Carta 29
            A ti
         EL TRAPO Y LA RAYA

         El trapo es la bandera
         la raya la frontera.

         Por el trapo y la raya
         las personas se matan
         ayer, hoy y mañana.
           
           

           LA JURA

           Aquí estamos todos,
           formados pa la jura,
           legionarios, paracas
           nómadas y pistolos,
           y con sus mejores galas va
 la Policía Territorial

 

            LA JURA
            Nos mentalizaron bien para LA JURA. El día anterior, en el último ensayo, Soriano nos echó el discurso:
            - El día veintitrés es el señalado, en el BIR vais a estar doscientos setenta representantes de La Policía Territorial. Vais a estar junto a más de dos mil pistolos, quinientos legias y otros tantos paracas. Vais a ser los menos, pero vais a tener más cojones que todos los demás juntos, seréis los mejores, como ha sido siempre. Cuando desfila La Policía se hace silencio, se oye el ruido de los brazos cortando el aire y las personas que os contemplan  exclaman: " ¡Ahora pasa la Policía Territorial!" y cuando acabáis os aplauden más que a nadie. Se repite campamento tras campamento, es el fruto del esfuerzo y del paso ligero, y vosotros os sentiréis orgullosos como se han sentido todos al escuchar los calurosos aplausos, las exclamaciones: "¡Ya viene La Policía!". Se os pondrá la carne de gallina, sentiréis sensaciones que nunca habéis sentido. Os sentiréis hombres.
            Seréis los mejores, como ha sido siempre, acojonaréis a los dos mil pistolos con vuestras canciones, y al desfilar subiréis el brazo con dos cojones hasta donde nadie lo sube, demostraréis que lo que os hemos enseñado no ha sido en vano, que esos pequeños toques que se os dan en los entrenamientos os han servido para algo. Y digo toques porque aquí no se pega, no se ha pegado a nadie, sólo se ha espabilado a algún despistado, sólo se ha dado algún toquecito para que cuando llegue el momento nadie desentone. Que nadie diga que en La Policía se dan hostias, lo que hacemos es prepararos para ese día importante, para el más importante, para que os sintáis seguros en una gran familia donde hay amistad y cordialidad, y donde os hacéis hombres.
             Y ahora vamos a ver si desfilamos un par de veces bien, sin que nadie se equivoque, pasamos un par de veces por la bandera, descansamos, tomamos un bocadillo y nos vamos.
            El sargento Soriano tenía la psicología del fascista. Después del discurso todos desfilaban mejor, las palabras hacían olvidar, la gente ponía ilusión, de verdad se creían lo que les decía el jefe, y el Hijo Puta 1, después de LA JURA, se convertiría en un jefe admirado.
            Llegó el día fijado. Formamos en un campo inmenso, con una tribuna repleta de gente, estaban los máximos dirigentes del SÁhara, estaban todas las familias distinguidas, estaba la gente corriente que se asomaba al espectáculo, y estaban algunos familiares que habían acudido a ver desfilar a sus hijos, y estábamos todos bien uniformados escuchando la misa, escuchando los discursos, escuchando la frase...:
            - ¿Juráis por Dios y por España..., defender esta bandera..., hasta derramar..., si es preciso..., la última gota de vuestra sangre...?
            - ¡JU-RA-MOS! - gritaron todos, pero yo escondido en la masa inerte, en la impersonalidad más absoluta, en la anulación total, pronuncié sin que nadie se enterara lo que dentro de lo más profundo de mi ser sentía:
            - ¡ME-CA-GOEN FRAN-CO!

            De repente, y al son de la música, los diferentes cuerpos del Ejercito comenzaron a moverse. Se avecinaba el momento del desfile. Comenzaron los pistolos. El regimiento de artillería era el grupo más numeroso y se les exigía menos, -¡cuantas veces nos habían dicho que desfilábamos peor que los pistolos con el único fin de motivarnos!- Luego desfilaron los paracas y detrás los legias.
            Los últimos fuimos los de la Policía Territorial. Desfilamos en fila, de uno en uno, sin perder el paso, con el mosquetón sujeto con la mano derecha, con el balanceo del otro brazo acompasando el ritmo y subiéndolo hasta la altura de la cara; los brazos de toda la fila subían a la vez, bajaban a la vez, el paso de todos iba coordinado, los mosquetones iban alineados. Pasamos de uno en uno delante de la bandera. Debíamos besarla. Yo me limpié la nariz.
            Después de desfilar de uno en uno venía la exhibición militar. Se desfilaba primero de tres en tres y después lo hacía la compañía entera, era el gran momento, para el que tanto habíamos ensayado, el que no podía salir mal, el momento en el que teníamos que demostrar que la Policía siempre lo hacía mejor. Por eso mientras los pistolos, los paracas y los legías desfilaban delante de la tribuna, nosotros nos preparábamos para el desfile detrás de los camiones que nos habían llevado hasta el B.I.R. y fue entonces cuando nuestro capitán, que encabezaba el grupo, dio la orden de depuración:
            -¡Paralíticos, fuera!
            No lo pensé un segundo, apartarme de los jefes me impulsaba a correr, corrimos a escondernos detrás de los camiones como si fuésemos la vergüenza de una sociedad que se miraba en el espejo de una juventud que desfilaba armoniosa transmitiendo el orgullo del poder y la gloria.
            Los que me habían pedido  que saliera a desfilar convencidos de  que lo haría bien, me miraban con caras incrédulas.
            - Échale un par de cojones y sal - me dijeron montones de veces.
            Todo se arreglaba diciendo la palabra cojones, por eso no entendían nada cuando les contestaba
            - ¡Para qué voy a salir, es una farsa, es sólo un trapo!
            Tampoco lo entendían los que se habían apartado conmigo, pero cuando nos quedamos solos,  escondidos entre los camiones como serpientes, mientras los demás desfilaban,  vi una chispa de alegría en sus ojos. Mi presencia los confortaba. El que una persona como yo, importante para ellos, el que les había enseñado en la escuela, el que había leído sus cartas, el que había conversado en los días de fiesta, estuviese allí junto a ellos siendo también un paralítico, los animaba. Habían sufrido tanto, habían sido tantas veces humillados, que la presencia de alguien bien considerado por todos, alguien a quien ellos admiraban, les paliaba la situación a que los condenaban. El verme a mí tranquilo, feliz por no desfilar y por estar con ellos, sembraba en sus ánimos una incertidumbre y una duda mientras que a mí me dejaba la satisfacción  de hacer frentre al poder del del ejército. Noté que mi presencia entre ellos servía para algo. Me alegré. Perdido en el montón de los que desfilaban, nadie se hubiese fijado en mí y sólo hubiese servido para enaltecer a los jefes. Con los míos me sentía a gusto. Nos miramos y comenzaron a aparecer las sonrisas. Los fumadores empezaron a sacar los cigarros y la conversación surgió entre nosotros para recuperar la esperanza y la alegría.
            Terminó LA JURA. Regresamos al campamento. Hubo una gran comida. Lo que habíamos ahorrado en los tres meses de campamento se despilfarraba ahora. El cordero, el jamón, el queso, el vino, el marisco, pasabaN de mesa en mesa, dando satisfacción a unos paladares deseosos de buena comida.
            Por la tarde salimos al Aaiún. Fue la tarde de los excesos, de la embriaguez, de dar rienda suelta a nuestros sentimientos, los que habíamos tenido escondidos. La mayoría regresó al campamento en estado penoso, yo he conservado la calma, no he sobrepasado los limites, he sido espectador de la fiesta.