Carta 9
            A ti
            El cabo Arnau
           
Tengo la sensación de que el cabo Arnau es honrado, a su manera, pero honrado; tiene un papel que cumplir y lo cumple. El cabo Arnau es nuestro cabo, el que manda a nuestro pelotón. En el campamento hay dos compañías, una de reclutas españoles y otra de saharauis alistados voluntariamente para ser policías.
            Nuestra compañía está distribuida en nueve pelotones, el nuestro es el número cuatro. Cada pelotón esta formado por treinta personas, tres filas de diez, y al mando de cada uno está un cabo que se encarga de dirigir la instrucción.
            Él nos manda cien veces izquierda o derecha, al frente o atrás, al paso ligero o a andar en cuclillas. De vez en cuando suelta un "cabrón, no te enteras de que he dicho derecha"  y se acerca y te suelta una hostia en la espalda.
            Mientras, el sargento, el teniente o el capitán contemplan la escena. Le observan a él y a nosotros, observan a todos, y el cabo Arnau levanta la voz:

  1. Al penúltimo le voy a pisar los cojones. ¡Que llevas el paso cambiao, jilipollas!

 Y sigue gritando:
-¡Izquierda!,... ¡izquierda!, ¡derecha!, ¡izquierda!.., ¡media vuelta... ar! ¡Pero aquel maricón no sabe dónde tiene la mano derecha!
             Por las mañanas, a las nueve en punto, comenzamos a hacer la instrucción. Cada cabo, al frente de su pelotón, se sitúa en una zona del inmenso campo y empieza a dar órdenes:
             - De frente…, izquierda, derecha, izquierda…, giro a la derecha…¡ar!, giro a la izquierda…, ¡ar!; media vuelta…, izquierda, derecha, izquierda…
             Y al rato, cuando las voces se aceleran y la gente se confunde de tanto mareo, es cuando empiezan  los tacos, los insultos y los golpes.
            En el fondo el cabo Arnau parece una buena persona, a lo mejor nos lo parece porque está a nuestro lado en el rato del descanso, el rato de las diez y media, cuando nos tomamos un bocadillo de atún y una cerveza; entonces, se sienta a nuestro lado, nos cuenta cómo superó él la instrucción y cómo se quedó de cabo en Hatarrambla, se sincera con nosotros y se le nota como un remordimiento; su explicación es una disculpa de las  voces de antes, lleva ya dos reemplazos adiestrando reclutas, transmite el mensaje de que está allí porque no tiene más remedio, de que nos da voces para no recibirlas él, de que prefiere ponernos él la mano y aflojar cuando contacta con nuestro cuerpo, a que sea el sargento el que nos sacuda; él aparenta dar más fuerte de lo que en realidad da.    
Busca en el rato de descanso una familiaridad, una amistad de compañero. Es fuerte y alto, un perfecto atleta, desfila de gastador, - grupo de selectos que encabezan el grupo en todos los desfiles -, saca pecho cuando lo cuenta, y te ordena:
             - Golpea, - y ofrece su bíceps -, no tengas miedo, golpea fuerte, esto es acero.
             Le ofrecieron quedarse de cabo para adiestrar reclutas y no se lo pensó dos veces, Hatarrambla era lo único que conocía. En este inmenso Sáhara, el campamento de Hatarrambla era su lugar de dominio ¿Qué iba a hacer él en un lugar nuevo y desconocido?  ¿Qué iba a hacer en el Aaiún, en Villa Cisneros o en un puesto olvidado del interior? Pero el tiempo del bocadillo se acaba, suena la sirena y él cambia:

  1. ¡A formar!, ¿no habéis oído? Ya tenían que estar hechas las filas. El último, arrestado.

El último, arrestado. Lo dice como si no se diese cuenta de que independientemente de la prisa siempre habrá un último y un arrestado. Y vuelta a empezar.
             - Izquierda, derecha, la cabeza alta, sacando pecho, sin perder el paso, media vuelta, ¡ar! ¡Aquel gilipollas!, ¿dónde coños va? ¿No te das cuenta de que te has quedado solo?
            El cabo Arnau es un eslabón en una cadena, su culpa es de otros, de otro eslabón; te humilla y se disculpa minutos después, no lo hace abiertamente, simplemente parece querer disculparse cuando te cuenta cosas, cuando te habla sin contarlo todo; del sargento, del capitán o del teniente. Te cuenta lo duros que son, las hostias que pegan en los días de tiro.
            A lo mejor el cabo Arnau lo vive, vive el ejército, vive la violencia, vive lo que grita, pero a mí no me lo parece; a lo mejor es que simplemente me ha caído bien y aprovecho cualquier insinuación para defenderlo, o quizás  es el síndrome de Estocolmo que ha calado en mi espíritu. Sólo tiene su fuerza, su brazo de acero; es altivo y se siente orgulloso de lo que tiene. Aprovecha lo que sabe para no pasarlo mal del todo, para defenderse. No ha estudiado apenas, - nos lo confesaba a los tres o cuatro del pelotón que teníamos carrera y lo decía con pena-, el saber era para él muy importante, se le notaba una cierta envidia cuando nos trataba, lo hacía con respeto, con más respeto que al resto, la cultura impone.
            A mí me pone en cabeza por ser alto, por no equivocarme al girar a derecha o a izquierda, por llevar la cabeza alta al andar, por levantar las rodillas y por sacar pecho. Somos tres los que ocupamos los puestos de cabeza, José Luis Sobrino, Carlos Menéndez y yo;  somos de la misma altura, estamos siempre cerca de él, lo sentimos dar todas las órdenes, sentimos su respiración y su aliento.
            El cabo Arnau da las órdenes colocado al frente del pelotón, observa detenidamente la alineación, a los de delante apenas nos toca, apenas nos habla, sólo a los del final les grita; los del final son los que no guardan la alineación, sacan la cabeza, se mueven, giran al lado contrario del que se les ordena y el cabo Arnau les grita, y les grita más fuerte si se acerca el sargento, el capitán o el teniente; los de la cola sufren más, son los más bajos, son los más gordos, son los más torpes. ¿Por qué siempre a los últimos se les junta todo?
            Aunque tampoco es cierto del todo: en los primeros puestos, justo detrás de mí, o al lado, o delante, según hagamos las alineaciones, está Pepe Cortizo que suda corriendo y sufre haciendo gimnasia. Es un buen amigo, es alto y muy gordo. A él también le grita. Pero llega el teniente:
            - A sus órdenes mi teniente, el pelotón está formado.
            - ¡Aquella cabeza, Arnau! ¿Es que no la ves? ¡Que no se esconda! ¡Ve y dale una hostia antes de que vaya yo y le dé una patá en los güevos!
            Y el cabo Arnau le grita y le chilla, lo zarandea y lo insulta, y vuelve a empezar, a dar órdenes al pelotón, a mandar un paso ligero, a dar hostias y a cagarse en Dios.