Carta  33

            A casa

 

            Queridos padres y queridas hermanas:

            Ya estamos en Villa-Cisneros, tenemos el mar frente a nosotros y ya hemos disfrutado de nuestro primer baño en la playa, que está justo detrás de nuestro cuartel. A simple vista esto es otra cosa, la vista del mar nos relaja y la tranquilidad de este primer día nos hace suponer que la estancia aquí será más llevadera.

            Llegamos ayer al atardecer, recorrimos más de quinientos kilómetros por las arenas del desierto en camiones antiguos, pasamos por lugares carentes de cualquier tipo de vegetación; por no haber, en muchos sitios no había ni pinchos para las cabras. Era el verdadero desierto, lugares donde no hay nada, sólo lagartijas moscas y mosquitos. El campo de nuestro pueblo, a pesar de estar en estos momentos seco, es un vergel comparado con esto.

            El viaje fue pesado, íbamos cincuenta reclutas, dos sargentos y dos cabos, en dos camiones que saltaban continuamente, porque aquí no hay carreteras, todo es una pista con montones de arena y con baches, por eso iban continuamente dando botes y nosotros dentro de ellos en unos bancos incómodos sufríamos las consecuencias.

            Hemos pasado la noche aguantando las bromas de los veteranos, los abuelos, como ellos mismos se llaman, que al vernos llegar han explotado de alegría, porque saben que somos quienes hemos de ocupar su lugar y quienes les devolveremos la libertad. Nuestra llegada aquí es el principio de su futura marcha. Hemos pasado esta mañana descansando, sólo hemos tenido que arreglar nuestro cuarto, un garaje donde nos han instalado provisionalmente, en el que han colocado un montón de literas y donde dormiremos unas cuantas noches. Desde aquí se ve el mar y en estos momentos aprovecho su calma para escribiros.

            He visto por vuestras cartas cómo el verano ha ido pasando, cómo habéis hecho bien las tareas sin mí. Hubiese preferido echar una mano en la siega o en la trilla a pasar miserablemente el tiempo aquí, perdido entre instrucciones y pasos ligeros, pero no se puede hacer nada, simplemente pasear con la imaginación por esos caminos polvorientos, por los rastrojos de las tierras, por los prados y por las eras, recogiendo las mieses y compartiendo un poco de vuestro polvo y vuestro sudor.

            Claro que más me hubiese gustado disfrutar de las fiestas, - esto para Isa y Mary -, y haber recorrido los pueblos como me contáis que habéis hecho vosotras, haber continuado cultivando mis amistades con serenos diálogos, haber disfrutado del baile escunchado las canciones de moda y del suave contacto de otro cuerpo agarrado por la cintura con mis manos. Haber sentido en mi rostro el contacto de una mejilla sonrosada y suave, aprovechando el momento más dulce de la canción más tierna, y el susurro de las frases dictadas al oído en el calor de las noches de fiesta, de las noches de luna y estrellas, de amigos y amigas, de licores y besos.  El próximo año me aprovecharé. Me tomaré ración doble; mientras, me conformaré con la lectura de vuestras cartas que son un refugio y una distracción, para el reencuentro con la alegría y para mantener viva la imaginación y reconfortado el espíritu. Continuad escribiéndome, continuad mandándome vuestra alegría y vuestra libertad por carta. Contadme cómo se os presenta el nuevo curso, cómo progresan vuestros estudios, vuestras amistades y vuestros amores.

            Yo ya os iré contando cómo lo paso, qué destino me dan, qué trabajos me encomiendan y cómo es esta ciudad a la que hemos llegado y que apenas hemos visto. Mientras, recibid un fuerte abrazo y mi cariño nostálgico y sincero.