Memorias de David para hacer reír a Elena
Antonio García Orejana
Mis primeras vacaciones en
la playa
Yo creía que no me
entendían, pero hoy he podido comprobar que lo hacían a la perfección.
Nadie hubiera podido escribir mejor que ellos estas memorias que he
encontrado en el cajón bajero del mueble del escritorio de la casa de
mis padres.
Estaban escritas
en forma de diario en una carpeta, junto a otros manuscritos, debajo
de una regla y un cartabón, de una grapadora, de gomas de borrar, un
paper-mate y otros útiles de escritura de la de antes. Allí estaban
todas las claves para poder recordar mis primeras vacaciones en la
playa.
Como yo entonces
no sabía escribir utilice a mis padres para que lo hicieran por mí.
Creí que nunca lo encontraría y que no podría jamás recordar mis
primeros contactos con la arena y con el agua. Dudaba de que
entendiesen lo que les quería trasmitir porque yo entonces me
expresaba con mucha dificultad, como podréis comprobar. Pero los
padres son siempre muy inteligentes y entienden a los hijos con solo
mirarlos.
Así pues, después
de recuperar estas memorias, quiero manifestar dos cosas:
La primera es el
agradecimiento a mis padres por escribirlas y por hacerme fotos. Antes
se leía, se escribía y se hacían fotos. Fotos con cámara que se
revelaban y se guardaban en álbumes. Eso garantizaba encontrar después
lo escrito o lo fotografiado para mantenerlo siempre en el recuerdo.
Ahora se utiliza el móvil, se hace la foto, se comparte -inmediatez-pero no se escribe nada, y luego
pasa lo que pasa. El móvil un buen día se rebela y nos dice que está
saturado, que no tiene espacio, miramos y comprobamos que tenemos
miles de fotos y que su memoria está repleta. Entonces eliminamos
todo, o en el mejor de los casos lo guardaremos en otro núcleo duro
que también se saturará. Así lo que fue inmediato, dejó de tener
vivencia y los recuerdos desaparecen o se esconden en rincones de cada
vez más difícil acceso.
Por eso la segunda
cosa que quiero decir a todos los padres es que escriban sobre sus
hijos. Que les hagan fotos que se puedan tocar y que todo lo guarden
en cajones de fácil acceso para que cuando llegue el tiempo de los
recuerdos resulte fácil su encuentro.
Nota aclaratoria
antes de seguir con estas memorias: Unas veces escribe mi padre y
otras mi madre, procuraré iros orientando de cuando lo hace cada uno
en las introducciones para que así sepáis distinguirlos. De mí no digo
nada porque para eso está lo de la primera persona.
Nada más llegar al
apartamento dejamos las maletas en el salón y yo recibí la primera
orden de mi padre: “David, mientras nosotros colocamos todas las
cosas, tú te das unas vueltas por la nueva casa, te recorres todos los
pasillos y las habitaciones y haces tus diez minutos de puntillas”.
Los diez minutos
de puntillas era la frase que martilleaba mi cerebro constantemente
todos los días. No sé por qué debía andar de puntillas, pero recuerdo
que antes de que mis padres cogiesen esa maldita costumbre de mandarme
andar de puntillas, visitamos a un médico que me tocó los pies un
montón de veces y que me hizo unas fotografías muy raras, con unos
aparatos todavía más raros, que se movían de un sitio para otro.
Los diez minutos
de puntillas fue mi primera frustración al llegar a Alcocéber. Si
estábamos de vacaciones, ¿por qué tenía que hacer el trabajo de todos
los días? Lloré un poco para que se enterasen, pero no lo hicieron
porque no aparece en las memorias del primer día.
El primer día
escribió mi padre, lo hizo por la noche cuando yo estaba dormido en mi
cama. ¿Dormido? No. Me hice el dormido, cuando me harté de escuchar
primero a mi padre: “A dormir hijo, que es muy tarde y estarás
cansado”. Y después a mi madre: “Ale, hijo, que mañana tenemos que ir
a la playa”. Y yo me cansé de protestar y de no ser entendido y decidí
aceptar la última explicación de mi padre: “A dormir que tus padres
tienen que escribir las memorias”.
Lo de las memorias
me convenció para hacerme el dormido. Debía ser algo importante porque
mi padre lo había repetido un montón de veces: “Escribir estas
memorias es muy importante porque son las primeras vacaciones que
pasamos los tres juntos”. Además había dejado, encima de la mesa del
salón, una carpeta con un montón de folios en blanco, diciendo con voz
solemne: “Para escribir las memorias”.
Desde mi
dormitorio se veía el salón y yo decidí hacerme el dormido para
observar cómo se escribían unas memorias. Pero lloré con todas mis
fuerzas cuando cerraron la puerta. Lo hice cinco o seis veces hasta
que mi madre se debió de dar cuenta y dijo: “Deja la puerta abierta
que a lo mejor se asusta por la oscuridad”. Bueno, no era eso
exactamente lo que quería decir, pero lo di por válido pues pensé que
debía de ser muy difícil entender a un niño por sus lloros.
Desde mi cama y
con el ojo encimero muy
abierto observé cómo en la mesa del salón se sentaba mi padre y tras
decir ceremoniosamente a mi madre: “Hoy escribo yo, pero mañana te
toca a ti”, se puso a escribir durante un buen rato.
Yo tardé en
dormirme pensando en lo que contaría mi padre. Al día siguiente hurgué
en todos los cajones, pero no encontré nada. Debieron de dejar la
carpeta en lo alto de un aparador para que yo no la cogiera. Pensé
estar más atento la noche siguiente para saber dónde la guardaban,
aunque de poco me serviría, porque yo por aquellas fechas no sabía
leer, pero sí que hubiese hurgado entre los garabatos, y quizá por
eso, por miedo a que rompiese los papeles fue por lo que los dejaban
tan altos.
Hoy por fin lo he
visto y me he llevado una gran desilusión. Mi padre solo escribió:
Primeras
vacaciones
con David.
