Estudiantes

 

Antonio García

 

Su huelga no corta carreteras, no desabastece las fábricas ni los mercados, no se calculan en pesetas sus pérdidas, no es un problema de Estado. Son sólo estudiantes los que protestan. No paralizan ninguna actividad productiva de manera inmediata, por eso no importa que tengan o no tengan razón, que paren cinco, seis o diez días, su huelga no inquieta al Gobierno.

Sólo quieren más dinero para su educación: más profesorado, más medios, más desdobles, más investigación, mejores instalaciones y más atención. Quieren conseguir una buena formación que les permita la incorporación al mundo laboral en óptimas condiciones y poder así relevar del trabajo ocupando puestos estables a las personas que ya han trabajado lo suficiente y se han ganado una justa jubilación. Más dinero para tener mejor formación, para estar mejor preparados, para que la productividad mejore a consta de los avances tecnológicos, de la ciencia y de la investigación; y no a consta de la explotación de las personas y del deterioro del bienestar social. Ellos, como nosotros, también creen que la educación es la inversión más rentable.

Son los que más razones tienen, la sociedad actual les ofrece infinidad de posibilidades y luego no pueden elegir ninguna. Les ofrece la imagen de un mundo fácil, consumiste, con todo a su alcance, y después ven pasar los años y solo está a su alcance la hoja del paro, el futuro incierto, la inestabilidad constante. La sociedad les engaña.

Estudiantes del sesenta y ocho, del ochenta y siete, del noventa y seis, noventa y siete, siempre las mismas razones, siempre las mismas desconsideraciones y las mismas argumentaciones. Ahí están, diciendo que la sociedad lo está haciendo mal, que están diseñando un futuro sin contar con ellos. Un futuro que no les gusta, cargado de liberalismo salvaje, de egoísmos personales, de corporativismos y de nacionalismos insolidarios. No, no se perfila un futuro con los ideales que deben anidar en el corazón de los jóvenes. Los ideales, que desde el instituto o la escuela les inculcamos, les suenan a falsos, cuando analizan detalladamente la sociedad que les rodea. Solidaridad, compañerismo, generosidad, tolerancia, sólo existen en las bocas y en los deseos del maestro o el profesor de turno, no se viven en la sociedad por ninguna parte. La competitividad, el individualismo lo dominan todo. Los Gobiernos, el sistema, diseñan un futuro sombrío. Los estudiantes protestan. ¡Afortunadamente!

La violencia aparece siempre en las movilizaciones de, los estudiantes: un grupo de incontrolados, una carga policial desproporcionada, una cristalera rota, unos cuantos jóvenes heridos... Lo importante es ensuciar sus protestas, que no llegue a ver la luz la llama ilusionada de sus buenos deseos, que no se oigan sus voces_ acusadoras. Son estudiantes, jóvenes fáciles de manipular, que no se oigan sus ideas nuevas, realcemos sus elementos negativos: su violencia innata, su inmadurez, su carácter manipulable. Y, mientras, el Gobierno, a través de una Ley de acompañamiento de los presupuestos, posibilita que los funcionarios puedan trabajar hasta los setenta años: para robar a los jóvenes su trabajo y su pan. Pero eso no es violencia -dirán- la jubilación a los setenta será voluntaria. Y la voluntariedad aparece como cínica tapadera, para esconder una agresión a los jóvenes, a nuestros hijos. ¿Por qué no posibilitan, en equidad, que quien quiera -misma voluntariedad- se jubile a los sesenta años con derecho a percibir el cien por cien de su jubilación si ya ha cotizado, los años suficientes?

Esta es lo verdadera manipulación: se resalta la violencia en sus manifestaciones, se esconde la agresión que día tras día, ley tras ley, este Gobierno, esta sociedad, ejerce sobre los jóvenes, sobre los estudiantes de mi clase. Porque son de mi clase, estuvieron conmigo o con otro en el aula donde ahora me encuentro. Tuvieron, como los que hoy me escuchan y hablan, ocho años. Son un poco más mayores, están ahora con otros, que les enseñan en una nueva etapa y les despiertan a la madurez y la vida

Son de mi clase social, de los barrios obreros, viven los problemas en sus casas: la marginación, el paro, el trabajo excesivo del padre y/o la madre, los malos contratos que tienen, el poco tiempo que queda para hablaren casa y la poca costumbre de hacerlo. No cabe duda, o se está con ellos y nos sentimos jóvenes y acude lo añoranza de nuestro pasado, o estamos en contra, envejecidos, asustados, avergonzados de lo que en un día fuimos. Si estamos con ellos, les entenderemos. Si estamos en contra, les combatiremos con más fiereza, Iremos contra ellos, avergonzándonos de nosotros mismos y sin quererlo reconocer.

¡Estudiantes! ¡Estudiantes! Inquietudes, desvelos, anhelos de un mundo mejor, ilusiones que pasan y vuelven a empezar, y que algunos quieren, como siempre, callar.