El precio
El día que Franco anunció el final de la guerra la Flory tomó dos decisiones:
La primera fue volver a su casa con su hijo.
- Tengo que volver a mi casa, tía.
- Pero no te corre ninguna prisa. Piensa en tu hijo. Aquí tiene de todo.
- Pienso en él y por eso tengo que reorganizar mi vida. Valerme por mí misma y luchar por él. Y cuanto antes lo haga será mejor. Me iré mañana.
- Como quieras, hija, aquí siempre tendrás tu casa y podrás contar con todo lo que necesites.
- Ya lo sé, tía. Me iré y, si necesito algo, se lo pediré. Pero, si es cierto que va a haber paz, cuanto antes me adapte a la nueva situación será mejor. Si me quiere ayudar, lo que puede hacer es buscarme clientela. Voy a ganarme la vida de modista.
- Pues yo seré tu primera clienta. Voy a renovar todo mi vestuario. Además te encargaré vestidos para tus primas.
- Gracias, tía, sin su ayuda no sé que hubiese sido de mí y de mi hijo.
- Gracias a ti, nosotros no hemos hecho otra cosa que devolverte lo que tú nos has dado.
La segunda decisión que tomó la Flory fue buscar a su hermano Andrés.
Buscó en la Plaza de Toros de Las Ventas que se había convertido en campo de concentración. Según una orden del Estado Mayor, todos aquellos que hubiesen prestado servicios en primera línea de fuego deberían presentarse con toda urgencia en los campos de concentración. La Plaza de las Ventas era uno de ellos y la Flory pensó que su hermano podría estar allí. Las últimas noticias que tenía de él eran que no había salido de Madrid.
Preguntó, revolvió Roma con Santiago, pero no lo encontró. Encontró miles de presos, personas que deambulaban de un lado a otro, porque no tenía donde ir. Personas que habían combatido en el frente, que se habían rendido creyendo las promesas que les habían hecho y que ahora estaban retenidas en la Plaza esperando su destino. Personas que se habían deshecho de su documentación y habían sido detenidas en el puesto de control número seis, el de Las Ventas. La Plaza estaba llena de personas harapientas, personas hambrientas y desesperadas, hacinadas como animales. A todas les preguntó por Andrés. Nadie le dio señales de él, pero vio en la cara de cada uno de ellos reflejada la de su hermano.
La Flory sabía a quién podía recurrir. Quién podía saber el paradero de su hermano. Lo supo desde que vio recorrer los carros de combate por el barrio de Ventas el día 28 de marzo. Vio desfilar por la plaza Manuel Becerra, encabezando el cortejo, a quien no hubiese querido ver nunca más. Sabía a quién tenía que recurrir, pero no se atrevía. Solo de pensarlo, se le revolvía el estómago. Le subía el vértigo y volvía la sensación de angustia. El segundo día, cansada de estar dando vueltas y vueltas preguntando a la misma gente, cansada de ver las mismas caras y en todas ver reflejada la de su hermano, se dio cuenta de que tenía que tragarse todo su miedo, toda su angustia, recuperar la fuerza que le daba la sangre de Tinín y actuar inmediatamente. Cada minuto que tardase en reaccionar podía ser fatal para la suerte de su hermano.
Pensó iniciar el camino hablando con su tía, pero lo descartó inmediatamente. Sabía que el final sería hablar con él y que lo tenía que hacer con valentía. Ponerse en contacto con él a través de su tía sería reconocer su debilidad, ir derrotada de antemano. Además el precio que suponía que tendría que pagar era tan vergonzoso que prefería ocultárselo.
Era ella quien tenía que tragarse toda su desgracia y no quería causar desasosiego a la única persona que la había tratado humanamente durante la guerra.
Con Lolo sí tenía que hablar. Lo había visto desfilar al lado de él. Levantar el brazo de la misma forma que él. Lolo era el único que podía hacer de intermediario y concertar la entrevista. Fue a su casa y lo encontró con su hijo. Un nudo ahogó su garganta. No le salían las palabras, tenía miedo:
- ¿Qué… qué sabes de Andrés?
Respiró hondo. Lolo notó toda su angustia y no quiso alargar su sufrimiento.
Una chispa de alegría apareció en su cara y una lágrima resbaló por su mejilla.
- ¿Dónde está?
- Está preso.
- ¿Dónde…?
- Está en Porlier
¡Porlier…!, el nombre de la prisión maldita atravesó su corazón como un cuchillo.