1-7-1983
El
viaje
fue perfecto, tranquilo, David dormido (así da gusto). Primer tirón y
llegamos a Motilla del Palancar. Restaurante Gijón, ambiente acogedor,
camareras perfectamente vestidas con trajes regionales. Buen vino.
Buena comida. Siesta.
Después
de
la siesta: carretera y manta. Llegamos a Valencia a las 8 de la tarde,
muchas calles y muchos semáforos hasta coger la autopista. Después
todo fue coser y cantar, 120 km de media. En un aparcamiento
merendamos, cambiamos a David y tomamos una cerveza.
A
las 9 de la noche llegamos al apartamento, deshacemos las maletas,
David hace sus diez minutos de puntillas y le damos de cenar. Yo doy
comienzo a estas memorias.
Pues unas memorias
no dicen na. Frases muy
cortas, cosas muy concretas y que abarcan mucho tiempo. Nada de lo que
yo quise transmitirles está recogido. Será que mi padre llegó cansado.
Seguro que el próximo día, que lo escribirá mi madre, me entenderá
mejor y recogerá algún sentimiento, alguna emoción o describirá algún
paisaje.
Pero, ¡sorpresa!:
las memorias del segundo día no recogen la esencia de lo que pasó.
Además las vuelve a escribir mi padre. No es justo, si habían quedado
en turnarse.
Sábado,
2-7-1983
Tomamos
contacto
con el ambiente. Hacemos aprovisionamiento de vituallas. Comemos en el
restaurante del hotel. Buen menú del día, por solo 675 pesetas comimos
los tres. Por la tarde, primer capítulo playero con David de
protagonista: juega con la arena, se mete en el agua y no quiere
salir. Cuando le sacamos llora y quiere volverse a meter. Buen
comienzo. Por la noche baile de bienvenida en el hotel.
No. No. Y no. Unas
memorias así no valen nada. Yo recuerdo que el primer día duró mucho
más. Fue muy largo. Por la mañana hubo peleas y desencuentros. Yo me
levanté obsesionado por encontrar la carpeta de las memorias. Rebusqué
por todos los rincones, eso me sirvió para familiarizarme con el
apartamento. Un salón, un dormitorio dividido en dos partes, un cuarto
de baño y una cocina. Eso era todo. Me lo recorrí antes de que mis
padres se levantaran porque harto de tocarles las narices, como decían
ellos, aunque yo les tocase otra cosa, me puse a investigar por mi
cuenta y a buscar la dichosa carpeta. Rabioso por no encontrarla me
puse a llorar muy fuerte. Ellos entendieron otra cosa porque pensaron
que me había dado un golpe con algún mueble y se levantaron los dos
corriendo, me cogieron y me besaron, primero uno y después la otra.
Entonces cuando estuve en los brazos de mi madre es cuando vi la
famosa carpeta. Estaba en lo alto del mueble que había en el salón, yo
señalé con el dedo y se la pedí llorando, pero esta vez tampoco me
entendieron porque en vez de darme lo que señalaba con el dedo me
dieron otro beso y me hicieron caricias, pasándome de unos brazos a
otros como si yo lo que quisiera fuera volar. ¡¡Uf¡¡ qué difícil es
entenderse con los padres. Después de desayunar me metieron en el
coche, me ataron en la silla y yo volví a protestar porque el cinturón
me hacía daño en el hombro derecho. Lloré, y esta vez sí me
entendieron porque pasaron sus dedos por la zona que me apretaba, y yo
dejé de sentir el dolor.
Desde el coche se
veían casas y eso no podía ser el mar, porque el mar tenía que ser
raro, no lo había visto nunca, por eso el mar no podía ser un pueblo
lleno de casas. Los pueblos llenos de casas los he visto ya muchas
veces. Por lo menos recuerdo dos, y en cada uno de ellos viven unas
personas muy mayores que me besan mucho y me apretujan. Dicen que son
los abuelos, hay abuelos en todas partes, aquí todavía no han
aparecido, pero estoy seguro que las dos primeras personas mayores que
nos encontremos me llenaran de besos y me dirán que son los abuelos.
Aparcaron
el coche y mi madre me cogió de la mano y juntos fuimos hasta una casa
muy grandota llena de botes y cajas, y cosas que yo intentaba coger
con las manos y ellos no me dejaban. Me subieron a un carro, que tenía
una plataforma para que los niños se pudieran sentar, y empezaron a
echar cosas encima, entonces ya si me dejaron coger algo. “Deja que lo
coja para que se calle”, dijo mi madre a mi padre.
Yo protesté
llorando muchas veces, pero ellos siempre se imaginaban deseos
distintos a los que de verdad sentía, pues lo que quería era ver algo
diferente, eso que llamaban el mar y que nunca llegaba. Volvimos al
apartamento y otra vez a ordenar cosas. Mis padres se pasaban la mayor
parte del tiempo ordenando y a mí me ponían nervioso porque no
hacíamos nada. Toda la mañana colocando cosas hasta que me cagué.
Entonces no tuvieron más remedio que dejar lo que estaban haciendo
porque mi madre enseguida lo notó, para eso tiene un olfato
privilegiado. Entonces comenzaron los dos a hacerme caso, el uno
cogiéndome por los pies y la otra quitándome el dodotis
y limpiándome el culo.
Cuando me pusieron
guapo pensé que ya sí que iríamos a la playa, era lo que me habían
dicho por la noche: “Vete a la cama que mañana tenemos que ir a la
playa”, pero no, nos metimos en un salón lleno de mesas y a mí me
subieron en una silla y me ataron un enorme trapo al cuello. Dos menús
del día pidieron mis padres y para mí un plato y una cuchara: “Al niño
le damos de comer de lo nuestro”, dijo mi madre al camarero.
Domingo, 3-7-83
Bueno, el señor
literato dice que lo escriba la
menda. Pues no sé que contar de este famoso domingo que amaneció
tormentoso y terminó con gritos y manotazos en la bañera.
