Memorias de David para hacer reír a Elena

                Antonio García Orejana


 Mis primeras vacaciones en la playa

 

Yo creía que no me entendían, pero hoy he podido comprobar que lo hacían a la perfección. Nadie hubiera podido escribir mejor que ellos estas memorias que he encontrado en el cajón bajero del mueble del escritorio de la casa de mis padres.

Estaban escritas en forma de diario en una carpeta, junto a otros manuscritos, debajo de una regla y un cartabón, de una grapadora, de gomas de borrar, un paper-mate y otros útiles de escritura de la de antes. Allí estaban todas las claves para poder recordar mis primeras vacaciones en la playa.

Como yo entonces no sabía escribir utilice a mis padres para que lo hicieran por mí. Creí que nunca lo encontraría y que no podría jamás recordar mis primeros contactos con la arena y con el agua. Dudaba de que entendiesen lo que les quería trasmitir porque yo entonces me expresaba con mucha dificultad, como podréis comprobar. Pero los padres son siempre muy inteligentes y entienden a los hijos con solo mirarlos.

Así pues, después de recuperar estas memorias, quiero manifestar dos cosas:

La primera es el agradecimiento a mis padres por escribirlas y por hacerme fotos. Antes se leía, se escribía y se hacían fotos. Fotos con cámara que se revelaban y se guardaban en álbumes. Eso garantizaba encontrar después lo escrito o lo fotografiado para mantenerlo siempre en el recuerdo. Ahora se utiliza el móvil, se hace la foto, se comparte -inmediatez-pero no se escribe nada, y luego pasa lo que pasa. El móvil un buen día se rebela y nos dice que está saturado, que no tiene espacio, miramos y comprobamos que tenemos miles de fotos y que su memoria está repleta. Entonces eliminamos todo, o en el mejor de los casos lo guardaremos en otro núcleo duro que también se saturará. Así lo que fue inmediato, dejó de tener vivencia y los recuerdos desaparecen o se esconden en rincones de cada vez más difícil acceso.

Por eso la segunda cosa que quiero decir a todos los padres es que escriban sobre sus hijos. Que les hagan fotos que se puedan tocar y que todo lo guarden en cajones de fácil acceso para que cuando llegue el tiempo de los recuerdos resulte fácil su encuentro.

Nota aclaratoria antes de seguir con estas memorias: Unas veces escribe mi padre y otras mi madre, procuraré iros orientando de cuando lo hace cada uno en las introducciones para que así sepáis distinguirlos. De mí no digo nada porque para eso está lo de la primera persona.


Nada más llegar al apartamento dejamos las maletas en el salón y yo recibí la primera orden de mi padre: “David, mientras nosotros colocamos todas las cosas, tú te das unas vueltas por la nueva casa, te recorres todos los pasillos y las habitaciones y haces tus diez minutos de puntillas”.

Los diez minutos de puntillas era la frase que martilleaba mi cerebro constantemente todos los días. No sé por qué debía andar de puntillas, pero recuerdo que antes de que mis padres cogiesen esa maldita costumbre de mandarme andar de puntillas, visitamos a un médico que me tocó los pies un montón de veces y que me hizo unas fotografías muy raras, con unos aparatos todavía más raros, que se movían de un sitio para otro.

Los diez minutos de puntillas fue mi primera frustración al llegar a Alcocéber. Si estábamos de vacaciones, ¿por qué tenía que hacer el trabajo de todos los días? Lloré un poco para que se enterasen, pero no lo hicieron porque no aparece en las memorias del primer día.

El primer día escribió mi padre, lo hizo por la noche cuando yo estaba dormido en mi cama. ¿Dormido? No. Me hice el dormido, cuando me harté de escuchar primero a mi padre: “A dormir hijo, que es muy tarde y estarás cansado”. Y después a mi madre: “Ale, hijo, que mañana tenemos que ir a la playa”. Y yo me cansé de protestar y de no ser entendido y decidí aceptar la última explicación de mi padre: “A dormir que tus padres tienen que escribir las memorias”.

Lo de las memorias me convenció para hacerme el dormido. Debía ser algo importante porque mi padre lo había repetido un montón de veces: “Escribir estas memorias es muy importante porque son las primeras vacaciones que pasamos los tres juntos”. Además había dejado, encima de la mesa del salón, una carpeta con un montón de folios en blanco, diciendo con voz solemne: “Para escribir las memorias”.

Desde mi dormitorio se veía el salón y yo decidí hacerme el dormido para observar cómo se escribían unas memorias. Pero lloré con todas mis fuerzas cuando cerraron la puerta. Lo hice cinco o seis veces hasta que mi madre se debió de dar cuenta y dijo: “Deja la puerta abierta que a lo mejor se asusta por la oscuridad”. Bueno, no era eso exactamente lo que quería decir, pero lo di por válido pues pensé que debía de ser muy difícil entender a un niño por sus lloros.

Desde mi cama y con el ojo encimero muy abierto observé cómo en la mesa del salón se sentaba mi padre y tras decir ceremoniosamente a mi madre: “Hoy escribo yo, pero mañana te toca a ti”, se puso a escribir durante un buen rato.

Yo tardé en dormirme pensando en lo que contaría mi padre. Al día siguiente hurgué en todos los cajones, pero no encontré nada. Debieron de dejar la carpeta en lo alto de un aparador para que yo no la cogiera. Pensé estar más atento la noche siguiente para saber dónde la guardaban, aunque de poco me serviría, porque yo por aquellas fechas no sabía leer, pero sí que hubiese hurgado entre los garabatos, y quizá por eso, por miedo a que rompiese los papeles fue por lo que los dejaban tan altos.

Hoy por fin lo he visto y me he llevado una gran desilusión. Mi padre solo escribió:


 

Primeras vacaciones con David.

