Carta 3
            A casa

            Queridos padres y hermanas:
            Ya hemos llegado al Sahara. Esto no es diferente de lo que nos esperábamos, mucho calor, mucha arena y unas gentes con otras costumbres. Ya estamos en el campamento, el lugar donde vamos a vivir, por ahora, más de dos meses.
            El campamento es una inmensa finca alejada unos cuatro kilómetros del Aaiún. Desde aquí no se ve ninguna edificación. Estamos en medio del desierto. En el centro de la finca hay un edificio grande construido con bloques de hormigón y de forma rudimentaria; en él se encuentran distribuidos los diferentes departamentos. Uno es el dormitorio, una gran nave preparada para dormir unas trescientas personas. Tiene un aspecto lúgubre, sin ningún adorno, simplemente las cuatro paredes, un techo muy alto y las camas  necesarias para dormir. En otros departamentos se encuentran el comedor, los servicios, la cantina, los dormitorios de los oficiales y el botiquín. En un lateral del edificio hay otro barracón donde duermen los saharauis que están haciendo instrucción con nosotros.
            El viaje ha sido perfecto, un poco largo, pues hemos tardado unas cinco horas. El avión era un viejo aparato del ejército, me parece que los llaman Foker, deben de ser de antes de la guerra, van sin asientos  adecuados, sólo unos bancos sin respaldo. La sensación de volar ha sido bonita, no se siente absolutamente nada, nadie se ha mareado porque una vez en vuelo la velocidad ni se nota. Como es la primera vez que monto, tengo que deciros que es el medio de transporte más seguro y más cómodo.         
            Sólo se nota un ligero hormigueo al despegar y al aterrizar. Al despegar nos llevamos el primer susto, el banco donde me había sentado junto con otros ocho compañeros no estaba bien sujeto y en el momento del despegue nos caímos todos de espaldas. Fue un pequeño susto, pero sirvió para romper el hielo. Al vernos por el suelo alargamos nuestras manos intentando agarrarnos unos a otros. Los que estaban en el banco más próximo nos tendieron las suyas para socorrernos. Los más alejados hicieron con sus manos cadenas. Por todos los lados aparecieron manos en situación de ayuda y solidaridad y en breves momentos nos encontramos todos unidos a compañeros que nos buscaban un nuevo acomodo. Así conseguimos fácilmente alcanzar nuevos bancos y encontrar otros sitios.
            Esto sucedía mientras el avión apuraba sus últimos impulsos y despegaba. Cuando todos volvimos a encontrar sitio en un banco y se nos pasó el susto, soltamos una gran carcajada colectiva y nos dimos cuenta de que íbamos por el aire, de que el paisaje se había quedado pequeño, de que las casas parecían de juguete, y de que las tierras de labor eran pequeños surcos en el paisaje.
            Observamos los campos cultivados. Los veíamos como pequeñas piezas geométricas de distintos colores formando un inmenso puzle. Los pueblos que veíamos, desde la altura, se asemejaban a un nacimiento; sus casas parecían diminutas maquetas. Mirábamos al cielo y veíamos el sol más cerca y más claro. Pasado un tiempo, aparecieron pequeñas nubecillas que se asomaban por nuestras ventanas como trozos de algodón flotando en el aire.
            El resto del viaje fue perfecto y aunque  el avión parecía más adecuado para transportar animales que para transportar personas, lo hicimos agradable gracias a nuestras conversaciones y nuestros comentarios. El episodio de la caída del banco sirvió para que entablásemos conversación y nos diésemos a conocer entre risas y bromas. Nos comunicamos nuestros lugares de procedencia, nuestros nombres y nuestros trabajos.
            Con quienes he tomado más contacto es con el grupo de Madrid: En el fondo cada uno comienza arrimándose a sus paisanos. De Madrid hemos venido un grupo de diez y hemos pasado el día yendo juntos a todos los lados.
            Del aeropuerto nos han llevado en camiones hasta el campamento; allí, lo primero,  ha sido darnos la ropa y cortarnos el pelo. El corte ha sido tan salvaje que, al salir, ni nos reconocíamos.
            Ya hemos visto practicar la instrucción a un grupo de compañeros que habían llegado unos días antes y parece que no será algo tan malo como dicen.
            Como os decía antes, en el mismo campamento hay también personal saharaui haciendo la instrucción, nos han dicho que ellos no vienen obligados sino que se apuntan voluntariamente y cobran un sueldo decente. Ya iré contandoos más cosas, pues esta noche quiero escribir alguna carta más y a las diez apagan la luz para que todo el mundo duerma.
            Espero que vosotros también estéis bien y que se os haya pasado el susto, pues más parecía que erais vosotros y no yo quien se venía. De todas formas, y para vuestra tranquilidad, ved que os he escrito nada más llegar. Ahora, a esperar que la carta sea ligera y os llegue pronto. Besos.