Nos levantamos
bastante tarde y emprendimos camino a la famosa desembocadura del
Ebro. Viaje de más de dos horas porque no quisimos coger la autopista
y nos fuimos por la carretera nacional con el Pirulo
dormido y guapísimo.
Llegamos hasta
Amposta y desde allí cogimos carreteras secundarias, más bien caminos
que se dirigían hacia el mar siguiendo uno de los canales del Ebro.
Divisamos llanuras inmensas totalmente encharcadas en las que se
contemplaban unas diminutas plantas que buscaban el cielo. Debían ser
los arrozales y nos acompañaron por todo el recorrido durante la
búsqueda infructuosa de la desembocadura del Ebro.
A las dos y media
encontramos un restaurante, El Pescador, nos dimos un capricho y
degustamos productos marineros: gambas, almejas, sepia y merluza, todo
ello acompañado de un vino blanco de la tierra. El Piru
estuvo de huelga y apenas probó bocado.
Los efectos del
vino pusieron en serios apuros al conductor que optó por el ratito de
siesta en el asiento trasero del coche, mientras que la
menda tuvo que coger la silla y pasear al Piru hasta que se quedó dormido.
Por la tarde
seguimos buscando la desembocadura y lo que encontramos fue un
transbordador, un vaporeto,
que nos llevó, con coche incluido, a la otra orilla.
Y ahora sí, ahora llegamos al final y divisamos el mar.
Regresamos al
apartamento por la autopista en tres cuartos de hora. Ahora si sale la
media:120 km/h.
El Piru debía de ser yo, porque está en mayúscula y entre comillas,
además aparece después el calificativo de guapísimo
y no creo que mi madre tuviese la intención de dedicárselo a mi padre
porque a él se dirigía con otras frases más secas y cortantes: “¿Has
recogido la cocina? ¿Has sacado la basura? has…, has…”, casi todas las
frases que mi madre dirigía a mi padre empezaban por has, pero además
él era quien conducía y difícilmente podría conducir dormido. En fin,
que era yo, y aunque mi nuevo nombre no me gustó nada, como lo
acompañó de un calificativo bonito, se lo perdoné.
Al principio mi
madre puso más énfasis en la descripción de las cosas y se notaba en
su escritura una cierta ironía, y yo pensé que la escritora debía de
ser ella, pero pronto me di cuenta de que cayó en los mismos defectos
de mi padre. Todo fue un espejismo, porque tras los primeros párrafos
todo volvió a ser enumeración de sucesos sin vida y sin sentimientos.
Ninguna referencia a mis mareos en el tramo final del viaje, porque
sí, fui dormido la mayor parte del trayecto, pero al final cuando
empezamos a zigzaguear y a dar acelerones y frenazos me puse fatal,
empezaron a darme arcadas y en la tercera, cuando la vomitona se
acercaba, me vi con una bolsa en la boca. Mi madre era una experta en
eso, tenía una habilidad tremenda, en cuanto que yo me movía un poco
ya tenía la bolsa en la mano. Era una bolsa negra, grandota, que
enseguida me tapaba toda la cabeza, y yo en cuanto la veía echaba todo
lo que tenía dentro, porque aunque intentaba aguantarme la simple
visión de lo negro, el roce del plástico y sobre todo ese olor tan
característico de las bolsas de basura; lograban que el revoltijo que
tenía dentro saliese precipitadamente hacia su destino.
Me
ocurría en todos los viajes por lo que yo al coche le tenía manía, o
iba dormido o iba vomitando y nunca veía nada. Ese día se pasaron toda
la mañana hablando de las plantas verdes que había en el delta y
diciéndose si serían de maíz o de arroz, pero yo por más que estiraba
la cabeza solo veía nubes en el horizonte.
Después de la
vomitona querían que comiese, ¡tenía yo el estómago como para andar
con tonterías!, así que lloré y escupí un par de veces lo que me
ofrecían. Además los bichos que me daban tenían unos pelos larguísimos
y estaban envueltos en una piel escamosa, y aunque se lo quitaban todo
y me daban solo lo blanquito yo no podía quitarme de encima esos
pelos, esa coraza y sobre todo esos ojos que parecían decirme: “Si nos
comes te pinchamos en el estómago”. Yo les di primero dos manotazos y
después, ante su insistencia metiéndome lo blanquito en la boca, lo
escupí. Después me ofrecieron otros bichos que tenían una concha dura,
a mí me ofrecieron lo de dentro pero también me dio asco y lo escupí.
Por último, y para que me dejasen en paz, me comí un poco de una cosa
blanquita que era de un trozo de otro bicho que no tenía ni pelos ni
concha y que no sabía mal.
Cuando me dejaron
en paz mis padres y me subieron a la silla me relajé un poco. Miré al
paisaje y vi las plantas de las que hablaban ellos cuando íbamos en el
coche, estuve unos momentos tranquilo hasta que unos malditos
mosquitos comenzaron a revolotear en torno a mi cara. Intenté
espantarlos con las manos, pero eran más rápidos ellos volando que yo
moviendo las manos por lo que no tuve más remedio que ponerme a llorar
otra vez. Mi madre, que era la que me llevaba en la silla, al
principio no entendía nada y solo decía: “Si es la hora de la siesta y
todos los días te duermes en cuanto subes a la silla”. Así estuvo un
buen rato hasta que los mosquitos también se acordaron de que ella
existía, entonces entendió porque lloraba y me tapó todo el cuerpo con
una fina gasa.
Después de la
siesta me dejaron tranquilo. Me montaron, por primera vez, en un
cacharro que se movía por el agua, pero íbamos todos dentro del coche
o sea que estábamos subidos en dos coches solo que uno era muy grande.
Por la noche,
cuando yo estaba tan tranquilo viendo la tele
me cogen entre los dos y me desnudan. No es que hiciese frío, pero es
que me hacían daño, y además yo quería seguir viendo esos dibujos que
aparecían en la pantalla. Protesté llorando, pero no me hicieron caso,
se pusieron más pesados y me apretaron más en los brazos, entre los
dos me metieron en la bañera que estaba llena de agua y empezaron a
echarme agua por la cabeza. Yo me resistía, pero dos personas mayores,
como son un padre y una madre, tienen una fuerza enorme y no hay quien
pueda con ellos. Solo le queda a uno la opción de llorar. Llorar y
llorar, hasta que te cansas, porque ellos no se cansan nunca. Te
quitan la ropa, te llenan de agua por todos los lados, te ponen otra
ropa distinta y ale:¡A cenar y a la cama!
