Carta  19
            A ti
            La mujer más hermosa

            Había caminado despacio por calles estrechas, había pensado en los días pasados con mi amiga en Cullera, había analizado mis noches de baile con Ana Victoria, había revisado uno a uno mis pensamientos y mis conversaciones con ellas, y me había quedado solo.
            Con esa soledad de última hora, esa que no se espera, la que no estaba planeada en el viaje, pasé los dos últimos días de vacación en Alicante.
            No tenía pensado pasar por Alicante, pero cuando se me apagaron los sueños, cuando la visita a mi amiga dio todo lo que estaba destinado a dar de sí, cuando las conversaciones del día y la noche comenzaron a ocupar demasiados espacios en mi mente, a tergiversarse en mi espíritu sin dejarme tranquilidad de día ni tranquilidad de noche, decidí marcharme de Cullera y hacer un alto en Alicante. Era una ciudad desconocida para mí y pensé  que merecía la pena visitarla.
            Recorrí sus calles cuando la tarde adormece, cuando el sol se esconde, cuando la gente deambula de un lado a otro de forma incesante, aprovechando la frescura de la brisa del mar, la dulzura del último rayo que acaricia la piel, la sonrisa de las últimas olas y la tranquilidad de una rama de  árbol mecida por un tenue viento.
            Había paseado con el atardecer y la noche se abría paso ante mis ojos a través de luces fosforescentes, de luces diversas, de luces atrayentes, de ecos de música que te llaman, luces rojas que parpadean en el horizonte desafiando a la soledad que llevas a cuestas.
            El mundo mágico de las mujeres envueltas en sueños de algodón y fantasías de espuma me llamaba. Siempre me había atraído esa soledad oculta, esa sonrisa falsa, ese mundo ficticio, incomprensible. Sólo en los ratos de sueños irrealizables había pensado traspasar la cortina del humo, investigar lo que había escondido tras la barra, lo que dicen unos ojos inexpresivos, unas palabras huecas, unas manos frías o una sonrisa forzada.
            Había tomado la decisión mientras apuraba mis últimos pasos por las calles estrechas y aparcaba en mi mente mis últimos pensamientos. Sólo tomaría un cubata, no caería en el error de desgranar poco a poco mi cartera, con la lentitud imperceptible del goteo constante y embriagado por el susurro amoroso de cualquier mujer hermosa. Guardaría mi baza para jugar una sola carta, de sopetón; sin darle tiempo a reaccionar le ofrecería una cantidad grandiosa por compartir conmigo un día a la luz del Sol en la playa.
            A primera hora de la noche la barra está casi vacía, la música relaja al corazón palpitante tras pasar el umbral de las luces prohibidas, las mujeres buscan sus primeros clientes con sus mejores artes, todavía se encuentran dándose el último retoque a la ceja, al labio o al ojo. Están expectantes.
            Ella estaba en el centro, había más, pero sus ojos me atraían, una fuerza extraña me obligo a elegir el taburete adecuado, el que estaba frente a ella. Tenía una cara perfecta, unos ojos grandes..., luminosos..., penetrantes..., negros como la oscuridad de la noche. Sus cabellos caían onduladamente acariciando su cara, tapando parte de sus mejillas, descansando en los hombros desnudos. Eran largos, un poco rizados, no eran rubios del todo y brillaban exageradamente en la penumbra.  No podía apartar mi mirada, examinaba su cara hasta el más mínimo detalle, sus labios, sus pómulos rosados, sus pechos...
            -¿Deseas tomar algo?, - Me preguntó casi antes de haberme sentado adecuadamente.
            - Ponme un cubata de limón.
Parsimoniosamente, exagerando todos los movimientos de su cuerpo, insinuándose constantemente, me sirvió un vaso con hielo; vertió en él un chorrito de ginebra, mientras me  dedicaba una sonrisa; descorchó la botella de Fanta limón y al tiempo que se sentaba en la barra enseñando la largura de su muslo, me llenó el vaso y me lo ofreció.
            - No te conozco. ¿Es la primera vez que vienes?
            - Sí, es la primera vez.
            - ¡Ojalá te resulte agradable!
- ¡Qué poca gente hay! ¿Siempre es igual de tranquilo?
 Hice ese comentario por decir algo, sin pensar que cualquier comentario desencadenaría el ofrecimiento, la venta.
            - Es normal que haya poca gente a estas horas, apenas debe haber anochecido, pero podemos estar aún más solos, tengo un lugar reservado para ti. Solo tienes que invitarme. Serías el primero esta noche.
- El lugar que quiero tengas reservado para mí debe estar en el corazón.   
- Mi corazón se descubre si me invitas a champán, nos tomamos la botella solos, en la oscuridad de mi cuarto.
            - El corazón que yo busco no requiere esconderse en ningún sitio. No tengo interés en estar contigo en tu cuarto oscuro. Quiero que aceptes mi presencia a la luz del día, me gustaría pasear contigo, confundirnos entre gente que corre, que pasea por la playa, que sonríe, se mira, se acaricia y se besa.  ¿Qué puedo encontrar en ti, en un rincón sin luz?