1-7-1983

El viaje fue perfecto, tranquilo, David dormido (así da gusto). Primer tirón y llegamos a Motilla del Palancar. Restaurante Gijón, ambiente acogedor, camareras perfectamente vestidas con trajes regionales. Buen vino. Buena comida. Siesta.

Después de la siesta: carretera y manta. Llegamos a Valencia a las 8 de la tarde, muchas calles y muchos semáforos hasta coger la autopista. Después todo fue coser y cantar, 120 km de media. En un aparcamiento merendamos, cambiamos a David y tomamos una cerveza.

A las 9 de la noche llegamos al apartamento, deshacemos las maletas, David hace sus diez minutos de puntillas y le damos de cenar. Yo doy comienzo a estas memorias.

 

Pues unas memorias no dicen na. Frases muy cortas, cosas muy concretas y que abarcan mucho tiempo. Nada de lo que yo quise transmitirles está recogido. Será que mi padre llegó cansado. Seguro que el próximo día, que lo escribirá mi madre, me entenderá mejor y recogerá algún sentimiento, alguna emoción o describirá algún paisaje.

Pero, ¡sorpresa!: las memorias del segundo día no recogen la esencia de lo que pasó. Además las vuelve a escribir mi padre. No es justo, si habían quedado en turnarse.


 

Sábado, 2-7-1983

Tomamos contacto con el ambiente. Hacemos aprovisionamiento de vituallas. Comemos en el restaurante del hotel. Buen menú del día, por solo 675 pesetas comimos los tres. Por la tarde, primer capítulo playero con David de protagonista: juega con la arena, se mete en el agua y no quiere salir. Cuando le sacamos llora y quiere volverse a meter. Buen comienzo. Por la noche baile de bienvenida en el hotel.

 

No. No. Y no. Unas memorias así no valen nada. Yo recuerdo que el primer día duró mucho más. Fue muy largo. Por la mañana hubo peleas y desencuentros. Yo me levanté obsesionado por encontrar la carpeta de las memorias. Rebusqué por todos los rincones, eso me sirvió para familiarizarme con el apartamento. Un salón, un dormitorio dividido en dos partes, un cuarto de baño y una cocina. Eso era todo. Me lo recorrí antes de que mis padres se levantaran porque harto de tocarles las narices, como decían ellos, aunque yo les tocase otra cosa, me puse a investigar por mi cuenta y a buscar la dichosa carpeta. Rabioso por no encontrarla me puse a llorar muy fuerte. Ellos entendieron otra cosa porque pensaron que me había dado un golpe con algún mueble y se levantaron los dos corriendo, me cogieron y me besaron, primero uno y después la otra. Entonces cuando estuve en los brazos de mi madre es cuando vi la famosa carpeta. Estaba en lo alto del mueble que había en el salón, yo señalé con el dedo y se la pedí llorando, pero esta vez tampoco me entendieron porque en vez de darme lo que señalaba con el dedo me dieron otro beso y me hicieron caricias, pasándome de unos brazos a otros como si yo lo que quisiera fuera volar. ¡¡Uf¡¡ qué difícil es entenderse con los padres. Después de desayunar me metieron en el coche, me ataron en la silla y yo volví a protestar porque el cinturón me hacía daño en el hombro derecho. Lloré, y esta vez sí me entendieron porque pasaron sus dedos por la zona que me apretaba, y yo dejé de sentir el dolor.

Desde el coche se veían casas y eso no podía ser el mar, porque el mar tenía que ser raro, no lo había visto nunca, por eso el mar no podía ser un pueblo lleno de casas. Los pueblos llenos de casas los he visto ya muchas veces. Por lo menos recuerdo dos, y en cada uno de ellos viven unas personas muy mayores que me besan mucho y me apretujan. Dicen que son los abuelos, hay abuelos en todas partes, aquí todavía no han aparecido, pero estoy seguro que las dos primeras personas mayores que nos encontremos me llenaran de besos y me dirán que son los abuelos.

 Aparcaron el coche y mi madre me cogió de la mano y juntos fuimos hasta una casa muy grandota llena de botes y cajas, y cosas que yo intentaba coger con las manos y ellos no me dejaban. Me subieron a un carro, que tenía una plataforma para que los niños se pudieran sentar, y empezaron a echar cosas encima, entonces ya si me dejaron coger algo. “Deja que lo coja para que se calle”, dijo mi madre a mi padre.

Yo protesté llorando muchas veces, pero ellos siempre se imaginaban deseos distintos a los que de verdad sentía, pues lo que quería era ver algo diferente, eso que llamaban el mar y que nunca llegaba. Volvimos al apartamento y otra vez a ordenar cosas. Mis padres se pasaban la mayor parte del tiempo ordenando y a mí me ponían nervioso porque no hacíamos nada. Toda la mañana colocando cosas hasta que me cagué. Entonces no tuvieron más remedio que dejar lo que estaban haciendo porque mi madre enseguida lo notó, para eso tiene un olfato privilegiado. Entonces comenzaron los dos a hacerme caso, el uno cogiéndome por los pies y la otra quitándome el dodotis y limpiándome el culo.

Cuando me pusieron guapo pensé que ya sí que iríamos a la playa, era lo que me habían dicho por la noche: “Vete a la cama que mañana tenemos que ir a la playa”, pero no, nos metimos en un salón lleno de mesas y a mí me subieron en una silla y me ataron un enorme trapo al cuello. Dos menús del día pidieron mis padres y para mí un plato y una cuchara: “Al niño le damos de comer de lo nuestro”, dijo mi madre al camarero.



Domingo, 3-7-83

Bueno, el señor literato dice que lo escriba la menda. Pues no sé que contar de este famoso domingo que amaneció tormentoso y terminó con gritos y manotazos en la bañera.

Nos levantamos bastante tarde y emprendimos camino a la famosa desembocadura del Ebro. Viaje de más de dos horas porque no quisimos coger la autopista y nos fuimos por la carretera nacional con el Pirulo dormido y guapísimo.

