Primavera
La
“a” se repite en primavera. La a es generosa en primavera, es fuente de luz y
de vida.
La
“a” de amor y mejor aún de amar: ayudar, dar, satisfacer, aceptar, entregar. La
“a” se repite en primavera.
En la noche
del diecinueve al veinte de marzo de 2003 comenzó la invasión de Irak.
Él
…en la asamblea.
“La
consecuencia primera de una guerra es la destrucción de vidas humanas
inocentes. Las personas civiles son las primeras víctimas en las guerras
modernas… ”
Así empezó su
discurso el representante sindical. Era el Presidente del Comité de Empresa,
pero yo no le conocía. Se había presentado en las últimas elecciones
sindicales, celebradas en noviembre, en una lista de un sindicato al que mi
Amigo llamaba de clase. Era un
sindicato Confederal y la mayoría de los que se presentaron pertenecían al
sector más radical. Unas elecciones en las que no voté.
“Pues yo no
pienso votar”, le dije a mi Amigo cuando hablamos de ello por primera vez.
“Será porque
estás a gusto con tu contrato de mierda”, me respondió iniciando una discusión
que no hemos cerrado aún.
“Será porque
no creo en los políticos”.
“Será porque
no tienes ni puta idea”.
“O porque no
me dejo comer el tarro como tú”.
“No tienes ni
idea, porque metes en el mismo saco a todos los políticos y a los sindicalistas”.
“Porque van
todos a los mismo. A defender sus intereses y a pelearse por el poder”
“Yo no tengo
intereses ni lucho por el poder, y yo en mi empresa me voy a presentar”.
“Tú tienes un
contrato indefinido y estás a gusto, yo cualquier día lo mando a tomar por
culo”.
“Razón de más
para estar organizado y luchar”.
“Yo sé luchar
por mi mismo. No necesito que nadie me diga lo que tengo que hacer”.
“Tú sólo
piensas en ti, te lo he dicho muchas veces. Eso es lo que te mata, tanto en tu
vida laboral como en la familiar”.
“¿Qué quieres
decir?”.
“Que estas
amargado con tu padre porque eres incapaz de ponerte en su lugar”.
“No tienes
derecho a meterte donde no te llaman”.
“No. Pero yo
no soy como tú. Yo si que pienso en los demás”.
“Pues en mí
ya puedes ir dejando de pensar”.
“De acuerdo,
no es la primera vez que desprecias mi ayuda”.
Así
terminamos aquella discusión. Cada uno se fue a su casa y no volvimos a vernos
hasta pasadas dos semanas. Como siempre fue él el que me llamo. Ahora no
recuerdo la excusa, pero si que recuerdo que siempre que discutíamos era él
quien daba el primer paso para la reconciliación.
Yo me
refugiaba en mi interior, me aislaba, me pasaba los días malhumorado y sin
salir de casa y no pensaba en nada ni en nadie. Cuando él me llamaba me hacía
de rogar, pero siempre estaba esperando que insistiera para reconciliarme
porque sabia que al reconciliarme con él me reconciliaba conmigo mismo.
Ahora estaba
absorto escuchando al líder sindical y sus palabras calaban en mi mente por
primera vez haciéndome reflexionar.
“Esta guerra,
ilegal e injusta, la vamos a pagar, como todas las guerras, la clase
trabajadora”.
Escuchaba un
discurso que había oído muchas veces a mi amigo, pero ahora me parecía todo
distinto. Me parecía que todo tenía sentido.
“No os voy a hablar de las consecuencias sociales, ni de
las desgracias personales que ocasiona una guerra, de ellas tenéis sobrada
información en los medios de comunicación y en su rechazo hay movilizaciones
sociales previstas para hoy a las que os llamo a participar”
Por primera
vez escuchaba, mi Amigo me había dicho lo mismo muchas veces, y yo le oía pero
no le escuchaba; ahora sí, cuando dijo que las víctimas, tanto de un lado como
del otro, siempre pertenecen a la clase trabajadora; que los soldados son
siempre los hijos de los obreros, que nunca van a las guerras los hijos de los
capitalistas, de los políticos o de los financieros; lo interioricé como si me
ocurriese a mí, y mientras escuchaba, venían a mi mente las imágenes de las
familias de los americanos muertos en guerras anteriores, familias modestas, en
casas muy humildes, sin apenas cultura y pertenecientes a clases sociales
desprotegidas y en la mayoría de los casos inmigrantes.
El Presidente
continuó diciendo que si las víctimas mortales pertenecían siempre a la clase
trabajadora, las victimas laborales, las que van a sufrir recortes en sus
condiciones de trabajo, vamos a ser como siempre, los currantes. Que en una
economía global, donde lo que está en juego es el dominio económico, lo que en
Europa hemos llamado estado de bienestar está en peligro; y que las
consecuencias de esta guerra van a ser las de implantar en Europa el modelo de
relaciones laborales americanas: más precariedad en el trabajo y mayor
desregularización del estado de bienestar para favorecer la competitividad.
“Las
pensiones, la sanidad, la educación y los servicios públicos en general están
amenazados porque quieren avanzar en su privatización, bien directamente o bien
a través de su gestión”.
Con esta
frase lapidaria que mi Amigo me había dicho montones de veces y que yo nunca me
había tomado en serio, terminó su intervención el Presidente del Comité de
Empresa. Un Presidente al que no conocía, a quien yo no voté, y que consiguió
lo que mi mejor amigo nunca había logrado: hacerme pensar.
El Presidente
estaba acompañado por otros dos miembros del Comité, que tampoco conocía, y por
un representante del sindicato a nivel estatal que tomó la palabra para
puntualizar:
“En contra de
esta situación vamos a realizar un paro simbólico de quince minutos a las doce.
Es lo mínimo que se puede hacer el día que ha comenzado una guerra ilegal e
injusta. Una guerra en contra de la opinión del pueblo español y en contra de
la opinión de la humanidad en general”.