            - Encontrarás un cuerpo que creo que te gusta, podrás ir descubriendo con tus dedos lo que estás viendo con tus ojos, descubrirás, si quieres, mis secretos ocultos, podrás tocar mis pechos y mis piernas y esconderte en tu rincón favorito. Yo te acompañaré en el viaje y acariciaré tu cuerpo hasta que explotes de alegría y de gozo.
            - No quiero tocar tus pechos en la sombra, explorar tu cuerpo entre tinieblas ni buscar una furtiva corrida sin que tú digas ni sientas nada; prefiero buscarte en la playa con la mirada, rozar tu cabello con la yema de mis dedos, escuchar tu voz tranquilamente, observar los latidos de tu cuerpo o respirar juntos en un banco de un parque a la sombra de una palmera en pleno día y tras la mirada de gentes curiosas.
            - Déjate de palabrerías e invítame de una vez.
            - ¿Qué vale una invitación?
            - Por sólo  quinientas pesetas puedes pasar una noche que difícilmente olvidarás.
            - Te ofrezco diez veces más, pero no por una noche y escondidos sino por un día a cielo abierto. Un día de sol y de playa. Un día hablando y riendo conmigo, bañándonos en una playa repleta de gente, confundiéndonos entre la multitud y descubriendo nuestros pensamientos y nuestros sentimientos con naturalidad delante de los demás.
            - Por el día no puedo.
            - Por la noche no quiero.
            Se apartó de mi lado y se fue paseando provocativamente hasta el final de la barra, hizo algún comentario con las otras mujeres, atendió a otro cliente, no volvió la mirada hacia donde yo estaba, se mostraba ante todos amable, sabía que yo entre sorbo y sorbo la estaba observando. Al poco rato volvió.
            - Qué, ¿te has decidido ya?
            - Mantengo mi oferta, ¿no te parece suficiente en un sólo día el equivalente a diez botellas de champán y sin esconderte de nadie?
            - Te he dicho que no puedo, por el día no puedo.
            - ¿Por qué no puedes por el día?
            - Tengo otro trabajo.
            - Pues falta un día, seguro que puedes.
            - No puedo, de verdad no puedo. Pero, ¿por qué tienes tanto interés?
            - Estoy de paso en Alicante y sólo estaré esta noche y mañana. Me gustaría compartir el día con una mujer hermosa.
            - ¿Por qué no la noche?
            - Porque prefiero el día.
            - Pero, bueno, tú, ¿qué haces aquí? ¿Qué quieres? ¿A qué has venido?
            - Me estoy despidiendo antes de emprender una larga aventura. He venido   a despedirme  de una amiga de Cullera y me han sobrado dos días. El uno ya está terminando y me gustaría pasar el último contigo, no es demasiado pedir, ¿no te parece? De todas formas si no puedes, no me entretendré más contigo, te pagaré la copa y buscaré en otro sitio.
            - No tengas tanta prisa, espera un poco, el trabajo que tengo mañana es cuidar de mi hija, si puedo solucionarlo, a lo mejor hasta puedo aceptar.
            Aceptó, me dijo el lugar y la hora, seguí terminando lentamente mi copa y seguí observando todos sus movimientos, su meneo de cuerpo, su sonrisa forzada, sus pechos semidescubiertos cuando se inclinaba a hablar con cualquier cliente, sus piernas perfectamente proporcionadas, sus muslos mínimamente escondidos en una pequeña falda con una gran abertura que permitía divisar sus bragas blancas cuando se sentaba en la barra. Apuré la copa, pagué, y me fui satisfecho a dormir a la pensión en la que unas horas antes había alquilado una habitación.
            Comenzamos a pasear por la zona de la playa donde las olas se acaban, pisábamos el agua y la arena, sentíamos la espuma acariciarnos y notábamos los rayos del sol quemando nuestra piel. Frescor en los pies, calor en la espalda.
            - ¿Te puedo coger la mano? - le pregunté.
            - Es de día y te pertenece, hay luz, no estamos escondidos, estamos ante la gente, es lo que tu querías. Mi mano te pertenece.
            - No quiero sólo tu mano, quiero a través de ella expresarte algo, expresarte que hay sentimientos, expresarte que eres hermosa y que es agradable pasear contigo, que fuera de la barra hay un mundo, con gentes que ríen y corren.
            - Hay un jodido mundo, que te explota, que se ríe de ti y se burla. Un mundo que no te ofrece nada, que no te regala nada. Un mundo donde tienes que luchar día a día si quieres sobrevivir.
            - Y un mundo  donde alguien se preocupa por alguien, en el que se puede vivir sin tener que dar nada a cambio.