Llegamos hasta Amposta y desde allí cogimos carreteras secundarias, más bien caminos que se dirigían hacia el mar siguiendo uno de los canales del Ebro. Divisamos llanuras inmensas totalmente encharcadas en las que se contemplaban unas diminutas plantas que buscaban el cielo. Debían ser los arrozales y nos acompañaron por todo el recorrido durante la búsqueda infructuosa de la desembocadura del Ebro.

A las dos y media encontramos un restaurante, El Pescador, nos dimos un capricho y degustamos productos marineros: gambas, almejas, sepia y merluza, todo ello acompañado de un vino blanco de la tierra. El Piru estuvo de huelga y apenas probó bocado.

Los efectos del vino pusieron en serios apuros al conductor que optó por el ratito de siesta en el asiento trasero del coche, mientras que la menda tuvo que coger la silla y pasear al Piru hasta que se quedó dormido.

Por la tarde seguimos buscando la desembocadura y lo que encontramos fue un transbordador, un vaporeto, que nos llevó, con coche incluido, a la otra orilla. Y ahora sí, ahora llegamos al final y divisamos el mar.

Regresamos al apartamento por la autopista en tres cuartos de hora. Ahora si sale la media:120 km/h.

 

El Piru debía de ser yo, porque está en mayúscula y entre comillas, además aparece después el calificativo de guapísimo y no creo que mi madre tuviese la intención de dedicárselo a mi padre porque a él se dirigía con otras frases más secas y cortantes: “¿Has recogido la cocina? ¿Has sacado la basura? has…, has…”, casi todas las frases que mi madre dirigía a mi padre empezaban por has, pero además él era quien conducía y difícilmente podría conducir dormido. En fin, que era yo, y aunque mi nuevo nombre no me gustó nada, como lo acompañó de un calificativo bonito, se lo perdoné.

Al principio mi madre puso más énfasis en la descripción de las cosas y se notaba en su escritura una cierta ironía, y yo pensé que la escritora debía de ser ella, pero pronto me di cuenta de que cayó en los mismos defectos de mi padre. Todo fue un espejismo, porque tras los primeros párrafos todo volvió a ser enumeración de sucesos sin vida y sin sentimientos. Ninguna referencia a mis mareos en el tramo final del viaje, porque sí, fui dormido la mayor parte del trayecto, pero al final cuando empezamos a zigzaguear y a dar acelerones y frenazos me puse fatal, empezaron a darme arcadas y en la tercera, cuando la vomitona se acercaba, me vi con una bolsa en la boca. Mi madre era una experta en eso, tenía una habilidad tremenda, en cuanto que yo me movía un poco ya tenía la bolsa en la mano. Era una bolsa negra, grandota, que enseguida me tapaba toda la cabeza, y yo en cuanto la veía echaba todo lo que tenía dentro, porque aunque intentaba aguantarme la simple visión de lo negro, el roce del plástico y sobre todo ese olor tan característico de las bolsas de basura; lograban que el revoltijo que tenía dentro saliese precipitadamente hacia su destino.

 Me ocurría en todos los viajes por lo que yo al coche le tenía manía, o iba dormido o iba vomitando y nunca veía nada. Ese día se pasaron toda la mañana hablando de las plantas verdes que había en el delta y diciéndose si serían de maíz o de arroz, pero yo por más que estiraba la cabeza solo veía nubes en el horizonte.

Después de la vomitona querían que comiese, ¡tenía yo el estómago como para andar con tonterías!, así que lloré y escupí un par de veces lo que me ofrecían. Además los bichos que me daban tenían unos pelos larguísimos y estaban envueltos en una piel escamosa, y aunque se lo quitaban todo y me daban solo lo blanquito yo no podía quitarme de encima esos pelos, esa coraza y sobre todo esos ojos que parecían decirme: “Si nos comes te pinchamos en el estómago”. Yo les di primero dos manotazos y después, ante su insistencia metiéndome lo blanquito en la boca, lo escupí. Después me ofrecieron otros bichos que tenían una concha dura, a mí me ofrecieron lo de dentro pero también me dio asco y lo escupí. Por último, y para que me dejasen en paz, me comí un poco de una cosa blanquita que era de un trozo de otro bicho que no tenía ni pelos ni concha y que no sabía mal.

Cuando me dejaron en paz mis padres y me subieron a la silla me relajé un poco. Miré al paisaje y vi las plantas de las que hablaban ellos cuando íbamos en el coche, estuve unos momentos tranquilo hasta que unos malditos mosquitos comenzaron a revolotear en torno a mi cara. Intenté espantarlos con las manos, pero eran más rápidos ellos volando que yo moviendo las manos por lo que no tuve más remedio que ponerme a llorar otra vez. Mi madre, que era la que me llevaba en la silla, al principio no entendía nada y solo decía: “Si es la hora de la siesta y todos los días te duermes en cuanto subes a la silla”. Así estuvo un buen rato hasta que los mosquitos también se acordaron de que ella existía, entonces entendió porque lloraba y me tapó todo el cuerpo con una fina gasa.

Después de la siesta me dejaron tranquilo. Me montaron, por primera vez, en un cacharro que se movía por el agua, pero íbamos todos dentro del coche o sea que estábamos subidos en dos coches solo que uno era muy grande.

Por la noche, cuando yo estaba tan tranquilo viendo la tele me cogen entre los dos y me desnudan. No es que hiciese frío, pero es que me hacían daño, y además yo quería seguir viendo esos dibujos que aparecían en la pantalla. Protesté llorando, pero no me hicieron caso, se pusieron más pesados y me apretaron más en los brazos, entre los dos me metieron en la bañera que estaba llena de agua y empezaron a echarme agua por la cabeza. Yo me resistía, pero dos personas mayores, como son un padre y una madre, tienen una fuerza enorme y no hay quien pueda con ellos. Solo le queda a uno la opción de llorar. Llorar y llorar, hasta que te cansas, porque ellos no se cansan nunca. Te quitan la ropa, te llenan de agua por todos los lados, te ponen otra ropa distinta y ale:¡A cenar y a la cama!


