Carta  13
            A ti
            Nuestra Señora y San Roque
            Ya llevamos casi un mes aquí, estamos hartos. Aún no hemos salido de este infierno, no conocemos nada más que cuatro paredes, un par de barracones,   las dunas del desierto, que son nuestro  horizonte, y una carretera que pasa por la orilla del campamento sin saber a dónde va. Tenemos la sensación de estar metidos en un campo de concentración.
            El día de Nuestra Señora se había rumoreado que nos iban a dejar salir por la tarde al Aaiún. El rumor fue falso. Tenemos ganas de salir, no por conocer el Aaiún, que despierta en nosotros pocas expectativas, no esperamos encontrar bellezas, lo que queremos es huir, huir de las cuatro paredes convertidas en cárcel. Pero el rumor no se hizo realidad, la huida no fue posible, pasamos el día festivo paseando,  bordeando el campo, lo más cerca que podíamos de la carretera, con ansias de escapar a cualquier lugar.
            Estamos tan apartados de la civilización que ni las noticias nos llegan. Yo estaba intrigado por el desenlace final de Tour de Francia, el día que me apresaron iba Ocaña de líder. Recuerdo la etapa gloriosa en la que cogió el maillot amarillo. Era un domingo de julio, iba por la mañana en el autobús a visitar a unos primos, vivían en Torrejón, iba a despedirme, me venía al Sáhara y estaría más de un año sin verlos, era una ceremonia que repetía últimamente los días festivos: despedirme de familiares y amigos.
            En el autobús, en el informativo de la una, escuché la noticia: “Ocaña y Fuente se escapan del pelotón”. Era la etapa reina, la etapa alpina, seis puertos. A la una de la tarde, con más de ciento cincuenta kilómetros por delante, con cuatro puertos pendientes, dos españoles habían comenzado una aventura en Francia.
            Comí en su casa entre la alegría de su compañía, la impaciencia por conocer el desenlace de la etapa reina y las alusiones continuas a esa despedida, a esa etapa de la vida que todos te esconden, de la que todos te mienten y de la que tú mismo te acostumbras a comentar lo contrario de lo que estás pensando: “La mili pasa rápido”. ¡Mentira!, llevo un mes, y es eterno. “No es tan mala como la gente dice”. ¡Más mentira!, es peor; por muy mal que de ella hablen, aún es peor.
            Eran las cuatro cuando me despedí y salí de su casa, aún no debía haber terminado la etapa, tenía que faltar casi una hora. Busqué apresuradamente un bar que tuviese televisión y no tardé en encontrarlo. En ese momento la ciudad estaba desierta y los bares llenos, en todos aparecía la imagen de los héroes del día, los vi antes de entrar, desde la propia acera, seguían en cabeza. Pedí una caña y me entregué absorto al espectáculo del ciclismo, montañas y valles, paisajes hermosos y dos solitarios escalando las cumbres, la voz del comentarista iba penetrando en mi mente al tiempo que la emoción subía. “¡Siete minutos, llevan siete minutos al pelotón...!, a lo que queda del pelotón..., a las primeras unidades del paquete..., a unos cuantos que encabezan un rosario de hombres interminable. Ocaña ya es líder y Fuente es segundo, los dos en cabeza, llevan más de cuatro horas sobre la bici, han subido cuatro puertos, les queda el más duro”.
            ¿Se ayudan? No, ataca Fuente, no quiere conformarse con el segundo puesto y hace un demarraje tremendo. Ocaña a duras penas le aguanta, intenta seguir su rueda, pero poco a poco se le escapa, ya no van juntos, ya hay unos metros, unos metros que aumentan, y queda mucho puerto.
            Me tomo un trago y respiro, todos en el bar están pendientes del televisor, todos piensan que  hace mal en atacar Fuente, que deben subir juntos y mantener o aumentar la ventaja con respecto al resto, que es un orgullo asegurarse el segundo puesto. Primero y segundo en el Tour de Francia, una hazaña, una proeza que no se borrará de la mente de nadie que esté contemplándola. Pero el bravo Tarangu no se resigna,  da la batalla a Ocaña igual que lo hace con Merckx, no importa el origen, son dos deportistas que luchan por un mismo objetivo y él sabe que su única oportunidad está en este último puerto, nada tiene que hacer en el llano o en la contrarreloj que queda, ahí domina Ocaña, por eso ataca y ataca, y su imagen en el televisor resulta escalofriante, ha abierto hueco, pero no suficiente. Ocaña le sigue a su ritmo, logra aguantarlo a una prudente distancia, su rostro también refleja el esfuerzo. Y la imagen cambia de un ciclista a otro, se olvidan del resto, se notan los gestos de esfuerzo, se les ve el sudor por todas las partes de su cuerpo, la gente los cerca, les hace un pasillo al uno y al otro, les echan agua, les animan, se están jugando el Tour, y yo no tengo más pensamientos que lo que estoy viendo. Se me olvida beber, y sólo de vez en cuando se me escapa alguna exclamación: “¡No lo va a conseguir, al final Ocaña le pasa!” Como lo hizo Merckx en el Stelvio en el Giro de Italia, cuando a un par de centenares de metros le pasó  dejando en su rostro el semblante del dolor, del agotamiento total y de la rabia, dejando la imagen de cómo es el Tarangu.