Elevó el tono
de su voz y enrojeció su cara, cuando concluyó diciendo, “Tenemos que realizar
una acción más contundente, que refleje el rechazo de la clase trabajadora a
esta guerra y que sirva para demostrar que no nos vamos a estar cruzados de
brazos. Que vamos a plantar cara a la amenaza americana y que lo vamos a hacer
con los medios legales que tenemos a nuestro alcance: la huelga general. ¡Hay
que sacar adelante la huelga general mundial!”.
Yo ya estaba
de acuerdo, me había visto, con mi título universitario, recogiendo la mierda
del parque, veía la caducidad de mi contrato y el salario que cobraba a fin de
mes, y estaba apunto de intervenir cuando bruscamente, sin pedir la palabra,
una persona de los asistentes a la asamblea dijo:
“Eso está
bien para algunos. Pero aquí todos sabemos que quien haga la huelga está
despedido, o más finamente: NO-SE-LE-RE-NUEVA-EL CON-TRA-TO”.
Y sin dejarle
terminar otra añade:
“Yo estoy de
acuerdo en todo lo que nos decís, si tuviese contrato fijo no dudaría ni un
segundo en hacer la huelga, que en el peor de los casos me supondría unos
descuentos a fin de mes, pero como bien dice el compañero nuestra situación es
distinta y creo que debéis entendernos. A nosotros no se nos renueva el
contrato si hacemos huelga, ya nos lo han insinuado”.
“Precisamente
por eso, -salté yo, sin poderme aguantar más- porque lo tenemos todo perdido,
porque tenemos un contrato de mierda, porque no nos van a renovar, por eso
tenemos que hacerla. No tenemos nada que perder, porque nada tenemos, si no nos
renuevan, mejor. Así dejaremos de ser esclavos”.
Escuché mis
palabras y ni yo mismo me las creía. Hablaba como mi Amigo, como no pensé que
hablaría nunca, como si me hubiese transformado. Puse un entusiasmo, una
emoción y un ímpetu que a mí mismo me extrañó.
“Calma compañeros, -terció el Presidente del
Comité-. En primer lugar recordar que la huelga es un derecho individual y que
nadie está obligado a manifestar si se va a sumar a la huelga o no. Nuestra
empresa sabe que hay una huelga convocada y que habrá gente que la haga”.
“Pues si es
un derecho individual –dije-, yo, personalmente, soy favorable a hacerla aunque
me despidan. Si no nos renuevan, compañeros y compañeras, encontraremos otro
trabajo, encontrar otro trabajo basura, porque esto es un trabajo basura, no será
difícil siendo jóvenes como somos nosotros”.
Un compañero,
que me conocía bien porque compartíamos muchas veces patrulla, me interrumpió:
“Para ti a lo
mejor es fácil. Tú no tienes una familia que mantener. Yo, estoy recién casado,
y tú lo sabes, tengo un hijo y una hipoteca que me llega hasta las orejas”.
“Ya lo sé
compañero, y tú también sabes que yo haría cualquier cosa por ti, pero no creo
que merezca la pena defender una mierda de trabajo como el que tenemos, aunque
comprendo que no todos estamos en la misma situación, que las circunstancias
familiares son distintas, por eso yo voy a respetar todas las posiciones y creo
que es lo que debemos hacer todos”.
Otro
compañero se incorpora al debate:
“Yo estoy de
acuerdo en hacer la huelga, como protesta en contra de la guerra y como
protesta por la mierda de contratos que tenemos, pero digo lo mismo, por la
huelga nosotros no debemos enfrentarnos, hay que respetar las situaciones de
cada uno. Lo que si podríamos hacer es a título orientativo levantar la mano
los que pensemos hacer la huelga”.
El Presidente
del Comité tercia y concluye:
“La huelga es
un derecho individual, repito. La empresa no nos puede exigir que manifestemos
lo que vamos a hacer. Pero yo creo que una
votación orientativa si se puede hacer. Dejando claro que es para nuestro
conocimiento y respetando siempre la
decisión final de cada uno”.
Se hace la
votación y somos más los que levantamos las manos a favor de la huelga que los
que las levantan en contra.
…buscándola.
“El móvil al
que llama está apagado o fuera de cobertura”.
“Mierda”.
Era la
tercera vez que lo intentaba. Habíamos quedado a comer pero no habíamos
decidido el lugar. Por eso lo intenté de nuevo.
“El móvil al
que llama está apagado o fuera de cobertura”.
“Mierda,
mierda, mierda”.
Era la una y
cuarto. Habíamos improvisado una asamblea al inicio de la jornada. Fue una
asamblea espontánea. Cuando llegué al trabajo vi una convocatoria en la puerta:
“Antes de
iniciar el trabajo ASAMBLEA en el comedor. NO A LA GUERRA”
A las doce
paramos un cuarto de hora. Éramos pocos, una patrulla de siete a la que nos
habían asignado limpiar en la zona del Parque Norte. Nos concentramos en la
calle que teníamos más próxima, Monforte de Lemos, nos juntamos con un grupo de
bomberos que tenían en esa calle su puesto de trabajo y participamos en el
ejercicio de la protesta mediante el silencio.
Cortamos la
calle. Los coches se mantuvieron parados cuando el semáforo se puso verde. Unos
cien metros más abajo vimos a un grupo de escolares, que por su edad serían de
primaria, acompañados por sus
profesores. Al fondo había una plaza que estaba llena de personas. Era el cruce
de Monforte de Lemos con Jinzo de Limia, y las personas que habían salido a
llenar la plaza eran las que trabajaban en el centro comercial de La Vaguada y
en los comercios y cafeterías de la zona.
Estuvimos
quince minutos en respetuoso silencio, buscábamos la complicidad de los otros
con nuestras miradas, los semáforos pasaban del verde al rojo, sin que nada se
moviese, ni nada cambiase, cuando pasaron esos quince minutos rompimos todos el
silencio con un grito unánime: ¡NO A LA GUERRA!