- Pero allí…
- Sí, allí están los condenados a muerte.
- ¡No puede ser…! Él era un soldado, a los soldados no se les puede condenar a muerte.
- Andrés está acusado de participar en la muerte del padre de Lalo.
- Tienes que hacer algo.
- Depende de Lalo.
- Es tu primo. Y nosotros te ayudamos.
- Pero Lalo está muy enfadado. Quiere que se pague la muerte de su padre.
- Pero Andrés nada tuvo que ver.
- Hubo mucha gente en la plaza de Manuel Becerra la noche que mataron a su padre y quiere que todos los que estuvieron allí paguen con la misma moneda.
- Tú tienes que hacer algo.
- Yo no puedo hacer nada. Bastante tengo con salvarme yo y salvar a mi familia. Con nuestros antecedentes en la guerra estaríamos ahora mismo en la situación de Andrés, si no hubiese sido por la intervención de Lalo.
- Pues pídele que haga algo.
- Creo que la única que puede pedírselo eres tú.
- ¿Qué puedo hacer yo?
- La única posibilidad de salvar a tu hermano es que hables con él. Me ha dicho que la vida de Andrés depende de ti.
- Él solo quiere una cosa de mí.
- Me lo imagino, pero yo no puedo hacer nada.
- Él solo quiere mi deshonra. ¿Y tú lo vas a consentir?
- Yo no me meto en vuestras cosas.
- Pero, ¿consentirás mi deshonra?
- Ya te he dicho que no me meteré en vuestras cosas.
- ¡Pues díselo, dile que sí! Si me quiere me tendrá. Me acostaré con él. ¡Díselo! Y concierta una cita con él. Pero díselo también a tu madre, si te atreves. Dile que me venderé a Lalo, si es el precio que tengo que pagar por salvar la vida de Andrés.
La Flory no quiso dejar a su hijo con su tía. No quiso que ella supiese que iba al encuentro con Lalo dispuesta a venderse. Lo dejó con una vecina y se dirigió a la casa de Lalo con el convencimiento de que de allí saldría deshonrada, humillada, violada…
Se presentó ante su puerta serena. No dejó que asomase a su rostro ninguna lágrima. Trataría al monstruo con valentía. Recordó que la sangre que chupó del dedo de Tinín circulaba por sus venas y la fortalecía.
- Aquí me tienes.
- Ya te veo. ¿A qué has venido?
- Lo sabes muy bien. Lolo me lo ha dicho.
- Pero quiero oírlo de tus labios.
- Me ha dicho que tú puedes salvar a mi hermano.
- Sí, puedo salvarlo. ¿Pero también te habrá dicho que depende de ti?
- ¿Qué quieres de mí?
- Tú lo sabes.
- Te entregaré mi cuerpo a cambio de la vida de Andrés.
- ¡Puta, puta, puta… más que puta! ¿Te crees que por echar un polvo contigo me voy a arriesgar a salvar la vida de tu hermano?
- Haré lo que me pidas.
- Tu hermano morirá, como murió mi padre.
- Tú sabes que él no tuvo nada que ver con eso.
- Con eso…, ¿qué es eso? ¡Asesinato! ¿Por qué no lo llamas por su nombre?
- Tú sabes que no tuvo nada que ver con el asesinato de tu padre.
- Él era de la misma panda. Iba con la chusma. Y a ti no te van a salvar ahora los mellizos. ¿Sabes cómo mueren los hombres grandes?
- Calla, por favor.
- ¿No quieres que te lo cuente?
- Calla, por favor.
- Pues te lo voy a contar. Mueren igual, como todos. Cuando se les dispara reciben más balas en su cuerpo, no se escapa ninguna, entran todas y dejan su cuerpo como un coladero. Se desploman igual, solo que cuando caen al suelo, esa mole tan grande, de más de cien kilos, se rompe. Suena mucho más fuerte. Es un estruendo enorme. La tierra se estremece. Parece que la aplastan.
- ¡Callaaa!
- El único problema es que la zanja que hay que cavar tiene que ser más grande. ¡Mucho más grande! Pero es igual, porque la cavan los soldados.
- ¡Callaaa! ¡Callaaa!
- No. ¡No descubrirán nunca su tumba!
- ¡Por favor, calla!
- ¡No! Los mellizos mataron a mi padre y tú lo sabes. Lo sabe todo el barrio. A mí me lo han contado y tú lo sabes. Y lo quiero oír de tu boca.
