El tranvía

El 31 de mayo de 1871 se inauguraba el servicio de  tranvías de  Madrid.
El servicio lo explotaron  numerosas compañías  hasta que en 1920 se fundieron la mayoría de ellas en la Compañía Eléctrica Madrileña de Tranvías, que en 1933 creó  una empresa mixta con el Ayuntamiento para la explotación del servicio:  Empresa Mixta de Transportes Urbanos
Los coches de la Compañía Eléctrica Madrileña de Tracción estaban pintados de color encarnado y los madrileños de la época los llamaban "Cangrejos".
La red de tranvías madrileña empezó desarrollándose por las zonas de mayor poder adquisitivo como eran las de los barrios de Salamanca y Argüelles; en cambio, los llamados “barrios bajos”, donde habitaban los obreros, apenas se establecieron líneas y se tardó mucho tiempo en contar con este medio  de transporte.

El Ayuntamiento y los tranvías no fueron buenos compañeros de viaje. Primeramente cuando los tranvías eran explotados por compañías privadas, las relaciones no eran cordiales, en lo que tuvo mucho que ver la cuestión competencial en las concesiones de trazados.
 
Por otra parte, los madrileños los vieron al principio con desdén por la prepotencia con las que actuaban las compañías de tranvías, con situaciones en las que parecían tener patente de corso por los apoyos que recibían de personajes influyentes. Así cuando había que protestar contra algo, los tranvías sufrían las iras y eran apedreados de manera espontánea. Lapidaciones que han de entenderse como actos en contra de las empresas y no de los sufridos tranvías.

En los años 30, la Puerta del Sol estaba colapsada por los tranvías, ya que gran parte de la red tenía su cabecera allí, llegando a producirse importantes atascos de tranvías que en ocasiones llegaban casi hasta Cibeles.


En 1934, entre otras, existían las siguientes líneas:

de Ventas a Cibeles
de Cibeles a Embajadores-Puente de Toledo
de Puerta del Sol al Barrio de Salamanca
de Puerta del Sol a Pozas – Moncloa
de Puerta del Sol a Argüelles Rosales
de Puerta del Sol a Hipódromo
de Ferraz a Retiro
de Puerta del Sol a Goya
de Puerta del Sol a Delicias
de Puerta del Sol a Velázquez
de Hipódromo a Chamartín de la Rosa
de Plaza Mayor a Puerta del Ángel
de Santo domingo Moncloa (nuevo trazado Moncloa -Puerta de Hierro)
de Puerta del Sol a Pacifico-Puente de Vallecas
de Puerta del Sol a Bombilla
de Puerta del Sol a Quevedo
de Puerta del Sol a San Francisco
de Puerta del Sol a Progreso
de Glorieta de Quevedo a Atocha, por Cibeles y Doña Bárbara de Braganza
de Puerta del Sol a Cuatro Caminos por Fuencarral y Hortaleza
de Puerta del Sol a Almagro, Obelisco a Diego de León
de Serrano a Guindalera y Prosperidad
de Puerta del Sol a Fuencarral y Hortaleza- Chamberí, por Plaza de Olavide
de Glorieta de Ruiz Giménez a Plaza de Gaztambide
de Puerta del Sol a Fuentecilla
de Puerta del Sol a Puente de Toledo
de Puerta del Sol a Carabanchel Alto
de Puerta del Sol a Leganés
de Diego de León a Alcalá por Torrijos
de San Jerónimo a Argüelles por Zurbano
de San Jerónimo a Argüelles por Florida
de San Jerónimo a Atocha y Estación del Norte
de San Jerónimo a Hermosilla
de San Jerónimo a Lista
de Moncloa –Olavide- Cibeles
de Hipódromo a Santa Engracia
de Puerta del Ángel a Cuatro Vientos
de Carretera de Fuenlabrada al Hospital Militar
de Prolongación de Serrano a Joaquín Costa
de Plaza de la Moncloa- Olavide – Cibeles
de Argüelles a Glorieta de Bilbao y a Goya.

