Carta  30
            A ti

            La jura de los AGIAS

            Unos días después juraron los AGIAS. Amaneció un día lleno de colorido, el campamento se fue llenando desde muy temprano de gente musulmana, llegaron con sus trajes de gala, dando un encanto especial al campamento.
            Mi pelotón tuvo un mal comienzo. Nos tocó limpieza, tuvimos que limpiar un estercolero que estaba próximo al campamento y que tenía que desaparecer antes del acto de la jura que estaba previsto para las doce.
            A las ocho de la mañana, a las órdenes de un cabo, con bieldos y palas, nos obligaron a  pasar un mal trago. Aquello apestaba, había huesos, botellas, restos de comida, cáscaras, plásticos, etc. Nadie quería comenzar el trabajo. El cabo nos distribuyó por turnos.  De tres en tres íbamos cogiendo los bieldos y palas e íbamos cargando. Aguantábamos poco rato, el olor pestilente nos echaba para atras. Pasamos todos por el martirio del asco. Teníamos que terminar cuanto antes porque nosotros acompañábamos en el desfile a los musulmanes.        Cargamos el camión y fuimos a descargarlo a un estercolero un cabo y cuatro de nosotros.
            Al regresar el cabo habló con el conductor del camión: "Vamos bien de tiempo"- le dijo-, y le susurró algo al oído. Cogimos una ruta extraña, nos apartamos del camino, escondidos en el desierto encontramos una jaima, y mujeres y niños muy poco vestidos. Una de las mujeres amamantaba a un niño que lloraba. Nos sirvieron un té muy amablemente entre saludos que sólo el conductor contestaba. El conductor y el cabo desaparecieron sin apenas darnos cuenta y el tiempo pasó sin que nosotros pudiéramos hacer nada por evitarlo.       Cuando aparecieron se mostraron ante nosotros con caras satisfechas. Nada nos dijeron y nada preguntamos, pero por sus caras y sus risas todos nos dimos cuenta de en qué habían gastado su tiempo. Se nos hizo tarde, llegamos al campamento cuando ya todos estaban preparados, los saharauis estaban formados con su ropa de gala: su turbante negro rodeándoles la cabeza, su camisa de policía y sus anchos pantalones azules.
            El cabo ahora estaba preocupado, tenía que desfilar en el grupo de gastadores, esos policías de desfile perfecto, los que abrían el acto, los que encabezan la marcha, los que no se equivocan nunca, los que levantan sus brazos perfectamente hasta sobrepasar la nuca. Allí tenía que estar nuestro cabo y no se podía escaquear. Nosotros podíamos pasar desapercibidos. Al ver a todos formados nos dijo el cabo que nos escondiésemos y que no apareciésemos hasta que una vez bien aseados y perfectamente vestidos nos asegurásemos de que se habían roto las filas y el acto hubiese acabado.

            No desfilamos con los musulmanes, no supimos si el cabo llegó a incorporarse a la formación; nos juntamos con la multitud cuando el rito de la jura había terminado. El campamento era un ir y venir de personas diferentes, desconocidas todas para nosotros, que buscaban comida, que andaban y conversaban, que juntaban amistosamente sus manos y que hablaban en su lenguaje, preguntándose por la mujer, la burra, la cabra, la casa, el camello o la hija.
             Habían montado  en un descampado del campamento tres enormes jaimas y por ellas desfilaban los jefes. Había jefes que no habíamos visto nunca, los mandos peninsulares se mezclaban con los musulmanes; el grado máximo de los musulmanes era el de sargento. Todos sonreían y se saludaban, era un día festivo, un día de alegría para la Policía Territorial, los musulmanes y los peninsulares hermanados, todos españoles y todos iguales.
            Nuestros compañeros nos lo contaron, ellos fueron los que nos detallaron cómo había sido el acto de la jura de los musulmanes. Ridiculizaban su marcha, sus pérdidas del paso, su manera anárquica de sujetar el mosquetón y de besar la bandera. Pero ese día en el campamento era fiesta, no había problemas de arrestos, los jefes estaban ausentes, nosotros estábamos con el uniforme de gala, comíamos y bebíamos cuanto nos apetecía, ya éramos todos soldados a la espera de un nuevo destino.