Cuento de Verano
Antonio García
El aire fresco de la mañana
acariciaba mi rostro y me terminaba de despertar, hacía desaparecer de mi mente
cualquier resto de somnolencia, a pesar de ser una hora temprana. El sol
acababa de salir y parecía más limpio esa mañana. Caminaba por la acera cuando
aún permanecía el frescor en las calles recién regadas, el olor a tierra mojada
siempre me había proporcionado agradables sensaciones, me traía recuerdos
lejanos de mi juventud y mi vida en el campo.
Quedaba
aún el último reguero de agua corriendo por las calles, observaba la humedad
penetrando en los verdes jardines, las hierbas mantenían aún esa última gota
cristalina que iluminada por los primeros rayos del sol propiciaban multitud de
espejos transparentes ofreciendo un mundo de ensueño.
A pesar
de la madrugada, el día amanecía alegre, el camino de mi casa a la empresa
donde trabajaba era relativamente corto, un paseo cotidiano que apenas duraba
veinte minutos, un rato de relajación en las primeras horas de la mañana que
aprovechaba para hacer mis primeras reflexiones del día. Era una mañana de un
día de julio, las calles estaban un poco más desiertas de lo habitual. Las
personas con las que me cruzaba caminaban alegres, la gente iba contenta y
sonriente al trabajo. Por las calles comenzaban a circular los primeros
vehículos, la circulación era rápida, los atascos habían desaparecido
prácticamente, los nuevos medios de transporte tanto colectivos como
individuales hacían el tráfico más agradable y llevadero.
En mi
cabeza comenzaban a aparecer los primeros análisis del último acuerdo alcanzado
con la empresa. Era consecuencia de un Acuerdo General que modernizaba y
humanizaba las relaciones laborales: los trabajadores participaban en la
gestión de las empresas con un porcentaje de miembros en los Consejos de
Administración, participaban en el reparto de los beneficios, tenían un
porcentaje de las acciones de la empresa, se habían buscado mecanismos que
regulaban la competencia entre las empresas, había acuerdos de cooperación en
investigación entre las del mismo ramo, se había adaptado la duración de la
jornada en función de las necesidades de formación y de empleo reduciendo a
insignificantes los porcentajes de paro, se había constituido un organismo para
controlar y mejorar el medio ambiente que garantizaría la vida en este
planeta...
Los
empresarios se mostraban satisfechos porque sus responsabilidades eran ahora
compartidas, las posibilidades de enfrentamiento y de conflictos eran casi
nulas y la ilusión por el trabajo mejoraba la calidad del producto. La vida era
más agradable para todos. Las satisfacciones que nos había producido el Acuerdo
nos animaban a seguir trabajando con mayor ilusión y mayor creatividad en
nuestro proyecto.
Recordaba
por el camino el trabajo realizado por nuestro equipo. El monovolumen
era nuestro último invento y estaba resultando un éxito sin precedentes, el
automóvil, adaptado perfectamente a las dimensiones de un solo ocupante, había
reducido su espacio al doble del volumen de una persona de dimensiones medias,
la posibilidad de levantarle en posición vertical sobre su frente delantero,
reducía a un metro cuadrado el espacio necesario para su aparcamiento. La
utilización como fuente de energía de una pila solar de tamaño reducido, que se
alimentaba en las estaciones solares y que dotaba al vehículo de autonomía para
unos quinientos kilómetros, no contaminaba el ambiente y permitía una gran
comodidad al usuario.
Una
perfecta sincronía entre los sistemas de control de abordo, los sistemas de
radar situados en las vías públicas y del sistema antichoque
permitían que dos vehículos al llegar a una determinada distancia se repelieran
modificando sus trayectos, disminuyendo la velocidad y evitando el choque. La
distancia de seguridad estaba en función de las velocidades de los vehículos, a
mayor velocidad el ordenador de abordo adelantaba el dispositivo de seguridad
con tiempo suficiente para permitir la modificación de las trayectorias
respectivas.
Ya
comenzaba a pensar en poner alas al nuevo aparato, un diseño perfecto que
permitiera volar al monovolumen. El vehículo
comenzaría a elevarse, a coger altura, me imaginaba ya calculando las
velocidades necesarias, les veía volar siguiendo los radares situados en las
carreteras, en las avenidas, en las calles, en las autopistas. Estaba ya
hallando la coordinación de las diferentes alturas en los cruces y las
modificaciones necesarias que habría que introducir en el sistema de control de
abordo. Estaba discutiendo con el resto de los componentes del equipo, sentía
la ilusión por el trabajo, disfrutaba, estaba a gusto... Cuando un escalofrío
recorrió mi cuerpo.
Una
fría caricia siento por mis piernas, el roce del agua me confunde por momentos,
el ruido de una ola me despierta...