Carta 52

            A ti

            Carrero ascendió a los cielos

 

            Los jefes estaban nerviosos. El comandante Urbina entraba y salía más veces de lo habitual. El machaca corría a su lado, le abría las puertas y continuamente lo saludaba. La cara del brigada Clavijo era un poema. Ni Paco se atrevía a gastarle una broma. Iba al despacho del capitán una y otra vez. Cuando salía el brigada, entraba el teniente. Cuando salía el teniente, sonaba el teléfono. El capitán pedía nuevamente el coche y salía del cuartel; al poco rato regresaba. Todo era más rápido que otros días, todo era más serio, las caras de los oficiales y jefes eran tan rígidas y secas que contagiaban preocupación en los demás. Llegaron también jefes de la Legión, de Infantería y de la Marina, entraban al despacho del capitán, se encerraban y al poco rato se iban.

 Paco, rigurosamente serio, preguntó al brigada:

- ¿Sucede algo grave, mi brigada?

- Aún es pronto, no se puede asegurar nada, no se puede comentar nada hasta que lo mande el capitán; mientras no haya versión oficial, no puedo informar de nada. Pero sí, es grave. Vosotros, tranquilos, a lo vuestro.

            La primera orden fue de acuartelamiento general. El capitán se lo dijo al teniente y al brigada, el teniente se lo dijo al sargento semana y al sargento de guardia. El sargento semana se lo comunicó al cabo semana y el cabo semana informó al resto de los cabos y a todos los policías de que no se podía salir del cuartel, que toda la compañía debía estar metida en los barracones, acuartelada. El brigada nos dijo que permaneciésemos en la oficina a la espera de noticias, nos adelantó que algo grave había pasado en Madrid, pero que estuviésemos tranquilos.

            El cuartel se quedó sin vida. Desde la ventana divisábamos el patio vacío, nadie lo cruzaba. La guardia estaba en estado de alerta, tenía los mosquetones cargados y estaban todos en posición de formación, perfectamente uniformados con las trinchas puestas y el armamento preparado para disparar con balas reales. El bar había sido cerrado y los camareros se habían incorporado a la compañía. Sólo el desfile de coches oficiales rompía el silencio, eran jefes de otros cuerpos militares que entraban, despachaban con el capitán, y salían.

            A las doce fue cuando el capitán dio la orden. Se la dio al brigada y al teniente. El teniente se la dio al sargento semana. Todos deben coger sus armas reglamentarias y formar en el patio. El sargento semana tocó el silbato, llamó al cabo semana y ordenó coger el mosquetón, las trinchas y cinco cargadores llenos, y formar en el patio. El brigada me ordenó que fuese a la armería y repartiera los mosquetones a todos los agentes del cuartel, que les diese cinco cargadores llenos y que después cogiese el mío igualmente equipado y formase  también. Al resto de los agentes de la oficina también les ordenó ir a coger su arma y formar.

            Primero fue el cabo semana el que nos mandó formar. Cuando estuvimos todos formados en el patio nos ordenó:

            - ¡¡¡Fir... mes !!!

Después se dirigió al sargento, se cuadró, lo saludó, le dio novedades:

            - La compañía está formada, mi sargento

El sargento se dirigió a la compañía y gritó:

            - ¡Des…canso!

Adoptamos la posición de descanso, pero inmediatamente ordenó:

            - ¡¡¡Fir...mes!!!

Y se dirigió al teniente, se cuadró, y le dio novedades:

            - La compañía está formada, mi teniente.

 El teniente se dirigió a la compañía y gritó:

            - ¡Des…canso!

Cuando el capitán salió de su despacho seguido a dos metros del machaca, el teniente ordenó:

            - ¡¡¡ Fir...mes!!!

El teniente salió al encuentro del capitán, se cuadró, y le dio novedades:

            - Mi capitán, la compañía está formada.

El capitán con su uniforme de gala, con todas las condecoraciones puestas, apareció por vez primera dirigiendo a la formación. Estaba enfrente, ocupando el centro de la formación, con una mirada fija en ninguna parte, mirando a todos y sin concentrarse en ninguno, ordenó:

            - ¡ Des…canso!