Era la una y
cuarto, volví a mi centro de trabajo y me cambié de ropa, tenía que hablar con
ella para comer pero el móvil no funcionaba. Lo volví a intentar.
“El móvil al
que llama está apagado o fuera de cobertura”.
“Mierda otra
vez”.
No entendía
que podía pasar.
Oí un pitido.
“Por fin un mensaje”, pensé. Lo abrí apresuradamente.
“mani
acojonante todos en puerta dl sol no podemos comer no a la guerra”.
Tenía hora y
media para comer, de una y media a tres, pero ya lo que menos me importaba era
la comida, mi único deseo era estar con Ella y hablar. Inmediatamente di a
responder.
“voy a sol te
busco al lado dl oso a las dos”
El viaje de
regreso se tuvo que adaptar a las circunstancias. Mi padre se tuvo que quedar
para solucionar los asuntos familiares. La abuela había decidido quedarse a
vivir sola en el pueblo, pero los tres hermanos tuvieron que hablar y resolver
todo el papeleo de la defunción. Por eso en el viaje de regreso vino con nosotros
la modelo.
En esta
ocasión sí nos sentamos en la parte trasera, pero la presencia de mi madre y de
la compañera de mi padre nos intimidaba y no pudimos decirnos lo que queríamos,
sólo pudimos hablar de lo anecdótico. Nos hicimos mimos y carantoñas, estuvo
muy cariñosa conmigo pero no hablamos de lo que nos había separado. Por eso al
despedirme la besé y le dije, “Mañana comemos juntos, ¿vale?”, “Vale, me dijo,
pero tú me llamas”.
Y yo la
estaba buscando, llevaba más de media hora intentando llegar a Sol pero no lo
conseguía. Me tuve que bajar en Sevilla cuando escuché por el altavoz del
metro: “La estación de Sol está cerrada por la manifestación. Los trenes no
efectúan parada debido a la aglomeración de gente”.
Con
dificultad pude salir de la estación. La calle Alcalá estaba cortada. Los
manifestantes, jóvenes de bachillerato, la abarrotaban. Intenté abrirme paso,
pero era prácticamente imposible. La juventud saltaba y gritaba: “¡NO A LA
GUERRA!”. “¡NO A LA GUERRA!” “A-SE-SI-NOS, A-SE-SI-NOS”
Intenté
avanzar apartando a la gente, pero me di cuenta que no podía, pasaron cinco
minutos y no conseguí avanzar más de un metro.
Cogí el móvil
y volví a marchar:
“El móvil al
que llama está apagado o fuera de cobertura”.
“Mierda, es
imposible hablar”.
Entonces me
di cuenta de que los móviles tienen dificultades de funcionamiento cuando hay
tanta aglomeración de gente. Retrocedí por la calle de Alcalá hasta llegar a la
calle Virgen de los Peligros, aunque había muchos jóvenes se podía andar, seguí
por Caballero de Gracia hasta Montera y pude avanzar un poco.
Recorrí la
mitad de la calle, pero cuando faltaban unos cien metros para llegar a Sol, me
tuve que parar nuevamente porque la multitud me impedía el paso.
Daban los
mismos saltos y los mismos gritos, “¡NO A LA GUERRA!”. “¡NO A LA GUERRA!”,
“A-SE-SI-NOS, A-SE-SI-NOS”.
Levanté la
cabeza estirando todo lo que pude el cuello pero sólo vi a jóvenes, adolescentes de catorce a dieciocho
años con la cara pintada que saltaban y gritaban abarrotando la calle. Estaban
tan apretados que me resultaba imposible
avanzar. Un colorido de pancartas lo llenaba todo.
Me resigné a
escribir:
“stoy en
Montera imposible encontrarte vuelvo al curro”
Llegué tarde
al trabajo pero no me importó. Estaba abatido, tenía necesidad de verla y no lo
había conseguido.
Cuando salí
del metro tenía tres mensajes y una llamada perdida. Los dos primeros mensajes
eran de ella y el otro de mi Amigo. La llamada perdida era de la modelo.
Abrí primero los de Ella:
“atrapados en
Callao imposible vernos bss no a la guerra”, decía uno.
“a las ocho
concentración embajada EE.UU. Pasalo”, decía el otro.
Respondí al
segundo:
“nos vemos en
Núñez de Balboa a las siete”.
Puse Núñez de
Balboa porque era la estación de metro que mejor me venía y porque estaba lo
suficientemente lejos de la embajada como para pensar que no habría tanta
aglomeración.
A
continuación abrí el de mi Amigoi:
“a las ocho
concentración embajada EE.UU. Pasalo”.
Llamé al
buzón de voz y escuché a la modelo:
“Nada, soy yo, era sólo para decirte que tenemos que vernos, llámame cuando
puedas”.
Eran las
siete de la tarde cuando salí del metro de Núñez de Balboa y vi que una mujer
con la cara pintada y trozos de papel pegados a su cuerpo se acercaba hacia mí
precipitadamente. No la reconocí al principio, pero cuando la oí decir mi
nombre supe que era Ella.
… con la modelo.
“Tu padre
está muy mal. La guerra y la muerte del abuelo le han hundido”.
“A mi también
me ha afectado mucho todo lo que ha pasado, pero…”
“Mira, yo le
voy a dar todo el cariño del mundo. Pero…ne-ce-si-ta el tuyo”.
“¿Por qué, el
mío?”
“Porque tú
eres otra cosa, tú eres muy importante para él. Eres su ilusión. Te necesita”.
“¿Pero por qué ahora y no antes?”
“Siempre, te
ha necesitado siempre, aunque no te hayas dado cuenta, pero ahora te necesita
más que nunca”.
“No lo
entiendo”.
“Ha luchado
mucho en la vida”.
“¿Y qué?
“No luchaba
sólo para él…”
“¡Ya!”.