 

4-7-83

Jornada habitual: piscina, comida (buena ensalada, buenos canelones, buena merluza y buena ternera), siesta, playa y cena, y entre medias muchas peleas, sobre todo, con David.

 

Esto ya es el colmo, ¡quién iba a decir entonces que mi padre sería algún día escritor!

¡La memoria de un día reducida a un solo párrafo!

¡Así no hay quien se acuerde de nada!

Y encima la culpa me la atribuyen a mí: entre medias muchas peleas con David. Como si yo fuese el malo de la película. Y con esos datos quien se acuerda de la causa de las peleas. Yo solo recuerdo que quería ir a la playa. Me habían hablado del mar, del sol, de la arena…, y ya llevamos cuatro días y solo hemos estado un ratito pequeño en la playa. Claro que protesté y lloré, pero fue porque no me hacían caso. Me levanté pensando en la arena y lo primero que hacemos es ir a la piscina. La piscina no es que esté mal, pero hay muchas personas mayores y todas están muy juntas, además te echan mucha agua a los ojos y te pican. Ellos siempre empiezan por la piscina y yo quiero ir lo primero a la playa. Yo siempre se lo digo por las buenas, a mí me gusta pedir las cosas por las buenos, cojo el cubo y la pala y les agarro cariñosamente de la mano, ¿qué más se puede hacer para decir amablemente que quiero ir a la playa? Pues no, me quitan la pala y el cubo y me ponen una cosa que llaman flotador, que me hace daño en la cintura, y otras dos que llaman manguitos y que me pican en los brazos y me dan unas explicaciones que yo no les he pedido.

Así que siempre me llevan la contraria y encima me echan las culpas de las peleas, con lo fácil que hubiese sido ir a la playa y estar todo el día jugando con la arena.

Además ellos también se pelean, y cuando lo hacen yo me hago el despistado, me cojo mis juguetes y hago como si no oyera nada, pero me entero de todo porque siempre se pelean por lo mismo: que si no has hecho esto, que si no has hecho lo otro, que si esto te toca a ti, que si primero hacemos esto, que si parece mentira, que si…, que si…, muchas peleas entre ellos, pero nunca llega la sangre al río porque en cuanto que yo meto baza para pedir algo, ellos se olvidan de sus peleas, se unen y los dos hacen un frente común contra mí. Total, que aunque se peleen mucho siempre se hace lo que ellos dicen y el que paga el pato soy yo.


 

Martes, 5 de julio de 1983

Ver comienzo de estas memorias.

Y mañana que coja la pluma la parienta.

 

Esto no me cuadra. ¿Cómo que ver comienzo? No me lo puedo creer. Tanto hablar de las memorias y ahora no dicen nada. Ver comienzo, ¿qué es eso de ver comienzo?

Repaso los manuscritos y en la página donde pone 1 y en letra de mi padre leo:

 

Un momento cualquiera de un día cualquiera, sin playa, sin piscina, un momento de relajación, de paz.

Inmaculada lee tumbada sobre el sofá, se encuentra absorta en la lectura de Las Giganteas.

David chilla, canta, levanta el teléfono, quita las ruedas al coche que tiene de juguete, da al botón de la televisión, apaga y enciende la luz, corre las cortinas, anda a gatas, se sube a la cama, se ríe, vuelve a cantar, vuelve a tocar el botón de la televisión, a la llave de la luz, sale a la terraza, aparece con una flor en la mano…

No me da tiempo a escribir todo lo que sucede en un momento cualquiera, de un día cualquiera, sin playa, sin piscina…, no, no, no es de relajación, es de locura.

Pero empecemos por el principio -el lloriqueo de David me distrae, Inmaculada se despereza y también me distrae.

Intento concentrarme en aquel cercano día cuando subimos al coche cargado de trastos rumbo a Alcocéber.

El viaje fue perfecto, David dormido…

 

Esto ya lo tengo escrito. Pero, ¿cómo se puede empezar por el quinto día y volver al principio? ¿Cómo se puede ir de un día a otro sin orden ni sentido? Yo empecé por el primer día, por donde ponía 1-7-1983, porque si es diario, es diario; y si son memorias, son memorias; pero no se puede ir de una cosa a otra. Además, yo recuerdo como la primera noche mi padre se puso a escribir las memorias. Se lo oí decir. ¿Lo recuerdo? ¿O me lo he imaginado? ¿Estoy recordando? ¿O me lo estoy imaginando?

Estos padres me van a volver loco. Todo iba bien, mi memoria funcionaba perfectamente, pero ahora con estos datos, ¿quién recuerda lo que hice esos dos días?



Miércoles, 6 de julio de 1983 

La parienta lo coge y dice que este día nos pusimos tacañones (la noche anterior vimos 1,2,3 responda otra vez) y después de bajar a la piscina comimos en el apartamento por primera vez desde nuestra llegada.

Por la tarde, carretera y manta, a Oropesa, a unos 20 km. Pueblo grande, con dos playas buenas. Nos instalamos en una de ellas y nos estuvimos tostando durante unas tres horas, con tumbona y sombrilla incluidas (300 pesetas la broma).

Por la noche cena en Alcocéber, prontito como las gallinas: sardinada, mejillonada (con salsa picante para que se fastidie uno que yo sé) y sepia, chiquita pero riquísima. Y para finalizar: postre, café y refresco para el renacuajo.

