Carta  6
            A ti
            Ana
           
            Hay una carta que espero de una manera especial: La respuesta de Ana. La duda me embarga: deseo que me escriba y al mismo tiempo siento el temor de no poder complacerle en la distancia y de que el tiempo nos haga sufrir a ambos.
            Para todos es normal tener una novia que les escriba cartas. Todos hablan de sus novias y de sus amores por carta. Los compañeros que llegaron antes nos las leen una y otra vez. Nos cuentan lo que les dicen y lo mucho que se acuerdan de ellas. En los pocos días que llevamos aquí la conversación principal ha girado en torno a las novias, todos se vanaglorian de tener una novia que no puede vivir sin ellos, recuerdan sus últimos momentos con ella y esperan con ansiedad sus cartas. Todos lo tienen claro menos yo. No sé si Ana es la novia que me corresponde traer a la mili, de la que tengo que hablar, a la que tengo que escribir frases hermosas y de la que tengo que recibir cartas bellas, o es otra cosa; algo mío, especialmente mío, imposible de compartir con nadie, ni siquiera en los comentarios.
            Le escribí el día de mi llegada, ella me lo pidió, me dijo que no estaría tranquila hasta que recibiese la primera carta. Y yo, cuando tuve un lugar asignado, una cuartilla y un poco de tiempo, me puse a describir con tono poético cómo era el Sahara, qué impresiones causaba en mi espíritu, cómo habían aparecido ante mí sus gentes, cómo me sentía en un lugar apartado, cómo echaba de menos los días en el parque: su cara, su mano, sus besos, su mirada serena, su sonrisa dulce…
            Le escribí deprisa, pero recreándome, contando las cosas y haciéndolas bellas, recordando el más mínimo detalle, describiendo la cara del primer saharaui, el turbante que rodeaba su cabeza, la piel curtida por el polvo continuo del desierto, su paso cansado y su mirada triste.
            La envié el primer día, iba a Madrid, era el recorrido más corto, el recorrido más rápido, la recibiría pronto y rápidamente me contestaría. Su respuesta tenía que llegar la primera, pero no llegaba.
            ¿Y si no llegaba nunca? Alegría, tristeza, incertidumbre, contradicción.
            El deseo de recibir respuesta es mi duda. A veces la vanidad me tienta: si no tengo carta, si de mí no se acuerda, poco he significado para ella, poco han valido mis días pasados con ella; pero si me escribe, si inicio con ella un amor por carta, que me ata y no me sacia, no sé qué futuro me puede esperar.
            Ella es mi preocupación, es mi contradicción. La conocí sólo dos meses antes de venir al Sahara. No hemos tenido tiempo de amarnos, pero hemos tenido tiempo para darnos cuenta de que lo nuestro es otra cosa.
            No es como con las otras mujeres, a las que llamo amigas; hay un atractivo especial en su mirada. Me atrae su sonrisa, la dulzura de su voz, la suavidad de su piel, pero no hay seguridad en mi alma. Me despedí con la duda en las entrañas. Cuando vuelva no sé quién seré - le dije al partir -. Seré otro distinto. No sé qué pensaré ni qué haré. Por eso no me comprometí a nada, un simple beso y la promesa de escribirle una carta nada más llegar.
            Todos los compañeros tienen una novia con la que han hecho el amor cien veces. Yo tengo mujeres que me dicen que me quieren y tengo a Ana, que no sé lo que es.
            Ya te contaré si llega o no llega su carta, si me alegra o no, si me tranquiliza o no. De momento la duda perturba mi alma.