Carta  24
            A ti
            El tiro II

            Cuando Soriano se dio cuenta de que el grupo que asistíamos al curso de conductores llegábamos más tarde y pasábamos el día más frescos,  comenzó a dedicarnos una sesión especial de paso ligero mientras el resto descansaba. Coincidió con mi accidente y pasé una semana terrible. Por eso cuando me dieron la baja me alegré de que el banco cayera justo encima de mi uña.
            Pasé esa semana tranquilo, por primera vez tenía tiempo, desayunábamos sin prisa, no teníamos que formar, llegábamos otra vez al dormitorio cuando ya todos habían salido, éramos cuatro los que estábamos de baja y podíamos hablar tranquilos. No se oían voces, no había silbatos, no daban vueltas los cintos, el dormitorio se hacía grande, íbamos al botiquín y nos curaban, mientras  un ligero retén de limpieza barría y regaba el barracón.
            Me pasaba los días leyendo y escribiendo cartas y por primera vez las he disfrutado, he releído las más dulces, las que mejores recuerdos me traen y he tenido tiempo de soñar buscando a las personas queridas.
            El jueves de esa semana fue día de tiro. El primer día de tiro con Soriano al frente. Como todos los días, los que estábamos de baja, regresamos más tarde del desayuno y les vimos partir. Pasaron corriendo entre el ruido ensordecedor de los cabos y las voces alocadas de los sargentos. Los insultos a Dios y a la Virgen salían de la boca de Soriano como todos los días. Les vimos partir con caras inertes, con gestos inexpresivos, con la misma angustia en todos sus rostros. Iban en traje de campaña, con el mosquetón en prevengan (cogido con las dos manos a la altura del pecho).
            Corriendo y levantando las rodillas, doblaron la esquina dejando una nube de polvo y un ensordecedor ruido en el ambiente.
            Regresaron a comer desencajados y cuando me vieron acercarme al comedor, cojeando, me envidiaron.
            - No sabes de la que te has librado –dijo uno-. ¡Qué hijo de puta es Soriano! Nadie se ha librado hoy de cobrar, ha habido hostias para dar y tomar. Sólo han tirado tres pelotones, el resto se ha quedado para el próximo día. El que no se clasificaba, porque no conseguía meter tres tiros en el blanco, recibía una lluvia de golpes. Le daba en los costados, en la cara, en el pecho, hasta que caía al suelo y en el suelo le daba una patada en la tripa.
            - A Peñarrubias, le ha puesto morao –dijo otro-. Llegó a su blanco y como no había conseguido meter ningún tiro en el círculo negro, le preguntó:
                        - ¿A quién corresponde este blanco?
                        - A mí, mi sargento - replicó Peñarrubias.
                        - ¿Y a dónde has apuntado, maricón?
                         - Pues al círculo, mi sargento.
- ¿Al círculo? Si no ha entrado ninguno ni siquiera en el saco. Te  voy a espabilar.
-Y comenzó a darle puñetazos en la cara. Una vez Peñarrubias se agachó esquivando la hostia, y Soriano se tambaleó. Entonces se enfureció aún más, le dio una serie de puñetazos en el costado y en la barriga hasta que cayó al suelo; Soriano se le subió encima  y comenzó a pisarle, no sé cómo no le mató. A otro le dio un golpe en la nariz, que le sangró como a un marrano. A los conductores nos ha traído desde la Sahia hasta aquí a paso ligero. Como estaba tan furioso porque con sus gritos y sus golpes nadie hacía puntería y como se pasó el tiempo y no pudimos tirar todos, cuando llegó el coche de tráfico diciendo que debíamos acudir a clase los conductores, nos mandó ir corriendo detrás del coche.
            Me contaban su sufrimiento para desahogarse y me envidiaban por estar accidentado, por estar de baja de instrucción.