 

Fue la primera vez que escuché la palabra renacuajo, ese día la repitieron ambos muchas veces. Al principio pensé que no se referían a mí, pero ante la insistencia, sobre todo de mi madre, las miradas de ambos que siempre se dirigían hacia mí cuando la pronunciaban y las cosas tan raras que hacían con las manos y la cabeza, llegué a la conclusión de que ese era otro de mis nombres. Ahora que la veo escrita en el manuscrito ya no tengo ninguna duda. El renacuajo era yo. Me gustó aún menos que el anterior. El Piru, era corto y tenía un algo de musicalidad, pero este era un tanto retorcido y su sonido se asemejaba más al ruido de los coches que a la música del aparato de radio. Pero para ellos debía de ser un nombre cariñoso porque me lo repitieron muchas veces y siempre que lo hacían me hurgaban por los sobacos y por otras partes del cuerpo hasta que me hacían reír, ellos también se reían y repetían la palabra 4 o 5 veces. Daba igual que fuese mi padre o mi madre, porque los dos hacían lo mismo. La mayoría de las veces se turnaban y yo no sabía que manos eran las que me hurgaban, pero siempre terminábamos igual: los tres partiéndonos de risa.

 Después añadieron otros nombres nuevos. Todos raros y todos acompañados con el mismo movimiento de las manos, los mismos acercamientos de su cara a mi pecho, y las mismas sonrisas. Al final tuve tantos nombres que empecé a dudar de cuál era el verdadero.



Jueves, 7 de julio

Nos habíamos quedado sin provisiones monetarias y nos fuimos por la mañana a Alcalá de Chivert a ver si atracábamos un banco. Hicimos una llamada telefónica, pagamos 160 pesetas y conseguimos el botín. Para gastarlo nos dimos un festín en un restaurante no muy caro: 950 pesetas. Con copa de magno incluida.

Antes de la comida hicimos un pequeño recorrido por el pueblo. Paseamos por sus parques y por sus calles céntricas. Vimos antigüedades y señoras a la puerta de su casa vendiendo frutas.

Volvimos al apartamento y como el Piru no se dormía pasamos toda la tarde en la piscina. Noche de gran alboroto: David amaneció mojadito.

 

Noche de gran alboroto: David amaneció mojadito. ¡Me tienen contento! Escriben las memorias como les da la gana, no me tienen en cuenta para nada, bueno sí, para dejarme en ridículo diciendo finamente que me he meao, ¡vete tú a saber que habrán hecho ellos esta noche! Porque ruidos, he oído yo muchos ruidos en su cama, pero claro eso no lo cuentan. Cuando sea mayor y las reescriba yo, ¡os vais a enterar! Sí, me he meao, ¿qué pasa? Si me he meao ha sido por los ruidos.

Después del día que me habéis hecho pasar, luego esto. Toda la mañana dando vueltas en el coche, y cuando nos bajamos, en vez de ir a la playa, os ponéis a buscar una cosa que llamáis banco. Yo veía por la calle y por el parque montones de bancos, os los señalaba con el dedo, pero ninguno os valía, al final os metéis en una casa donde había muchas personas, os ponéis en una cola y me tenéis dos horas esperando. ¿Para qué?, para hablar luego de pesetas y más pesetas. Os pasáis el día hablando de pesetas, parece que en vez de venir a la playa hemos venido a ver pesetas.

Y cuando volvemos a casa: ¡toda la tarde en la piscina!, ¡pero todavía no os habéis enterado que yo lo que quiero es la playa! Y por la noche, ¡qué ruidos! Unos ruidos que me daban miedo y que se mezclaban con el de las manos chapoteando en la piscina. Y al final sí, me he meao, pero me he meao en la piscina, ¡para que os enteréis!

 


Viernes, 8 de julio

Cumple meses del citado anteriormente. Mañana de piscina, comida económica casera, proyecto de siesta y toda la tarde de playa.

Cena también casera, pero gracias a esta parienta tuvimos celebración de los 16 meses: compre dos benjamines de CODORNIU y brindamos por el pequeño retoño.

 

Por fin, ¡toda una tarde de playa! Me lo habéis hecho de desear, pero os perdono. Para que veáis que soy cariñoso os perdono las perrerías de los días anteriores porque hoy reconozco que os habéis portado fenomenal. Toda la tarde en la playa jugando conmigo. ¡Qué maravilla! ¡La de castillos que hemos hecho! ¡La de ríos que hemos cortado! ¡La de balsas que hemos construido! ¡Qué balsa más grande hicimos juntos y qué calentita estaba el agua! ¡Cómo hemos jugado los tres!

Y después, cuando nos hemos metido en el mar agarraditos de la mano los tres, una mía para cada uno de vosotros, ¡qué alegría! Me levantabais al tiempo que yo saltaba la ola, otra, otra, otra, decía, no me cansaba nunca, estaba tan contento que no me daba cuenta del paso del tiempo. Se puso el Sol y aún continuábamos en la playa. Y después en el apartamento… ¡qué fiesta! Yo no me esperaba nada y de repente todo giró en torno a mí. ¡Cuántos brindis! ¡Cuántos besos!

 Así, sí; así os quiero siempre.



Sábado, 9 de julio

Estoy de huelga. Que escriba el pirulón.

 

Fue un día caluroso y siestero, rematado con dos medias copas de champán al filo de la media noche.

Entre medias hubo una bajada a la piscina, una comida en la Cúpula y un paseo por Alcocéber para comprar pescadito para la cena.

A destacar: la simpatía de David bailando a las 11 de la noche al son de una música que llegaba por la ventana.

 

Yo también estoy de huelga, después de lo de anoche creo que tengo resaca. Retoño, nombre nuevo que me pusieron ayer. No está mal, será fruto del champán.



Domingo, 10 de julio de 1983

Suena el despertador a la hora de todos los días: 9,30. Despierta a papá, despierta a mamá. Es original: incorpora el perfume al ruido -digno de patentar.

Inma tiene el día lento, se pasa las horas intentando descubrir por qué le salen granos en las piernas.