Al final
quedamos en El Retiro, después de los mensajes que me había dejado
insistentemente en el móvil, decidí llamarla y decirle que nos podíamos ver el
jueves por la tarde cuando terminase mi trabajo. Aunque ella me insinuó que
fuese a su casa no consiguió convencerme, tampoco insistió demasiado, debió de
pensar que lo importante era vernos y que el sitio era lo de menos.
El Retiro era
el sitio ideal para relajarnos y poner en orden nuestros pensamientos. Era una
tarde apropiada para entendernos, a pesar de que eran las siete, el Sol todavía
hacía brillar las primeras hojas que iban apareciendo en la gran variedad del
arbolado del parque. Los ciruelos salvajes estaban completamente florecidos, un
morado que contrastaba con los brotes amarillentos de los olmos, con los verdes
claros de las acacias o con el rojizo de las primeras hojas de los chopos.
Por eso
nuestra conversación fue relajada al principio, aunque teníamos muchos
desencuentros, los dos teníamos buena disposición y yo aunque mantenía la
distancia, empezaba a admitir que en algún momento tenía que aceptar la
realidad.
“Volvió ayer,
ya sabes, de arreglar las cosas del pueblo. Llegó por la tarde y se encontró
con un montón de correos en el ordenador.
De
“Me lo
imagino, él siempre esta metido en lo último. Sus cuadros humanos han salido
alguna vez en la tele”.
“Le noté muy
cansado, pero él echó mano del móvil y empezó a quedar con sus alumnos”.
“Normal.
Siempre tiene que estar organizando a alguien”.
“Se fue y no
ha vuelto aún. Me llamó varias veces por la noche para decirme que estaban
llenando de pintadas Madrid. Esta mañana me volvió a llamar para decirme que no
pasaba por casa, que se iba directamente a la facultad, que allí echaría una
cabezada y que llegaría tarde esta noche”.
NO A LA GUERRA,
ponía en una gran pancarta que colgaba entre dos árboles que empezaban a
brotar. Miré a la pancarta, después la miré a ella y vi como movía la cabeza al tiempo que exclamaba:
“¡Estas son
sus huellas!”.
Seguimos
bordeando el lago y observamos a un corro de gente que miraba curiosamente al
suelo, nos hicieron un hueco y comprobamos que allí estaba él.
Un cuadro de
palomas degolladas, con las alas rotas, con gotas rojas manchando la blancura
de sus plumas, con cabezas retorcidas pidiendo clemencia, con ojos rojos
desafiantes…
Era él, supe
que eran de él, reconocía a sus cuadros a la perfección, eran cuadros vivos,
con sentimientos desbordados. No pintaba las cosas, pintaba lo que había dentro
de las cosas.
El cuadro del amor eterno, el que me regaló cuando
visitamos su exposición era el ejemplo. Lo tenía guardado en el rincón más
profundo de mi corazón porque expresaba fielmente lo que sentía por dentro.
Por
eso se quedaba mirando tanta gente, por eso se respetaban sus pintadas, nadie
las pisoteaba salvo los bestias, que se sentían agredidos cuando escuchaban el
grito de A-SE-SI-NOS y las destruían con saña.
Sus cuadros,
o eran inmaculados adornando el suelo para deleite de las personas que se
emocionaban hasta el punto de notar como se humedecían sus ojos, o estaban
destruidos con rabia, con rayones que parecían cuchilladas, con cruces gamadas
o con estiércol borrando sus partes más significativas.
“Estoy muy
preocupada. Se cree un joven pero no lo es. Me temo que le pase algo, está
demasiado metido en todo. Recibe amenazas pero no las hace caso. Apenas duerme.
No piensa en él y a mí casi ni me escucha”.
“Es que él
siempre está en otro mundo”.
“Tienes que
llamarle”.
“Yo también
tengo mis problemas”.
“Problemas
tenemos todos, pero creo que ahora es él el que nos necesita”.
“Yo también
le necesitaba y se fue”.
“No vuelvas
con eso. Él no se fue nunca, fuiste tú quien no le aceptó en su nueva
situación. Pero ahora es distinto”.
“¿Por qué?”.
“Porque tú ya
eres un hombre y como hombre debes hablar con él”.
“Antes
también lo era”.
“Antes eras…”
No termino la
frase, me miró a la cara y por su mirada adiviné lo que me quería decir. Pero
adiviné también que se dio cuenta a tiempo y que no quiso llevar la discusión a
un callejón sin salida, a un enfrentamiento que no conduciría a ninguna parte.
Prefirió seguir la conversación de forma relajada y por eso antes de continuar
ella, noté en su mirada que iba a rectificar.
“Te necesita.
Necesita tu admiración y tu apoyo. Y yo te pido por favor que le ayudes”.
“Pero…”.
Tampoco
terminé la frase, porque ahora fui yo quien la miró, vi sus ojos humedecidos y
me sentí rendido. Habían pasado muchas cosas para seguir ofuscado en mi enfado.
Por eso yo también rectifiqué.
“Ya veré. No
te aseguro nada”.
“Conoces bien
a tu padre. Sabes que si tú le fallas se le derrumba todo aquello por lo que ha
luchado en la vida”.
“Pero si le
admira todo el mundo”.
“De qué le vale la admiración de todos si no
tienen la de su hijo”
“Yo si que le
admiro”.
“Pues
díselo”.
“Pero hay
cosas que no comprendo”.
“Hay cosas
que sólo se comprenden con el paso del tiempo”.
“A lo mejor
es lo que estoy esperando”.
“Yo creo que
ya ha pasado suficiente”.
La volví a
mirar. Su cara suplicante me recordó el entierro del abuelo y me desarmó. Me di
cuenta de que estaba derrotado pero me costaba trabajo aceptarlo. Por eso mis
frases no se correspondían con mi estado interior, aunque poco a poco se fueron
acercando. Además me di cuenta de que ella me iba llevando con esquisto esmero
hacia el final que yo deseaba.
“Piénsatelo bien.
Sólo faltas tú”.
“Qué quieres
decir con eso”.