            Al final Ocaña aguanta, recupera el terreno perdido en el último kilómetro donde la pendiente disminuye, y logra pasar por delante la línea de meta, pero el Tarangu no ha desfallecido, ya es buena noticia, ha entrado segundo en su mismo tiempo, toda una hazaña. Se han puesto  primero y segundo en la general. Ocaña se coloca con una holgada ventaja, más de siete minutos sobre Fuente, ha ganado en la montaña y ya no queda terreno para poder perder. Fuente consigue su segundo puesto más ajustado de tiempo, a un par de minutos escasos queda Thévenet, que es mejor contrarrelojista, toda una amenaza.
            Ha pasado casi un mes, el Tour de Francia ha terminado hace veinte días y la noticia aquí no ha llegado. En estos momentos de paseo, la incertidumbre me corroe, casi estoy seguro de que ha ganado Ocaña, pero siempre queda la duda, siempre existe la posibilidad de una caída; como unos años antes cuando también iba primero delante de Merckx, del grandioso Merckx, le sacaba también siete minutos y se cayó; se cayó bajando el puerto de Mente en medio de una tormenta de lluvia y granizo y fue arrollado por Zoetemelk que bajaba detrás. He preguntado por carta, he pedido algún recorte de prensa, pero aún no han llegado noticias, estamos aislados, abandonados del mundo. ¡Han pasado veinte días y la noticia no ha llegado aquí! Me encuentro como al principio, cuando las cartas tardaban tanto en llegar.
            Y en el paseo, bordeando la línea de la carretera con otros compañeros, la telepatía nos une, los pensamientos afloran en forma de pregunta: “¿Vosotros tampoco os habéis enterado de si Ocaña ha ganado el Tour?” Y Orozco responde como si sus pensamientos hubiesen estado leyendo  los míos: “Por fin, ayer me llegó un recorte de prensa, en una carta me mandaron la clasificación final, pero he estado casi un mes con la incertidumbre”. Se enciende en nosotros una llama de optimismo, una alegría común recorre nuestros cuerpos, nos olvidamos de la salida frustrada, nos centramos en el ciclismo, a los tres nos entusiasma: "Ha ganado Ocaña, ha sacado casi ¡diecisiete minutos! al segundo, a Tevenet. Fuente fue tercero, perdió el segundo puesto por un minuto en la contrarreloj final. Han hecho historia, es una de las ventajas más grandes de la historia del Tour, ganó cinco etapas. Cuando volvamos al barracón te enseño el recorte de prensa".
            Y hablamos del ciclismo y por momentos volvimos a España, se nos pasó la tarde sin enterarnos, habíamos descubierto pasiones comunes, nos interrumpíamos contando los momentos vividos siguiendo las últimas etapas en nuestros últimos días en libertad en Madrid.
            El día de Nuestra Señora pasó, y hoy es domingo y te estoy escribiendo  gracias a la rigurosa revista de que hemos sido objeto para poder salir, ¡por fin!, al Aaiún.
            Nos dejaban salir, pero antes de salir había que formar. Era necesario salir decorosamente. Por la mañana nos dieron ropa de paseo, nos la dieron a voleo, no se fijaban ni en la talla, ni en el peso, según íbamos pasando nos daban el pantalón, la camisa, el cinto y la gorra que primero encontraban. Casi nada era de nuestra talla, teníamos que cambiarnos los unos a los otros la ropa hasta que encontrábamos algo medianamente presentable. Al rato los cabos nos mandaron formar, y llegó un sargento al que llamábamos ya familiarmente H.P., (hijoputa), a pasar revista.
            Se puso frente a nosotros y con desprecio deslizaba su vista sobre cada uno mirándole de arriba abajo; cada quince o veinte mandaba a uno dar un paso al frente, al final se habían adelantado unos veinte.
            - Estos son los que pueden salir, el resto debe aprender antes a vestirse, a vestirse como los hombres,  aquí hay demasiados niños o demasiados maricones, que no saben ni atarse un cordón ni apretarse un cinto ni sacar brillo a una hebilla, o no saben ponerse la gorra derecha.
            Volvimos a nuestros barracones. Los cabos nos decían que así ocurría siempre la primera vez, no sabíamos por qué no habíamos salido, no nos dio explicaciones, sólo nos miró, eso sí, con desprecio; nos miraba quedándose fijo por un tiempo mayor en la hebilla, el cinto o la gorra. El cabo Arnau para darme ánimo me dijo que la única razón posible era que los pantalones me quedaban un poco cortos, que se los cambiase a algún compañero.
            En vez de cambiar los pantalones te escribo esta carta, recordando que el miércoles fue Nuestra Señora y el jueves San Roque, fueron días de fiesta en todos los pueblos que están en mi mente. Hoy es domingo y te escribo para desahogarme.