Dos horas de piscina por la mañana y dos horas de piscina por la tarde: quemados. Es igual, el cuerpo ya aguanta todo. Comemos y cenamos en el apartamento y estamos a la espera de cómo rematar la noche…

Y la noche termina tarde: diálogos de esposos ante el espejo.

 

En el diario solo pone: “Diálogos de esposos ante el espejo”, recuerdo que lo escribió mi padre porque ese día le tocaba a él escribir. Pero yo creo que en esos diálogos hubo mucha miga. No es por nada, pero yo lo notaba en el ambiente. Esa noche, cuando me hice el dormido, como de costumbre, se fueron al baño y estuvieron un rato muy grande. Tan grande que yo me quedé dormido antes de que regresaran al dormitorio. Yo creo que dialogaron mucho y que yo estaba involucrado, me puse en su lugar y me imaginé el cambio que tenía que suponer el pasar de ser dos a ser tres, y además, que ese tercero, o sea yo, pasase a ser el protagonista de la historia. Su vida afectiva y sexual se tenía que ver afectada de todas formas.

A mí me satisface mucho eso de diálogos de esposos ante el espejo porque significa que los conflictos los resolvieron hablando. Al principio me preocupó su tardanza, pero luego cuando entraron en la habitación y se metieron en la cama me desperté porque oí unos ruidos similares a los de otras noches, pero en esta ocasión no me produjeron miedo, sino todo lo contrario, me tranquilizaron porque supe que no iban nunca a tirar por el camino del medio.

Eso de tirar por el camino del medio, lo supe muchos años después, cuando ya estaba en el colegio y algunos amigos unos días eran recogidos por el padre y otros días por la madre. Es lo que hacen algunas parejas dejándonos perplejos a los niños, que no sabemos cuál es el del medio y nos quedamos aparcados sin saber qué hacer porque unas veces el del medio tira hacia un lado y otras veces hacia el otro. Un lío al que afortunadamente yo no tendría que hacer frente. Sí, el diálogo entre esposos y ante el espejo es fundamental para los renacuajos.



Lunes, 11 de julio

Qué malos suelen ser los lunes. Este no, fuimos de excursión a Peñíscola. Salimos por la mañana, un poco tarde, y se nos olvidó llevar la cámara de fotos: grave error.

Después de recorrer unos km divisamos el indicador: Peñíscola, ciudad sobre el mar. Continuamos y nos topamos con la playa y con un mogollón de coches. Un atasco similar a los de Ventas cuando hay corrida de toros. Salimos del atasco y… ¡sorpresa! Hay otra playa al otro lado. El jefe se hace un lío, pero seguimos de frente y por fin encontramos Peñíscola. Es un cabo, una montaña que esconde el auténtico pueblo. Sus calles son de piedra, sus casas son blancas con los balcones repletos de flores. Sus calles son tan estrechas que difícilmente pueden cruzarse dos coches. Pasamos la mañana paseando y disfrutando de sus maravillosos paisajes que nos hicieron recordar al barrio de Plaka, a Ibiza, o a Óbidos…, paisajes todos extraordinariamente hermosos.

Por la tarde hicimos un recorrido inspeccionando las playas cercanas: Benicarló, Vinaroz, pero al final volvimos a la playa de Peñíscola y David se convirtió, una vez más, en el centro de atracción: entrando y saliendo del agua y llamando la atención de todo el mundo.

Nota: En la primera parada que hicimos en Peñíscola, desde un callejón con unas rocas al fondo se veían unas vistas impresionantes del mar.


 

Martes, 12 de julio

Día de sopor, yo no tomé el sol porque me salieron unos granos en la espalda y con el sol me picaban a rabiar. Los dos hombrecitos estuvieron en la piscina toda la mañana. Comimos en casa y como el renacuajo no quiso echarse la siesta nos fuimos a Castellón. El jefe quería ir en plan playero, yo dije que a una ciudad se debía ir elegantemente vestidos: fuimos guapos.

El calor era agobiante y la ciudad no nos gustó nada. Fuimos hasta el puerto de Grau y en la lonja compramos salmonetes para la cena. Mis zapatillas de esparto se llenaron de agua y despedían un perfume embriagador.

 

Estoy perdiendo los papeles. Este diario me está mareando. No sé si lo hacen a propósito, pero lo cierto es que con tanto viaje estoy perdiendo el control de mis recuerdos. Además, como me dan tan pocas pistas ya no sé qué día estuvimos en un sitio y qué día en otro. Mis recuerdos son los mismos para todos los pueblos. Calles por las que unas veces voy andando y otras en la silla, plazas llenas de plantas exóticas y flores, fotos, unas veces en brazos de mi padre y otras en brazos de mi madre; y al final siempre terminan igual: sentados ante una mesa, con unos vasos llenos de un líquido amarillento y con espuma y unos platos que unas veces tienen bichos con barbas, otras pececillos con raspas, y alguna vez, pero muy pocas, unas patatas crujientes que me gustan mucho.

Creo que ya me estoy cansando de estas vacaciones que iban a ser de playa y que, salvo una tarde, cada vez son más de pueblos y de viajes. Y menos mal que los viajes de los últimos días ha sido cortos y no he tenido tiempo de vomitar.


 Ico.., ico…, ico..,

No me extraña que mis padres no me entiendan bien, a veces no me entiendo ni yo mismo. ¿Qué quiere decir eso de ico…, ico…, ico…,? Es algo nuevo porque no lo había oído nunca y debe de ser muy interesante porque mi padre lo repite ahora todos los días. Lo repite conmigo. Lo repite a la misma hora, por la noche, justo cuando estamos cenando y además él está ensimismado viendo la tele.


 

Miércoles, 13 de julio de 1983

Olor a viaje de regreso. Día tranquilo: playa, piscina, Alcocéber…

 

Escribe mi madre y no dice nada. Una sola frase y ya está: el día resuelto.

