Carta 53
A
casa
Queridos padres
y hermanas:
Anoche me acordé de todos vosotros.
Tuve imaginaria desde las doce hasta las dos. Habíamos tenido una buena cena,
habíamos bebido unas copas, habíamos brindado por la Navidad, y en vez de irme
a la cama como todos los días, me tocó vigilar el sueño de los demás. Por las
noches de doce a ocho nos turnamos para redoblar el servicio de guardia. Se
vigilan las cuatro esquinas del cuartel paseando por fuera y por parejas.
Mientras la gente duerme hay un servicio de vigilancia superior al que se
realiza durante el día. Durante el día, el servicio de guardia está compuesto
por un cabo y cuatro agentes que controlan la puerta de entrada; por la noche, además del servicio de
guardia que continúa controlando la entrada, se hacen turnos de refuerzos: son
las imaginarias. Se hacen cuatro, cada una de dos horas, y por parejas. Las
hacemos todos, es el único servicio del que no estoy exento. La de anoche me
resultó especial, nevaba por nuestro pueblo, lo decía continuamente la radio.
La radio en esas horas de vigilancia es nuestra compañera. Nevaba
ininterrumpidamente desde hacía más de doce horas por todo el centro
peninsular, las carreteras estaban cortadas en numerosos tramos y se
recomendaba no viajar. Lo decía el pequeño transistor de Vizcaíno, el camarero
de la cantina que esa noche me acompañaba en la imaginaria, repetía que las
carreteras estaban en mal estado y que por toda la mitad norte peninsular se
recomendaba no viajar, pero yo, a ratos paseando, a ratos sentado en una
esquina del cuartel, viajaba hacía esos lugares nevados y os contemplaba en la
plaza del pueblo al pie de la hoguera, helados de frío y pensando. Pensamientos
que serían similares a los míos y que nos unirían en la distancia.
Me imaginaba las calles nevadas, el
continuo caer de los copos de nieve, la suavidad con que caen en el pueblo en
las noches serenas; os imaginaba preparando la cena, atizando la lumbre; veía
arder el gran tizón de Navidad, ese tronco gordo buscado con esmero que durará
toda la noche; veía sus brasas calentando la cocina y la casa; os veía metiendo
prisa a padre para que terminase pronto de aviar
las vacas. Llegaba hasta mí el olor de las castañas cocidas, del langostino o
del besugo; eran olores especiales aunque fuesen de los mismos manjares que
habíamos cenado aquí, pero llegaban distintos, porque venían con el olor a
vosotros, porque venían cargados de ternura, de ilusión y de esperanza, y os
veía reunidos a todos en torno a la mesa cenando, riendo y brindando. Brindando
por estar todos juntos cuanto antes. Os he imaginado saliendo a buscar al resto
de la gente del pueblo para juntaros como siempre en torno a la gran hoguera de
Navidad. Veía subir las llamas hacia el cielo desafiando la blancura de los
copos de nieve, los copos que caen, las pavesas que suben, intercambiando el
calor humano con el frío del tiempo de invierno.
Estamos en Navidad, pero aquí no
nieva, aquí hace el mismo frío por las noches y el mismo calor por las mañanas,
lo único que ha cambiado ha sido mi trabajo. Hace unas semanas me retiraron del
servicio de tráfico. Llegó un cabo del Aaiún que parecía un verdadero
profesional y a mí me apartaron del servicio y me pasaron al aeropuerto a
controlar las entradas y salidas de pasajeros. Allí estuve sólo una semana, ahora
me han asignado la responsabilidad de cuidar del armamento. También recojo los
giros que de vez en cuando nos enviáis y hago las gestiones que me mandan en la
oficina de correos. A dormir me han mandado a un cuarto donde se encuentra el
armamento y cajas con botas, zapatos, chirucas y calcetines, duermo en una cama
mueble que extiendo por la noche y recojo por la mañana. Paso buena parte del
día en la oficina junto con un brigada y los administrativos. No he perdido la
costumbre de desayunar en la cafetería California ni de pararme frente al bazar
de Morgan, hablamos de cómo ha de ser
el próximo reloj o la próxima cámara de fotos, le digo que nos tiene que bajar
un poco más el precio y se ríe.
El ambiente en el cuartel es un poco
más tenso, desde la muerte de Carrero se hace más riguroso el control de
nuestro trabajo por parte de los jefes, están más nerviosos, pero todo parece
estar tranquilo y a medida que los días van pasando se vuelve otra vez a la
normalidad y la rutina se apodera nuevamente de nuestro trabajo.
Hoy os escribo por primera vez desde
la oficina. Desde estas tierras, separados por miles de kilómetros, os felicito
las Pascuas este año, este año distinto, el primer año separados, ¡ojalá que
sea el último!
Feliz
Navidad, feliz año 74