Epílogo
SUEÑOS
Cojo el fusil entre las manos
y
corro,
cruzo
el verde prado
y
corro.
Tropiezo,
me
caigo,
rasgo
con mis botas
el verde tapiz
del
prado inocente,
me
levanto, y corro.
-¡
El uno!, ¡el dos!, ¡ el tres!...,
¡
el treinta y cinco!...,
¡¡
el treinta y cinco !!...
-
El treinta y cinco, soy yo.
-¿
En qué piensas soldado ?
¿
No has oído, soldado?
Llegas
tarde a tu cita,
dos
veces te hemos nombrado
-
Dos décimas de segundo he tardado
-
Es igual, quédate a un lado,
apartado,
más
tarde hablaremos,
veremos
por qué no te tomas
en
serio las cosas.
-
Dos décimas de segundo, he tardado
-
Es igual, soldado.
Antes
mucha prisa,
ahora
despacito,
no
importa perder un minuto,
no
importa perder una hora.
Ya
cayó el ciervo herido,
ya
cazaron su presa.
Se
crecen con el arma en la mano,
se
acabó la prisa,
ya
no importa el tiempo,
importa
el acecho,
importa
el acoso.
-
Te quedarás un rato, soldado,
te
quedarás conmigo,
los
demás ¡marchad.!
Vosotros...¡
los intelectuales!,
nos
creéis imbéciles ,
pero
tenemos un par de cojones
más
grandes
que
todos los vuestros juntos.
Cruzo
el camino despacio,
pasito a pasito,
con
la pesada mano del jefe a la espalda
y
pensando.
"El
estallido de un solo cartucho,
el
disparo de una sola bala,
convierten
al hombre
en
el ser más vil de la naturaleza.
Ningún
animal se entrena para matar,
para
matar a otro de su propia especie,
nadie
se prepara para hacer la guerra,
el
hombre, sí"
Cruzo
el camino despacio,
pasito
a pasito,
con
la pesada mano del jefe a la espalda.
Quedan
unos minutos para entregar la ropa,
entro
en mi celda, cansado,
todos
han recogido,
y
en una orilla, apartado,
está
mi macuto,
todo
ordenadito,
está
recogido.
-¿Has
recogido todo, David?
-
Sí, me han ayudado tus compañeros
-
Y tú, ¿ has recogido tus cosas?
-
Sí
Y
me enseña dos trapos sucios
para
limpiar botas
y
un hilo.
Echo
un vistazo,
parece
estar todo...,
pero
no.
Me
falta la bota.
La
veo en un rincón olvidada,
la
cojo,
la
alzo en mis manos
y
brindo.
"Brindo
por mis jefes,
por
mis todopoderosos jefes,
por
los que tienen
por
oficio matar,
por
los que se entrenan, con armas,
para
trabajar,
por
los que preparan, meditadamente, la guerra,
por
la imbecilidad humana".
Por
una rendija de la ventana,
un
tenue rayo de sol penetra en mi cama,
me
despierto.
Cangas del Morrazo,
vacaciones, treinta de agosto de mil novecientos
ochenta y cinco.
Han
pasado más de diez años, y aún recuerdo.