¿Y por qué escribe mi madre si hoy le tocaba escribir a mi padre?

Ella lleva escribiendo tres días seguidos. Hoy le tocaba escribir a mi padre.

Recuerdo que ese día estaba esperando que mi padre se pusiera a escribir las memorias, porque ese día sucedió una cosa importantísima: descubrí lo que significaba Ico, Ico…Ico…

Lo descubrí cuando mi padre dijo una frase, una frase que yo quería ver reflejada en las memorias del día de hoy. Pero mi padre no la ha escrito (¡claro, como no ha escrito él las memorias!), mi padre es un vago, y a mi madre cómo se le iba a ocurrir escribirlo si no lo había dicho ella. Y si no es capaz de escribir lo que dice ella, cómo va a escribir lo que dice mi padre.

Yo llevaba unos días obsesionado con esa palabra, esa palabra que repetía constantemente, pero de la que no sabía su significado. La repetía para ver si al hacerlo conseguía que viniese a mi cabeza lo que quería decir. Pero no me venía y me ponía nervioso, sin embargo, debía de ser algo muy importante. Siempre que yo pronunciaba esas sílabas mi padre se ponía muy contento y a mí me decía unas frases que me emocionaban: “Pero que listo es mi niño, madre”, y ponía énfasis en la palabra: madre, para recalcar lo anterior. Pero lo que me hacía saltar de alegría era cuando decía: “Si vales más que las pesetas”, yo no sabía lo que eran las pesetas, pero tenía que ser algo importantísimo. Lo más importante de la vida, porque era la palabra que más repetían mis padres. Iban a un sitio donde el coche se arrimaba a una caja muy alta y le metían un tubo por la orilla del culo, y mi madre decía: “¿Cuántas pesetas ha echado?” Parábamos ante un restaurante en el que había un cartón grandote lleno de palabras, y mi padre decía: “Trescientas pesetas el menú”, y mi madre contestaba: “ El anterior costaba 280 pesetas”. Además cuando íbamos a la casa donde había botes, latas y botellas de vino siempre aparecía la palabra pesetas: “Ese vino no, que vale muchas pesetas”, y el día que más me enfadé, cuando se metieron en aquella casa tan grandota y me hicieron esperar dos horas en una cola, también hablaron muchas veces de pesetas. Tenía que ser una palabra importante aunque yo también le tenía manía porque siempre que señalaba alguna cosa con el dedo me decía uno de los dos: “No que vale muchas pesetas”. Así que cuando yo decía Ico…Ico…Ico…, y mi padre me decía que valía más que las pesetas yo me sentía el niño más feliz del mundo.

Por eso en las memorias de ese día tenía que haber estado escrita esa frase. Si solo había que escribir una frase, pues que hubiese sido esa. Porque yo la recuerdo bien, recuerdo que la dijo después de cenar y estaba él viendo la tele cuando me gritó: “David, mira cómo baja Ico…, con el culo empinado y la cabeza en el manillar”, y a mí se me encendió la luz: Claro, ¡Ico…!, ¡Perico! ¡Perico Delgado!


 

 Epílogo desde Madrid

 David: alias bichito…, alias renacuajo…, alias pirindolo…, alias pirulo -piru-…,, alias bichín…, alias Viscontini…, alias pingüi…, David, Davichín, Davichete, cariño, vidita, cielo, amor, corazón..

Principio y fin de esta historia. Los últimos días no fueron nada comparados contigo. Solo una sombra, una monotonía, una paella encargada, una zarzuela, una playa, una piscina, unas fotos, unos montes, una arena, un paisaje…, ¡nada comparado contigo!

Porque tú, solo tú, llenaste estos días, estos dos últimos días antes de emprender el viaje de nuevo a la vida, a la rutina. Tú eres el espejo donde se refleja un sueño inacabado, protagonista de unos catorce días vividos entre el sol y la sombra. Sol de días calurosos de julio, de piscinas hambrientas de vida, de playas serenas en espera de niños desnudos, rubios y morenos, mecidos al son de sus olas. Sombras de la noche, rincón escondido donde se refugian montones de sueños, de realidades difíciles de conseguir en otros momentos, noches eternas sin la amenaza del ruido amargo del despertador seguro. Tranquilidad, paz, sosiego, sombras de la noche llenas de diálogos, llenas de suspiros, de sofocos que serán nuevos davices que quizá mañana vuelvan a ser luz, vuelvan a ser sombras, de unos días felices de un verano eterno.

David, comunicación perfecta, lenguaje universal, gestos inequívocos que lo dicen todo. Eso han sido los catorce días vividos contigo. Vividos intensamente, pletóricos, llenos de comunicación. Parece imposible, eres tú quien está aprendiendo a hablar y somos nosotros quienes estamos aprendiendo a comprender, a entendernos los tres con una facilidad que antes no teníamos. Tus gestos son perfectos, lo dicen todo con una claridad total, no hay sombra de malicia, ni sombra de engaño, tus ojos son claros y en ellos se notan tus intenciones y tu estado de ánimo.

Señalas una cosa tranquilo, confiado en que la conseguirás, pides la comida o las zapatillas, el biberón o la cama, y lo haces seguro, sabes que te entendemos y te pones contento cuando te lo damos. Tonto inocente, aprendiz de la vida: cariño.

- Chichi, nichi, si.-Y señalas con el dedo la cama.

- Nochi, mechi.- Digo.

- Nochi, nochi, chiche, chachi.-Contesta tu madre como quien no dice nada.

Lenguaje universal y eterno, todo el mundo lo entiende, no sabe de idiomas, porque hay comunicación de gestos, de miradas, de sonidos guturales que nos son palabras. De niños que aprenden a hablar con palabras y de padres que aprenden a entender sin ellas.

- Ji, ji,ji

- Sí, sí cariño, ya.

Y tu sonrisa inquieta, impaciente y serena espera la cereza, la uva o el beso.