“Lo sabes
bien. ¿O no te ha dicho tu madre que nos hemos visto varias veces? Una de ellas
justo aquí, y que me trajo un regalo. Ya ves, lo que son las cosas, me trajo un
regalo para tu hermana. Eso si que es entenderse”.
Sí, mi madre
me lo había dicho y yo me había imaginado sus conversaciones. Me había
imaginado a las dos mujeres hablando. Imaginarme la realidad, verla a través de
los ojos de los demás, era mi estado favorito. Era como buscar un pretexto para
huir de ella.
Me las había
imaginado paseando por el parque en una situación incómoda, disimulando sus
sentimientos y pronunciando frases diferentes a las que en realidad sentían. Me
las había imaginado pero no llegaba a entenderlo. Por eso la idea me venia una
y otra vez a la cabeza sin poderlo remediar.
Me imaginaba
a dos mujeres caminando por el parque, empujando un cochecito con una niña
posiblemente dormida, ajena a todo. Las dos contemplando un mismo paisaje pero
con sensaciones distintas, con significados distintos, dos mujeres atrapadas
por una misma persona, dos mujeres hablando de sentimientos que han compartido,
dos mujeres de edades muy diferentes unidas en una conversación de sensaciones
y de sentimientos enfrentados. Dos mujeres respetuosas, educadas, correctas,
hablando de sufrimientos, de culpas, de daños, de rupturas, de nacimientos...
Cómo habrían
transcurrido sus diálogos, cómo habrían aguantado sus miradas, qué habría
pasado por sus mentes en esa lucha dialéctica por defender lo único que en esos
momentos podían defender: su dignidad. Qué habrían dicho y qué habrían pensado.
Habrían sido totalmente sinceras, sus palabras habrían sido el fiel reflejo de
sus pensamientos o se habrían dicho lo que se deben de decir: lo correcto; y
habrían pensado lo que es inevitable pensar: lo que el corazón dicta.
Las palabras
se pueden medir, se pueden acomodar, se pueden adaptar, pero los pensamientos
no, vienen sin permiso, acuden sin darte cuenta y te traicionan, porque vienen
con la verdad, con toda la verdad, y te avergüenzas y callas una parte. Y
hablas y piensas. Y dices unas cosas y piensas otras. Hablando y pensando.
Diciendo unas cosas y pensando otras…, así me las había imaginado.
Pero ahora
era yo quien tenía que acomodar mis pensamientos y mis frases, y jugaba al
mismo juego que antes me imaginaba en ellas, porque yo era respetuoso y no me
atrevía a decir lo que pensaba, no era capaz de confesar mi realidad, de decir
que estaba vencido y que no aguantaba más.
“Si. Me lo ha
dicho. Mi madre es especial. Pero tampoco lo entiendo”.
“Tu madre es
especial, tu padre es especial. Tú también eres especial y terminarás
entendiéndolo”.
“No sé. Ya
veremos”.
“Sólo faltas
tú. Tu padre te necesita. Tienes que llamarle”.
“No sé. Pero
dime, ¿tú, por qué le quieres?, era la pregunta que me atormentaba, la que no
pensaba hacerle nunca, pero me salió sin darme cuenta.
“¿Por qué le
quiero?, uuh, uuh, por lo que le quiere todo el mundo me supongo. Porque es
listo, es bueno, es joven y es valiente: porque es buena persona”
“Uuuh, uuh -me
sonreí y exclamé- ¡joven!”.
“Sí, es el
más joven que he conocido, es más joven que yo, además tiene una belleza que
deslumbra, y es fenomenal, tiene una sensibilidad a flor de piel. Tienes que
llamarle”
Ella
… en la facultad
Niño muerto
El misil cayó
en el blanco,
No se desvió
nada,
Las
coordenadas lo marcaban así,
El palacio de
Justicia ha sido destruido,
Estaban
avisados,
No había
nadie,
El impacto fue
tremendo,
Los cristales
saltaron por los aires.
A cien metros
hay un bloque de casas,
Sus
habitantes se han despertado,
Se han
despertado gritando,
Los padres y
los hijos se buscan,
Se buscan
desesperadamente,
Se levantan,
Todos se
buscan,
Todos se
abrazan,
Se esconden
entre los regazos.
Pero falta
uno.
¿Dónde está el pequeño?,
¿Por qué no
llora?,
¿Por qué no
grita?,
¿Por qué no
ha salido a nuestro encuentro?
Con pánico,
Con
desesperación,
Miran en su cuarto:
Está quieto,
Está dormido.
¡Noooo!, está
muerto.
Un cristal le
ha golpeado en la sien,
Otro le ha
segado el cuello.
¡NOOOOOOO!
¿Por qué no
llora?
¿Por qué no
grita?
Pinché mi
poema en un enorme corcho que estaba colocado en la pared del vestíbulo de la
facultad. Lo pinché con rabia, en realidad pinchaba el corazón del asesino que
había ordenado la guerra.
Lo escribí
sin pensar, según iban apareciendo las escenas en mi mente. Cuando llegué y vi
esa gran pancarta contra la guerra que colgaba en la fachada, cuando escuché
los primeros gritos de ¡NO A
La habíamos
vivido el día anterior y la teníamos tan dentro que me la imaginé con toda
nitidez, pero no vi al abuelo, a su muerte natural, vi a la muerte más cruel,
la más inútil, la más innecesaria, la que nunca debía ocurrir, la de la persona
más indefensa, la del más inocente…, la de un niño.
Apoyé el
folio en mi bolso aprovechando su parte más dura y las frases me venían sin
querer. Nunca había escrito nada, tú lo sabes, pero ahora viendo como el corcho
se llenaba de escritos, de frases, de dibujos, de poesías; fluían en mi mente
las frases concretas, las más tristes, las más desesperadas.
Pinché mi
poema y clavé mis ojos en él. Al lado había otros. Me fijé en el de arriba.
Colateral
Se desvió el
misil,
Por qué se
desvió,
Qué hacía esa
casa,
No tenía que
estar,
Según las
coordenadas
no debía de estar.