4-7-83
Jornada
habitual:
piscina, comida (buena ensalada, buenos canelones, buena merluza y
buena ternera), siesta, playa y cena, y entre medias muchas peleas,
sobre todo, con David.
Esto ya es el
colmo, ¡quién iba a decir entonces que mi padre sería algún día
escritor!
¡La memoria de un
día reducida a un solo párrafo!
¡Así no hay quien
se acuerde de nada!
Y encima la culpa
me la atribuyen a mí: entre medias muchas peleas con David. Como si yo
fuese el malo de la película. Y con esos datos quien se acuerda de la
causa de las peleas. Yo solo recuerdo que quería ir a la playa. Me
habían hablado del mar, del sol, de la arena…, y ya llevamos cuatro
días y solo hemos estado un ratito pequeño en la playa. Claro que
protesté y lloré, pero fue porque no me hacían caso. Me levanté
pensando en la arena y lo primero que hacemos es ir a la piscina. La
piscina no es que esté mal, pero hay muchas personas mayores y todas
están muy juntas, además te echan mucha agua a los ojos y te pican.
Ellos siempre empiezan por la piscina y yo quiero ir lo primero a la
playa. Yo siempre se lo digo por las buenas, a mí me gusta pedir las
cosas por las buenos, cojo el cubo y la pala y les agarro
cariñosamente de la mano, ¿qué más se puede hacer para decir
amablemente que quiero ir a la playa? Pues no, me quitan la pala y el
cubo y me ponen una cosa que llaman flotador, que me hace daño en la
cintura, y otras dos que llaman manguitos y que me pican en los brazos
y me dan unas explicaciones que yo no les he pedido.
Así que siempre me
llevan la contraria y encima me echan las culpas de las peleas, con lo
fácil que hubiese sido ir a la playa y estar todo el día jugando con
la arena.
Además
ellos
también se pelean, y cuando lo hacen yo me hago el despistado, me cojo
mis juguetes y hago como si no oyera nada, pero me entero de todo
porque siempre se pelean por lo mismo: que si no has hecho esto, que
si no has hecho lo otro, que si esto te toca a ti, que si primero
hacemos esto, que si parece mentira, que si…, que si…, muchas peleas
entre ellos, pero nunca llega la sangre al río porque en cuanto que yo
meto baza para pedir algo, ellos se olvidan de sus peleas, se unen y
los dos hacen un frente común contra mí. Total, que aunque se peleen
mucho siempre se hace lo que ellos dicen y el que paga el pato soy yo.
Ver
comienzo
de estas memorias.
Y
mañana que coja la pluma la parienta.
Esto no me cuadra.
¿Cómo que ver comienzo? No me lo puedo creer. Tanto hablar de las
memorias y ahora no dicen nada. Ver comienzo, ¿qué es eso de ver
comienzo?
Repaso los
manuscritos y en la página donde pone 1 y en letra de mi padre leo:
Un
momento
cualquiera de un día cualquiera, sin playa, sin piscina, un momento de
relajación, de paz.
Inmaculada
lee
tumbada sobre el sofá, se encuentra absorta en la lectura de Las
Giganteas.
David
chilla,
canta, levanta el teléfono, quita las ruedas al coche que tiene de
juguete, da al botón de la televisión, apaga y enciende la luz, corre
las cortinas, anda a gatas, se sube a la cama, se ríe, vuelve a
cantar, vuelve a tocar el botón de la televisión, a la llave de la
luz, sale a la terraza, aparece con una flor en la mano…
No
me
da tiempo a escribir todo lo que sucede en un momento cualquiera, de
un día cualquiera, sin playa, sin piscina…, no, no, no es de
relajación, es de locura.
Pero
empecemos
por el principio -el lloriqueo de David me distrae, Inmaculada se
despereza y también me distrae.
Intento
concentrarme
en aquel cercano día cuando subimos al coche cargado de trastos rumbo
a Alcocéber.
El
viaje fue perfecto, David dormido…
Esto ya lo tengo
escrito. Pero, ¿cómo se puede empezar por el quinto día y volver al
principio? ¿Cómo se puede ir de un día a otro sin orden ni sentido? Yo
empecé por el primer día, por donde ponía 1-7-1983, porque si es
diario, es diario; y si son memorias, son memorias; pero no se puede
ir de una cosa a otra. Además, yo recuerdo como la primera noche mi
padre se puso a escribir las memorias. Se lo oí decir. ¿Lo recuerdo?
¿O me lo he imaginado? ¿Estoy recordando? ¿O me lo estoy imaginando?
Estos padres me
van a volver loco. Todo iba bien, mi memoria funcionaba perfectamente,
pero ahora con estos datos, ¿quién recuerda lo que hice esos dos días?
Miércoles, 6 de
julio de 1983
La parienta lo
coge y dice que este día nos pusimos tacañones
(la noche anterior vimos 1,2,3
responda otra vez) y después de bajar a la piscina comimos en el
apartamento por primera vez desde nuestra llegada.
Por la tarde,
carretera y manta, a Oropesa, a unos 20 km. Pueblo grande, con dos
playas buenas. Nos instalamos en una de ellas y nos estuvimos tostando
durante unas tres horas, con tumbona y sombrilla incluidas (300
pesetas la broma).
Por la noche cena
en Alcocéber, prontito como las gallinas: sardinada, mejillonada (con
salsa picante para que se fastidie uno que yo sé) y sepia, chiquita
pero riquísima. Y para finalizar: postre, café y refresco para el
renacuajo.
