Carta  36

            A ti

            Mi amigo Rafa de Ubrique

 

            Hoy he escrito una carta de amor a una mujer desconocida. Rafael es de Ubrique, no sabe leer, no sabe escribir, sólo hay dulzura en su rostro. Intenté enseñarle en las tardes sufridas en el campamento, pero fue poco el tiempo; aprendió algo, pero no lo suficiente. Aprendió a estimarme y a envidiarme sanamente, y yo aprendí a quererle, como a mis primeros alumnos, aquellos que aparecieron con seis años ante mí como mi primer reto: mi primer asalto a la vida.

            Me dijo que le leyera la carta de su novia, que quería escucharla una vez más; antes se la habían leído otros. Rafael sólo tiene amigos, nadie le puede hacer daño, su sonrisa y su chispa frenarían en seco al que quisiera hacerle mal. Sólo las alimañas le pueden dañar, por eso, los militares se ceban en él y le maltratan, se burlan los cabos, le sacuden los sargentos. Por eso los odio. Cada burla, cada cachete en su espalda, me hiere el alma, y la rabia por esta impotencia me atormenta.

            Me ha pedido que le escriba una carta a su novia, lo hago con agrado, disfruto... El me dicta y yo escribo. De vez en cuando, introduzco una frase que expresa tiernamente la  llama de amor que aprecio en sus ojos. Se la leo y se enciende aún más, y, casi llorando, me dice -, - Eso es lo que quería decir -, y  que me lo agradece mucho y que siente un montón tener que marcharse y no volver a verme.

            Intento consolarle.

- Sí nos volveremos a ver, volverás pronto, allí no os pueden tener todo el tiempo.

            Todo el tiempo del campamento se habían pasado los cabos amenazándonos con ir a Tishla, es el puesto más interior del Sahara, es donde más contraste hay entre el día y la noche: por el día se sobrepasan constantemente los cincuenta grados, por la noche cuatro o cinco bajo cero. Ese cambio es insoportable, algunos tienen problemas hasta para orinar. Allí sólo hay un pequeño destacamento, sólo hay militares. Militares y siroco, - viento del desierto cargado de polvo que te vuelve loco.

            -Allí iréis de cabeza si doy un parte de vosotros, porque hacéis mal las cosas, - nos amenazaban los cabos y los sargentos.

            Y allí fue Rafael. Era pequeño, era analfabeto, era débil, sólo tenía una cara de niño inocente y una sonrisa eterna, un chiste en el momento oportuno para alegrar al que le contaba una pena, y una generosidad absoluta. No tenía nada suyo. Cuando recibía comida, esa que nos llegaba a algunos enviada en un paquete, se hacía la fiesta. Aparecía el vino, lo comprábamos entre todos, y el barracón entero vivía una noche de alivio y de juerga.

            Los cánticos surgían de nuestras gargantas como algo espontáneo:

No zaben

Como mis padres no zaben…

Como no zaben ezcribir…

me mandan en un paquete

cozas pa hacezme felii…

 …..

Como mis padres no zaben

 

            Cantaba Rafa, acompañándose de las palmas, al tiempo que se le ilumninaban los ojos con la chispa de la felicidad.

 

Y desde entonces…

se bailan los fandangos…

De San Fernando.

 

            Repetíamos todos, unidos en su fiesta, en la que él había organizado porque había recibido un paquete y no sabía que hacer con él si no era compartirlo.

            Por eso pensaron los del ejército que sólo servía para estar escondido en el último rincón de esta zona conquistada en vez de estar feliz en su pueblo; feliz con su novia, que le escribía cartas dulces, que le leíamos los compañeros. A veces hacíamos corro cinco o seis. Uno, habitualmente yo, le leía la carta y el resto, en respetuoso silencio, le daba muestras de nuestro cariño.

            Un día recibió una cinta. Cogió un radiocasete, buscó un rincón del barracón y un momento de soledad, y se quedó escuchándola él solo. Por primera vez no necesitaba de los demás y vivió en soledad el primer momento. Sólo fue el primero, porque cuando hubo saboreado todo el amor que en la cinta le enviaba su amada, nos llamó sonriente y nos dejó escucharla. Después cogió una cinta virgen, buscó nuevamente un rincón y un momento de soledad y contestó.

 

            ...Hoy escribo una carta de amor a una persona desconocida, la escribo con amor y con gusto. Enfrente está Rafa dictando. Le escucho, le corrijo, le leo lo escrito, y la chispa que veo en sus ojos me da fuerza, me anima y me conforta...