¡Mierda, por
qué está allí!
Amanece,
Comienzan a
quitar esos escombros,
Comienzan a
sacar los hombres muertos,
Aparece la
desesperación y la ira,
La televisión
muestra esas imágenes.
Daño
colateral.
Después leí
la de la izquierda.
Nos invaden
Nos invaden
porque han descubierto un arma nueva,
que entra en
las mentes y destruye los corazones,
un arma mucho
más poderosa que las nuestras.
Nos invaden
porque tenemos un presidente,
tirano, tenemos cuatro millones de
hambrientos,
siempre gana
las elecciones el poderoso.
Al candidato
del trabajador no se le oye,
apagan su voz
en nombre de la libertad.
Nos invaden
porque somos un pueblo oprimido,
oprimido por
la tiranía del dinero,
esclavos de
la competitividad.
Nos invaden
porque han descubierto un arma nueva,
un arma mucho
más poderosa que las nuestras.
Nos invaden,
me puse en el lugar de los otros.
Estaba
ensimismada cuando alguien me pinchó con sus dedos en los costados y me
sobresalté.
“Que soy yo,
no te asustes”, me dijo mi compañero de mesa del que te he hablado muchas
veces.
“¡Ah!, estas
aquí”, le contesté.
“Te estoy
observando desde hace un rato”,
“Y no me
dices nada, ¡que morro!”
“Estabas tan
entusiasmada escribiendo, que no he querido cortar tu inspiración”,
“¿No has
visto a las otras?,
“No, pero
seguro que están preparando algo”,
“¡Qué
vergüenza. Es un desastre. No hay derecho!”,
“¡Que hijos
de puta! He visto cómo pinchabas tu poema. Mira, a mi también se me está
ocurriendo otro: ¡PUMM DISPARO!”.
Y se puso a
escribir en el trozo en blanco que había quedado en mi folio.
Disparo
Arriba,
De noche,
A más de once
mil metros de altura,
No se ve
nada,
No se
distingue nada.
Sólo veo un
cuadro de luces,
Unos mandos,
Unos
auriculares,
Sólo veo
coordenadas,
Líneas…
Me llega la
orden.
Acaricio
suavemente un botón,
Disparo.
“¡Ves, que
fácil!”
“¡Calla!”
“¡Para ellos
debe de ser eso: un puto juego. Pero vamos, no podemos leerlas todas, la
asamblea ya ha empezado y no vamos a tener sitio”.
Mi compañero
tenía razón, la asamblea ya había empezado y el salón de actos estaba lleno. La
gente, entre los gritos en contra de la guerra y las llamadas al silencio que
se hacían desde
Se habían
puesto altavoces por los pasillos porque se sabía de antemano que el salón de actos
no tenía cabida para toda la gente de la facultad. Comenzamos a escuchar:
“¡AMIGOS,
AMIGAS,… NO A
“Quién es
esa”, pregunté.
“Es la
moderadora, una conocida actriz de la tele que no sé como se llama, pero que se
ha destacado por su presencia en la plataforma de cultura contra la guerra”, me apuntó mi compañero.
“¡NO A
“Compañeros,
compañeras, por favor, escuchad todos un momento. Vamos a iniciar esta asamblea
con un minuto de silencio”o.
Poco a poco
se apagaron los murmullos y el silencio se hizo absoluto. A mí me vinieron a la
mente las imágenes que había visto en la tele mientras desayunaba: El estallido
de las bombas, los rayos zigzagueantes como si fuesen fuegos artificiales, las
escenas tomadas a distancia como en una película de ficción. Las casas
destruidas, las personas que aparecían entre sus escombros intentando repararlas.
Y los primeros cadáveres de esta guerra ilegal e injusta que no pudieron
ocultar.
…………
“Gracias
amigos, gracias amigas”, prosiguió la moderadora concluyendo el minuto de
silencio.
“¡NO A
“Atención compañeros, atención compañeras esta
asamblea no es para echar discursos. Nadie lo va a hacer. Todos sabemos muy
bien por qué estamos aquí. Si nos hemos reunido en asamblea abierta a todas las
personas de esta facultad es para organizarnos. En todos los centros
educativos, en todos los centros de trabajo, hay en estos momentos asambleas para
organizar los actos de protesta en contra de esta guerra ilegal e injusta”.
“NO A
“Para… para
organizar nuestras protestas os va a hablar el representante de
Y el representante
nos dijo que a las doce íbamos a iniciar una gran manifestación hasta
“NO A
“La cabecera…
- el representante en
“NO A
“… Hasta esa
hora tenemos tiempo para preparar pancartas. En las aulas hay materiales para
hacerlas. Materiales que nos han traído los de Bellas Artes... Compañeros,
compañeras: NO-A- LA-GUE-RRA”.
“NO A
…en la mani
“Es una
multitud, no se puede calcular el número,
Las sirenas
de la policía se confundían con nuestros gritos. El policía que avanzaba en
paralelo a mí debía de ser un alto mando. Se estaba comunicando con algún
subordinado situado más adelante y utilizaba una emisora interna. Escuché su
voz por casualidad en un momento de respiro, estaba dando datos de participación
y me picó la curiosidad. Agudicé mi oído y entre grito y grito oí sus frases
cortadas.
“No, un
sentido solo no, debemos cortar los dos, cambio”,…,
Por sus
respuestas me imaginé las preguntas y por un momento me olvide de gritar y me
sentí atraída por su conversación.
“Es igual, Madrid hoy se va a atascar de todas
formas. El número de manifestantes es impresionante. Aquí está todo abarrotado,
no se puede ni andar y el sargento que está en Filosofía B, me dice que allí
hay miles preparándose para salir, cambio”, ….,
“Estamos
desbordando todas las previsiones, la policía está acojonada. - -comenté a
“Pues sí hay
que hablar con el Delegado del Gobierno se habla, pero hay que despejar toda
“¡Hostias
tía! ¿Te das cuenta?”, le volví a decir.
