No tenía que estar

Lolo no tenía que estar, piensa la Flory, tenía que estar en La Generala. Pero Lolo estaba.

Lolo estaba mosqueado desde la llegada de Andrés. Había tratado a la Flory siempre con desconsideración, pero nunca pensó que se interpusiera en sus planes. Al principio consideró su presencia en la familia como un juego. Era la dosis de generosidad con su ascendencia del pueblo. La Flory suponía para todos el cordón umbilical que les unía al pasado. Pero el juego poco a poco se fue haciendo pesado y, aunque él quiso tener siempre todas las cartas marcadas, pronto se dio cuenta de que, por muchas trampas que se quieran hacer, el contrincante también cuenta. A pesar de las burlas y de las humillaciones, la Flory demostró ser indomable. Desde los primeros días hizo valer su independencia. Aceptó asumir todas las tareas domésticas, pues entendió que eso formaba parte del trato, pero nunca aceptó la sumisión. 
La libertad que había arraigado en ella dominando a las ovejas entre los sembrados y las montañas de Muelas del Valle  no la iba a perder nunca. Frente a la docilidad de sus hermanas, su nulidad, su vagancia y su carencia de personalidad, la Flory le demostró, desde el primer día, un carácter inquebrantable. Dijo que venía a estudiar y no paró hasta dar con el taller de costura. Dijo que tenía que valerse por sí misma y no permitió que nadie la acompañara a la academia.
Lolo pensó que con el tiempo podría doblegar su voluntad, pero, cuando se frustraron sus expectativas con respecto a Andrés, comenzó a ver en la Flory a su adversaria. Primero se interpuso en sus planes de diversión, pues aunque desde el primer día Lalo y él la consideraron el objeto de sus mofas, ella se defendió con la indiferencia, pues pensaba que a la larga le daría resultado. La presencia de Andrés en Madrid, su independencia con un trabajo y un domicilio propio, y la poca relación que mantenía con la familia, le hicieron pensar que en la mente de la Flory estaba también la idea del abandono. Andrés apenas pisaba la casa. Comenzó haciendo una visita de cortesía el primer día, pero no aceptó ningún reproche. Ante la idea de que podía vivir en la casa de la familia, él siempre respondía que estaba en Madrid para buscarse la vida. Andrés no visitaba la casa de Marqués de Zafra, era la Flory quien iba a buscarle y quien salía con él. Por eso Lolo comenzó a pensar que se estaban burlando de él y de su familia.
 Además las relaciones entre su amigo y la Flory cada vez eran más beligerantes. Lalo no disimulaba su interés por ella, es más, parecía apostar por dar a conocer su interés pensando que así ella claudicaría. Sin embargo, la Flory aumentaba su resistencia en la misma medida que él su insistencia. En el entorno de la familia todos sabían que Lalo y la Flory eran como el perro y el gato y lo asumían como cosa de chicos.
Lolo sabía bien las intenciones de su amigo hacia su prima. Se las había contado el mismo día que lo desengañó de sus intenciones con sus hermanas. Él siempre había pensado que su amigo se casaría con una de ellas, habían pasado toda la vida juntos, habían jugado desde niños, y, ¿quien podía ser más adecuada para Lalo que una de sus hermanas? Lo conocía bien, sabía que con cualquiera de sus hermanas podría seguir viviendo esa doble vida que siempre habían soñado: con la santa y con la puta. Y, ¿quién mejor que una de sus hermanas para ser la santa?

