CARTA O.   PRÓLOGO

        A TI, ANTONIO,                                                      
                        desde el afecto...

Cartas, relaciones, cartas:
tarjetas postales, sueños,
fragmentos de la ternura
proyectados en el cielo,
lanzados de sangre a sangre
y de deseo a  deseo.
                                       ...te escribo con la imborrable
                                          tinta de mi sentimiento...
        
                                          Miguel Hernández

Un día pusiste en mis manos un libro cuya portada me ofrecía una rosa roja sobre un fondo difuso y grisáceo. El título, “Cartas del Sahara”, me hizo entender que la rosa estaba surgiendo de la arena de un desierto. Y sobre la aridez, la soledad y la muerte, como un oasis, aparecía exultante la pasión, la rebeldía: la vida.
Escondido en el desdoblamiento de tu personalidad; convertido, unas veces, en protagonista-emisor (Antonio) y , otras, en receptor silencioso (a ti), vas desgranando, en forma epistolar, unas vivencias que son unas auténticas memorias de nuestro pasado. Desde la dedicatoria a David hasta la carta final, que diriges a una ciudad que marcó tu vida,  he encontrado unos cuantos cientos de páginas que viajaron a través de los sentimientos más sinceros, más íntimos, más vitales..., páginas de ida y vuelta, de emociones encontradas. Nos presentan a un joven  recluta  que se siente injustamente arrebatado de su verdadera patria, porque nuestra verdadera patria es la infancia, según decía el poeta Rilke; un joven que escribe para “resistir, para enfrentarse a quienes lo oprimen, para negarse a ser un adulto uniformado y sumiso”, para mantener la ilusión de seguir siendo ese otro yo más ingenuo y más niño, que quiere seguir protegido y envuelto por la naturaleza impoluta de ese bello pueblo que también se esconde tras el nombre de Bárdera.
Detenidamente, fui leyendo la sucesión de los acontecimientos y la expresión de las emociones,  y, con ellos, me dejé empapar por la intensidad de los sentimientos que rezuman. Creo que es un acierto el uso del método epistolar, porque introduce varias voces para crear una sinfonía coral perfectamente armónica: el sacrificio y la resignación, en las cartas de los padres; el carácter festivo, en las de las hermanas;  la ternura y el apoyo moral, en las de las amigas;  el tono jocoso y desenfadado, en las de los compañeros; y el silencio y la comprensión, en las cartas dirigidas “a ti”; ese receptor mudo, pero, paradójicamente, sonoro, que es, en realidad,  el Antonio que busca afectos, complicidades ideológicas, guiños  divertidos: cercanía afectiva.
Otro acierto es la mezcla de estilos: más literario, más rico en imágenes y adjetivación, en las cartas  al yo ausente (“a ti”) y  al incipiente amor ( “a Ana”); en cambio, más expresivo, más directo, más familiar y más vivo en las otras cartas. Además, el uso de la técnica retrospectiva nos permite conocer antecedentes de los hechos y de las personas.
Pero, quizá, el principal valor, lo que más llega al lector es, sin duda, el ejercicio de introspección psicológica que reflejan: el proceso de madurez de un joven que trata de seguir viviendo con rectitud moral y en libertad y  al que los avatares de la vida le obligan a acatar una obediencia ciega que  le llevará, con más ahínco,  a luchar contra la injusticia, la sumisión y la despersonalización del individuo.
El siglo XXI nos ha traído la noticia de que a tu hijo David y a nuestros jóvenes no les obligarán a convertirse en soldados en contra de su voluntad. Ojalá que lo vivido por sus padres  les haga valorar, en su justa medida, la  experiencia  de vivir en libertad, y les haga comprender que, aunque la libertad exterior es importante, hay otra libertad, la interior, la del espíritu, que ningún carcelero de turno les puede arrebatar, por mucho que  grite, eche aldabas a las puertas o  ponga cadenas a su  alrededor. “Si vis pacem para bellum”(si quieres la paz, prepara la guerra), decía el famoso adagio latino. “Si quieres la paz, lucha por la justicia”, deberíamos pensar y decir hoy.  Alcanzar la paz externa, entendida como orden y ausencia de conflicto bélico, no es tan  difícil, pues se puede conseguir por la fuerza: por la imposición del fuerte sobre el débil (“paz armada”). En cambio, conseguir  la   auténtica  paz, la del  sosiego  espiritual, la que está basada en el entendimiento entre los seres humanos, es mucho más difícil, y requiere, especialmente, el compromiso de los jóvenes, porque de ellos es ese futuro pacífico al que aspiramos.              

 Y para terminar,  creo que estas cartas son, sobre todo, una larga conversación contigo mismo que tenemos la suerte de escuchar tus amigos y el resto de los lectores. En ese largo soliloquio, has encontrado, como el poeta, el secreto de la filantropía:

                     “...mi soliloquio es plática con este buen amigo
                        que me enseñó el secreto de la filantropía.”

A. Machado

Y desde ella, has procurado transmitir ese secreto a miles de niños y de trabajadores.  Has hecho patria, una patria que no tiene “rayas” ni banderas: la patria de la humanidad.

                                                           Margarita Álvarez
                                                        Madrid, marzo de 2001