Ni cine, ni paseo, ni teatro; lo que quería la Flory era coger el tranvía que pasaba por Manuel Becerra y llegar hasta el final.
El tranvía atrajo su atención de manera especial desde el primer día, aquellos aparatos tan raros que circulaban por las calles de Madrid deslizándose por una estructura metálica mientras permanecían unidos al cielo por una especie de cordón umbilical fue lo que más la sorprendió cuando llegó a la ciudad de sus sueños. Aquel día no pudo disfrutar observándolo por el acoso a que fue sometida y tuvo que conformarse con miradas de soslayo mientras apartaba las manos intrusas de aquellas dos personas que la amargaban la vida. Pero ahora, ante la tranquilidad que le producía la compañía de Tinín, todo era distinto.
Subieron, pagaron y se acomodaron lo mejor que pudieron. No se sentaron, pues los pocos asientos que había ya estaban ocupados, a pesar de ser una de las primeras paradas. Tampoco había excesiva gente, por lo que pudieron acomodarse a su gusto. Tinín agarró con su mano izquierda una barra, la Flory se recostó contra su cuerpo apoyando su espalda y él la atrajo hacia sí con la mano derecha que descansaba en su vientre. A la Flory le gustó sentirse atrapada y segura y se lo demostró cogiendo con sus dos manos la que él había puesto en su vientre y haciéndole ligeras caricias.
A medida que el tranvía avanzó por la calle de Alcalá se fue llenando y ellos tuvieron que apretarse un poco más. Él movía su mano ligeramente, a veces las yemas de sus dedos hacían círculos concéntricos alrededor del ombligo de ella, otras, sus dedos se extendían al máximo para ocupar el mayor espacio posible y la acariciaba al tiempo que la apretaba contra su cuerpo. Ella respondía a las caricias con caricias, reclinaba la cabeza sobre su pecho y lo rozaba suavemente con las yemas de los dedos en la mano y en el brazo. Tinín, que siempre era dicharachero, ahora no hablaba, pues la proximidad de la gente lo cohibía. Solo a veces le susurraba alguna frase al oído y siempre era para halagarla.
Nunca había disfrutado de sensaciones tan variadas y tan agradables. Recostada sobre el cuerpo del Rilaero descubrió la virilidad y la ternura. La virilidad llamando a su puerta en el final de su espalda. Notaba el deseo contenido y placentero. A ella le agradaba y suponía que a él lo entusiasmaba. Notaba como él la apretaba hacia sí con su brazo al tiempo que su miembro crecía. Ella se lo agradecía reptando con sus dedos por su brazo, apartando la ropa y acariciando el vello. Notó su respiración alterada al tiempo que ella se deshacía por dentro.
Y descubrió la ternura. La que le trasmitía con el roce del mentón en su cabeza.  Porque al tiempo que percibía su aliento notaba el cosquilleo que despertaba por todo su cuerpo cuando le pasaba suave y delicadamente su barbilla por la nuca, o cuando acercaba sus labios a una de sus orejas y se la lamía con una humedad enloquecedora.
Todo se revolucionaba en su interior, desde sus piernas que entrecruzaba con las de él, hasta su cabello que se erizaba al contactar con su cara, pasando por sus manos que apretaban la que él tenía en su vientre y que trepaban por debajo de la manga de su camisa buscando el calor de su brazo. Notaba que tenía los ojos húmedos, pero sabía que las lágrimas no llegarían a aparecer para no borrar las imágenes que iba percibiendo desde el tranvía. La puerta de Alcalá, que había visto ya en otras ocasiones, tenía ahora una vitalidad distinta, una luminosidad y una belleza que no había notado nunca. Igual que la Cibeles y el edificio de Correos que ahora, acurrucada en los brazos del Rilaero, tenían otro sentido porque veía el mundo de otra manera.