Podría equivocarme
Antonio García
Yo
tenía cien mil pesetas en junio del año pasado, las que me quedaron de una paga
extraordinaria de verano. Compré unos fondos de inversión siguiendo los
consejos del mercado y las recomendaciones de los expertos: los fondos están en
buen momento, la economía esta en fase de recuperación, el precio del dinero
tiene irremediablemente que bajar... Esos fondos se han revalorizado y las cien
mil, son ya ciento treinta mil. Tenía en febrero otras cien mil pesetas, e
invertí esta vez en telefónica, cuatro meses más tarde ya son ciento cuarenta
mil las que tengo. Los ejemplos anteriores sirven para demostrar que las rentas
del capital no están congeladas. Los que tenemos por oficio enseñar, utilizamos
los demostraciones como eje de nuestro trabajo, y con los ejemplos anteriores
queda claro que los beneficios del capital son exagerados con una rentabilidad
porcentual enorme. Fácilmente podemos echar cuentas e imaginar los beneficios
de quien invierte grandes cantidades, comprobando cómo el rico es cada vez más
rico y cómo las diferencias entre unos y otros se hacen cada vez más abismales.
Yo
tenía en mayo del año pasado un salario modesto de ciento setenta mil pesetas,
un año después sigo con lo mismo. Me lo congelaron, como a tantos otros,
argumentando que era para conseguir los objetivos de Maastrich y para entrar en
la moneda única con el pelotón de cabeza.
Me
pongo a hacer mi declaración anual de la renta y compruebo con satisfacción lo
generoso que es el Gobierno en el tratamiento que da a mis beneficios del
capital y a mis plusvalías. Resulta que la derecha sacó un Decreto-Ley por el
que deja una cantidad exenta de fiscalidad y por el que reduce la tributación
al 20% si se mantienen las inversiones durante dos años. En consecuencia, no
tengo que pagar prácticamente nada a Hacienda por los beneficios obtenidos como
consecuencia de mis inversiones de capital. No es tan generoso sin embargo el
Gobierno con el salario que honradamente gano, para mi sueldo no hay reducción
de impuestos; a pesar de las promesas, cotizo como lo hice el año pasado. Todos
los días nos recuerdan que la economía va bien.
Va bien
para quien puede invertir. Pero todos se olvidan de lo mal que tratan al que
trabaja, incluso las protestas son escasas, no se puede hacer peligrar los
objetivos de Maastrích, se está más pendiente de la
buena marcha de la economía, entendida como beneficio para unos pocos, que del
bienestar social. Yo podría equivocarme, como mis pequeñas rentas de capital
prosperan, podría pensar en ellas y olvidarme de las verdaderas: las de mi
esfuerzo y mi trabajo. Podría abandonar mi clase, decir que ya no existe, que
están superados los viejos principios, que la riqueza esta al alcance de todos,
podría confundirme cegado por la comodidad de la casa, el coche o el ordenador.
Podría cerrar los ojos, no ver la marginación ni el paro. Podría incluso votar
a los que dan buen tratamiento a mis rendimientos de capital.
Quizá
la clase obrera se desgaje porque los que tienen trabajo se acomodan, se olvidan
de la clase y se van. Y porque a los qué no tienen trabajo se les acomoda en
otra nueva clase, la clase social marginada, la clase abandonada por el poder y
por muchas conciencias. Así desaparece el concepto de lucha de clases, o quizá
se reconvierta y la lucha se centre ahora entre quienes tienen trabajo y
quienes no; olvidando sus reivindicaciones y mostrándose sumisos los unos, por
miedo a que sus puestos de trabajo, con despidos cada vez más baratos, puedan
ser ocupados por los otros; así, entretenidos en esta nueva lucha, se olvidan
del enemigo real, el de siempre, el que dice que la lucha de clases ya no
existe. Ese es un peligro que corremos las organizaciones sindicales si nos
acomodamos y nos adaptamos a la realidad en vez de intentar modificar las
conciencias.
Yo
podría equivocarme, como pienso que otros muchos se equivocan. Podría abandonar
a mi clase, plegarme a los intereses del capital tras la excusa de la Unión
Europea, de la moneda única y de la primera fase, confundirme en el nuevo
\mestizaje de clases, que te convierte en trabajador y accionista a la vez, que
te muestra una mínima parte del beneficio del capital, te hace creer que tú
también puedes llegar a explotar a la gente, te ciega y te confunde, sacando a
relucir los egoísmos personales y alejándote de los principios de solidaridad y
de justicia que siempre tuviste. Pero no, mi clase solo pretende vivir de su
trabajo, no pretende hacer negocio ni vivir a costa de otro. Por eso quiero que
me congelen los intereses de mis fondos de inversión, de los bonos, de las
letras.., que congelen las rentas del capital, que
aumente la presión fiscal sobre sus beneficios, pero que no congelen las rentas
de mi trabajo de las que como y de las que vivo.