- ¡Atillas! -te acercas sonriente con las zapatillas en la mano.

Te despiertas el primero y te acercas a nuestra cama, te acurrucas a mi lado y esperas el beso, yo sé que lo esperas, me lo dicen tus ojos, me lo dice tu cara, me lo dice el saber que mañana temprano harás nuevamente lo mismo.

- Ph, vo, vo, vo..

Saludas diciendo los más maravillosos saludos del mundo, pones ante mi cara unas zapatillas para no andar descalzo, para dar la vuelta alrededor de nuestra cama y despertar a tu madre. Te vas y la despiertas aunque ya esté despierta, porque juegas con ella, a ti te gusta despertarla y a ella le gusta que tú la despiertes. La despiertas con ese despertar tuyo, que es despertar a la vida a tu luna de siempre.

Arrugas la nariz, ese gesto tuyo que indica que ya te has cagao y día tras día esa tata tuya que huele que apesta se limpia y a seguir corriendo. A seguir hablando o tatareando:

- ¡Ma-ma!

- ¡Que yo no soy ma-ma! ¡Yo soy pa-pa!

Y te ríes, qué más da, es igual, te entiendo.

- Aba, aba, aba, aba…

El agua te encanta y la playa es tu amiga. Sales como un loco buscando esa agua tan maravillosa que hay en las pozas que deja la playa al bajar la marea, manoteas el agua y sonríes, te cansas y quieres salir, te sales y quieres entrar, salir y entrar. Pasas las horas jugando con el agua y con la arena, y tatareando esas canciones que solo tú te sabes, que solo tú entiendes, pero que nosotros repetimos constantemente como si fuesen nuestras, como si las entendiésemos perfectamente.

Te pones moreno, rubio y moreno a la vez, con tus ojos azules que no ocultan nada. Los ojos azules siempre dicen la verdad -diría tu bisabuelo Nicolás-. Y tu pelo rubio, cada vez más rubio, contrasta con tu piel morena, morenita, porque solo está tostada, acariciada por los rayos de sol que se niegan a quemarla, está sonrosada, apetitosa para morderla un poco. El sol es generoso y amable contigo y las personas también, como la señora que arregla tu cama, o la que vende cerezas y siempre te da una, o esa que cruza la calle y al tropezar con tu sonrisa exclama:

- ¡Qué niño tan simpático! ¡y qué rubio! ¿Cuántos años tiene?

- Ayer hizo 16 meses.-Contesta orgullosa tu madre.

-Pues está muy espabilado y es guapísimo.

Hermosos paseos de atardeceres serenos para olvidar el caluroso día, te llevo en mis brazos y te ríes, te bajo para que andes y te cansas, te coge tu madre y protestas, hacéis las paces y te vuelvo a coger yo. Ahora te subo a mis hombros y te sujetas agarrándome los pelos de la cabeza, como buen jinete te sientes altivo y seguro, corremos unos pocos metros y me canso, te bajo a mis brazos y te muerdo una oreja.

- Toto

Me dices al tiempo que lanzas tu manita tierna sobre mi mejilla.

- Listo.

Te digo y te muerdo de nuevo.

- Toto.

Y repites como antes tu suave bofetada, lo haces muy suave porque quieres que siga, que siga mordiendo suavemente, lamiendo, acariciando tu orejita para tú volver a acariciar mi mejilla, te ríes a la vez que protestas, no lloras ni te enfadas, solo te enfurruñas con la esperanza de seguir el juego, lo noto en tu cara cuando dices:

- Toto

Y yo te contesto:

-Listo.

Quieres seguir con Toto y con Listo, recibiendo mordiscos que no son mordiscos, dando bofetadas que no son bofetadas. Te dejo en el suelo y protestas, te encuentras a gusto en mis brazos, desde la altura ves mejor a las personas pasear por las calles, al verdor de los setos de las aceras y a las flores de los jardines. Las hueles arrugando la nariz, ese gesto tuyo que a nosotros nos encanta. Se cruza un perro en nuestro camino y dices Luna, recordando a esa perra amiga que dejaste en un pueblo lejano, esa perra tuya que sirve para nombrar a todos los perros y a todos los gatos porque tienes para ellos un nombre universal: Luna, la primera palabra que pronuncias perfectamente, tu Luna, tu mundo pequeño y feliz.

Lo más hermoso es cuando por las noches, venciendo tu sueño, te conviertes en el espectador solitario, en el curioso invitado, el que nos sorprende jugando desde su ventana.

Te acostamos en tu habitación oscura, separada de la nuestra por unas simples cortinas, y nos sorprendes, corres la cortina de tus felices sueños, te asomas y encuentras la ventana que se asoma a la vida, esperas tranquilo, sereno y seguro a que nuestra mirada descubra tu juego. Te miramos y tú te ríes y callas, lo estabas esperando, lo sabías. Sabías que nosotros te encontraríamos y nos muestras tu feliz encuentro.

En esa ventana abierta a la vida está tu alegría, que es nuestra alegría, y así asomado a tu ventana como espectador nocturno te ofreces al mundo como un rayo de amor y esperanza.

 

Te has pasao, unas veces no llegas y otras te pasas. Si lo sé me callo. Ahora sí que parece que puedes llegar a ser escritor.

Porque ahora que he llegado al final de estos papeles escondidos he entendido primero lo que significa leer entre líneas. He tardado, pero me he dado cuenta. Me he metido mucho con vuestros escritos de los primeros días, pero en estos momentos he llegado a la conclusión de que para resucitar los recuerdos no es necesario escribir los detalles, basta con apuntar una frase para que después la imaginación vuele. Una simple palabra, una simple fecha, un simple hecho nos hace vivir los recuerdos. Y después he aprendido a escribir las emociones y los sentimientos.

Así, en esta docena de folios, están escondidas unas memorias maravillosas. Las primeras memorias de mi vida.