Me afiliaría otra vez

 

Antonio García

 

Eran los años de la transición; 1976 y 1977. En el invierno del 77 vivimos la huelga más caliente de la Enseñanza Privada. Una huelga forjada en la clandestinidad, en locales míticos para siempre grabados en nuestro recuerdo: calle Campanar, iglesia del Dulce Nombre, Bajo la amenaza continua de la violencia policial. La policía nos desalojaba, nos dispersaba en las manifestaciones de forma brutal. "Papá, son tiros, son tiros de verdad ", gritaba el niño asustado que había acudido a la manifestación de la Plaza de Cibeles con su padre, su madre y su amigo el maestro, y se encontró cara a cara con la violencia fatal. Los GEOs ocupando toda la acera de la calle de Alcalá, con la escopeta cargada, disparaban pelotas de humo y hacían huir a la gente en veloz desbandada. Pero el niño, su padre, su madre y su amigo el maestro aguantaron la embestida parapetados detrás del quiosco, observando con rabia la injusticia y la impotencia, El niño lloraba y el padre le consolaba. "No llores, no tiran de verdad". Pero el paso estruendoso del pelotón disparando y el ruido de los disparos retumbando en nuestros oídos no calmaban el llanto del niño inocente. "Papá, son tiros, son tiros de verdad",

Una riada de gente, que iba de iglesia en iglesia, seguía en acontecer de la huelga. Doce mil seiscientas pesetas ganábamos antes de la huelga. Después, diecinueve mil quinientas. Atrás habían quedado quince días de lucha, atrás quedaban innumerables víctimas, los despedidos y las despedidas. Pero allí nació para muchos el sentimiento de clase. No hay duda: el padre que aguantó conmigo la embestida, la madre que permaneció a su lado impasible y el niño que lloraba y su llanto penetraba desgarrador en mi mente, eran de mí clase.

Después legalizaron a los sindicatos, no había otro remedio, los huelgas se habían reproducido en ese invierno y en esa primavera en todos los sectores de la producción. Los sindicatos eran una realidad, los tuvieron que legalizar, No tuve ninguna duda, nos habían obligado a cotizar por el vertical, ahora voluntariamente me afiliaría al de clase. Al de mi clase. Nos juntamos todos los compañeros y las compañeras de clase y nos fuimos a afiliar al local de CC.OO. más cercano.

Han pasado veinte años, diez enseñando en el aula, otros diez dirigiendo el sindicalismo de clase. He vuelto al rincón de los cuatro paredes, de las ventanas amplias, al mundo del aula y observo y comparo:

Tenía cuarenta alumnos incluso, algún año, más. Ahora tengo veinticinco y alguna es alumna. Recuerdo los gritos de aquellas manifestaciones, ¡veinticinco alumnos por aula, como proclama la UNESCO!

Teníamos treinta y tres horas, veintiocho lectivas y cinco complementarias, ahora tengo veinticinco lectivas y un montón de complementarias muy mal repartidas. Hemos avanzado, no suficiente, no está todo conseguido.

Reclamábamos libertad sindical, de expresión y de cátedra. Se ha avanzado, nos hemos organizado los sindicatos, podemos utilizar los derechos sindicales para hacer tareas propias de organización, presión y negociación, pero queda aún camino por recorrer. La libertad sindical no es plena, aún existen afiliados anónimos en numerosos centros, que temen perder su trabajo si descubre el patrono su falta.

El camino de la libertad es el más difícil de conseguir, está lleno de trabas y de confusiones. Las patronales piden para los padres libertad de elegir centro -dicen- y en realidad lo que quieren es elegir ellos los alumnos para sus propios centros.

Pero analizados los avances, analizada la lucha y el trabajo realizado, no tengo ninguna duda, me volvería a afiliar. Y no para encontrar mañana, de forma inmediata y egoísta, lo reivindicación que yo pido. No, me volvería a afiliar para poder dentro de veinte años analizar también la evolución sufrida en mi clase, observar en ella cuánto se ha avanzado, y hacer examen de lo que yo he aportado.

Sólo organizados podemos avanzar y sólo desde la clase podemos avanzar solidariamente. Aportando nuestro esfuerzo estaremos en condiciones en el futuro de analizar los progresos y disfrutar de ellos.

Aunque soplan malos vientos, aunque cada vez es más difícil estar en tu clase, aunque pronostican momentos difíciles para nuestro sindicalismo, me volvería a afiliar. Cuando el viento azoto y el árbol se tambaleo, es necesario que los raíces profundicen más en la tierra, que toquen otras raíces y, juntas, sustenten un bosque vivo, fuerte y solidario.