Sí, la Flory lo sabía, como lo sabía todo el barrio. La Flory sabía que los mellizos habían estrangulado al notario, pero también sabía que el notario había sido juzgado. Que los vecinos en la Plaza de Manuel Becerra lo fueron acusando de todos sus delitos. De cómo uno a uno fue diciendo: “A mí me quitaron la tienda por su culpa”. “El terreno que me dejaron mis padres se lo adjudicó a un amigo en escritura falsa”.
Uno a uno fueron acusándolo de actos que siempre favorecían al rico en perjuicio del pobre. De que sus actos notariales no eran justos. De que actuaba por las prebendas que recibía. Lo acusaban de haberse enriquecido con la sangre del pueblo, lo señalaban con el dedo y lo llamaban fascista. Y en medio de ese clamor popular apareció el manco, el pobre hambriento que se sentaba en una esquina de la plaza pidiendo limosna y gritó: “¡Este hombre asesinó a mi mujer y a mi hija! ¡Si los milicianos no os atrevéis a matarlo, dadme un fusil! ¡Lo haré yo aunque tenga que disparar con el dedo del pie!”.
Y todos recordaron el caso de la chabola derribada con una mujer y una niña dentro. “Un terrible error ¾dijeron los periódicos¾. ¡Cómo iban a pensar que dentro de la casa había una madre y su hija! El desahucio fue legal. No pagaba el alquiler”.
“¡Asesino!, ¡asesino!, ¡asesino!” ¾gritó una multitud enardecida.
Y entonces fue cuando aparecieron dos hombres exactamente iguales. Perfectamente uniformados con el traje miliciano: el gorro, el pañuelo rojo, el mono azul, el cinto y el fusil en bandolera. Caminaban con paso firme, con zancadas totalmente sincronizadas, y con la mirada fija en el notario. La gente les hizo un pasillo y sin decir nada, sin descolgar su fusil, agarraron al notario. Todos vieron asombrados cómo las manos se posaron en su cuerpo. Unas manos iguales que sabían perfectamente donde colocarse. Instintivamente una se posó en el hombro, la otra en el cuello. Dos manos en los hombros, dos manos rodeando el cuello. Cuatro manos de dos hombres que parecían de uno solo. Dos hombres iguales que actuaban por un mismo impulso. Entre las cuatro manos la cabeza del notario quedó inmovilizada y sus ojos fueron la expresión última del terror. Todos los allí presentes vieron como los Mellizos, con movimientos mecánicos ajenos al sentimiento, hicieron girar la cabeza del notario y dieron un brusco tirón de ella hacia arriba para desprenderla del cuerpo.
La Flory lo sabía. Sabía toda la historia, como lo sabían todos los vecinos del barrio. Pero no podía contárselo así a Lalo porque, sobre todo, sabía que la vida de su hermano dependía de ella y de la conversación que estaba manteniendo con Lalo. Por eso cuando él insistió:
- ¡Lo quiero oír de tus labios!
Ella se limitó escuetamente a confirmar:
- En el barrio dicen que los mellizos lo estrangularon. Pero Andrés…
- Andrés estaba allí.
- Andrés no hizo nada.
- ¡Estaba allí!, y morirá si tú no haces todo lo que te pida.
- Lo haré. Lo haré. Haré lo que me pidas si le salvas.
- ¿Lo que te pida?
- Sí.
- Si quieres salvar a tu hermano tendrás que ser mía, mía para siempre.
- Haré lo que me pidas.
- ¡Para siempre! No para un rato como una puta, sino para tener a mis hijos y cuidarlos como una santa.
- Haré lo que quieras.
- Te casarás conmigo, estarás siempre a mi disposición para echar todos los polvos que me salgan de los huevos. Dormirás desnuda cuando te lo pida y harás conmigo lo que yo quiera. Si te pido que me sirvas la comida en pelotas, me la sirves. Si te pido que me lamas el culo, me lo lames. ¡Lo que te pida!
- Lo que me pidas. Pero primero tienes que salvar a mi hermano.
- Tu hermano será testigo de nuestra boda si eres buena y haces todo lo que te diga.
- Haré lo que me pidas, pero sálvalo.
- Te lo voy a detallar punto por punto.
- Sálvalo.
- Vas a ser mía, solo mía. Toda tu vida.
- Haré lo que quieras.
- Nos vamos casar en tu pueblo. Tú estarás contenta. A ti te tiene que gustar casarte en tu pueblo con un novio rico y guapo que has conquistado gracias a tu belleza en Madrid. ¿Nooo?