Fue la primera vez
que escuché la palabra renacuajo,
ese día la repitieron ambos muchas veces. Al principio pensé que no se
referían a mí, pero ante la insistencia, sobre todo de mi madre, las
miradas de ambos que siempre se dirigían hacia mí cuando la
pronunciaban y las cosas tan raras que hacían con las manos y la
cabeza, llegué a la conclusión de que ese era otro de mis nombres.
Ahora que la veo escrita en el manuscrito ya no tengo ninguna duda. El
renacuajo era yo. Me gustó
aún menos que el anterior. El
Piru, era corto y tenía un algo de musicalidad, pero este era un
tanto retorcido y su sonido se asemejaba más al ruido de los coches
que a la música del aparato de radio. Pero para ellos debía de ser un
nombre cariñoso porque me lo repitieron muchas veces y siempre que lo
hacían me hurgaban por los sobacos y por otras partes del cuerpo hasta
que me hacían reír, ellos también se reían y repetían la palabra 4 o 5
veces. Daba igual que fuese mi padre o mi madre, porque los dos hacían
lo mismo. La mayoría de las veces se turnaban y yo no sabía que manos
eran las que me hurgaban, pero siempre terminábamos igual: los tres
partiéndonos de risa.
Después
añadieron otros nombres nuevos. Todos raros y todos acompañados con el
mismo movimiento de las manos, los mismos acercamientos de su cara a
mi pecho, y las mismas sonrisas. Al final tuve tantos nombres que
empecé a dudar de cuál era el verdadero.
Jueves, 7 de julio
Nos habíamos
quedado sin provisiones monetarias y nos fuimos por la mañana a Alcalá
de Chivert a ver si atracábamos un banco. Hicimos una llamada
telefónica, pagamos 160 pesetas y conseguimos el botín. Para gastarlo
nos dimos un festín en un restaurante no muy caro: 950 pesetas. Con
copa de magno incluida.
Antes de la comida
hicimos un pequeño recorrido por el pueblo. Paseamos por sus parques y
por sus calles céntricas. Vimos antigüedades y señoras a la puerta de
su casa vendiendo frutas.
Volvimos al
apartamento y como el Piru
no se dormía pasamos toda la tarde en la piscina. Noche de gran
alboroto: David amaneció mojadito.
Noche
de
gran alboroto: David amaneció mojadito. ¡Me
tienen contento! Escriben las memorias como les da la gana, no me
tienen en cuenta para nada, bueno sí, para dejarme en ridículo
diciendo finamente que me he meao,
¡vete tú a saber que habrán hecho ellos esta noche! Porque ruidos, he
oído yo muchos ruidos en su cama, pero claro eso no lo cuentan. Cuando
sea mayor y las reescriba yo, ¡os vais a enterar! Sí, me he meao,
¿qué pasa? Si me he meao ha
sido por los ruidos.
Después del día
que me habéis hecho pasar, luego esto. Toda la mañana dando vueltas en
el coche, y cuando nos bajamos, en vez de ir a la playa, os ponéis a
buscar una cosa que llamáis banco. Yo veía por la calle y por el
parque montones de bancos, os los señalaba con el dedo, pero ninguno
os valía, al final os metéis en una casa donde había muchas personas,
os ponéis en una cola y me tenéis dos horas esperando. ¿Para qué?,
para hablar luego de pesetas y más pesetas. Os pasáis el día hablando
de pesetas, parece que en vez de venir a la playa hemos venido a ver
pesetas.
Y cuando volvemos
a casa: ¡toda la tarde en la piscina!, ¡pero todavía no os habéis
enterado que yo lo que quiero es la playa! Y por la noche, ¡qué
ruidos! Unos ruidos que me daban miedo y que se mezclaban con el de
las manos chapoteando en la piscina. Y al final sí, me he meao,
pero me he meao en la
piscina, ¡para que os enteréis!
Viernes, 8 de
julio
Cumple meses del
citado anteriormente. Mañana de piscina, comida económica casera,
proyecto de siesta y toda la tarde de playa.
Cena también
casera, pero gracias a esta parienta
tuvimos celebración de los 16 meses: compre dos benjamines de CODORNIU
y brindamos por el pequeño retoño.
Por fin, ¡toda una
tarde de playa! Me lo habéis hecho de desear, pero os perdono. Para
que veáis que soy cariñoso os perdono las perrerías de los días
anteriores porque hoy reconozco que os habéis portado fenomenal. Toda
la tarde en la playa jugando conmigo. ¡Qué maravilla! ¡La de castillos
que hemos hecho! ¡La de ríos que hemos cortado! ¡La de balsas que
hemos construido! ¡Qué balsa más grande hicimos juntos y qué calentita
estaba el agua! ¡Cómo hemos jugado los tres!
Y después, cuando
nos hemos metido en el mar agarraditos de la mano los tres, una mía
para cada uno de vosotros, ¡qué alegría! Me levantabais al tiempo que
yo saltaba la ola, otra, otra, otra, decía, no me cansaba nunca,
estaba tan contento que no me daba cuenta del paso del tiempo. Se puso
el Sol y aún continuábamos en la playa. Y después en el apartamento…
¡qué fiesta! Yo no me esperaba nada y de repente todo giró en torno a
mí. ¡Cuántos brindis! ¡Cuántos besos!
Así,
sí; así os quiero siempre.
Sábado, 9 de julio
Estoy de huelga.
Que escriba el pirulón.
Fue
un
día caluroso y siestero, rematado con dos medias copas de champán al
filo de la media noche.
Entre
medias
hubo una bajada a la piscina, una comida en la Cúpula y un paseo por
Alcocéber para comprar pescadito para la cena.
A
destacar: la simpatía de David bailando a las 11 de la noche al son de
una música que llegaba por la ventana.
Yo
también
estoy de huelga, después de lo de anoche creo que tengo resaca.
Retoño, nombre nuevo que me pusieron ayer. No está mal, será fruto del
champán.
Domingo,
10
de julio de 1983
Suena
el
despertador a la hora de todos los días: 9,30. Despierta a papá,
despierta a mamá. Es original: incorpora el perfume al ruido -digno
de
patentar.
