuentros había un sendero por donde te podías escapar y no darte del todo a conocer.
- Bueno podemos aceptar un margen en lo superfluo.
- ¿Y qué es lo superfluo?
- Lo superfluo puede ser la edad, la fisonomía, los gustos..., pero no puede ser lo que se piensa, la personalidad, los sentimientos...
- ¡Ah! Vale. Si es así, de acuerdo. Yo ya he empezado con esos márgenes.
- O sea que ya me has engañado.
- Solo lo tolerable, lo que considero que entra dentro de los límites de la farsa.
- ¡Ah, que te lo tomas a broma!
- Solo lo superfluo, tú lo has dicho.
- Hasta ahora solo me has dicho que eres hombre y escritor.
- También introduje en mis datos personales la edad.
- Ya, y es ahí donde me has engañado.
- Es ahí donde he jugado con unos márgenes.
- ¿Con cuáles?
- Entre cinco y diez.
- ¿Eso es lo que consideras tolerable en los encuentros por internet?
- Ya te he dicho que es la primera vez.
- Para mí no tiene importancia, en todo caso si para ti la tiene con decir mediana edad, está solucionado.
- ¿Por qué no te importa?
- Porque la segunda norma es la privacidad. No darnos a conocer.
- Me lo vas a tener que explicar mucho porque no lo veo posible. Desde el momento en que hemos contactado hemos empezado a conocernos.
- Me refiero físicamente. No quiero que sepas nada de mi pasado ni que albergues esperanzas de conocerme en persona en el futuro.
- Eso tiene dos partes y una no la puedo aceptar. De acuerdo en respetar tu pasado. En no preguntarte nada sobre él. Yo tampoco quiero que conozcas el mío. Así que ahí no tenemos ningún problema. El pasado está escrito y cada uno lo ha escrito a su manera. Pero el futuro, no. El futuro no existe. Lo tenemos que construir y no podemos ponerle límites.
- Pero lo podemos construir sin conocernos personalmente.
- O conociéndonos. ¿Por qué vamos a eliminar esa posibilidad?
- Porque es la forma de que funcionen bien las cosas con las musas.
- Ya, sois caprichosas, pero también los escritores somos cabezotas y tampoco tenemos por qué daros todos los caprichos. Y ese capricho no te lo voy a dar. ¿Acaso eres un monstruo para no poder ser vista? Y aunque lo fueras, ¿no me acabas de decir que la fisonomía forma parte de lo superfluo? Pues cómo lo superfluo va a condicionar a lo fundamental.
- Veo que quieres jugar fuerte.
- Sí, y hacerme respetar. El que seas mi musa no va a significar que me deje anular.
- Yo no quiero anularte. Solo pienso que es mejor que la relación entre un escritor y su musa permanezca en el idealismo. El contacto personal lo destrozaría todo.
- Eso no se puede saber. Además nosotros no somos un escritor cualquiera y una musa del montón. Te he nombrado Musa y tú me llamas Escritor, con mayúscula, y el futuro que vaya a haber entre nosotros dos no está escrito, te lo he dicho. Si estuviese escrito no hubiese tenido necesidad de contactar contigo. No necesitaría a Musa con nombre propio. ¿Para qué, si está todo escrito? El pasado sí lo está y es lógico que nos lo guardemos si así lo queremos. Hasta ahora tú has sido una musa común y yo un escritor corriente, cada uno con un pasado que ya no podemos cambiar, por eso sí acepto como norma no hablar de él. El pasado es nuestro y solo nos corresponde a nosotros, cada uno es dueño del suyo y de guardarlo como quiera. Y estoy totalmente de acuerdo en que esa sea una de nuestras normas. Pero cerrar las puertas al futuro no, no puedo aceptarlo, poner barreras al futuro no es justo. Menos aún si hemos llegado al acuerdo de ser cada uno la referencia del otro. Lo comenzamos a escribir conjuntamente y no podemos oponernos a protagonizarlo de forma conjunta si fuese bueno para los dos. Por eso no lo puedo aceptar, no puedo aceptar que haya un futuro predeterminado para ti y otro para mí. El futuro es una incógnita y no podemos poner ninguna barrera. Ya te he dicho, ni aunque fueras la persona más monstruosa del mundo, desde el punto de vista estético, podría negarme a conocerte. Si me enseñas el alma no puedes negarte a enseñarme tu cuerpo.
- Entonces para ti es imprescindible conocernos.
- No, no estoy diciendo eso. Lo que es imprescindible es dejar abierta la posibilidad. A lo mejor no nos vemos nunca. Todo funciona perfectamente y podemos terminar todas mis historias, que ya comienzan a ser también tuyas, e incluso inventar otras nuevas conjuntamente y sin vernos. Pero como no conocemos los caprichos del destino siempre cabrá la posibilidad de que sea bueno para ambos conocernos personalmente.
- ¿Y si no acepto?
- Te despediré antes de haberte entregado mis primeros capítulos.
- Entonces…, ¿lo dejamos abierto?
- Eso es lo que te estoy diciendo. Ya veremos si nos conocemos o no.
- De acuerdo. Mándame esos primeros capítulos. Después de este arranque de personalidad me has dejado impresionada.
- Te adjunto los dos primeros capítulos y el título para que comiences a ser Musa y me des tus primeras opiniones sobre ambas cosas.
El Escritor está cansado, el intercambio de frases con la Musa ha sido duro. Pincha adjuntar. Busca en el disco duro los dos primeros capítulos y pulsa a enviar. Sabe que se ha puesto en manos de una persona que tan solo unas horas antes le era desconocida, pero está tranquilo.