Carta 46

            De Ana

 

            Veo caer la lluvia tras los cristales. Creo que una lágrima se derrama de mis ojos, la tarde es oscura y borrosa.

            Ya sabes, la lluvia me entristece, tu carta me ha traído el recuerdo. El recuerdo de un día lluvioso, un día triste y gris, un día que parecía no estar destinado a nada y que fue el día en que nos conocimos.

            Comenzamos con ilusión la visita a Toledo. Mi hermana, su amiga y yo, la habíamos estado planeando durante toda la semana. Toledo era el lugar adecuado para pasar un domingo tranquilo, visitando sus monumentos, conociendo su arte, paseando tranquilamente y disfrutando. Pero se torció pronto la mañana. Apenas dejamos el autobús que nos llevó desde Madrid, el cielo se cubrió de nubes negras, el día que comenzó claro empezó a oscurecerse, las nubes negras pronto dejaron caer sus gotas de agua y fue necesario sacar los paraguas. En ese momento apareció un grupo de tres, tú estabas entre ellos, pero yo no te veía al principio, sólo veía paraguas.

            - ¿Os importa que nos mojemos con vosotras?  Podemos compartir los paraguas, la lluvia compartida es más divertida - debió de decir alguien.

             Pero no eras tú quien lo decía, ni a mí a quien se dirigía. Fue uno de tus amigos quién entabló conversación con Angelines. Pero al poco rato nos vimos todos envueltos, todos mezclados, todos siguiendo el mismo itinerario,  formando parejas debajo de cada paraguas y hablando. Hablando del día y del tiempo, de cómo se nos había ocurrido venir a Toledo y de qué hermosa coincidencia para que personas de Madrid se conociesen en Toledo cantando bajo la lluvia. Yo no cantaba, ni siquiera recuerdo si fuiste tú el que me acompañó bajo el mismo paraguas. Pienso que no, pues no hubiésemos hecho la pareja adecuada, la diferencia de altura hubiese dificultado llevar el paraguas; de cualquier forma yo andaba mecánicamente, no hacía caso de nada, contestaba desinteresadamente y apenas si entraba en la conversación, seguía al grupo porque mis amigas parecían más animadas y no quería perjudicarlas. A ellas sí las veía charlar animosamente.

            Creo que la primera vez que me fijé en ti fue cuando escampó ligeramente y aparecieron unos tenues rayos de sol. Entonces fue cuando alguien desenfundó la máquina de fotos y dijo:

            - Tenemos que aprovechar este momento para hacer las fotos antes de que las nubes vuelvan a descargar. ¿Dónde queréis que os haga la primera?

            Tú tampoco te fijaste en mí al principio, ahora lo recuerdo, hacías pareja con Angelines, la amiga de mi hermana, fuisteis quienes tuvisteis la idea de comer pronto con la esperanza de que la tarde fuese más clara, de que al menos dejase de llover y poder así disfrutar más de la visita a Toledo. Ibais delante buscando un restaurante para comer todos juntos. A mí me acompañaba Ángel, él fue quien me dijo en qué trabajabais y dónde. La tercera persona fue la que había iniciado las conversaciones, era de expresión fácil y era hermano del que me acompañaba a mí.

            Recuerdo vagamente la comida, sé que os oía reír, que lo pasabais bien y que no hacíais nada más que meteros conmigo, porque estaba completamente despistada. No sé cuántas veces os tuve que contar mi relación con la lluvia, la melancolía que me producía y el estado de ánimo en que me sumergía. Queríais que bebiese con vosotros y me olvidase del tiempo, pero a pesar de intentarlo no lo conseguía.

            No mejoró la tarde para mí, continué siendo la carga aburrida y pesada de un grupo que sí se divertía. Después de la comida, con café y copa incluidos todos estabais más contentos, a todos se os ocurrían gracias y todos seguíais metiéndoos conmigo. Recuerdo que paseamos por calles estrechas, recorriendo el centro, parándonos a contemplar  fachadas de iglesias o escudos de casas. Fuimos  por calles de ensueño, por las que no tenían cabida los coches, al menos eso nos parecía a nosotros, porque, para sorpresa nuestra, al torcer una esquina, cuando creíamos estar en lo más alto de la ciudad, veíamos aparcado un vehículo y entre bromas y risas preguntábamos: “¿Cómo ha podido un coche subir hasta aquí?”

            Eran calles llenas de arte e historia que incitaban a la conversación, a la intimidad y a la confianza, las paseamos todas antes de caer la tarde.

 

             Fue en el autobús, en el viaje de vuelta,  cuando ya la lluvia no se sentía porque se hizo de noche y la luz interior del vehículo hacía invisible el mundo exterior, cuando apareció tu luz y tu "chispa", cuando apareciste adueñándote de todo, cuando la situación estuvo en tus manos, cuando la sonrisa apareció en mi rostro haciéndose eterna. Fue  cuando te conocí y te empecé a querer. Tú te adueñaste de la palabra contando gran cantidad de chistes y de anécdotas, tú hablabas y los demás reíamos. Toda la tristeza del día se convirtió en carcajada sonora. Yo también participaba en la borrachera de las palabras, acudían a mi mente las frases concretas, en cada momento surgía la adecuada, la que producía más alegría, la que hacía más gracia. El tiempo pasaba deprisa, entre carcajada y carcajada, y entonces te conocí, penetré en tu mirada, me adueñé de tus pensamientos; por eso, los tengo tan dentro de mí y por eso te siento. Por eso en este día lluvioso, cuando una lágrima aparece en mi rostro, cuando la oscuridad se apodera de la tarde y tras las ventanas todo está borroso, yo te veo con más claridad y te siento; y el recuerdo de aquel día feliz resplandece en mi rostro y me ilumina por dentro, seca mi lágrima, ahuyenta mi tristeza, me trae la sonrisa, acaricio tu carta... Te escribo.

                                                           Te beso