Carta  57

            A ti

            Llega la noche

 

            Llega la noche y me retiro a mi cuarto. A las diez tocan silencio, se apagan las luces, me quedo aislado, el resto duerme en los barracones. Todos juntos se resisten al silencio nocturno, se cuentan historias, chistes, gracias..., de vez en cuando se gastan bromas o se hacen putadas.

            Cuando los cuentos, las bromas, las voces, las risas, las disputas, los tacos, sobrepasan el limite de lo tolerado, se asoma el sargento y con voz cabreada les manda formar en el pasillo. Todos en fila, en calzoncillos unos, a medio vestir otros, se quedan mudos, obedecen a ciegas formando una estampa irrisoria y ridícula.

            El sargento semana, con voz cabreada, les manda ponerse las chanclas  y a paso ligero los saca hasta el patio, con voces de:

            -¡Izquierda, derecha, ¡izquierda!

 Voces que repite monótonamente, cada vez más rápido, golpeando sus mentes.

             A las once de la noche dan vueltas al patio los soldados; medio vestidos, unos; en calzoncillos, otros; todos en silencio dan vueltas al patio. Cuando el sargento semana se cansa, los manda a dormir y les amenaza:

            - Si vuelvo a oír un ruido, se pasan la noche entera dando vueltas al patio.

            Yo desde mi cuarto, en el silencio y la soledad más absoluta, oigo las voces, primero; los gritos del sargento, después; los pasos con chancletas mal puestas arrastrándose por el suelo, más tarde, y el silencio absoluto al final.

            Mi nuevo cuarto está escondido en el barracón de mando, es otro almacén. Entre chirucas, calcetines y mantas se esconde mi cama, está al fondo. Antes de llegar al almacén, a la derecha, está el despacho del capitán, - el comandante en jefe - y un servicio. A la izquierda, el despacho del brigada, -la oficina- allí hacemos vida diaria los administrativos, los furrieles y los intendentes.

             La puerta del despacho del capitán está custodiada permanentemente por el machaca. Carlos, el soldado más alto y más fuerte del cuartel, es el que guarda las espaldas al jefe, es su ayudante; le acompaña por la mañana, le hace la compra por la tarde y está a su disposición siempre.

            Por la mañana, me levanto a las ocho, -no madrugo demasiado, es la ventaja de estar apartado-, recojo mi cama, un colchón plegable que se tapa y se esconde, y me voy a asear. Por el patio me cruzo  con los compañeros que vienen de la ducha o que van al comedor a desayunar.

-¿ Anoche hubo jaleo?,- pregunto.

- Hubo pastilla mulana, - me responden- escondieron los calzoncillos a la Loli, llegaron como cubas los del primer turno, traían una botella de ron y comenzaron a despertar desde el primero hasta el último dándoles un trago, se cabreó Toledo, comenzó a saltar encima de la cama, protestó la Loli, que dormía debajo, le quitaron los calzoncillos y se quedó en pelotas. Queríamos que nos enseñara a todos  la cola y, como  se resistía, alguien comenzó a meterle mano. Empezó a  dar voces,  volaron las mantas, las almohadas, las sábanas... y llegó el sargento.

            A las nueve se iza bandera; justo cuando el coche del capitán asoma, suena una corneta y grita el cabo de guardia:

- A formar la guardia. ¡Atención! ¡Firrr- mes! ¡Presenten... armas!

            Y el capitán entra en el cuartel en su coche oficial, pasa ante la guardia, la corneta suena y la bandera  poco a poco se alza. Ante el barracón de mando el coche se para. Carlos, el machaca, cuadrado, le abre la puerta y saluda:

- ¡A sus órdenes mi capitán!

Y el capitán Urbina, mira, saluda y entra en su despacho. El "machaca" se queda detrás, siempre está a su lado, delante o detrás.

            El brigada sale a la puerta y saluda:

            - Sin novedad, mi capitán.

            - Bien, buenos días.

            - ¿Ordena alguna cosa, mi capitán?

            - No, nada.

 

La oficina es un despacho con tres mesas. La del centro, enfrente de la puerta, es la del brigada, que es el secretario del capitán, siempre está a sus órdenes, siempre cumplidor.

            - Tráeme ese oficio, Clavijo, el que llegó ayer

Y el brigada, que no se entera de nada, siempre responde:

            - Ahora mismo, señor, a sus órdenes.

Y vuelve a la oficina malhumorado y grita:

            -¡Paco!, el oficio que llegó ayer, lo quiere urgentemente el capitán.

Y Paco, que lo sabe todo, pregunta:

            -¿ A qué oficio se refiere, mi brigada?

Y el brigada, que no sabe nada, se enfada y ordena:

            - Tú ya sabes cuál es, así que búscalo inmediatamente o te envío esta noche a prevención.

Y Paco, que escucha día tras día la misma retahíla y la misma amenaza, busca el oficio y pregunta:

            - ¿ Es este, mi brigada?

            - Ese será, si es el que llegó ayer, será.

El brigada se pierde y va apresurado al despacho del capitán, mientras Paco sonriente le dice:

            - A sus órdenes, mi brigada, ¿ manda alguna cosa más?

            - No, nada, sigan trabajando.

Y Paco entre risas nos cuenta a Martín, a Rocamora y a mí, lo que podría suceder y los apuros que pasaría el brigada, si un día le da un oficio equivocado o un papel atrasado.

La mesa del cabo  Paco está a la izquierda de la del brigada, él es su brazo derecho, el que controla y ordena, el que sabe y el que adivina: es el administrativo. A la izquierda, hay otra mesa donde nos turnamos el resto de los que de vez en cuando pasamos por la oficina.

De día la oficina es un continuo cambiar de ánimos. Relajados, cuando estamos solos con el brigada que se muestra tranquilo leyendo el periódico y hasta gasta bromas:

            -¿ Qué dice el periódico, mi brigada?, - le pregunta Paco.

            - Nada, nada; lo de siempre.

Y  rígidos y tensos cuando por la puerta  asoma la cabezota de un hombretón alto que llama al brigada. Cuando lo sentimos, nos levantamos como un rayo  y todos nos ponemos firmes y nos cuadramos:

            -¡A sus órdenes, mi capitán!

            - Siéntense, siéntense.

 

            Así pasan los días, así llegan las noches; tan deprisa, tan callando...