Escritor busca musa

E-S-C-R-I-T-O-R  B-U-S-C-A  M-U-S-A

Las letras han ido apareciendo al ritmo del tecleado del ordenador. El nerviosismo y la incertidumbre han aparecido con ellas. Aparecían nerviosas como si llevasen consigo el temblor de los dedos del Escritor al acariciar las teclas.
 Temor y esperanza es lo que siente el Escritor. Está solo ante su ordenador. Ha metido las ideas principales, pero no encuentra el ritmo. La capacidad de desarrollar lo que piensa se ha limitado. No le salen los párrafos adecuados. El ritmo frenético con el que golpeaba las teclas en otros momentos  ahora lo echa de menos. No se encuentra agobiado por la acumulación del trabajo, como en otras ocasiones cuando sus pensamientos iban más deprisa que la rapidez de sus manos para escribirlos. Cuando su cabeza era más rápida que el tecleado de sus dedos. Antes de terminar de escribir un párrafo ya tenía otro llamando a su puerta. Le venían tan deprisa las palabras adecuadas, las frases correctas y los párrafos completos que tenía que exigir a sus manos un ritmo mayor que aquel para el que estaban capacitadas, obligándolas a veces a confundir alguna letra. Y a él le obligaban a seguir adelante. No se podía detener porque, si lo hacía, perdería el hilo y desaprovecharía su gran momento. Eran los días de la inspiración, cuando ligaba unos párrafos con otros, unas páginas con otras, unos capítulos con otros y terminaba asfixiado y agotado. Y era precisamente ese agotamiento el que le daba tiempo. El que le obligaba a tomarse un respiro para recuperarse. Un respiro que utilizaba para repasar la ortografía y corregir lo que estaba equivocado por la precipitación con que lo había escrito.
Pero ahora no, ahora el Escritor está atascado. Está en uno de esos momentos de dudas, de incertidumbre. En los momentos bajos. El desánimo se ha apoderado de él, la depresión lo domina. La inspiración se le ha esfumado, por eso se ha atrevido a entrar…, a entrar donde pensaba que nunca entraría, porque siempre lo había considerado como inadecuado: poco profesional. Nunca se había atrevido a lanzarse al vacío; es más, el vacío le asustaba, le daba vértigo. Las redes que le ofrecía el ordenador eran eso: abismo, duda, incertidumbre. ¿Quién se esconderá detrás de las teclas de otro ordenador?
Decaimiento, depresión, temor, agobio, angustia. El Escritor está ante el ordenador con todos sus temores a cuestas. Son las horas bajas, el síndrome del escritor en blanco, que pasa bruscamente de la euforia al decaimiento. Pero ha cogido valor. Ha dado un impulso al ratón que tiene en sus manos. Ha entrado en Google. Ha tecleado contactos. Ha seleccionado personales y ha añadido musa. Él busca una musa y ha aparecido un sitio..., y una mano..., y ha cliqueado..., y se ha asustado un poco cuando ha visto:

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Y ha dudado en volver a cliquear donde la mano señalaba acepto las condiciones…, pero se lo ha pensado y se ha dicho: “Tendrá que ser así, voy a ver”. Y lo ha hecho, y ha escrito su nombre, por supuesto solo ha puesto Escritor, y ha rellenado sus datos personales, los ha maquillado un poco, “no se puede decir siempre toda la verdad”, piensa. Pero tampoco se atreve a mentir. Escribe sus datos con el margen de falsedad que cree que es el permitido. Ha escrito su correo, el correo nuevo, el configurado solo para este contacto. Ha cliqueado: Inscribirse. Y ha escrito letra a letra, en mayúscula y despacio, lo que quiere.
 Inmediatamente ha aparecido en él el temor y la esperanza. Temor porque se ha dado cuenta de que se ha metido en un mundo desconocido, en algo totalmente nuevo para él, y a sus años le produce miedo. Pero también está lleno de esperanza, a lo mejor está allí, tras una pantalla, lo que busca.

 

S-E  O-F-R-E-C-E  M-U-S-A  P-E-R-O  E-X-I-G-E  G-A-R-A-N-T-Í-A-S

Las letras han ido apareciendo una a una, igual que él las escribió. Una a una y en mayúsculas. La rapidez en conseguir la respuesta le ha pillado por sorpresa. Tiene la sensación de que alguien estaba allí, a no sé cuántos miles de kilómetros, esperándolo. Mira las letras con incredulidad. Analiza la frase que ha ido apareciendo en su pantalla. Duda de que esas letras, las que han aparecido de repente, estén destinadas a él. Las lee y parece que no las entiende: “¿garantías de qué?” Y en vez de escribirlo, lo piensa. Y en un instante se da cuenta de que ya no vale con pensarlo, de que ya lo tiene que escribir. Y lo escribe, pero ahora lo hace un tanto acelerado, sin utilizar las mayúsculas.

“Ah, estoy metido en una conversación real”, se dice. “Alguien me habla con la misma normalidad que si estuviese a mi lado, pero basta ya de pensar, ya no estoy solo, tengo que escribir, no puedo entretenerme no sea que se canse y se vaya”.