Carta 35
A Ana
El
amor
El amor no es
obligación. Se me olvidó tu cumpleaños, pero no se me olvidó que te amaba. Lo
siento, no anoté en mi memoria la fecha de tu cumpleaños, sólo anoté que te
quería y se me olvidó el día y la hora.
El amor no creo que sea sólo
acordarse de un cumpleaños, aunque lo siento por no haberte dado la alegría de
recibir ese día una carta, un pensamiento y un beso. Sí tengo la carta en la
que me dices la fecha, lo que no tengo es la sensación de haber vivido esa
fecha, de haberme dado en algún momento cuenta de que era el día que señalabas
en tu carta. Es que aquí no hay días ni fechas, no tengo la sensación de
diferenciar un día de los otros, todos son iguales, todos son un único día, un
día largo y eterno: un día de espera.
Por eso esperé, estuve unos días en
el campamento después de jurar bandera, y esperé. Esperé a llegar a Villa
Cisneros para contarte algo nuevo. Y te escribí y te conté algo nuevo, pero a
pesar de que la fecha de tu cumpleaños coincidió con mi llegada aquí y con la
escritura de mi carta anterior, no me acordé, ni me he acordado hasta que he
recibido el reproche en tu carta.
No puedo remediar lo que la memoria
olvida, no puedo detener el tiempo y mandarte la felicitación que no llegó en
su momento, sólo puedo desearte que tus días no sean como los míos, que en tus
días haya recuerdos, que sean distintos, que no se parezcan en nada los unos a
los otros, y que en cada uno tengas ilusión, la misma ilusión de aquel día en
el que buscaste en el buzón la carta con el beso que te merecías y que no
encontraste.
El amor no es abligación, el amor…
no sé lo que es, te abrasa por la noche, te atormenta por la mañana, te
envuelve en un mundo de ensueño, está presente en cada momento del día, es como
una obsesión, te hace sufrir y te hace gozar, pero no sé lo que es.
Sólo sé que cuando me abraso por la
noche, cuando me atormento por la mañana, cuando sueño, cuando sufro, cuando
gozo, tu cara penetra en mi mente, tu sonrisa se refleja en mi cara y tu imagen
me absorbe el pensamiento y no me deja solo ni un momento.
No, no estuve contigo a través de la
pluma en tu cumpleaños. Pero te puedo asegurar que ese día, como todos los
días, estuve contigo en el sueño de la noche, en la mirada hacia el horizonte,
en las carreras por el nuevo patio o en los ratos perdidos que hemos encontrado
aquí; porque tú estás conmigo en ese día largo y eterno en que se ha convertido
mi vida.
Y te entiendo; entiendo, no
obstante, tu enfado; entiendo que busques en la fecha adecuada una carta,
porque a mí me sucede lo mismo. Cuando reparten las cartas me estremezco
pensando que una de ellas será la tuya. Cuando
la tengo, la leo con ansia, intento apropiarme de su contenido íntegro
inmediatamente, después la releo, saboreo cada frase y cada sentimiento y la
escondo en el fondo de mis pensamientos para formar parte ellos.
No sé si habrás encontrado amor en
lo que te he escrito, he intentado transmitírtelo, he intentado acariciar tu
mente con las frases que he hecho y
llenarte de dulzura con el sabor de mis deseos y de mis sentimientos. Que mis
frases sean los besos que no te puedo dar, y que el ritmo y la armonía que
encuentres en ellas sean las caricias que recorran tu cuerpo para estremecerte;
para estremecerte y para hacerte olvidar el mal trago que te hice pasar por no
escribirte a tiempo. Y para que puedas recuperar la alegría y el gozo de un día
que debió ser bonito y eterno.