Inma
tiene
el día lento, se pasa las horas intentando descubrir por qué le salen
granos en las piernas.
Dos
horas
de piscina por la mañana y dos horas de piscina por la tarde:
quemados. Es igual, el cuerpo ya aguanta todo. Comemos y cenamos en el
apartamento y estamos a la espera de cómo rematar la noche…
Y
la noche termina tarde: diálogos de esposos ante el espejo.
En el diario solo
pone: “Diálogos de esposos ante el espejo”, recuerdo que lo escribió
mi padre porque ese día le tocaba a él escribir. Pero yo creo que en
esos diálogos hubo mucha miga.
No es por nada, pero yo lo notaba en el ambiente. Esa noche, cuando me
hice el dormido, como de costumbre, se fueron al baño y estuvieron un
rato muy grande. Tan grande que yo me quedé dormido antes de que
regresaran al dormitorio. Yo creo que dialogaron mucho y que yo estaba
involucrado, me puse en su lugar y me imaginé el cambio que tenía que
suponer el pasar de ser dos a ser tres, y además, que ese tercero, o
sea yo, pasase a ser el protagonista de la historia. Su vida afectiva
y sexual se tenía que ver afectada de todas formas.
A mí me satisface
mucho eso de diálogos de
esposos ante el espejo porque significa que los conflictos los
resolvieron hablando. Al principio me preocupó su tardanza, pero luego
cuando entraron en la habitación y se metieron en la cama me desperté
porque oí unos ruidos similares a los de otras noches, pero en esta
ocasión no me produjeron miedo, sino todo lo contrario, me
tranquilizaron porque supe que no iban nunca a tirar
por el camino del medio.
Eso de tirar por el camino del medio, lo supe muchos años después, cuando
ya estaba en el colegio y algunos amigos unos días eran recogidos por
el padre y otros días por la madre. Es lo que hacen algunas parejas
dejándonos perplejos a los niños, que no sabemos cuál es el del medio
y nos quedamos aparcados sin saber qué hacer porque unas veces el del
medio tira hacia un lado y otras veces hacia el otro. Un lío al que
afortunadamente yo no tendría que hacer frente. Sí, el diálogo entre
esposos y ante el espejo es fundamental para los renacuajos.
Lunes, 11 de julio
Qué malos suelen
ser los lunes. Este no, fuimos de excursión a Peñíscola. Salimos por
la mañana, un poco tarde, y se nos olvidó llevar la cámara de fotos:
grave error.
Después de
recorrer unos km divisamos el indicador: Peñíscola, ciudad sobre el
mar. Continuamos y nos topamos con la playa y con un mogollón de
coches. Un atasco similar a los de Ventas cuando hay corrida de toros.
Salimos del atasco y… ¡sorpresa! Hay otra playa al otro lado. El jefe
se hace un lío, pero seguimos de frente y por fin encontramos
Peñíscola. Es un cabo, una montaña que esconde el auténtico pueblo.
Sus calles son de piedra, sus casas son blancas con los balcones
repletos de flores. Sus calles son tan estrechas que difícilmente
pueden cruzarse dos coches. Pasamos la mañana paseando y disfrutando
de sus maravillosos paisajes que nos hicieron recordar al barrio de
Plaka, a Ibiza, o a Óbidos…, paisajes todos extraordinariamente
hermosos.
Por la tarde
hicimos un recorrido inspeccionando las playas cercanas: Benicarló,
Vinaroz, pero al final volvimos a la playa de Peñíscola y David se
convirtió, una vez más, en el centro de atracción: entrando y saliendo
del agua y llamando la atención de todo el mundo.
Nota: En la
primera parada que hicimos en Peñíscola, desde un callejón con unas
rocas al fondo se veían unas vistas impresionantes del mar.
Martes, 12 de
julio
Día de sopor, yo
no tomé el sol porque me salieron unos granos en la espalda y con el
sol me picaban a rabiar. Los dos hombrecitos estuvieron en la piscina
toda la mañana. Comimos en casa y como el
renacuajo no quiso echarse la siesta nos fuimos a Castellón. El
jefe quería ir en plan playero, yo dije que a una ciudad se debía ir
elegantemente vestidos: fuimos guapos.
El calor era
agobiante y la ciudad no nos gustó nada. Fuimos hasta el puerto de
Grau y en la lonja compramos salmonetes para la cena. Mis zapatillas
de esparto se llenaron de agua y despedían un perfume embriagador.
Estoy perdiendo
los papeles. Este diario me está mareando. No sé si lo hacen a
propósito, pero lo cierto es que con tanto viaje estoy perdiendo el
control de mis recuerdos. Además, como me dan tan pocas pistas ya no
sé qué día estuvimos en un sitio y qué día en otro. Mis recuerdos son
los mismos para todos los pueblos. Calles por las que unas veces voy
andando y otras en la silla, plazas llenas de plantas exóticas y
flores, fotos, unas veces en brazos de mi padre y otras en brazos de
mi madre; y al final siempre terminan igual: sentados ante una mesa,
con unos vasos llenos de un líquido amarillento y con espuma y unos
platos que unas veces tienen bichos con barbas, otras pececillos con
raspas, y alguna vez, pero muy pocas, unas patatas crujientes que me
gustan mucho.
Creo que ya me estoy cansando de estas vacaciones que iban a ser de playa y que, salvo una tarde, cada vez son más de pueblos y de viajes. Y menos mal que los viajes de los últimos días ha sido cortos y no he tenido tiempo de vomitar.
No me extraña que
mis padres no me entiendan bien, a veces no me entiendo ni yo mismo.
¿Qué quiere decir eso de ico…, ico…, ico…,? Es algo nuevo porque no lo
había oído nunca y debe de ser muy interesante porque mi padre lo
repite ahora todos los días. Lo repite conmigo. Lo repite a la misma
hora, por la noche, justo cuando estamos cenando y además él está
ensimismado viendo la tele.