            Respiró, esperó unos segundos. Nuestras caras reflejaban el miedo y la tensión. El capitán comenzó a informarnos:

            - Su Excelencia el Presidente de nuestro Gobierno, el Almirante Carrero Blanco, ha sufrido esta mañana un accidente. Al regresar de oír misa, como habitualmente hacía, ha habido un escape de gas que ha provocado una gran explosión. El impacto ha cogido de lleno al coche en el que viajaba el Presidente y, como consecuencia del mismo, su Excelencia ha fallecido. España está de luto. Nosotros estamos de luto. Ante esta grave situación y en este momento de dolor para España, a nosotros nos corresponde el honor de velar por la paz y la calma. Todos permanecerán en su destino, en situación de acuartelamiento y a la espera de recibir las órdenes oportunas.

Atención.

            - ¡¡¡Fir...mes!!!

              ¡¡¡Presenten... armas!!!

              ¡¡¡Viva Franco!!!

            - ¡¡¡Viva!!!

            - ¡¡¡Viva España!!!

            -¡¡¡Viva!!!

            -¡¡¡Descansen… armas!!!

             ¡¡¡ Descan…so!!!

 

            El capitán nos dio la espalda, dio orden al teniente de romper la formación y se dirigió despacio a su despacho. Unos metros más atrás le seguía el machaca y el brigada. Después  el teniente dio la orden al sargento y también se marchó.

El sargento semana se dirigió a la formación y gritó:

            - Cada uno estará en su puesto sin abandonar las armas. Si se os llama nuevamente a formación, todos, a la mayor rapidez y con el mismo armamento que tenéis ahora, formaréis en este mismo lugar. Ahora, atentos:

            -  ¡Rompan… filas!

 

            Pasamos el día en la oficina viendo llegar nuevamente coches de los que bajaban oficiales, jefes y generales. Entraban en el despacho del capitán, despachaban y se iban. Después era el capitán quien llamaba a su coche y desaparecía. Al poco rato volvía y se repetían las llegadas de jefes, los despachos rápidos y las partidas apresuradas.

 

            Al día siguiente a las ocho de la mañana, nos mandaron formar con traje de revista. La ropa de gala, con guantes blancos, como el día de la jura, y  con el mosquetón cargado. Nos ordenaron ir a misa a pedir por el alma de nuestro querido Presidente.

            Desfilamos marcando el paso por las calles de Villa Cisneros. Cruzamos la avenida principal ordenadamente en fila, subimos por la calle del Zoco y llegamos a la Plaza. Todo era silencio, nadie había por las calles a esa hora. Por primera vez entramos en la iglesia, un capellán militar ofició la misa. Se pidió por  Carrero, se pidió por España: por la España dolorida, por la España fiel, por la España de valores eternos, por la España unida, por la España que progresa en paz y en libertad. Todos unidos en la Patria y todos unidos con Franco.

            Yo pensaba en la gente, pensaba en mis padres, en mis hermanas, en mis compañeros, en mis amigas y amigos. Pensaba en la gente y pensaba en el miedo, los veía mudos, callados, sin poder decir lo que querían. Y leía sus pensamientos, leía en sus mentes su sufrimiento y su esperanza, leía su alegría y sus ansias de libertad. Y pensaba en nosotros, los que estábamos en misa a la fuerza, los que estábamos lejos de casa a la fuerza, los que estábamos como marionetas con el arma en la mano. Cerraba mis oídos a todas las palabras que el capellán pronunciaba, me centraba en mis pensamientos y en mis recuerdos.   Estaba alegre y contento mientras alababan al gran almirante muerto. Me reía por dentro escondido en una máscara fría, seria y con cara de dolor y sentimiento.

            Acabó la misa. Volvimos al cuartel. Se declararon tres días de luto. Continuamos con el acuartelamiento general. Significaba no poder salir del cuartel. La suspensión de todos los pases. Y se acercaba la Navidad. Volvían los pensamientos a volar en la distancia.