Carta 47
A ti
La
raya
Una raya los separa. Un camino recto
separa dos barrios. Una acera limpia señala el mundo europeo. Una acera sucia
al mundo saharaui.
El mundo europeo tiene avenidas
amplias, tiene casas modernas, tiene una gran plaza llena de plantas
tropicales, una iglesia, jardines y fuentes; circulan los coches, caminan
hombres y mujeres continuamente; allí está el comercio y la industria; te
encuentras con gente que habla castellano: la vida parece calcada de España. En
el barrio europeo es donde hacemos la vida cotidianamente. Se toma un café, se
hacen las compras regateando un poco en cada bazar, se ve deambular al pistolo, al paraca, al legía, al
policía militar... que pasan las tardes recorriendo las aceras, entrando en
tiendas, bares y burdeles.
Los pistolos tienen su cuartel situado a unos cinco kilómetros de la
ciudad. Es el grupo más numeroso de soldados destinados aquí. Hacen la mayor
parte de la vida en el cuartel"El V batallón Alejandro Farnesio. Bajan a
la ciudad a hacer las compras; al cine, las tardes de los sábados; a pasear por
la avenida principal o a llenar los bares los días de fiesta. Ocupan las aceras
en grupos numerosos, van vestidos de color caqui con sus guantes blancos en los
días festivos: el uniforme tradicional del soldado.
Los paracas son un cuerpo muy reducido, apenas hay un centenar en Villa
Cisneros. Apenas se les ve caminar por calles, tienen un uniforme especial,
caminan con un aire altivo, están convencidos de ser superiores.
Los legias son los mercenarios del régimen, tienen asignado un sueldo
relativamente importante, llenan todos los bares y las casas de alterne, visten
traje verde y muestran una soberbia especial.
La Policía Territorial es el orgullo
de Villa Cisneros, así nos lo hicieron creer en el campamento y así se lo creen
muchos día a día, cuando pasean, cuando vigilan, cuando controlan.
El mundo saharaui es un mundo
escondido, misterioso. Adentrarte en el barrio de ahias, es penetrar en lo desconocido, un mundo mágico, inseguro,
las calles son estrechas hay regueros de aguas en cada rincón, hay patios
pequeños donde asoma el cuerpo de un niño desnudo. Hay una vieja puerta por la
que se asoma un anciano curioso, una
joven mora que esconde su cara tras un tenue velo, la cabra o la oveja que come
una cáscara de naranja o muerde algún cardo.
Apenas cruzamos la raya. Sólo alguna
tarde, cuando la luz ilumina hasta la miseria y resplandece el orín quemado por
los rayos del sol, algunos atrevidos penetramos un poco, con miedo a perdernos,
sin perder la orientación y tomando siempre como referencia la calle por donde
hemos entrado. Nos adentramos un poco en el corazón de los verdaderos dueños de
este pueblo, de su historia y su pasado; de su futuro incierto, de su opresión y
de su miseria.
Observamos sus rostros quemados por
el sol, envejecidos por la pobreza; observamos a sus mujeres ocultas tras los
velos negros, sus niños desnudos y sus animales sueltos. Las casas pequeñas,
totalmente blancas, sin apenas ventanas, dan paso a las jaimas, las tiendas del desierto. Allí viven más gentes y se
almacenan más niños, allí se confunden los estercoleros con la arena del
desierto, allí vive la opresión y la pobreza. Allí no llegan ni pistolos, ni paracas,
ni legias, ni policías, ni, por
supuesto, llegan las tiendas, las industrias o el dinero.