Miércoles, 13 de
julio de 1983
Olor a viaje de
regreso. Día tranquilo: playa, piscina, Alcocéber…
Escribe mi madre y
no dice nada. Una sola frase y ya está: el día resuelto.
¿Y por qué escribe
mi madre si hoy le tocaba escribir a mi padre?
Ella lleva
escribiendo tres días seguidos. Hoy le tocaba escribir a mi padre.
Recuerdo que ese
día estaba esperando que mi padre se pusiera a escribir las memorias,
porque ese día sucedió una cosa importantísima: descubrí lo que
significaba Ico, Ico…Ico…
Lo descubrí cuando
mi padre dijo una frase, una frase que yo quería ver reflejada en las
memorias del día de hoy. Pero mi padre no la ha escrito (¡claro, como
no ha escrito él las memorias!), mi padre es un vago, y a mi madre
cómo se le iba a ocurrir escribirlo si no lo había dicho ella. Y si no
es capaz de escribir lo que dice ella, cómo va a escribir lo que dice
mi padre.
Yo llevaba unos
días obsesionado con esa palabra, esa palabra que repetía
constantemente, pero de la que no sabía su significado. La repetía
para ver si al hacerlo conseguía que viniese a mi cabeza lo que quería
decir. Pero no me venía y me ponía nervioso, sin embargo, debía de ser
algo muy importante. Siempre que yo pronunciaba esas sílabas mi padre
se ponía muy contento y a mí me decía unas frases que me emocionaban:
“Pero que listo es mi niño, madre”, y ponía énfasis en la palabra:
madre, para recalcar lo anterior. Pero lo que me hacía saltar de
alegría era cuando decía: “Si vales más que las pesetas”, yo no sabía
lo que eran las pesetas, pero tenía que ser algo importantísimo. Lo
más importante de la vida, porque era la palabra que más repetían mis
padres. Iban a un sitio donde el coche se arrimaba a una caja muy alta
y le metían un tubo por la orilla del culo, y mi madre decía:
“¿Cuántas pesetas ha echado?” Parábamos ante un restaurante en el que
había un cartón grandote lleno de palabras, y mi padre decía:
“Trescientas pesetas el menú”, y mi madre contestaba: “ El anterior
costaba 280 pesetas”. Además cuando íbamos a la casa donde había
botes, latas y botellas de vino siempre aparecía la palabra pesetas:
“Ese vino no, que vale muchas pesetas”, y el día que más me enfadé,
cuando se metieron en aquella casa tan grandota y me hicieron esperar
dos horas en una cola, también hablaron muchas veces de pesetas. Tenía
que ser una palabra importante aunque yo también le tenía manía porque
siempre que señalaba alguna cosa con el dedo me decía uno de los dos:
“No que vale muchas pesetas”. Así que cuando yo decía Ico…Ico…Ico…, y
mi padre me decía que valía más que las pesetas yo me sentía el niño
más feliz del mundo.
Por eso en las
memorias de ese día tenía que haber estado escrita esa frase. Si solo
había que escribir una frase, pues que hubiese sido esa. Porque yo la
recuerdo bien, recuerdo que la dijo después de cenar y estaba él
viendo la tele cuando me gritó: “David, mira cómo baja Ico…, con el
culo empinado y la cabeza en el manillar”, y a mí se me encendió la
luz: Claro, ¡Ico…!, ¡Perico! ¡Perico Delgado!
Principio
y
fin de esta historia. Los últimos días no fueron nada comparados
contigo. Solo una sombra, una monotonía, una paella encargada, una
zarzuela, una playa, una piscina, unas fotos, unos montes, una arena,
un paisaje…, ¡nada comparado contigo!
Porque
tú,
solo tú, llenaste estos días, estos dos últimos días antes de
emprender el viaje de nuevo a la vida, a la rutina. Tú eres el espejo
donde se refleja un sueño inacabado, protagonista de unos catorce días
vividos entre el sol y la sombra. Sol de días calurosos de julio, de
piscinas hambrientas de vida, de playas serenas en espera de niños
desnudos, rubios y morenos, mecidos al son de sus olas. Sombras de la
noche, rincón escondido donde se refugian montones de sueños, de
realidades difíciles de conseguir en otros momentos, noches eternas
sin la amenaza del ruido amargo del despertador seguro. Tranquilidad,
paz, sosiego, sombras de la noche llenas de diálogos, llenas de
suspiros, de sofocos que serán nuevos davices
que quizá mañana vuelvan a ser luz, vuelvan a ser sombras, de unos
días felices de un verano eterno.
David,
comunicación
perfecta, lenguaje universal, gestos inequívocos que lo dicen todo.
Eso han sido los catorce días vividos contigo. Vividos intensamente,
pletóricos, llenos de comunicación. Parece imposible, eres tú quien
está aprendiendo a hablar y somos nosotros quienes estamos aprendiendo
a comprender, a entendernos los tres con una facilidad que antes no
teníamos. Tus gestos son perfectos, lo dicen todo con una claridad
total, no hay sombra de malicia, ni sombra de engaño, tus ojos son
claros y en ellos se notan tus intenciones y tu estado de ánimo.
Señalas
una
cosa tranquilo, confiado en que la conseguirás, pides la comida o las
zapatillas, el biberón o la cama, y lo haces seguro, sabes que te
entendemos y te pones contento cuando te lo damos. Tonto inocente,
aprendiz de la vida: cariño.
-
Chichi, nichi, si.-Y señalas con el dedo la cama.
-
Nochi, mechi.- Digo.
-
Nochi, nochi, chiche, chachi.-Contesta tu madre como quien no dice nada.
Lenguaje
universal
y eterno, todo el mundo lo entiende, no sabe de idiomas, porque hay
comunicación de gestos, de miradas, de sonidos guturales que nos son
palabras. De niños que aprenden a hablar con palabras y de padres que
aprenden a entender sin ellas.
-
Ji, ji,ji
-
Sí, sí cariño, ya.
Y
tu sonrisa inquieta, impaciente y serena espera la cereza, la uva o el
beso.
-
¡Atillas! -te acercas sonriente con las zapatillas en la mano.
