Carta 70
A
ti
Pedro
y Poli
Pedro y Poli los conocen bien,
conocen sus nombres, conoces sus caras, conocen sus almas.
Hacen su servicio en la oficina del
censo, por las mañanas salen temprano del barracón de la plana y se dirigen a
su destino de todos los días: hacer el censo de la población saharaui en la
zona de Villa-Cisneros.
Salen de
patrulla de vez en cuando, recorren los pueblos censando a la gente, llegan a
los lugares más escondidos, encuentran a las personas más aisladas.
Por eso les
conocen mejor que nadie, conviven con ellos, les hablan, no les entienden la
mayoría de las veces, pero insisten, se hacen entender con gestos, copian sus
movimientos, imitan su saludo, aprenden algo de su lengua.
Cuando llegan
al barracón al caer la noche, cuando salimos a pasear los sábados por la tarde,
Pedro y Poli, nos cuentas montones de anécdotas.
Nos cuentan las costumbres que
tienen, su respeto sagrado por el ramadan,
nos cuentan como pasan los días calurosos sin comer ni beber hasta la caída del
sol. Pedro y Poli van recorriendo los poblados del interior del desierto:
Biznazaran, Aargub, Birgandus, Auserd, La Güera... haciendo siempre el mismo
trabajo. Les acompañan unas cuantas personas nativas, son personas mayores que
conocen a todas las gentes y que atestiguan sobre la veracidad de los datos:
los nombres, las fechas de nacimiento, sus orígenes familiares, etc. Cuando el
calor es sofocante y Pedro y Poli descansan para comer y beber, observan
asombrados cómo estas gentes en las
fechas de ramadan aguantan sus ganas
y se mantienen sentados en los coches en medio del desierto, mientras ellos
comen y beben para descansar un rato. Tan asombrados como cuando les ven
aparecer otras mañanas con las caras pintadas con rayas moradas: es señal de
que la noche ha sido agradecida con ellos; se sacrificaron durante las horas de
sol para cumplir con el ramadan, pero
en la noche sus mujeres les recompensaron con manjares hermosos para saciarles
el hambre, la pasión y la sed. Les pintan la cara para que todo el mundo sepa
que fueron de ellas esa noche, que les poseyeron en alma y en cuerpo, que
saciaron su hambre y su sed, que calmaron su instinto y les llenaron de amores
y besos. Por eso Pedro y Poli cuando les ven aparecer así por las mañanas les
preguntan:
- Anoche te
pusiste morao, ¿eh?
Y ellos, que no
entienden el doble sentido de la palabra morao,
se ríen y contestan:
- Jandulila, baracanla.
Y en los
pueblos perdidos, entre mares y dunas, -a veces hasta se confunden y las dunas
penetran en las aguas tranquilas de la bahía como ocurre camino de Biznazarán-, conocen sus formas de hacer las comidas, de
asar sus cabras: las introducen enteras en un hoyo con brasas y las cubren de
brasas y de tierra, al rato repiten la acción a la inversa les limpian la
tierra, les quitan las ascuas y entre toda la gente del pueblo se comen a la
cabra.
Los nativos que
acompañan a Pedro y a Poli en las oficinas del censo constituyen la comisión
que asesora a la policía antes de hacerles el carné, ellos sólo dicen:
- Este, sí
carné; este, no carné.
Porque ellos
conocen a todas las tribus, saben perfectamente quién es del Sáhara y quién no,
saben quién se ha colado desde Marruecos con el fin de conseguir un carné
español para tener derecho a raciones de leche, de gofio, de té o de azúcar.
Pedro y Poli son los únicos que
conocen las caras de las mujeres, las llevan siempre tapadas, pero para
hacerles las fotos deben descubrirse, tienen que insistir montones de veces en
que se quiten el velo, ellas se resisten pero al final cuando se ven en las
fotos con cara descubierta, la exclamación, la sorpresa, el asombro se apodera
de su rostro. Por eso ellos son los únicos que conocen sus expresiones y sus
gestos, como son los únicos que conocen sus pechos; al tomar las huellas
dactilares, al apoyar su dedo sobre el papel que será su seña de identidad, se
produce siempre un forcejeo; la mujer no quiere que le toquen la mano, tampoco
quiere poner el dedo, es una lucha diaria que nos cuentan frecuentemente. En
esa lucha, en ese forcejeo, sus pechos a veces se descubren, se quedan al aire
y aparecen lozanos y frescos escondidos entre prendas que no los sujetan y que
los dejan, inesperadamente, al descubierto. Pedro y Poli de vez en cuando los contemplan
y de vez en cuando los rozan. Como contemplan los dedos de los hombres que no
tienen huella dactilar porque los tienen quemados de hacer fuegos en el
desierto y coger las ascuas para arrimarlas a la tetera.
Conocen sus nombres, conocen sus
caras, conocen sus gestos, conocen sus gustos, conocen su alma: Pedro y Poli los
conocen bien.