“Sí, pero
calla y escucha”, me replicó.
“Sí, miles,
varios miles. El campus es una inmensa marea humana. Los rectores de las
universidades y los decanos de las facultades encabezan la manifestación. Están
colocados al principio de
“Somos una
marea humana”, le dije a
“Qué dices
loca”, me contestó.
“No lo digo
yo, lo dice la policía. Mira, escucha a ese que llevamos al lado”.
“No, no opongáis ninguna resistencia por
delante. Las órdenes son de no intervenir. Cortar lo que sea necesario. Cuando
llegues a Moncloa me vuelves a llamar. Cambio y cierro”, le oímos decir.
Apenas podía
moverme, las pancartas me impedían ver la gente que podía haber delante, los
gritos eran constantes. Yo los pronunciaba y me hervía la sangre por dentro.
Estaba indignada y al mismo tiempo orgullosa. La última frase del policía elevó
aún más mi euforia.
Yo era
Cuando
terminó la asamblea subimos a nuestra clase, allí se encontraba ya el resto de
la pandilla, ya habían decidido pintarse la cara de blanco y hacer palabras
vivientes. A mi me lo dieron todo hecho,
sin darme cuenta unas manos blancas me acariciaron, se pasaron suavemente por mi frente y por mis mejillas al tiempo
que una pasta pegajosa se iba confundiendo con mi piel. Al poco rato éramos
personas uniformes, todas con la cara blanca, no nos distinguíamos las unas de
las otras. Comenzamos a llamarnos por las letras.
Yo llevaba un
trozo de cartón que había conseguido recortar en forma de A, y desde ese
momento fui
Lo primero
que hicimos una vez disfrazadas fue una tumbada. Todas las facultades nos
habíamos congregado a las doce en el Paraninfo para hacer el cuarto de hora de
silencio. La gente hizo una sentada, nosotras con nuestra letra a cuestas no
pudimos sentarnos, entonces fue cuando buscamos un hueco en el césped y nos
tumbamos. En el verdor de la hierba, entre los árboles que comenzaban a
reverdecer con los primeros brotes de sus hojas, se tumbó
A nuestro
alrededor había muchos compañeros con enormes globos, globos multicolores, pero en todos ponía la
misma palabra, la que nosotras tres habíamos formado en la hierba. A las doce y
cuarto, cuando se terminó el silencio, los soltaron. Les vi subir despacito,
esquivando los árboles, bailando los unos con los otros hasta convertirse en
diminutas manchas, y perderse poco a poco en el luminoso cielo.
…en Sol
A las tres y
media llegamos a Sol. A la una y media estábamos en
Hasta
En
La decisión
fue unánime, el pensamiento era colectivo, era del grupo.
“Ahora todos
a Sol”, oí decir al finalizar la lectura del manifiesto y creí que fueron
palabras que brotaron de mi boca.
“Todos a Sol,
de forma pacífica”, repitió el orador. Agarré con mi mano derecha a
Desde
En Callao nos
atascamos.
Eran las dos
cuando me di cuenta de tu mensaje. Yo también había intentado llamarte, pero el
teléfono no funcionaba. Por eso te mandé el primero, pensaba mucho en ti,
quería saber lo que hacías y como te estaba afectando todo esto.
Me era
imposible llegar a Sol como tú me pedías y menos aún poder comer contigo. Me
hubiese gustado tenerte a mi lado y cuando supe que me estabas buscando sentí de repente unas ganas locas de
abrazarte. Pero estábamos totalmente paradas, no podíamos movernos y el tiempo
pasaba irremisiblemente, mi “A” sufría las consecuencias de las apreturas y
cada vez estaba más deteriorada, tenías que haberme visto, habían comenzado a
aparecer grietas y la raya central se había partido. Te escribí los mensajes
pensando que era la única forma de compartir algo.
“Que no se
vaya nadie. Nuestra próxima cita es ante la embajada de EE.UU. a las ocho de la
tarde”, dijo una portavoz desde un escenario improvisado cuando por fin
llegamos a Sol.
“NO A
No
conseguimos entrar en la plaza, tuvimos que conformarnos con llegar a una
esquina al final de la calle Preciados. A la plaza era imposible acceder,
“El día va a
ser muy largo, - seguí escuchado - vamos a necesitar reponer fuerzas, por eso,
atentos todos. ¡ATENTOS!: VAN… A APARECER… POR LAS ACERAS… BOCADILLOS A UN
EURO”,
¡Bocadillos!,
no me lo podía creer, bocadillos con el hambre que tenía, agudice mi oído para
comprobar que no era un sueño.
“No, no es un
milagro. O en todo caso es el milagro de
Impulsivamente
me puse a aplaudir con todas mis fuerzas al escuchar la última frase. No fui la
única, todos nos pusimos a aplaudir como si nos hubiesen inyectado una dosis de
moral colectiva.
Oí como decía
que habían trabajado desinteresadamente toda la mañana haciendo bocatas a
precio de coste: “Veinte céntimos el pan…, cuarenta el jamón, el queso o el
chorizo…, y el resto hasta el euro para la solidaridad…, para la caja de
resistencia de la coordinadora…, porque compañeros…, AMIGOS…, AMIGAS…, TENEMOS
QUE RESISTIR…, NOS ESPERAN DÍAS MUY DUROS, PERO VAMOS A RESISTIR.
No sabes cómo
me emocioné. No te puedes imaginar con que fuerza aplaudí. Aplausos, aplausos y
más aplausos,
“NO A
“Gracias,
gracias, gracias –volví a oír por el altavoz –. Gracias trabajadores de
cafeterías…, de bares…, de comedores de facultades, gracias, gracias, gracias.