Te
despiertas
el primero y te acercas a nuestra cama, te acurrucas a mi lado y
esperas el beso, yo sé que lo esperas, me lo dicen tus ojos, me lo
dice tu cara, me lo dice el saber que mañana temprano harás nuevamente
lo mismo.
-
Ph, vo, vo, vo..
Saludas
diciendo
los más maravillosos saludos del mundo, pones ante mi cara unas
zapatillas para no andar descalzo, para dar la vuelta alrededor de
nuestra cama y despertar a tu madre. Te vas y la despiertas aunque ya
esté despierta, porque juegas con ella, a ti te gusta despertarla y a
ella le gusta que tú la despiertes. La despiertas con ese despertar
tuyo, que es despertar a la vida a tu luna de siempre.
Arrugas
la
nariz, ese gesto tuyo que indica que ya te has cagao y día tras día esa tata
tuya que huele que apesta se limpia y a seguir corriendo. A seguir
hablando o tatareando:
-
¡Ma-ma!
-
¡Que yo no soy ma-ma! ¡Yo soy pa-pa!
Y
te ríes, qué más da, es igual, te entiendo.
-
Aba, aba, aba, aba…
El
agua
te encanta y la playa es tu amiga. Sales como un loco buscando esa
agua tan maravillosa que hay en las pozas que deja la playa al bajar
la marea, manoteas el agua y sonríes, te cansas y quieres salir, te
sales y quieres entrar, salir y entrar. Pasas las horas jugando con el
agua y con la arena, y tatareando esas canciones que solo tú te sabes,
que solo tú entiendes, pero que nosotros repetimos constantemente como
si fuesen nuestras, como si las entendiésemos perfectamente.
Te
pones
moreno, rubio y moreno a la vez, con tus ojos azules que no ocultan
nada. Los ojos azules siempre dicen la verdad -diría
tu
bisabuelo Nicolás-. Y tu pelo rubio, cada vez más rubio, contrasta con
tu piel morena, morenita, porque solo está tostada, acariciada por los
rayos de sol que se niegan a quemarla, está sonrosada, apetitosa para
morderla un poco. El sol es generoso y amable contigo y las personas
también, como la señora que arregla tu cama, o la que vende cerezas y
siempre te da una, o esa que cruza la calle y al tropezar con tu
sonrisa exclama:
-
¡Qué niño tan simpático! ¡y qué rubio! ¿Cuántos años tiene?
-
Ayer hizo 16 meses.-Contesta orgullosa tu madre.
-Pues
está muy espabilado y es guapísimo.
Hermosos
paseos
de atardeceres serenos para olvidar el caluroso día, te llevo en mis
brazos y te ríes, te bajo para que andes y te cansas, te coge tu madre
y protestas, hacéis las paces y te vuelvo a coger yo. Ahora te subo a
mis hombros y te sujetas agarrándome los pelos de la cabeza, como buen
jinete te sientes altivo y seguro, corremos unos pocos metros y me
canso, te bajo a mis brazos y te muerdo una oreja.
-
Toto
Me
dices
al tiempo que lanzas tu manita tierna sobre mi mejilla.
-
Listo.
Te
digo
y te muerdo de nuevo.
-
Toto.
Y
repites como antes tu suave bofetada, lo haces muy suave porque
quieres que siga, que siga mordiendo suavemente, lamiendo, acariciando
tu orejita para tú volver a acariciar mi mejilla, te ríes a la vez que
protestas, no lloras ni te enfadas, solo te enfurruñas con la
esperanza de seguir el juego, lo noto en tu cara cuando dices:
-
Toto
Y
yo te contesto:
-Listo.
Quieres
seguir
con Toto y con Listo,
recibiendo mordiscos que no son mordiscos, dando bofetadas que no son
bofetadas. Te dejo en el suelo y protestas, te encuentras a gusto en
mis brazos, desde la altura ves mejor a las personas pasear por las
calles, al verdor de los setos de las aceras y a las flores de los
jardines. Las hueles arrugando la nariz, ese gesto tuyo que a nosotros
nos encanta. Se cruza un perro en nuestro camino y dices Luna,
recordando a esa perra amiga que dejaste en un pueblo lejano, esa
perra tuya que sirve para nombrar a todos los perros y a todos los
gatos porque tienes para ellos un nombre universal: Luna,
la primera palabra que pronuncias perfectamente, tu Luna, tu mundo pequeño y feliz.
Lo
más
hermoso es cuando por las noches, venciendo tu sueño, te conviertes en
el espectador solitario, en el curioso invitado, el que nos sorprende
jugando desde su ventana.
Te
acostamos
en tu habitación oscura, separada de la nuestra por unas simples
cortinas, y nos sorprendes, corres la cortina de tus felices sueños,
te asomas y encuentras la ventana que se asoma a la vida, esperas
tranquilo, sereno y seguro a que nuestra mirada descubra tu juego. Te
miramos y tú te ríes y callas, lo estabas esperando, lo sabías. Sabías
que nosotros te encontraríamos y nos muestras tu feliz encuentro.
En
esa
ventana abierta a la vida está tu alegría, que es nuestra alegría, y
así asomado a tu ventana como espectador nocturno te ofreces al mundo
como un rayo de amor y esperanza.
Te has pasao, unas veces no llegas y otras te pasas. Si lo sé me callo.
Ahora sí que parece que puedes llegar a ser escritor.
Porque ahora que
he llegado al final de estos papeles escondidos he entendido primero
lo que significa leer entre líneas. He tardado, pero me he dado
cuenta. Me he metido mucho con vuestros escritos de los primeros días,
pero en estos momentos he llegado a la conclusión de que para
resucitar los recuerdos no es necesario escribir los detalles, basta
con apuntar una frase para que después la imaginación vuele. Una
simple palabra, una simple fecha, un simple hecho nos hace vivir los
recuerdos. Y después he aprendido a escribir las emociones y los
sentimientos.
Así, en esta
docena de folios, están escondidas unas memorias maravillosas. Las
primeras memorias de mi vida.