Carta  22
            A ti
            Soriano

            Como a los niños con la amenaza del coco, así llevaban amenazándonos mucho tiempo los cabrones de los cabos con la llegada de Soriano.
            Todos los días nos amedrentaban con la llegada de Soriano. Estaba disfrutando de un mes de vacaciones, se había ido cuando terminó el anterior remplazo, por eso el nuestro estaba más relajado, porque no estaba Soriano. Torices a su lado no dejaba de ser un santo, nos decían.
            - Cuando venga Soriano sabréis lo que es esto.
            - Vosotros no sabéis todavía lo que es el campamento.
            - Veréis repartir hostias y caer al suelo a tíos  tan grandes como un castillo.
            - El cabrón no levanta más de medio metro, pero cuando veáis las  hostias que pega no dormiréis tranquilos.
            - Si no llega a darte en la cara te pega una patá en los güevos.
            Tanto nos amenazaron que comenzamos a tener miedo y sólo pedíamos que se acercase el día de la jura y que Soriano se perdiese por el camino. Así pasaban los días con la amenaza continua y con nuestro deseo de que no llegase nunca a cumplirse.
            Faltaba poco más de un mes para la jura cuando un domingo llegó el que abultaba poco, del que tanto nos habían hablado. Llegó vestido de paisano y nada raro se apreciaba en él. El lunes, vestido de faena y ocupando su puesto, sería otra cosa.
            Yo había tenido la feliz ocurrencia de decir que tenía carné de conducir, por eso ese lunes como el resto de los días de ocho a nueve acudí a clase de mecánica del automóvil. Íbamos  los aspirantes a conducir los Land-Rover que tenía la Policía Territorial. En ese tiempo, el resto de compañeros comenzaba la instrucción, comenzaban con paso ligero y después nos incorporábamos nosotros.
            Cuando terminó la clase y un cabo nos conducía a la pista, como todos los días, para unirnos al resto de compañeros, pudimos contemplar el lamentable espectáculo Soriano.
            A medida que nos íbamos acercando se oían las voces más fuertes. Soriano se cagaba en la Virgen, en San Pedro, en Dios y en su puta madre. Cada vez le oíamos con más estrépito, cuanto más nos íbamos acercando, a las voces las iban acompañando las imágenes. Al principio no divisábamos correctamente las caras, porque el cabo nos llevaba a paso ligero, pero no excesivamente rápido, sólo divisábamos un grupo cada vez más reducido de gente que aguantaba dando vueltas muy rápidas al campo y bultos de personas que habían tenido que salir de la fila y estaban con la barriga al aire intentando respirar o con su cuerpo retorcido, agarrándose el estómago y vomitando. Nos cruzamos con uno con la cara totalmente desencajada y que ayudado por dos compañeros era conducido al botiquín.
            Y el pequeño nuevo hijo de puta seguía gritando, ya estábamos a su altura, sus gritos ahora resonaban aterradoramente en nuestras cabezas, éramos espectadores de un espectáculo en el que en breves momentos teníamos que actuar.
            - ¡Levantad más las rodillas,  que no me hacéis ni puto caso y me voy a cabrear! ¡Cabos, tomad nota de todos esos mierdas que se salen de la formación! Esta tarde irán a donde les corresponde, a limpiar los retretes. En vez de hombres parecen monjas. Me cago en mi puta sombra. Pisadme a ese que se queda atrás.
            - Mi sargento, se incorporan los reclutas que han estado en las prácticas de conducción,- dijo el cabo que nos acompañaba.
            - Que se incorporen y a ver si son hombres.
            Nos incorporamos al grupo, habíamos hecho un ligero calentamiento desde la zona de prácticas hasta el patio y nos resultó fácil coger el ritmo de un pelotón cansado, asfixiado, que se iba quedando por el camino.
            Mi compañero habitual de detrás, el gordo, no estaba. Era uno de los que se habían tenido que salir de la fila y se encontraba por las orillas vomitando. Fue apuntado por los cabos y castigado. Dimos unas cuantas vueltas más y paramos.         Nos volvieron a separar por pelotones y se fueron incorporando los que no habían resistido el terrible esfuerzo del inhumano paso ligero. Se incorporó el gordo con cara de pena. Me alegré de tener carné, de estar en el curso de conducción y de ser delgado.
            El resto de la jornada fue más suave, hicimos lo habitual de cada día: marcha, giros, movimientos de brazos, bocadillo, tácticas de guerra, gimnasia, comida y clases de teórica por la tarde.
            Al final cuando acabó el día, los que no habían resistido el paso ligero, como mi compañero el gordo, se dirigieron a limpiar los retretes. Allí estuvieron hasta las nueve de la noche. Me imagino que tuvieron tiempo de cagarse en el hijo de puta de Soriano.
            Así llegó Soriano, así ocupó el puesto de H.P.1, relegando a Torices al segundo lugar.