Los dos amigos intercambiaban sus pensamientos más íntimos a altas horas de la noche. Después de satisfacer sus instintos y haberse llenado de copas, se sinceraban el uno con el otro. Trastabillaban sus palabras, alargaban el final de las frases y construían unos párrafos tan largos que era difícil recordar al día siguiente. Pero la esencia de aquella conversación Lolo la recordaba bien. Sabía que su amigo hablaba totalmente en serio cuando decía que la Flory tenía que ser la madre de sus hijos. Además lo entendía perfectamente porque él también estaba buscado una mujer como esa. No exactamente como la Flory: su prima era muy soberbia y se las daba de lista. Él quería, para madre de sus hijos, a una mujer humilde y no tan guapa como su prima porque a esas las encontraba todas las noches en los garitos. La quería un poco más destartalada y gorda, como su madre: las mujeres así eran más seguras y eran las que mejor atendían a los maridos y a los hijos.
Él también se lo había contado a Lalo. Lo hizo aquella misma noche. Tampoco recordaba todas las frases, ni los párrafos tan largos y tan repetitivos que hicieron que el tiempo pasase sin darse cuenta y que su madre estuviese ya levantada y en la cocina cuando llegó a su casa. No recordaba  casi nada, pero sí que ambos se comprometieron a ayudarse mutuamente.
Desde aquel día diseñó un plan para saber lo que hacía la Flory los domingos, cuando salía sola de casa diciendo que había quedado con una amiga de la academia. Pronto se dio cuenta de que la amiga no existía de que era una excusa para salir con un joven que no tardó en identificar. Lolo no conocía al Rilaero, pues cuando fue a su casa a tomar las medidas a su padre él estaba, como casi siempre, en la finca. Por la tienda no había pasado nunca, pues eso era cosa de mujeres, además, él hacía vida nocturna y apenas conocía a quienes paseaban por las tardes los domingos. Pero Lolo conocía a casi toda la gente del barrio y le costó poco trabajo averiguar que ese joven enclenque y desgarbado que acompañaba a su prima se llamaba Tinín y era un don nadie.
Siguió a su prima con disimulo hasta el lugar donde se reunía con Tinín y los vio perderse subidos en el tranvía que cogían en Manuel Becerra. Le dio rabia no poder coger el mismo tranvía y perseguirlos. Estuvo a punto de hacerlo en una ocasión, pero se lo pensó dos veces y decidió que  fuese otro quien les siguiese por los caminos que recorrían en el tranvía.
El chico, a quien pagaba por la información, lo tenía al corriente de los recorridos de su prima con el Rilaero. Pero él no entendía nada. Se pasaban toda la tarde subidos en un tranvía. Se bajaban de uno y se subían a otro. Llegaban hasta el final y volvían haciendo el recorrido inverso. Y el domingo siguiente otra vez hasta Sol, otro cambio de tranvía y otra excursión por otro barrio de Madrid. Solo alguna vez se bajaban en un parque y se besaban. A Lolo le parecía una bobada, una forma de pasar el tiempo a lo tonto. Sabía que no tenían relaciones íntimas, el espía que había contratado no les perdía ni un momento de vista, y eso de alguna forma lo tranquilizaba, pero el hecho de saber que su prima tenía una vida oculta que él no podía por el momento revelar a nadie lo enfurecía.
No lo podía contar en casa porque sus padres verían mal que se metiese en la vida de su prima. Tampoco se lo quería decir a Lalo, porque conocía su temperamento y sabía que era capaz de cometer alguna locura de la que después se arrepentiría. Pensó que tenía que solucionarlo él porque con las mujeres siempre había sido más cerebral. Su amigo las encandilaba con su sola presencia. Su apuesta figura, su palabrería y sus alardes de sabiduría hacían que todas cayeran rendidas a sus pies. A sus pies o a los de él, porque cuando Lalo desechaba alguna se la presentaba a él y era entonces cuando tenía que hacer uso de sus habilidades. Y entre sus habilidades estaba la de pensar, la de buscar la forma de sacar el máximo provecho a cada partido sin adquirir ningún tipo de compromiso.
Sin embargo, la situación con su prima era demasiado complicada para sus limitados recursos de cabeza. Solo se le pasaban dos ideas y a ninguna le daba la forma concreta. Pensaba que, o bien lo desengañaba a él mediante amenazas, o lograba desilusionar a su prima tendiendo alguna trampa al Rilaero con cualquier mujer de la calle. Esta última idea era la que más vueltas le daba por la cabeza. Se solucionaba con dinero que era la forma más fácil y a la que siempre recurría cuando quería conseguir algo.
Para él todo tenía su precio. Con el chico todo había sido fácil: por un par de pesetas los jueves y los domingos estaba al corriente de todas sus andanzas. Con la prostituta todo iba a ser más complicado, pues, aunque resultase fácil colocar el anzuelo, había que esperar a que el pez picara y, por lo tontaina que parecía ser el Rilaero, la tarea no iba a ser fácil.
Lo intentó con una, pero salió trasquilado, le tuvo que pagar por adelantado y en vez de conseguir que ella lo engatusará ocurrió todo lo contrario. Tinín, que se conocía el percal, la despachó con cajas destempladas: “La República va a limpiar las calles de putas como tú” – le dijo, cuando intentó abordarlo.
No, no iba a ser fácil engatusarlo. Pero, mientras divagaba sobre por dónde debía de seguir con su estrategia, los acontecimientos se precipitaron. La fortuna que no actuó a su favor con la prostituta sí lo hizo a través del chico. Las pesetas que le daba cada día que les seguía y la propina que acompañaba cuando le traía alguna noticia más interesante agudizaron la astucia del joven. Durante su persecución en el tranvía pasaba siempre desapercibido, pero los ratos de los jueves cuando no salían del barrio se solía hacer el encontradizo. Con el pretexto de que era huérfano y tenía que alimentar a cuatro hermanos les pedía alguna perrilla. Ellos se la negaban y, como mucho, alguna vez le daban un trozo de los barquillos que llevaban en la mano. No le hacían caso porque estaban ensimismados en lo suyo, pero el chico agudizaba el oído, porque sabía que, si contaba algo sustancioso a su pagador, tenía asegurada una propina extra.
Y la tuvo el día que le contó que había escuchado decir a la Flory que lo esperaba en casa al día siguiente a las doce, porque su tía se iba a hacer una visita a una cuñada y no habría nadie en el hogar.

Lolo estaba. Entró sigilosamente unos instantes después de que la Flory abriera la puerta a Tinín. Espero pacientemente en la habitación contigua a la de la Flory. Escuchó las frases que lo hirieron como cuchillos. Frenó sus impulsos agresivos y observó.
Cuando la Flory evitó que Tinín se saliera de su habitación diciéndole que quería que fuera él quien le probara el traje, y pensando que estaban solos en casa, no tuvo ningún reparo en dejar la puerta entreabierta. Lolo descalzo, como animal de caza, se acercó y sin tener una visión completa de lo que sucedía en aquel cuarto, sí pudo ver como unas manos desabrochaban los botones de una camisa, como caía una falda al suelo y una pierna larga y desnuda ocupaba la pequeña pantalla que permitía la abertura de la puerta. Vio como unas manos sujetaban un pantalón y como la pierna desnuda se introducía en ellos. Vio como unos dedos desenganchaban el sujetador de su prima. Y vio como en esa estrechez de pantalla apareció un pecho tierno con un pezón erguido. 
Y cuando vio aparecer una lengua ensalivada, la de un mequetrefe, que se dirigía a babosear ese pecho virgen, irrumpió bruscamente en la habitación y echó a la Flory llamándola puta.