            - No seas ingenuo. Llevo más de cuatro años trabajando en esto y voy viviendo. Si tuviese que vivir de ingenuos que me pagasen cinco mil simplemente por pasear con ellos por la playa, ¿tú crees que hubiese podido sobrevivir? ¿Crees tú que si pongo en un periódico este anuncio: "Se ofrece mujer para pasear y charlar durante el día por la playa agarraditos de la mano, sin más pretensiones: Precio cinco mil pesetas", tendría trabajo todos los días?
            - A lo mejor es suficiente un ingenuo. Basta con que ese único ingenuo sea capaz de hacerte ver que hay vidas distintas, que merece la pena luchar por algo mejor.
            Agotamos el día enfrentando nuestros pensamientos, paseamos juntos, nos bañamos juntos, comimos juntos, vimos atardecer juntos y la hora de la despedida llegó.
            - No sé si agradecerte este día pasado contigo. No he entendido nada, me quedo con dudas. ¿Qué quieres?
            - Que sientas.
            - ¿Para qué? Me has dicho que te vas. No volveré a verte. ¿Que haré mañana? ¿Esperar a que llegue otro como tú y me pague sin hacer nada? No. No llegará, y yo tendré que seguir viviendo, tendré que alimentar a mi hija,  tendré que mantener su mirada y su sonrisa y tendré que acudir a mostrarme detrás de la barra, a esconderme en el rincón oscuro y a seguir viviendo. Tú no me ofreces vida, sólo me ofreces dudas.
            - Dudas que no te impiden nada, no te obligan a cambiar de inmediato. Por pensar no te va a pasar nada, por sentir no vas a tener que pagar un precio.
            - Esta noche te vas. ¿Vas a volver algún día? ¿Qué vas a hacer tú para que yo y mi hija sigamos viviendo?
            - Te escribiré, te mandaré algún poema, te contaré cosas bellas.
            - Ni yo ni mi hija, comeremos con tus poemas por muchas cosas bellas que nos cuentes. No, no creo que esté contenta de haberte conocido.
            - Si es verdad que tienes una hija, si tiene siempre una sonrisa en la cara, si es tan dulce como tu dices, piensa que se hará mayor; piensa que tendrá otras hijas u otros hijos, y piensa que alguien, algún día, encontrará el amor, si está escrito. Si lo dejamos escrito en el aire con palabras, en el agua con sonrisas y con gritos, en el ambiente con miradas y caricias o en las páginas de una carta aunque sea mal escrita y con letras desfiguradas.
            - Tonterías. ¿Quieres que te acompañe hasta la estación?
            - Si me acompañas agarrada de mi mano, sonriente, desafiando a la gente, orgullosa de tener a una persona a tu lado, entonces sí. Si lo haces por compromiso, creyendo que es tu obligación para corresponder al último duro, entonces, no. Vete a tu barra. Llega puntual a tu trabajo.
            Caminamos despacio cogidos de la mano,  miramos a la playa y al cielo, tropezamos con niños que corren, confundimos nuestras conversaciones con ruidos de coches, apuramos hasta el último momento, nos miramos; y cuando el autobús arranca, se despide con un beso.

            El beso de un sueño que no llegó a ser. No se presentó en el bar a la hora fijada. Pasé el día en la playa pensando, una playa completamente llena de gente en aquel día de julio. Entre tanta gente yo me encontré perdido y busqué un rincón de playa donde tomar el sol. De vez en cuando, chapoteé en el agua, pasé un largo día reflexionando sobre multitud de cosas,  sobre la soledad que experimentaba, a pesar de estar rodeado de tanta gente, sobre la complejidad de las relaciones humanas, sobre los motivos que obligan a las personas a prostituirse, sobre lo esclavos que somos de nuestro destino, sobre todo lo que da de sí el tiempo cuando no lo compartimos, cuando está todo a nuestra disposición y no sabemos cómo agotarlo.
            Observé a la gente. Paraba mi mirada en las mujeres hermosas, observaba con detalle su figura, una figura que se hacía inmensamente grande cuando la contemplaba tumbado desde mi rincón, mientras ellas paseaban ajenas a mi mirada por el borde de la playa pisando los últimos gorgoritos de las olas.
            Pensé muchas veces en cuál habría sido la razón por la que no apareció la mujer que esperaba, la mujer más hermosa expuesta en el mostrador de una casa de venta. Dudé muchas veces sobre la conveniencia de volver a la barra de luces escasas para averiguar el motivo de su ausencia a la cita o marcharme sin más.     
Al final decidí ir. Recorrí el camino del día anterior. Encontré la misma luz y la misma barra. Estaban las mismas mujeres. No había clientes aún. Encontré los mismos ojos y la misma sonrisa. Me sirvió un nuevo cubata. Me dijo que la disculpase pero que no había ido la mujer encargada de quedarse con su niña.
            - Comprenderás que no podía dejar a mi hija sola. Si quieres, mañana te puedo acompañar.
            - Mi tren sale esta noche a las doce. No hay mañana. Si es verdad que tienes una hija, que algún día encuentre playas hermosas. Y que encuentre algún ingenuo que la haga soñar.