- Vale, como quieras.
- Llegarás al pueblo como una reina. ¡Guapíisima! Con vestidos espectaculares que yo te compraré. Llegarás un mes antes para prepararlo todo. Hablarás con el cura y harás todo el papeleo de la boda. Asistirás a las misas donde se harán públicas nuestras amonestaciones. Saltarás de alegría cuando te encuentres con tus amigas. Contarás a todo el mundo lo mal que se pasó la guerra en Madrid. Las miserias que se pasaron durante los tres años por la falta de alimentos, porque los rojos se apropiaban de todo y condenaban al pueblo a morirse de hambre. Contarás que tú tuviste suerte, porque te acogió una familia de bien. Dirás que entre tu primo y yo conseguimos que no te faltase nunca comida. Prepararás con tus padres todo lo necesario para el convite. Lolo dice que en los pueblos las bodas duran una semana. La nuestra durará más. Será la boda más sonada de la historia. Todo el pueblo tendrá que recordarla siempre. Dice que todo comienza con la corrobla, que es cuando los mozos se emborrachan a costa del novio. Después está la despedida de la novia. Y luego la boda con toda la parafernalia. Los novios que aparecerán en el carro nupcial. Los danzantes, que precederán a la ceremonia, y el cura que nos bendecirá y nos unirá para siempre. Hasta que la muerte nos separé. ¿Es así como se dice, no?
- Sí.
- Pues eso, hasta que la muerte nos separe. Serás mía hasta que la muerte nos separe. ¿Qué te parece? ¿No dices nada?
La Flory perdió la compostura por primera vez. Nunca pensó que la mente de un hombre pudiera ser tan retorcida. No, ella no venía a eso. Ella pensaba que tendría que pagar con su cuerpo el precio por salvar a su hermano, pero nunca pensó que tendría que pagar también con su alma.
- ¡Estás loco!
- ¿Loco? ¿Loco por salvar a tu hermano y por ofrecerte una vida decente?
- Será como quieras, siempre que Andrés esté en la boda y sea una persona totalmente libre.
- No te preocupes por eso. Andrés estará libre y será testigo de nuestra boda y tú decidirás también libremente casarte conmigo. Lo decidirás con todo el pueblo por testigo. Y lo dirás con una sonrisa en la cara. Porque tú estarás contenta. Dirás a todo el mundo que eres feliz y que estás profundamente enamorada. Tu padre será el padrino y será el hombre más feliz del mundo por casar a una hija con un hombre de bien. Y terminaremos con la disputa por el gallo. Los casados y los solteros tirarán las piedras al gallo para ver quién se lo lleva. Es así como termina la ceremonia en tu pueblo, ¿no?
- Sí.
- Y tú estarás siempre contenta, sonriendo y besando a todos. Tus padres tienen que verte feliz. No les puedes hacer sufrir.
- De acuerdo. Pero solo te pido una cosa: que me dejes cuidar a Nico.
Inmediatamente se dio cuenta de que no debía haber nombrado a su hijo. La cara de Lalo se enrojeció aún más. Su rostro se descompuso. Tardo en hablar, pero cuando lo hizo una sonrisa irónica salió de su boca:
- No te preocupes por tu hijo. Estará bien atendido en el internado que le voy a buscar. Tú no lo volverás a ver. Y en el pueblo nunca sabrán que tienes ese hijo.
- ¡NOOO! ¡Eso no me lo puedes hacer!
- Es el precio: dos vidas por una. Si quieres salvar a tu hermano, tu vida y la de tu hijo serán mías. Tú serás mía cuando me dé la gana. Y no voy a consentir que un mocoso esté presente cuando quiera satisfacer mis necesidades.
- ¡No puedes privarme de verlo!
- Puedo privarte de lo que quiera. Tú me privaste a mí de todo en su momento y ahora te privo yo de lo que no tenía que haber sido de ese miserable anarquista. Si te hubieses casado conmigo cuando te lo pedí, en vez de un Nico tendrías un Ladislao, al que querrías igual y del que disfrutarías lo que te diese la gana.
- ¡Nooo! ¡No puedes ser tan cruel conmigo!
- Es el precio. Si no aceptas, con la muerte de tu hermano y tu sufrimiento me doy por satisfecho. Y si aceptas y me haces feliz, también me daré por satisfecho. Tú decides.
Y la Flory salvó de la muerte a su hermano Andrés.