Gracias trabajadores de colegios mayores. Gracias, gracias, gracias. En vuestro
nombre: NO A
“NO A
Y en ese
momento me subí en una nube, me olvidé del cansancio, me olvide del hambre, sólo
pensé en seguir, en seguir con todos, estar todos juntos, hasta el final, hasta
donde fuese necesario. Desde el altavoz nos siguieron diciendo cómo aparecerían
los bocadillos, nos dijeron que no nos pusiéramos nerviosos, que no nos
aglomerásemos, que iba a haber para todos, que había decenas de miles y que
estaban repartidos a lo largo del trayecto que nos llevaba hasta la embajada
americana.
“¡A
Sábanas,
sábanas blancas adornaban las aceras de la calle Alcalá hasta
No dejé un
euro. Dejé dos.
Y a las siete
te vi salir del metro de Núñez de Balboa y corrí hacia ti porque tenía unas
ganas locas de contártelo todo.
…Ella y Él
“¡Ya! Ya me
he quedado a gusto. Te lo he contado todo con pelos y señales”.
“Pues
prepárate para cuando te lo cuente yo”.
“¿Me lo vas a
contar también de un tirón?”
“No, yo te lo
iré contando poco a poco. Pero antes quiero decirte que me ha gustado mucho que
me lo hayas contado así: ¡con tanto entusiasmo y con todo detalle!”.
“Tenía muchas
ganas de contártelo. La verdad es que tengo una sensación contradictoria. No sé
lo que me pasa. Por un lado estoy rabiosa, enfadada, triste, desilusionada,
asqueada…no sé, me parece mentira. Pero por otro lado estoy animosa, exaltante,
contenta, eufórica”.
“A mi me pasa
lo mismo”.
“Me deprime
lo que están haciendo, pero me llena de esperanza lo que estoy viviendo. La
multitud, la gente apoyándonos desde las ventanas, la solidaridad de todos…”.
“Te entiendo
porque a mi me pasa igual. Yo también he vivido un día importante”.
“Pues ahora
te toca a ti”.
“Antes quiero
saber si sigues enfadada conmigo”.
“¿Enfadada?
De lo único que estoy segura es de que hoy he aprendido a quererte”.
“Entonces me
has perdonado”.
“Perdonado…
¿el qué?
“Todo lo que
te dije”.
“¿Qué me
dijiste?”
“Eso”.
“¿Quéeee?”
“Pues…, tú lo
sabes”.
“Huu…huuu…huuu…”,
no pude por menos de soltar una carcajada. Le vi tan angustiado, tan incapaz de
repetir la frase, tan ahogado en las palabras que fui yo la que por fin las di
luz para desdramatizarlas.
“¿El mandarme
a tomar por culo?, huuu…huuu…”
“Te lo tomas
a risa. No lo das importancia. Con lo mal que yo he estado”.
“Es sólo una
expresión. Como mi contestación de que te fueses tú”
“Pero yo creí
que te había hecho daño”.
“Y me lo
hiciste. Como yo te lo hice a ti. Pero no por eso”.
“¿Entonces?”
“Te he dicho
que de lo único que estoy segura es de que hoy he aprendido a amarte”.
“No lo
entiendo”.
“A amarte sin
hacerte daño. Antes nos amábamos, pero nos hacíamos daño”.
“No entiendo
nada. Me estás tomando el pelo”.
“No te
enfades. A ver si te lo sé explicar. Mira, te he dicho que tenía muchas ganas
de contártelo todo. De contártelo a ti. No tengo ninguna duda, tú eres la
persona a la que quería contárselo, no he pensado en nadie más durante todo el
día. Cuando pensaba en desahogarme con alguien, pensaba en ti. No se me ocurría
nadie más. Tú eres el más importante en mi vida. Pero hoy he sido yo, he tenido
mi vida propia. Mi vida es mía”.
“Sí. Y la
mía, mía”.
“Pero hoy me
he dado cuenta de que me la puedo administrar yo, y me la he administrado yo”.
“Como yo me
he administrado la mía”.
“Sigues sin
entenderlo…”
“Sí. Sigo sin
entender nada”.
“Antes nos
anulábamos. Yo no era yo. Y tú creo que tampoco eras tú”.
“¿Yo te
anulaba?, pero si todo fue bien hasta la vuelta del pueblo”.
“Parecía que
iba bien, pero…sí, me anulabas. A ver, ¿cuántas asignaturas aprobé en febrero?”
“Pero…eso…
¿qué tiene que ver?”
“¡Todo! ¡En
la facultad no era yo! ¡En mi casa no era yo! ¿Recuerdas las broncas de mis
padres?”
“Sí, pero…”
“Éramos una cosa rara. Dos personas
atolondradas”.
“¡Que nos
queríamos!”.
“Atolondradas.
Dos personas atolondradas. Tenemos que aprender a ser simplemente dos personas
que se quieren. Yo lo he aprendido hoy”.
“A lo mejor
tienes razón. Hoy me han ocurrido muchas cosas”.
“Cuéntamelas,
a ver si te puedo ayudar a aprender a querer”.
Estábamos
sentados en un banco del paseo central de la calle Juan Bravo. Teníamos
agarradas nuestras manos y nuestros labios se rozaban al tiempo que
pronunciábamos las palabras. Por los laterales había un atasco monumental de
coches. De la estación de metro seguían saliendo montones de personas en
dirección a la embajada de EE.UU.
Las voces de
los manifestantes que se oían a lo lejos, eran como un susurro que nos animaban
a seguir contándonos lo que nos había pasado ese día.
…Él y Ella
Cuánto tiempo
pasé así. A veces pienso que fue una eternidad. En realidad debieron de ser
unos minutos. Cuando la conté todo, me quedé tan tranquilo, tan relajado, que
no noté el paso del tiempo. Sólo noté el contacto de sus manos. Unas manos que
me levantaron del banco y que me condujeron hasta el verde que había entre las
dos calzadas de la calle Juan Bravo. Ella se sentó y se recostó contra un árbol
y sus manos me invitaron a tumbarme apoyando mi cabeza sobre su vientre. Ella
me acarició hurgando con sus dedos mi cabeza y ondulándome el cabello. Fueron
unos minutos, pero me pareció una eternidad.